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Los condenados y Alma y vida:
Tropiezo de un consagrado autor teatral

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Galdós viajó al hermoso valle de Ansó (Jaca), para vivir de cerca el ambiente y sentido de los personajes de aquellas tierras, su forma de pensamiento. Bien es verdad que después del notable éxito de La de San Quintín, donde Galdós se consagra como verdadero autor dramático, todo lo que hiciera en adelante sería una empresa muy difícil. Destacaremos algunas palabras que demuestran el carácter negativo de los periodistas de El Siglo Futuro que reseñaron la obra, sin ningún criterio ni conocimiento de lo que están hablando, desvelo de resentimiento y odio visceral hacia el escritor canario:

Ya demostró el Sr. Pérez Galdós en Realidad, en La loca de la casa y en La de San Quintín que desconoce por completo el teatro, que desconoce la sociedad en que vive, que desconoce las hermosuras de la lengua castellana, y que no se conoce a sí mismo, ni tiene de sus facultades y alcances más idea de la que le han dado enemigos encubiertos con la capa de admiradores entusiastas. Y anoche confirmó aquella demostración con un drama titulado Los Condenados; es un conjunto de escenas disparatadas sin ilación ni concierto, tan falso en los caracteres, tan pesado en la exposición, tan violento en los recursos, tan aparatoso e insustancial, tan falto de todo humano sentido y verdad (...).

El señor Pérez Galdós, aún en el pleno uso de sus facultades, no puede menos de aparecer loco de remate, porque sin fe y sin esperanza, y alentado por los resultados de sus novelas, ninguna de ellas bella, y casi todas sangrientos ultrajes a la Religión de los españoles, y falsificación de los más hermosos sentimientos patrios, se ha forjado un mundo a su manera, una verdad a su gusto, unas pasiones y unos sentimientos exclusivamente galdosianos (permítanos la frase), que chocan abiertamente con la realidad de las cosas, y que no pueden menos de abrir los vuelos del talento, y producir soberano desdén y un frío que daña, como muy elocuentemente se lo demostró anoche el público al sectario autor deGloria... (El Siglo Futuro, 12 de diciembre de 1894). (Fig. 4).

El abandono de la Guerrero fue una razón, pero, además, las competencias y odios teatrales, de un lado, y un texto que, al igual que Alma y vida, hace reflexionar al espectador, de otro, constituyen tres razones muy operativas del resultado final. No obstante, Galdós, siempre fue consciente del fatum al que casi de forma mágica estaba “condenada” esta obra, sin ningún motivo aparente, o al menos sin elementos que no aparezcan en otras obras que sí fueron éxito. Y Galdós en su Memorias de un desmemoriado, como sabemos escritas años después, parece recordar como si hubiera sido ayer todo el proceso creativo de este drama. Recordaba en las citadas Memorias cómo ya en los ensayos la obra estaba predestinada al fracaso. También allí defiende igualmente a sus actores, quizá, defendiendo lo que no tiene salvación, pues una de las peculiaridades de este drama, a nuestro juicio, reside más que nunca en una sabia interpretación y en una buena comprensión del texto, texto que fue muy retocado:

Y no se hundieron Los Condenados por deficiencia en la ejecución, pues todos los intérpretes cumplieron como debían. Carmen Cobeña estuvo admirable en Salomé; Conchita Ruiz, que era entonces una jovencilla, caracterizó de una manera perfecta a la viejísima Santamona (Fig. 5). El mismo elogio debo hacer de Truillier, Cepillo, Cirera, Balaguer, Rosa, Tovar, Urquijo y demás artistas. Rechazada la obra por artes aviesas, los críticos, con raras excepciones, se pasaron al enemigo. (1463).

Probablemente no es Los Condenados un gran drama, pero tampoco llega a resultar lo que, con tanta saña, opinaron sus coetáneos 4. La mayoría de las críticas se centran en preconcepciones políticas y religiosas y, por qué no decirlo, en la búsqueda perniciosa de ver un drama interpretado por alguien para quien no fue escrito. En fin, ¿por qué falsos los caracteres? Si sabemos que esos caracteres parten de creaciones anteriores, que sí tuvieron éxito, y son extractos de pequeños mundos humanos, ¿qué pasó? No se encuentra el disparate en ninguna sucesión extraña, pues los actos fluyen en el más tradicional de los esquemas: planteamiento, nudo y desenlace. La exposición es tan pesada como lo era el teatro de ambiente realista que escudriña los detalles, y en el que detrás siempre existe la tesis del autor.

Esta obra pensada como comedia, lo que hubiera resultado todavía más irreal y melodramático si cabe, conserva algunos elementos del simbolismo, a pesar de que Galdós no lo reconoció. Lo que sí está claro es que el teatro de Galdós es en muchos casos un teatro simbolista, pero no siempre sucede con la misma intención y fuerza. La alegoría parte de un ideal escénico cuyo elemento de salida sería el teatro como representación, pues toda la historia del teatro es simbólica en el momento en que está representado y simbolizando un concepto. Como sea, a pesar de un simbolismo utilizado en otras obras, como asimismo confiesa el propio autor, en este drama no hay nada más lejos de su intención que la de simbolizar. A pesar de ello, a pesar de que el propio creador confiesa en el Prólogo no ser simbolista:

Esto del simbolismo es ahora la ventolera traída por la moda, y muchos que de seguro no la entienden al derecho, nos traen mareados con tal palabreja. Para mí, el único simbolismo admisible en el teatro es el que consiste en representar una idea con formas y actos del orden material. En obras antiguas y modernas hallamos esta expresión parabólica de las ideas. Por mi parte la empleé sin pretensiones de novedad en La de San Quintín. En Los Condenados no hay nada de esto, ni fue tal mi intención, porque eso de que las figuras de una obra dramática sean personificación de ideas abstractas no me ha gustado nunca. Reniego de tal sistema, que deshumaniza los caracteres. (313).

Hay críticos que, por el contrario, sí ven simbolismo en este fracasado drama, tal es el caso de Menéndez Onrubia y Ávila Arellano (1983), que en su estudio sobre el teatro galdosiano interpretan como simbólico este drama que por principio no lo fue 5.

El drama, tal y como su nombre indica, está “condenado” desde su comienzo. Y es que el fatum y el destino son los temas clásicos de dioses, donde el hombre está ya predestinado. Es el drama de la purificación y de la catarsis: José León es desde el principio un hombre que ha transgredido las leyes, y Salomé se une desde el principio a este hombre que está fuera de la ley. ¿Qué desenlace se puede dar a un comienzo así?, probablemente, si hubiera introducido más elementos trágicos, el drama hubiera mejorado. Una situación difícil de resolver, porque no sabemos qué resolución y lugar tiene el ideal dramático de la justicia poética. El protagonista, el héroe, es un transgresor que ha pecado, que ha incurrido en infamia, ha mentido... es un criminal; sin embargo, crea complicidad con el espectador mediante otro personaje: Salomé. Ella, mujer angelical como tipo de las mujeres escénicas de Galdós, se verá también arrastrada al deshonor, a la mentira, se contagia del mal que lleva implícito su amante, José León. Todos debemos “pagar” aquellos hechos que están fuera del honor, y de la justicia, y por esa razón José León debe hacerlo igualmente. Son desde el principio personajes trágicos, y como tales deben terminar. Si no ha existido nunca tragedia en el teatro español, ésta no podría salvarse.

Pero para mediar este conflicto, Galdós introduce un elemento que simboliza otro, en una forma simbólica de referencia, si se me permite, una metáfora es la que envuelve el conflicto: Paternoy. Él es el mediador, el intermediario entre el pecador y la justicia, al igual que Jesucristo es el mediador y abogado entre Dios y el hombre, por eso su elevada condición le hace un hombre prácticamente irreconocible para los espectadores, su bondad y su concepto del honor pertenecen más al mundo de lo divino que al terrenal.

No sólo es la fe lo que importa al ser humano, sino las obras acumuladas al final y durante la vida. El arrepentimiento es en sí mismo el padecimiento y la expiación de la culpa, y José León no está dispuesto a “confesar” sus ultrajes. Paternoy sabe que el primer paso del arrepentimiento es la confesión y la consciencia de las propias imperfecciones. Los Condenados, por tanto, es la historia de la vulnerabilidad de la verdad. Querer, pretender o pensar que quebrantar la ley nos deja impunes porque un “ángel” se enamore de él, como pretende José León, no deja de ser una quimera de un alma que no quiere entender el juego de la verdad y de la justicia.

Don Benito, ante las cuestiones de dignidad del hombre como ser pecador, lo que está haciendo no es otra cosa que aplicar las leyes divinas que marcan el camino de la verdad lógica. Está aplicando las leyes del cristianismo. El hombre debe expiar sus faltas, ha de dar cuenta a Dios, a sí mismo y a la sociedad a la cual ha engañado o pretende engañar con el beneplácito de su amante Salomé, haciéndose pasar por un hombre que no es. Por ello, aunque José León haya conseguido su mundo de cómplices —incluidos los espectadores—, no por ello se salvará de someterse a la ley de la justicia, deberá acatar la justicia terrenal.

¿Qué significado puede tener un drama así en el año 1894? Evidentemente, al público, como espectador utópico que era de la época protagonista, obviamente determinadas cuestiones quedábanle “anchas” y “ajenas”, un público cuya búsqueda es la diversión y el entretenimiento más que la reflexión. Aun así, esto es comprendido por Galdós, quien piensa que, efectivamente, el fondo espiritual que los personajes y la obra entrañan están muy lejos de las necesidades ociosas que a la sazón el público buscaba:

Quizás la encuentre en que toda la cimentación de la obra es puramente espiritual, y lo espiritual parece que pugna con la índole pasional y efectista de la representación escénica, según los gustos dominantes en nuestros días, pues no admito tal incompatibilidad, de un modo absoluto, entre el desenvolvimiento psicológico de un plan artístico y las eternas leyes del drama. Y ya que hablo de acción psicológica, ¿consistirá mi yerro en haber empleado con imprudente profusión imágenes, fórmulas, y aún denominaciones de carácter religioso? ¿Será que la idea religiosa, con la profunda gravedad que entraña, tiene difícil encaje en el teatro moderno, y que el público, que goza y se divierte en él cuando le presentan los elementales y primarios? ¿Es esto así, y debe ser así? Pues cuando categóricamente lo afirmen los doctores de la iglesia literaria, no los bachilleres, lo admitiré y tendré por dogma indiscutible. (312).

El teatro, como representación que es, como construcción de un objeto artístico autónomo mediante el empleo de instrumentos específicos y convenciones codificadas por el uso y la historia, el teatro será siempre la ficción y el sueño de la vida; por tanto, la quimera del creador. Claro que nuestra historia del teatro español ha implicado siempre una casi permanente convicción de que el teatro es un invento de la imaginación de la vida, pero no es así. ¿Qué inventa Galdós si está recreando lo que dice que ha visto? Será más bien una exégesis del ideal espiritual, llevado casi al plano de lo cotidiano. La invención escénica, por tanto, contiene una multiplicidad de elementos cruciales y contemporáneos al receptor que, más que la verbalización del texto, los elementos visuales y auditivos, pueden llegar a ser el verdadero resultado de la creación teatral. De ahí su adecuación para el cine, porque hay elementos fundamentales que en el teatro están en segundo plano, y en el cine no. Este choque no supo encajarlo, lógicamente, el espectador decimonónico. Como no supo entender el ideal pacifista que suponía el personaje tipo de Paternoy, en un momento en que la guerra se hallaba como pilar de una sociedad sin utopías, moribunda. Un público en fase –al igual que la Historia– de transición. Por eso, para mi entender, el simbolismo está en la propia Historia, en la sociedad que de repente está inerte en un escenario para inertes espectadores. No era el momento oportuno para esta contemporaneidad con que Galdós recreaba, en apariencia, un trozo de la España utópica en la que vive y desarrolla su creación. Su creación también será juzgada, siendo algo más que una cuestión de moda del público es algo más trascendental, pertenece al substrato de la existencia. Brecht decía en los años cincuenta que era condición imprescindible presentar el mundo como transformable. Galdós quería transformar su mundo y la sociedad a la que pertenece, de nuevo la regeneración de España, pero ¿creería el público en esa transformación? ¿Vería en el mundo escénico aquellos elementos para el cambio, o eran mejor las modas con su enajenado y absurdo entretenimiento romántico? La búsqueda para Galdós estaba servida, aunque no así para el espectador que, en algún momento, como este del estreno de Los Condenados, no permitía el triunfo de un autor en dos ámbitos literarios; novela y teatro:

Y ahora quiero indagar, fuera de la escena, la causa del desacierto. ¿Será que el público, por instinto de ponderación, en el cual palpita un gran principio de justicia, se cansa de ser benévolo con este o el otro autor, y que por haberle enaltecido más de la cuenta se complace después en arrojarle por el suelo? Yo oigo una voz que viene de la sala, no ciertamente de las filas contrarias, sino de las amigas, la cual me dice: “Mira, hijo, mucho te he querido y te quiero. Durante veinte años, en otra región literaria, donde la vida es más tranquila y el ambiente más tempestuoso, aplaudí tu laboriosidad. Después he premiado con mi benevolencia tus tentativas en el arte escénico. Pero, créelo, ya me van cansando tus pesadeces, tus aficiones analíticas, tus preferencias por la acción interna o psicológica. Vuelve en ti, hijo mío, y no apures mi divina paciencia. Yo vengo aquí en busca de emociones fáciles, de ideas claras, de accidentes alegres o patéticos, presentados con arte y brevedad, y tus filosofías me aburren (312).

4 Hay que destacar las palabras escritas en El Siglo Futuro, del 13 de diciembre, con respecto a los seguidores de Galdós y a su propia persona encasillado entre lo que denominan “los liberales”. Apréciense las razones tan poco ortodoxas, teatralmente hablando, con que arremeten al escritor canario:

El Sr. Urrecha cuenta el caso hoy en El Imparcial, con tal lujo de detalles y tales protestas de respeto absoluto, de admiración incondicional, de fanatismo de discípulo, de culto casi idolátrico por su gran Galdós, que no parece sino que el mundo se haya venido abajo por esta fuerza, y que el autor de Los Condenados sea inviolable e infalible, y pontífice máximo de la literatura y del arte. Y es que estos liberales son así: discuten todo lo humano y lo divino, se burlan de nuestra adhesión incondicional e inquebrantable a nuestra Santa Madre Iglesia Católica y a las enseñanzas verdaderamente infalibles de la Cátedra de San Pedro; alardean de una independencia contra toda razón, porque a ellos les parece el non plus ultra de la dignidad humana, y acaban por postrarse ante cualquier idolillo de barro, confesando sin empacho que sienten por él hasta idolatría. (Fig. 6).

De donde se deduce que razones propiamente dramáticas no existen. Lo que se traduce de aquel fracaso es la indignación de aquellos que siempre fueron intocables, y a cuyas conciencias molesta la puesta en escena de temas que no sólo concierne a sus doctrinas, sino a las de todo el mundo cristiano, así como otras filosofías y principios de la más estricta y primaria ética. Volver al texto

5 Por ejemplo, con respecto del personaje José León o Martín Bravo, un bandido perseguido en toda la comarca, escribe Carmen Menéndez Onrubia, en su estudio

Aquí creo que se puede ver hasta ahora al representante de la clase media isabelina y los primeros movimientos revolucionarios de mediados de siglo, encadenamiento que desembocará en el sexenio liberal. Este período queda reflejado en el segundo acto. Salomé, sobrina de Gastón, representante de la clase media isabelina, renuncia, enamorada de José León, al matrimonio que se había previsto con el hacendado Santiago Paternoy. Con la autorización y protección de éste se va a vivir con él. Falta de previsión e inconsciencia del uno y del otro. Paternoy, cual sensato Cánovas, al renunciar a su matrimonio resume el sexenio liberal con estas palabras: “Criminales de amor, les condeno a la vida, al amor mismo, y a las consecuencias de sus errores”. Barbués y los suyos quedan estupefactos, pero se someten a la sentencia de Paternoy. (1983: 157).

Creo que la reconocida crítico no ha tenido en cuenta en su valoración que por encima de todo está la opinión del creador, y este, Don Benito, está diciendo encarecidamente su absoluto distanciamiento de todo lo simbólico en este drama. A mi juicio, estos personajes, José León o Paternoy, son parte de la vasta galería de caracteres de los personajes de su mundo de creación, ya sean extraídos de la realidad, o ya sean fruto de su imaginación y de la observación. En José León hay muchos elementos de Federico, el aristócrata crápula de Realidad, y de Paternoy hay que recordar que pertenece a ese tipo de hombres de honor del mundo galdosiano. Volver al texto