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De Electra a Casandra:
Su intertextualidad con los clásicos

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2.3. La condición marginal

Se ha señalado que la condición marginal de la Casandra clásica es un rasgo primordial del personaje en Eurípides o en Esquilo (cf. Hualde, 2002: 111). En aquél, la prisionera troyana, cuyo éxtasis profético la asemeja a las bacantes, es denominada por su madre como “vergüenza para los Argivos”, y la propia Hécuba pide que no se la deje salir de la tienda donde están las prisioneras. En el Agamenón, Esquilo nos muestra una Casandra cuyo rechazo social es aún mayor, por la falta de persuasión de sus vaticinios, por su condición de extranjera y prisionera de guerra y por su concubinato con Agamenón.

Es evidente que la figura de la Casandra galdosiana comparte con la de los trágicos griegos su situación de exclusión social. Aquí no son los delirios proféticos ni la condición de extranjera los que generan su rechazo, sino su situación de concubinato. Desde luego, su antagonista hace gala de su desprecio en varias ocasiones con palabras terribles:

DONA JUANA.− (...) ¡Infelices hijos criados entre un padre loco y una madre aventurera! (Jornada I, Escena II).

DOÑA JUANA.− (...) Aún te falta lo peor, lo más ignominioso... Que te uniste a Rogelio sin ley ni religión, casamiento de animales... que con él has vivido en las tinieblas del ateísmo. (Jornada I, Escena XV).

Pero también otros personajes como Clementina, sobrina de la marquesa, mujer muy preocupada por las apariencias sociales, muestran su desdén por la joven (Fig. 15):

CLEMENTINA.− Y ¿quién te dice a ti que ella no pasará por todo con tal de adquirir la libertad que es el ambiente en que viven mejor las estatuas vivas? (Jornada II, escena I).

La propia Casandra es consciente de esta situación, según se deja ver por sus palabras:

CASANDRA.− Yo entendí que me llamaba usted para salvarnos la vida a mis hijos y a mí, y para darme ante el mundo la dignidad de que carezco. (Jornada III, escena VI).

2.4. El odio al opresor

Una de las características de la Casandra clásica es el odio al opresor, en este caso, representado por los griegos vencedores. Aun así, hay notables diferencias entre la Casandra que nos trasmite Esquilo y la que nos presenta Eurípides: en la primera vemos una esclava y concubina que, respetuosa para con su señor, lamenta la inevitable muerte del Atrida. En Eurípides, Casandra, la ménade, entona un himeneo triunfal porque con sus forzadas relaciones con Agamenón va a llevar la ruina a la casa de los Atridas: “Voy a matarlo, voy a arruinar su casa en venganza por mis hermanos y por mi padre” (E. Troad. 359-360), y así consuela a su madre: “Por esto, madre, no tienes que lamentarte por tu tierra y por mi lecho, pues con mis bodas voy a destruir a nuestros más odiados enemigos” (E. Troad. 403-405). Por su parte, la Casandra de la Orestíada afronta la muerte pesarosa, pero serena, mientras que la Casandra de Las Troyanas se dirige a la muerte rebosante de odio para con el enemigo, pero feliz porque su ruina conlleva también la destrucción de la casa de Atreo.

La Casandra galdosiana también representa el odio al opresor y su aniquilación llevará, como en Eurípides, implícita la ruina de la protagonista, que se enfrentará a la cárcel y a una posible condena a muerte que luego las circunstancias se encargarán de atenuar (Fig. 16). Pero, en el momento de matar a doña Juana, nuestra Casandra hace justicia por su marido y por sus hijos arrebatados, como la de Eurípides, pretende la muerte del Atrida para hacer justicia por su padre y sus hermanos muertos:

CASANDRA.− Mujer idiota y perversa, vengo a pedirte cuenta del mal que me has hecho, y a devolvértelo con mi odio, que es por lo menos tan respetable como tu falsa santidad.

(...) Para ti no hay piedad, ni es justo que la haya. Has hecho mucho mal: has trastornado las conciencias de tus parientes, engañándolos con promesas falaces: me has robado mis amores, y todo eso has de pagarlo (...)

DOÑA JUANA.− ¿Qué haces?

CASANDRA.− ¡Matarte!... He venido con la resolución de matarte si no me devolvías a mis hijos.

CASANDRA.− (...) ¡Monstruo, ya no harás más daño en el mundo que te crio! (...) ¡He matado a la hidra que asolaba la tierra!... ¡Respira, Humanidad! (Jornada III, escenas XI y XII) 29 (Fig. 17).

2.5. Virginidad frente a amancebamiento y maternidad

Otra de las características del personaje clásico de Casandra es la parthenía. La princesa troyana rehúye la relación física con Apolo, aun faltando a su promesa, según nos lo trasmite Esquilo en el Agamenón 1203-1215.

El tema de la virginidad aparece parcialmente modificado en Eurípides, donde la doncellez de Casandra es una recompensa que Apolo le concede por su dedicación al dios30. Dejando de lado la tradición que asegura que Casandra fue violada por Ayax Oileo en el saqueo de Troya, lo cierto es que esta figura mítica se ha caracterizado principalmente por su condición virginal en su paso a las literaturas occidentales, hasta el extremo de que desde la Edad Media se la considera modelo de castidad. Por el contrario, la Casandra galdosiana, en su condición de mujer soltera y amancebada, más nos recuerda a la situación de concubinato que presenta finalmente su homónima en Esquilo y Eurípides. Pero, frente a la Casandra de Eurípides, cuya unión forzada con el Atrida es denominada como “bodas a punta de lanza”, la Casandra de Esquilo es, como dijimos, una concubina respetuosa para con su señor. De la misma manera, nuestra Casandra del siglo XX, como la esquilea, vive resignada su situación de amancebamiento y, si bien, especialmente en la versión novelada, son numerosas las ocasiones en que manifiesta su deseo ardiente de contraer matrimonio:

CASANDRA.− Delante de todos mis ensueños va el de ser la esposa legítima de Rogelio. (Jornada II, escena V) .

CASANDRA.− Aseguro a usted que he deseado y deseo casarme con Rogelio (...) (Jornada I, escena XV).

CASANDRA.− (...) yo esperaba de ti que legalizaras mi unión con el hombre que amo (Jornada III, escena XI).

CASANDRA.− (...) Yo había creído que Doña Juana, como persona religiosa con pretensiones de santidad, me casaría con Rogelio. Era este mi deseo más vivo (Jornada IV, escena X).

Pero lo cierto es que la Casandra galdosiana no es una mujer que activamente se oponga al sistema, sino una amante enamorada que, sin exigencias, acata la voluntad del hombre que comparte su vida:

DONA JUANA.− (...) ¿Cuál de los dos opone resistencia mayor a contraer matrimonio?

CASANDRA.− Él, él... Yo lo deseo... la oposición es de Rogelio, de sus ideas fantásticas. (Jornada I, escena XV).

Respecto a que esta Casandra se nos presente como madre de dos hijos, cabe decir que también fuentes mitográficas antiguas atribuyen a su precursora clásica dos hijos habidos de su unión con Agamenón: Teledamo y Pélope. Pero en la novela dialogada de don Benito los nombres de los infantes son Héctor y Aquiles, hecho que de por sí requiere comentario:

ROSAURA.− (...) El mayorcito, llamado Aquiles, tiene natural entendimiento, una comprensión natural que pasma. El pequeño se llama Héctor, y apenas habla todavía.

DOÑA JUANA.− Válgame Dios... ¿Pero de dónde han sacado esos malditos nombres?31. (Jornada I, escena XI).

Como en otras ocasiones, la técnica que emplea Galdós para llamar la atención sobre la onomástica clásica es la reflexión de alguno de los personajes de la obra, en este caso, doña Juana, quien implícitamente se escandaliza del origen pagano de los nombres. Y ¿por qué Héctor y Aquiles? Recordemos que los nombres aluden a los caudillos troyano y aqueo, respectivamente, los más terribles enemigos, y que su enemistad se salda con la muerte del primero a manos de Aquiles en el canto XXII de la Ilíada. Cabe la posibilidad de que el hecho de que Galdós nos los presente aquí como hermanos sea, en el plano simbólico, la manera de expresar que el amor, en este caso, el amor de Rogelio y Casandra, libre de ataduras legales, puede lograr el milagro de reconciliar los más terribles odios.

29 Se corresponde con las palaras finales de la versión dramática. Volver al texto

30 “¿a la virgen consagrada a Febo, a la que el de bucles de oro le dio como recompensa una vida sin lecho nupcial?” (Eurípides, Troad. 253-254). Volver al texto

31 Los nombres de los hijos no aparecen en la versión teatral. Volver al texto