Solo quienes viven un arte con pasión y sabiduría pueden transgredirlo con éxito. Antonio Najarro es uno de ellos. Porque como bailarín, coreógrafo y creador de su propia compañía, ha sido capaz de expresar, a través de la danza, un universo de belleza donde impera la sensibilidad estética, la cultura del esfuerzo, así como el respeto por los maestros y la tradición. Con una amplísima formación en ballet clásico, escuela bolera, danza clásica española y contemporánea, folclore y flamenco, formó parte del Ballet Teatro Lírico de la Zarzuela, de las compañías de Antonio Márquez y Aida Gómez, de José Antonio y los Ballets Españoles, así como del Ballet Nacional de España del que, con solo 35 años, fue nombrado director. Empeñado en divulgar la danza desde la escena, los medios de comunicación y también desde disciplinas como el arte, la moda, el deporte o el ámbito empresarial, Najarro sueña con que exista el Teatro Nacional de Danza que nuestro país merece.
- Fecha: 20 de julio de 2023.
- Lugar: Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma. Madrid.
- Duración: 37:03
- Operador de cámara: Víctor Camargo.
- Realización y edición: Ana Lillo Blasco.
- Entrevista realizada por: Rosa Alvares.
Créditos de los vídeos
- CDAEM, Ballet Nacional de España, Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma.
Créditos de las músicas
- Sleepwalking by airtone (c) copyright 2022 Licensed under a Creative Commons Attribution (3.0) license
- Conquistador by Jeris (c) copyright 2011 Licensed under a Creative Commons Attribution (3.0) license
- All it takes by Siobhan Dakay (c) copyright 2019 Licensed under a Creative Commons Attribution Noncommercial (3.0) license
Agradecimientos
- Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma. Ballet Nacional de España.
Cuando bailar es más que un regalo divino
Escribió Truman Capote, en el prólogo de Música para camaleones, que “cuando Dios te entrega un don, te da al mismo tiempo un látigo con un único fin, autoflagelarte”. La historia de Antonio Najarro tiene mucho que ver con dádivas divinas y también con fustas que, con la experiencia, han dejado atrás la angustia para saborear con calma sus propias experiencias escénicas. La autoexigencia en su búsqueda de la excelencia sigue intacta; sin embargo, ha aprendido a divertirse con sus obras, sin agobios pasados: “No puedes contentar a todo el mundo, cada uno tiene su gusto, y este es muy subjetivo. Entender eso me costó mucho”, confiesa el bailarín y coreógrafo. “Toda mi carrera la he recorrido esforzándome al máximo. Ahora hay algo que me empuja a disfrutar de lo que estoy haciendo. Ese es el secreto de la vida, los triunfos ayudan, pero la humildad y el compartir es para mí lo fundamental”.
Su amor por la danza viene de muy lejos, cuando con seis años, en la Feria de Málaga, descubrió que bailar era el mejor antídoto de su vergüenza infantil. “Yo era un niño bastante tímido, pero cuando bailaba, me mostraba más extrovertido y natural. Mis padres comprendieron que la danza desarrollaba lo mejor de mi personalidad, y decidieron apoyarme plenamente”, recuerda. Con solo 15 años, después de formarse en varias escuelas y en el Conservatorio Profesional de Danza Mariemma, Antonio Najarro debutó como profesional: “De niño, bailar es una diversión, una forma de interesarte por la música en facetas que, de otro modo, pasarían desapercibidas. Cuando se convierte en tu profesión, la danza es constancia; respeto hacia los maestros y los compañeros; tenacidad, porque todas las oportunidades que te vayan llegando te tienen que pillar preparado; también debes asumir el dolor, puesto que tienes que forzar tu cuerpo a posturas extremas… y una absoluta disciplina a la hora de alimentarte, de cuidarte físicamente, de formarte, de cumplir las horas de sueño y hasta de saber cómo vestir en escena”. Aprendió muchos de estos valores de la mano de Mariemma, Antonio Gades, Rafael Aguilar, José Antonio Ruiz o José Granero, referentes que marcaron sus primeros años y que, de algún modo, siempre le acompañan. “Empezar con los más grandes me ha ayudado muchísimo. Cada uno de ellos, con sus estilos y sus personalidades diferentes, conformaron la mía. Eran maestros con mayúsculas a los que yo respetaba y que sabían sacar el máximo potencial artístico de quienes aprendíamos de ellos. Forjaron mi personalidad como intérprete y mi lenguaje coreográfico tiene que ver con lo que me enseñaron, filtrado por mi propio carácter”. Un modo de ser y estar sobre el escenario que, por cierto, quedó patente cuando en 2000 fue nombrado primer bailarín del Ballet Nacional de España (dirigido entonces por Aida Gómez), tres años después de ingresar en él.
Como coreógrafo e intérprete, Najarro ama, por encima de todo, la danza española. “Es única en el mundo, podría ser un escaparate espléndido de nuestro país, de nuestra cultura. Sin embargo, parece que no somos conscientes del potencial artístico que tiene. Habría que aprovecharlo y no solo por darle valor artístico, sino también como algo rentable. Además, los bailarines de danza española son los mejor preparados del mundo, y lo digo sin ningún pudor”. Por eso, cuando en 2011 fue nombrado director del Ballet Nacional de España, sintió que los sueños pueden cumplirse. Aun a costa de su vida personal, se involucró absolutamente en su labor no solo en los aspectos artísticos, sino también como gestor, creando proyectos revolucionarios. El 50% de la programación del BNE estuvo constituida por nueva creación (destacando títulos como Alento, Eterna Iberia e Ícaro, entre otros), mientras que la otra mitad lo constituía el repertorio de la propia compañía o creaciones históricas (como las de Antonio Ruiz). En sus montajes se incluyeron las tendencias más actuales: compositores ajenos a la danza española escribieron piezas para los ballets; diseñadores que no tienen que ver con los trajes tradicionales, vistieron a sus bailarines. Najarro deseaba que hubiera una fluida comunicación entre diferentes lenguajes contemporáneos para que la danza española alcanzara pleno desarrollo. “Para mí, lo interesante es que el público, conozca nuestra danza o no, se sienta identificado con ella. Hay que ayudar a que esta evolucione, porque si no estuviera vinculada a quien la contempla, se crearían un distanciamiento muy negativo”, decía al cumplirse su quinto aniversario al frente del Ballet Nacional.
Ahora bien, en la compañía pública no todo era bailar… “Creamos departamentos e iniciativas que antes no teníamos, como el de Patrocinio y Mecenazgo, que ayudaba a sacar proyectos adelante. Hicimos actividades para niños, incluido el primer videojuego infantil sobre el Ballet Nacional de España, y nos solidarizamos con personas con discapacidad. Se trataba de que la gente viera que no éramos solo una compañía que presentaba espectáculos maravillosos en un teatro, sino también un vehículo de evolución personal, física y cultural”. Asimismo, llevaron a cabo interesantísimas experiencias con otros medios artísticos, como la moda (inolvidables sus colaboraciones con Oteyza y Duyos o el arte (con compañeros de viaje como el Museo del Prado o el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza).
En su empeño por rescatar la danza tradicional española y acabar con esos absurdos prejuicios que han llegado a tildarla de “obsoleta”, Antonio Najarro también tuvo la valentía de crear su propia compañía en 2002. En sus inicios como empresario, coreografió tres espectáculos que apostaban por la fusión (Tango flamenco, Flamencoriental y Jazzing Flamenco), aunque paulatinamente evolucionó a un baile más clásico español (como Suite Sevilla o la más reciente Querencia). Tras su paso por el Ballet Nacional de España, retomó su labor como empresario en 2019; desde entonces, como es habitual en toda su carrera, siente la responsabilidad de ofrecer todos los estilos de nuestra danza “con la mayor excelencia, como creo que debe ser presentada”. Sus numerosos galardones (entre ellos, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Max al Mejor Intérprete de Danza Masculino, o el Premio Diversa a la Danza) demuestran que lo ha conseguido con creces. Exactamente igual sucede cada vez que alguien se emociona contemplando cómo un bailarín, gracias a un don divino, rompe la quietud con su danza, convertida en el mejor de los milagros.