Escena V

Marandro

No vayas tan de corrida, Lira.

Déjame gozar del bien que me puede dar alegre vida en la muerte.

Deja que mis ojos miren un rato tu hermosura.

¡Oh, dulce Lira, que suenas de continuo en mi fantasía con tan suave armonía que vuelve mis penas en gloria!

Lira

Mi contento y el tuyo se va acabando.

Y no será su homicida el cerco de nuestra tierra, que primero que la guerra se me acabará mi vida.

Marandro

¿Dices que te tiene tal la hambre, que de tu vital estambre llevará presto la palma?

Lira

¿Qué tálamo has de esperar de quien está en tal extremo, que  te aseguro que temo expirar antes de un hora?

Mi hermano ayer expiró fatigado de la hambre.

Mi madre ya ha acabado, que la hambre la acabó.

Y si la hambre y su fuerza no han rendido mi salud, es  porque la juventud me esfuerza contra su rigor; pero como hace tantos días que no le hago defensa, no pueden contra su ofensa las débiles fuerzas mías.

Marandro

Aunque la hambre ofendida te tenga tan sin compás, no morirás de hambre mientras yo tuviere vida.

Yo me ofrezco de saltar el foso y el muro fuerte, y entrar por la misma muerte para excusar la tuya.

El pan que el romano toca, sin que el temor me destruya, le quitaré de la suya para ponerlo en tu boca.

Lira

Mi dulce amor, despide ese pensamiento, que yo no quiero sustento ganado con tu sudor, que, aunque puedas alargar mi muerte por algún día, esta hambre que porfía nos ha de acabar al fin.

Marandro

En vano trabajas, Lira, de impedirme este camino, adonde me convida y tira mi voluntad y sino.

Lira

Marandro, mi dulce amigo, ¡ay!, no vayas, que se me antoja que veo la espada del enemigo roja de tu sangre.

No hagas esta jornada, Marandro, bien de mi vida, que, si es mala la salida, muy peor será la entrada.

Marandro

Lira, el cielo te acompañe.