Bilbaíno de origen francés, su abuelo fue el responsable de echar raíces en la capital vizcaína cuando en los años veinte del siglo pasado fue reclamado como experto manchonero para instruir en el oficio a los empleados de la nueva fábrica de vidrio del barrio de Lamiako. El carácter artesanal de esta profesión, transmitida de generación en generación desde su tatarabuelo, se halla en los genes de su nieto José Luis Raymond, en quien cristalizó una visión artística que años más tarde le llevaría a protagonizar una revolución en la plástica escénica.
- Fecha: 23 de marzo de 2022.
- Lugar: Sala El Mirlo Blanco del Teatro Valle-Inclán de Madrid.
- Duración: 37’54”
- Operador de cámara: Izan Galián.
- Realización y edición: Ana Lillo.
- Entrevista realizada por: Natalia Erice.
Créditos de fotografías
- Daniel Alonso, Pilar Cembrero, Chicho, marcosGpunto y Javier Granda.
Créditos de los vídeos
- "Lamiako Maskarada", el documental (2015).
Créditos de las músicas
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Agradecimientos
- Pi Lart Comunicación Audiovisual, Teatro Arriaga de Bilbao.
Arte, pedagogía y compromiso político
Desde su infancia, desfilaron ante sus ojos imágenes de los Altos Hornos –a pleno rendimiento en aquella época– y no solo se empapó del xirimiri sino también del ambiente de esa ciudad industrial de indiscutible fotogenia. Como hijo único desarrolló un vasto mundo imaginario, alimentado además por la afición de su madre al teatro, que volvía entusiasmada del Arriaga contándole maravillas de los artistas. Indudablemente, Raymond creció empujado por las musas de la creación y al calor de las ideas del movimiento nacionalista vasco, que bullían a principios de los años setenta con claros referentes como Oteiza, y que forjaron su ideología y compromiso. Su voluntariado en una Guatemala devastada por el terremoto de 1976 y oprimida por la dictadura militar, le causó una honda impresión y afianzó su convicción de dedicarse a la enseñanza entendida como una misión social.
Tal fue el ímpetu artístico y pedagógico del joven Raymond que dejó de lado una prometedora carrera como atleta -se proclamó campeón de España en relevos y salto de longitud en categoría infantil- para volcarse en el teatro experimental. Con su grupo de juventud, “Títeres sin cabeza”, montó obras a partir de textos de Beckett, Artaud o Pirandello. Su amor por la enseñanza le llevó a estudiar magisterio por francés en la Universidad del País Vasco para emplearse como profesor de Enseñanza General Básica entre 1978 y 1981. Son años de gran inquietud creativa en los que el artista bilbaíno desarrolla una conciencia del arte como instrumento de conocimiento. De este afán divulgador nace su proyecto Lamiako Maskarada (1979), que reúne a más de doscientas personas en torno a un ritual basado en un cuento popular extraído de la mitología vasca que, transcurridos cuarenta años, se sigue representando tal como él lo concibió.
Raymond encabeza una eclosión artística en el País Vasco en los ochenta que tienen su trasunto en la compañía de investigación teatral y plástica Intervalo-Teatro Estudio, fundada en Bilbao en el año 1981 y jalonada por montajes como Homenaje a Picasso (1982), Huts (1983) o P7 (1985), con los que abarca la dirección y el diseño conceptual del espacio escénico y del vestuario.
Raymond funda, en 1983, la Escuela de Teatro Municipal de Getxo junto a otros artistas de su generación. En ella se combina la docencia y la creación de espectáculos multidisciplinares como Homenaje a Bertolt Brecht (1985) o 12 acciones de argamasa (1987). Sus estudios de Bellas Artes, carrera en la que se licencia en 1987 en la Facultad del País Vasco, se expanden del aula a la sala de ensayo.
La marca Raymond no sería tan genuina e innovadora sin la experiencia polaca, vivida gracias a una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores Español y de la Diputación Foral de Vizcaya que le permite realizar el postgrado de Escenografía y Pintura en la Academia de Bellas Artes de Varsovia entre 1987 y 1989. Las teorías del actor como objeto y composición escénica, tan presentes en el teatro kantoriano, calan hondo en esta etapa en la que la estética del creador vasco se empapa de la atmósfera comunista en los años previos a la caída del muro de Berlín.
Ámsterdam será la segunda escala de su periplo europeo donde, becado por el INAEM, investiga sobre la escultura para el espacio escénico. Una llamada de Fermín Cabal precipita su traslado de la capital holandesa a Madrid. La propuesta que le hace Cabal de diseñar la escenografía de la obra de David Mamet El búfalo americano (1990) viene seguida de la oferta de la que fuera entonces directora de la RESAD, Lourdes Ortiz, de poner en marcha la nueva especialidad de Escenografía, cuya primera promoción se licencia en el año 2000.
Como consecuencia de esta fructífera dualidad artística y pedagógica, Raymond se sitúa en el punto de mira de sólidos autores y directores como José Luis Alonso de Santos (Trampa para pájaros, 1990 [), Juan Antonio Hormigón (¿Qué hizo Nora cuando se marchó?, 1994 ), Gerardo Malla (El derribo, 1998 ), Ana Diosdado (La última aventura, 1999 ), a la vez que se lanza a obras más reivindicativas, como la que él mismo promueve junto a Ignacio García May, Grita V.I.H. (1995), o experimentales como el caso de Inacción (1996), en la que se encarga del diseño y dirección de una pionera pieza en realidad virtual ideada por Domingo Montesdeoca.
Su talento escenográfico ha sido reconocido en tres ocasiones por los premios ADE, con el accésit por Sueño de una noche de verano (1992), dirigida por Helena Pimenta, La raya en el agua (1996), del compositor José Luis Turina, y Rey negro (1997), bajo la batuta de Eduardo Vasco. La dirección artística del programa de música contemporánea del Círculo de Bellas Artes, que le encomienda José Luis Temes, consigue desplegar su gusto por lo abstracto y lo performativo en trabajos de gran riqueza plástica, que van desde la dirección del Baile de máscaras del Carnaval de 1993 a puestas en escena de piezas de Tomás Marco como Cantos del pozo artesiano (1992). Entre sus compañeros de generación, establece una complicidad especial con Ernesto Caballero con quien realiza brillantes trabajos en El señor Ibrahim y las flores del Corán (2004), Sainetes (2006), Presas (2007), o La tortuga de Darwin (2008). Sin olvidar a otros importantes aliados como Juan Carlos Rubio, con el que firma las atractivas escenografías de Arizona (2011) o Páncreas (2015), o un ramillete de potentes directoras con las que encadena recientes trabajos: Aitana Galán (Navidad en casa de los Cupiello, 2016), Magda Labarga y Laila Ripoll (Cáscaras vacías, 2016) o Rakel Camacho (Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio, 2021).
Dentro de su amalgama artística, José Luis Raymond nunca ha desligado su carrera teatral de la plástica, con una intensa actividad expositiva que en 2015 le colocó en el puesto de comisario español de la Cuatrienal de Praga, dotando de prestigio internacional a la escenografía española. Firme defensor de que las nuevas generaciones de escenógrafos tienen que apoyarse en una sólida base de artes plásticas, inyecta en sus alumnos la savia del entusiasmo y de la curiosidad que sigue empujado su carrera y que resume en esta afirmación: “Trabajar en la creación y en la educación artística es mostrarse abierto al compromiso recíproco del intercambio de políticas, éticas y creencias”.