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Los condenados y Alma y vida:
Tropiezo de un consagrado autor teatral

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2. Razones y fondo de Alma y vida

La denominación de los estados de Ruydíaz no es una casualidad ni mera anécdota del juego literario de Galdós, es mucho más que eso. Las tierras del Cid están en decadencia. Una de las razones por las que, a nuestro juicio, el estreno de Alma y vida no fue lo que en verdad y rigor tenía que haber sido, es con exactitud el desajuste o carencia de sintonía con el nuevo siglo. El género pastoril, con su característica revaluación y valor simbólico, era el idóneo para plantear por parte de Galdós la problemática incipiente social, y en este sentido, la problemática del campesinado. Denunciar esta cuestión de un lado y de otro la recreación altruista y lírica de la obra del autor, son los dos eslabones que mueven la maquinaria latente del drama, pero dificultaron la comprensión para un público que nunca entendió el drama planteado por el escritor canario, a pesar de su modernidad.

Los catorce años que transcurren entre la apertura del siglo y el comienzo de la guerra verán en España apuntar los tres problemas que van a construir la base de toda la política española en el siglo XX. El problema de Marruecos, la cuestión social y el problema de las autonomías regionales. Curiosamente, el autor de Alma y vida se anticipa a la problemática social de su país con esta obra donde precisamente lo que falló fue la forma. Cariño y estudio desarrolla Galdós en este drama, con la esperanza, tal y como él apunta en el Prólogo, de regocijarse con la auténtica expresión de la forma escénica, dando rienda suelta más que a la finalidad regeneradora y educadora de ideas —intrínseco al hecho teatral—, a la expresión más elaborada de la obra de arte:

Buscaba, sí, el sufragio de las clases superiores, de ese público selecto que aquí tenemos, compuesto de personas extrañas a la profesión literaria, pero de notoria cultura, sin prejuicios, con el cerebro limpio de las estratificaciones de escuela que a tantos incapacita para el libre goce de las dulzuras del arte. (522).

El problema social, por tanto, tenía su vertiente más profunda en el campesinado, y la abolición del caciquismo y de la opresión. Derivado de la persistencia de los latifundios medievales en Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva, juntamente con los minifundios gallegos, impulsó una fuerte “hambre de tierra”. Dicha situación de explotación y penuria fue la que impulsó a numerosos actos de violencia que tenían sintomáticamente como objetivo común la quema de los Registros de la Propiedad:

LA MARQUESA.− Oigan. Se le acusa de haber incitado a la desobediencia y al desacato a los pastores de las cabañas del Toral, despedidos por el señor Monegro. (...)

JUAN PABLO.− Perdóneme vuestra grandeza. Yo no tomé lo ajeno; no hice más que recobrar lo mío. (A Turpin y Monegro.) ¿Lo queréis más concreto? (A Laura.) Lo mío recobré, lo que vuestra grandeza, no por sí, líbreme, Dios de pensarlo, sino por mano del señor Monegro, me había quitado valiéndose de servidores desleales, alquiladizos, que hacen inicuas trampas en la medición de frutos.

Al autor de Realidad le preocupa la realidad social española que le rodea, y es consciente de que no es posible resolver la situación política sin una previa reforma social, (Costa), basada en una reestructuración de la propiedad agraria, unida a una serie de reformas técnicas que posibiliten un resurgimiento de la agricultura. Queda reflejado en el artículo de Galdós para La Prensa de Buenos Aires, escrito y publicado en 1901, donde se anticipa al trabajo costista, consciente de la problemática:

Le ha salido al caciquismo, de algún tiempo acá, un censor implacable, un enemigo que no ya con ahínco, sino con verdadera saña le persigue, le acosa, denuncia todas sus demasías, no perdona dato ni argumento para sacar a luz sus vergüenzas y no dejarle ninguna espesura donde guarecerse, ni ninguna sofistería con que disculparse. Igualmente ataca con el arma bien templada de su crítica los hechos y las personas, sin mostrar cansancio, sin languidecer un instante en su labor guerrera.

Este bastidor del caciquismo es Joaquín Costa, que a raíz del desastre dio las primeras batallas en la Unión Nacional; mas separado de este partido por desavenencias que han perdido ya su interés, se lanzó a luchar solo, con aliento y músculos de gigante. Gran jurisconsulto, muy fuerte en historia y en ciencia política, dotado de tanta inteligencia como voluntad, de palabra fácil y persuasiva, es también escritor, y de la mejor casta, y tal riqueza de cualidades se completa con la formidable tenacidad de su alma aragonesa.

Costa empezó a predicar la guerra santa contra el vicio nacional en su memoria Oligarquía y caciquismo, presentada en una de las secciones del Ateneo. La discusión de ella y las informaciones que pidió y obtuvo de las inteligencias más señaladas forman un conjunto de doctrina y pareceres de extraordinaria fuerza. (número?, fecha (día y mes)?, páginas?)

Galdós, con su tan acostumbrado tono pacifista, expone en este simbólico drama el problema del campesinado, no por ello sin plantear la insurrección y las posturas revolucionarias, que es justamente lo que se dibuja enAlma y vida; sigue el ejemplo de La Prensa de Buenos Aires:

El proceso de caciquismo es de tal modo luminoso y rico en hechos inconclusos, que su acusador no vacila en pedir para él la muerte violenta. El terrible fiscal no propone ya medios de reforma, sino la destrucción de los caciques por las hoces de los segadores populares. Las ideas de Costa, su perseverancia aragonesa, su iracundia honrada, se han extendido al sentimiento general, y ya tiene millares de entendimientos asociados a su campaña. Ya no está solo: un gran ejército le sigue. Desde los juegos florales de Salamanca, en los que ejerció de mantenedor, ha lanzado el ardoroso anticaciquista su última proclama, de tonos vigorosos, furibundos; y el país entero ha respondido a ello con aclamaciones de franco asentimiento.

No parará en esto el incansable propagandista de los buenos principios, pues Costa es de los que van hasta el fin. Su labor ardua, generosa, absolutamente desinteresada, nos abre horizontes de esperanza en medio de esta cerrazón que envuelve los desmayados caracteres de nuestra época. Con muchos como Costa, fácil sería que nos viéramos, si no regenerados, en camino de serlo; pero hombres de este temple hay pocos en todas partes, y aquí es tan reducido su número que se les puede contar por los dedos de la mano, aun exponiéndonos a que sobre algún dedo en la cuenta. (número?, fecha?, páginas?))

Ello es reflejado perfectamente en un personaje revolucionario (Juan Pablo), quien será el indicado para terminar con el abuso de los desprotegidos: “Se le acusa de haber incitado a la desobediencia y al desacato a los pastores de las cabañas del Toral, despedidos por el señor Monegro” (escena IX, acto I). Monegro representa la figura contrapuesta del explotador y cacique:

JUAN PABLO.− Con rabia y furor odiamos a Monegro todos los habitantes del señorío.

DON GUILLÉN.− Tirano es de vosotros y de la propia duquesa Laura, mi sobrina. De tal modo le absorbe la voluntad, que el verdadero señor de Ruydíaz es ese insolente leguleyo. (Escena III, acto I).

Siguiendo la génesis ideológica de gestación del drama, en 1903 publica en Madrid Joaquín Costa su obra Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España; urgencia y modo de cambiarla, comunicación leída por el autor en el Ateneo de Madrid, como planteamiento crucial en la existencia política. La temática planteada en el libro es la misma que el ideal temático planteado por Galdós, un año antes, en el momento de estrenar Alma y vida en 1902. En la España enferma que morirá, representada por la duquesa Laura, reina y gobierna la pesadumbre de la explotación (Fig. 7). La duquesa admira la frescura y la libertad del pueblo, e incluso quiere “cambiarse” por ellos: “Me cambiaría por ti, ¿qué digo por ti?, por la última de mis criadas, por cualquiera pastora de ésas que andan descalzas y comen un mendrugo ablandado en el agua de los arroyos” (escena VII, acto II). Laura sueña con el espíritu de libertad que envuelve al pueblo, aunque éste se halle debajo del yugo caciquil. España (Laura) no es una nación libre y soberana, porque no hay Parlamento ni partidos políticos, sólo hay oligarcas y caciques (acto I). Hace falta un poder que modere la oligarquía y contribuya a despertar la aparente pasividad del pueblo ante los manejos del cacique, y la solución no puede ser otra que la revolucionaria, sobre todo si se tiene en cuenta el lento proceso de odio que se ha ido gestando en el espíritu del pueblo ( La Prensa de Buenos Aires):

En nada se manifiesta tan vivamente el estado neurasténico del pueblo español como en el odio que ha tomado a los hombres políticos que vienen gobernándole desde la restauración. Salta a la vista la injusticia de esta malquerencia, pues los directores y ayudantes de la política no forman un cuerpo aparte desligado del cuerpo y alma de la nación. (535).

Esta España que se “disfrazará de refinada pastora” 6 (Fig. 8) morirá para dar paso a la libertad y a la justicia representada por Juan Pablo, pero antes de eso ocurrirá el reparto de bienes y la hermandad entre el pueblo (campesinos) y las clases nobles venidas a menos (don Guillén), a quienes tan mal trato se les profesa. Este tema será desarrollado por Galdós con mayor profusión y detenimiento en sus dos obras siguientes: Mariucha (1903) y El abuelo (1904). Así representa Galdós en voz de sus personajes la patética figura tan emblemática de la vida social y política española:

JUAN PABLO.− Y aquí le sale al prócer el castigo de sus pecados, le sale Monegro...

DON GUILLÉN.− Que de esta noble residencia hace mi purgatorio. ¡Ay, hijo!, para un hombre de alto nacimiento no hay pena más dolorosa que la humillación... Ese bárbaro satisface sus rencores plebeyos escarneciendo mi nobleza y cubriéndome de ignominia. Figúrate que ha limitado el socorro al plato diario en la mesa y a una muda de ropa cada año, agregando para mi esparcimiento el tener bien surtidas mis cinco tabernillas, y dándome raciones muy tasadas de tabaco de segunda. ( Saca la tabaquera y toma un polvo; después suspira). (Escena III, acto I).

JUAN PABLO.− ¡Villano!

DON GUILLÉN.− Y que no empleo yo pocos artificios para ganar su confianza y ablandar su dureza. Soy un consumado histrión para revestirme de apariencias semejantes a las suyas..., y me finjo cruel, hipócrita, avariento, despótico con los débiles, lisonjero con los poderosos... En fin: ya viste cómo entré aquí esta noche. (Escena III, acto I).

6 Se observa el paralelismo existente entre la vestimenta o disfraz de la Duquesa Laura y el cambio de traje que experimenta en escena la aristócrata Celia para descender a las clases bajas, en la comedia estrenada en 1913 en el Teatro Español Celia en los infiernos. Son muchas las similitudes entre estos dos personajes femeninos, que se mueven, además de por cierta ideología política aprendida de una figura masculina, por sentimientos amorosos y de caridad. Volver al texto