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Los condenados y Alma y vida:
Tropiezo de un consagrado autor teatral

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Pero España sufre una grave enfermedad. La España deprimida y enfermiza es la que muere en un claro simbolismo cuando Galdós expresa en el “Prólogo” lo siguiente, justificando un final donde es imposible un matrimonio tal y como hubiera esperado el público. El pesimismo del que tanto huía Galdós y que fue tan característico del espíritu noventayochesco no es más que una sintomatología de una grave enfermedad. Un pueblo enfermo, éste al que se refiere Galdós de recalcitrante padecimiento, tomará conciencia de su dolencia, heredada de largos tiempos y en algún momento tornará en nuevo albor de libertad:

Salvada la crisis, permítase a quien no es médico, ni cosa que lo valga, sino un simple observador de la vida, opinar que el enfermo padecía una secular ingestión y asiento estomacal de dogmatismo político, más grave que el filosófico y literario, y de añadidura una terrible intoxicación de criticismo, que vino a producir un derrame de materia biliosa o pesimista, la cual trajo el aplanamiento, el abandono de la voluntad, las ideas lúgubres y la monomanía, que casi era un deseo, de pasar pronto a la otra vida.

(...) Bien claro se ve que la dolencia existía con anterioridad a nuestros desastres, y que no contribuyó poco a producirlos. Los desastres no causaron la enfermedad; sólo la pusieron de manifiesto, confundiéndose la tristeza de aquel desventurado caso con los achaques que ya minaban al enfermo. Entre tantas desdichas, ¿habrá éste adquirido la convicción de que sus males provienen de una inversión sistemática en el conocimiento de las cosas? Si esta convicción existe, démosle por salvado, y ayudémosle a conocer de todo al revés de cómo ha procedido hasta aquí, empezando por los hechos y acabando por los principios 7 .

Laura será redimida a través de la interpretación de un mundo nuevo por medio del personaje de Teresa, que es una mujer y además una mujer que representa la cultura, la educación y la intelectualidad (Fig. 9). Teatro dentro del teatro, para simbolizar en la ficción que las clases sociales pueden llegar a ser iguales, de ahí la utilización de este género rústico y pastoril para simbolizar su hipotética idea de socialización de clases. El género pastoril es quizás el que mejor se adapta para la idea lírica y simbólica del autor, al tiempo que sirve de plataforma para desarrollar la idea ya expresada por Juan del Encina, otrora tiempo, del “tópico del amor igualador, por encima de las clases sociales” como así lo denomina el crítico Díez Borque (1987: 137):

Aquel fuerte amor vida.
Haze al pastor palaciego
Y al palaciego pastor

Juan Pablo explica ante la duquesa las razones de su insurrección y tono revolucionario y el carácter popular y libertario de sus ideas: “Salvaje es mi entendimiento, sí, señora; inquieta y desordenada mi vida. No cursé en Universidades. He tragado pocos libros y papeles, y así tengo desalquilado mi entendimiento para que en él pueda entrar cuando quiera y aposentarse la verdad” (Escena IX, acto I) (Fig. 10).

Se hace, por tanto, necesaria una reforma en los distintos estratos que conformar el mapa de clases de la España decimonónica. Esta España reflejada por Galdós en Alma y vida y representada simbólicamente en el personaje de Laura, no tiene la misma esencia conceptual que unos años más tarde, ya en 1910, el autor presentará en su obra Casandra. Sin dudas, la España Laura conlleva tintes claramente noventayochistas, de un idealismo casi nacionalista, que aun sin caer en el pesimismo de aquellos, centellea al paso del idealismo social y económico.

Una España enferma, cuyo resurgir ha de darse con la muerte de la enfermedad para dar paso al nuevo idealismo. Ante el “hambre” del pueblo (representado por los pastores), se impone la revolución y una constante en la obra galdosiana en materia social: la búsqueda de la justicia. Así lo mantiene Galdós en la voz del revolucionario cuando dice que “Dios no nos ha puesto en el mundo para que nos dejemos sacrificar estúpidamente. Perezcamos defendiendo nuestro derecho, siendo jueces donde no los hay” (escena IX, acto I). Una solución muy parecida a la expresada por Costa en su obra Oligarquía y caciquismo al expresar en los mismos términos su ideario:

Las hoces no deben emplearse nunca más que en segar mieses; pero es preciso que los que la manejan sepan que sirven también para segar otras cosas, si además de segadores quieren ser ciudadanos... Mientras no se extirpe al cacique no se habrá hecho la revolución. (Ap. Puértolas, 1975: 139).

Que es justamente la resolución que se da en Alma y vida ante el cacique Monegro. Si bien en el manuscrito es Juan Pablo quien mata al odiado cacique, y en el estreno y princeps se sustituye por un encierro en la torre, algo menos radical. 139).

En este drama, Galdós enfrenta las dos Españas: una que busca su identidad y su libertad, la que incluye la muerte de la tradición para que nazca la libertad y la revolución representada por Laura, Juan Pablo y por tanto los personajes que se unen en este bando, don Guillén, los pastores, las brujas. De otro lado, la opresión caciquil y este es Monegro, en representación de lo caduco y de los valores perversos que hay que combatir porque asolan España (Fig. 11). Coinciden una vez más las alianzas político económicas con sus debidas banderas ideológicas, y los personajes, por tanto, o se hallan en un campo o en otro, en una clara división entre buenos y malos, respondiendo a un esquema muy clásico del palpitar de la obra de Galdós, un sentir que ya había expresado el autor en otras obras anteriores como Doña Perfecta, Gloria o La familia de León Roch, por citar algunas.

La aguda crisis española mencionada tanto política como económica, tendrá su máxima aspiración en la reforma agraria denunciando por tanto la situación catastrófica del campesinado, a la par que se ofrecen soluciones:

LAURA.− ¿Y dónde está mi reino? ¿Qué nombre tiene? ( Con grande amargura.) No me lo digáis. Se llama el Dolor. Ese es mi reino, y mi patria, el Desconsuelo sin fin. (Con acento dolorido, apasionado, elocuente.) Dadme la salud, aunque para ello sea precisamente quitarme mis coronas, y arrebatarme todas mis jurisdicciones, privilegios y señoríos; aunque tenga que reducirme a la condición de la última pastora, pobre, vagabunda. Todo cuanto poseo lo doy por respirar a mis anchas, por sentir en mí la alegría y la fuerza, porque este cuerpo mío no sea un leño seco y árido en la edad en que debe cubrirse de hojas, y florecer y vestirse de toda hermosura... Dadme otro cuerpo y llevaos todas mis tierras, mis montes y caseríos. Poseo cantidad enormísima de perlas y diamantes, sinfín de piedras preciosas. Contadlas y por cada una dadme una gota de sangre nueva. (Escena IX, acto III).

Para Rodríguez Puértolas (1970), y remitiéndome a una cita de su libroGaldós, Burguesía y Revolución, el contenido básico de Alma y vida conecta con las corrientes más reformistas del teatro. Al mismo tiempo se incluye un pálpito en el espíritu del 98. Cotejamos el texto de Laura con uno de Azorín –citado por el mencionado profesor–, donde está patente la idea de la reforma agraria como primera idea de la puesta en marcha del mecanismo reformista, donde se expresa de forma clara al igual que Galdós en Alma y vida la explotación del campesinado por los caciques, y la necesidad de cuidar esta base social cuyo ultraje trasciende la vida social de España, convirtiéndose su reforma en arranque de la nueva España libertaria:

Mientras en las Cortes se pronuncian grandilocuentes oraciones, millares y millares de españoles abandonan las campiñas nativas. No puede comer el obrero del campo; sus jornales son exiguos; las sequías, las plagas de la vid y los frutales, la pérdida de las cosechas, las crisis agrarias, hacen que muchedumbres de labriegos queden sin trabajo. Aún en situación normal, su vida es imposible. No prueban la mayoría de nuestros campesinos jamás la carne; vino, rara vez lo beben; verduras y pan bazo –y no en larga proporción– es la alimentación campesina habitual. La tuberculosis –consecuencia de la inanición– hace horribles estragos entre los jornaleros agrarios: fláccidos extenuados, pálidos, exangües, les hemos contemplado en Levante, en Castilla y en Andalucía. Casi desiertas están muchas provincias españolas... Leguas y leguas se recorren de territorio español sin encontrar un árbol, una fuente, una casa. (138).

7 Op. Cit. La Prensa, Carta 176, pp. 535-538. Volver al texto