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Figuras. Entrevistas de la escena

FIGURAS

Carmen Resino. Madrid, 1941. Dramaturga, novelista e historiadora.

(40’00’’)

A los 8 años Carmen Resino ya sabía que lo suyo sería el teatro, pero escribirlo, no interpretarlo. Quizás el hecho de ser hija única ayudó a construir un mundo interior de diálogos imaginarios que, con el tiempo, llenaron las páginas de sus libros: una obra extensísima que comienza en los años sesenta y llega a nuestros días siendo de gran actualidad. Su pasión por la Historia ha contribuido, de alguna manera, a diseñar con maestría los marcos atemporales desde los que contar algo que Resino proclama una y otra vez en su obra: la inevitable sumisión del individuo al drama existencial colectivo. Puro teatro de autor para leer, ver y pensar.

  • Fecha: 31 de marzo de 2022
  • Lugar: Salón de Actos de la Gerencia de Infraestructuras y Equipamientos (Ministerio de Cultura), Madrid
  • Duración: 40’00’’
  • Operador de cámara: Izan Galián
  • Realización y edición: Ana Lillo
  • Entrevista realizada por: Teresa Morales García

Créditos de fotografías

  • Daniel Alonso, Pilar Cembrero, Chicho, Gyenes, José Rubies, Sa Boira Teatre y Archivo personal de Carmen Resino.

Créditos de los vídeos

  • Sa Boira Teatre, Teatro de la Riada, Unidad Técnica de Audiovisuales del Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música, Uhura Audiovisual y Zurdos Contrariados.

Créditos de las músicas

  • A documentary / Mr Claps, Cinematic Documentary / Mike Stown y Deep Meditation / Uldinmusic.

Agradecimientos

  • Amelia Die, Berlín Teatro, Roberto J. Oltra, Alba Muñoz, Bernat Pujol e Imán Velasco.

La historiadora que apostó por el teatro

En la biografía personal y profesional de Carmen Resino no se sabe muy bien dónde comienza su perfil de historiadora que deja a un lado a la dramaturga, ni dónde se aparta la catedrática de Historia para dar paso a la autora, una de las más prolíficas del teatro contemporáneo español. Estas dos vertientes tan arraigadas en ella, escritora e historiadora, han sabido conjugarse con precisión para configurar, durante décadas, su esencia literaria: textos llenos de fuerza que consiguen sacudir al lector y al espectador con grandes dosis de realidad sobre la condición humana.

Su teatro ha tocado diversos géneros: desde el llamado histórico (El presidente, 1968; Los eróticos sueños de Isabel Tudor, 1992 o Bajo sospecha, 1999), hasta el del absurdo (¡Mamá, el niño no llora!, 1984; Auditorio, 1990 o La recepción, 1994), pasando por las comedias (Pop y patatas fritas, 1991  o De película, 2001), el simbólico-político (Libres en primavera, 1970 o Ping-Pong Oriente-Occidente, 1974), el que incluso incorpora una parte musical (Nueva historia de la princesa y el dragón, 1989, o Fuera de la ciudad, 2008), y por supuesto el más realista y despiadado (La sed, 1980; La boda, 2006; A vueltas con los clásicos, 2011 o La visita, 2017), por poner unos mínimos y variopintos ejemplos. Es precisamente este último el que perfila un rasgo característico de la dramaturgia de Resino: la frustración de los seres humanos por el mero hecho de serlo, y la interdependencia con un destino que, en la mayoría de las circunstancias, acaba mostrándose fatal. Esa especulación sobre el mismo drama o sobre la presión interdependiente que existe entre la sociedad, las circunstancias, el poder y el individuo es lo que cautiva a la autora para plantear situaciones donde los seres humanos acaban mostrándose atrapados. “Ese sentido de la huida, el no haber salida, o de haber pocas salidas, es una de las constantes en mi teatro”, afirma.

Pero, ¿cómo surgió todo? Resino recuerda que fue de niña, a los 8 años, tras una larga enfermedad que la obligó a permanecer en cama, cuando comenzó a escribir decididamente, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Y quizás, más allá de aquel infortunio, el hecho de ser hija única de padres mayores la obligó también a decorar su tiempo libre con algo que resultara entretenido y emocionante. Obligada a jugar consigo misma, su imaginación la impulsó a crear diálogos imaginados con los que la niña Resino se desdoblaba. Ese extenso mundo interior que edificó de forma natural y desde el que encadenaba palabras y entrelazaba historias sobre un papel fue definiendo a una escritora que siempre sintió que lo suyo no era la poesía ni la narrativa (aunque esta última la sigue cultivando, y con éxito), sino el teatro. Un género que comenzó a desarrollar con enorme pasión en la época universitaria, cuando asistía frecuentemente a las representaciones que se programaban en Madrid. Nunca estuvo inscrita en una escuela específica donde le enseñaran a plantear un texto teatral, pero se sentía muy cómoda con ello y le salía con enorme facilidad. El sentido de la medida del teatro y de la plasmación escénica resultó ser algo innato, como bien recuerda. “La gente que empezó a leer cosas mías decían: ‘Bueno, aquí hay una dramaturga en ciernes’”, confiesa.

Aquellos que por aquel entonces elogiaban su talento no se equivocaban. Resino ha demostrado ser una estupenda autora de teatro, a la que le gusta hacer reflexionar al lector una y otra vez, con una habilidad inusual para escribir de manera fecunda. “Soy demasiado prolífica, es un defecto. Empalmo casi unas obras con otras porque siempre me surgen ideas”, explica casi entre risas. La fértil trayectoria de la dramaturga reúne más de cincuenta obras entre teatro y narrativa desde los años sesenta hasta la actualidad más reciente con la representación en León en 2021 de su obra El contrato (1973), a cargo de la compañía Teatro de la Riada, y la publicación, ese mismo año, de su última novela: El hombre que no quería hacer el amor (Bohodón Ediciones).

Títulos teatrales como Cero (anterior a 1966), Colisión (1970), Libres en primavera (1970), La sed (1980), Ulises no vuelve (1983), Ultimar detalles (1984), Los eróticos sueños de Isabel Tudor (1992), Las niñas de San Ildefonso (1995), Orquesta (2002), La boda (2006), ¡Arriba la Paqui! (2007), La visita (2017) o La otra boda (2018), entre otros tantos, se han representado en escenarios españoles e internacionales (Estados Unidos, Francia, Bélgica y Alemania). Y eso a pesar de que, como ella comenta, no ha sido tan estrenada como quisiera. ¿Razones? Amén de las ajenas, un espíritu independiente que, como ella reconoce, ha hecho que no estuviera demasiado presente en determinados círculos porque lo de “hacer pasillos para el teatro” no es lo suyo. “No es una cuestión de soberbia, sino de cierta timidez y recato”, aclara.

Carmen Resino se etiqueta como “la eterna finalista”, pero lo cierto es que en su haber también tiene reconocimientos destacados, no solo segundos puestos. Entre otros, el Premio Buero Vallejo 2004 por La boda (2006), el Ciudad de Alcorcón 1992 por La recepción (1994), la Mención de Honor en el Premio Calderón de la Barca 1989 con El oculto enemigo del profesor Schneider (1990), la distinción de Mejor Autor Español 1988 y 1990 de la Boesdaelhoeve de Bruselas por las obras Personal e intransferible (1988) y La bella Margarita (1990), una Mención de Honor en el Felipe Trigo 1984 por Retablo de Manolito Anaya. Y si nos adentramos en el terreno de la narrativa, puede estar orgullosa del premio Café Gijón 1983 por su novela Ya no hay sitio (1985), de ser finalista del Premio Tigre Juan 1987 por Amazonía (2001) y del Premio Nadal 1966 con Flora y fauna (1965).

Sin embargo, uno de sus grandes logros, quizás el mayor de todos, gran legado al teatro español, fue su atrevimiento para fundar la Asociación Dramaturgas Españolas en 1986, inspirada y apoyada por la hispanista y estudiosa del teatro español Patricia O’Connor. La institución, aunque acabó despareciendo, propició que años más tarde surgiera la Asociación de Autores de Teatro, y que las dramaturgas llenaran la escena literaria nacional con absoluta normalidad, equiparándose a las novelistas y poetisas. Con la perspectiva de los años, Resino reconoce ahora lo interesante e importante que fue la creación de esa primera Asociación para abrir el camino de la mujer al espacio público de la representación teatral. “Fíjate en las mujeres dramaturgas que hay ahora, ¡una barbaridad! Antes era un desierto. En la década de los sesenta estábamos Ana Diosdado, María Manuela Reina y yo”.

En estas seis décadas escribiendo de forma imparable, sin miedos ni sometimiento a las modas, Resino ha conseguido que el lector y el espectador reflexionen sobre la vida abordando temas muy diversos. Desde los celos, el amor, el abandono, el problema ante la muerte, el poder en la política y en el arte, el drama de una madre y una hija en La boda, hasta el incesto en A vueltas con los clásicos… Todos los temas humanos que se pueden dar, unos más aceptables o amables, otros más propensos al rechazo, algunos políticamente correctos y otros con tintes casi escandalosos. De lo que está claro es que su teatro también se alimenta de una profunda denuncia. “Es que el teatro nos tiene que hacer reflexionar. No atormentarnos, no hace falta, no, pero nos tiene que hacer meditar, ver nuestros propios conflictos, y nuestros propios yo reflejados”, sentencia.

Enfrascada a veces en la pintura como afición, hoy en día Resino sigue construyendo nuevas historias en un alegato claro de que escribir teatro ha sido y sigue siendo su vida. Y lo hace con ímpetu y dedicación a sus 80 años, entregada al poder de la palabra y a la certeza de que los textos están por encima del espectáculo. Sin ellos, como declara de forma reivindicativa, el teatro no existiría. “El espectáculo pasa y lo que queda es el texto. Nuestros grandes aliados que son los actores y los directores se mueren, nosotros también, lo que queda son los textos”.

Los suyos permanecerán para siempre impresos recordándonos, de una forma directa y a veces descarnada, la importancia de la palabra como vehículo indispensable para reflexionar sobre los caprichos, misterios, crueldades y bondades de la condición humana.

Por Teresa Morales García

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