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De Electra a Casandra:
Su intertextualidad con los clásicos

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2.1. Clarividencia y profecía

Una de las características que marcan principalmente el personaje de la Casandra griega, ya desde el ciclo épico, y, sobre todo, a partir de la tragedia, es la clarividencia y el don de profecía. Este don, al menos desde Esquilo, está ligado a la historia mítica bien conocida de los amores entre Casandra y el dios Apolo 25: Casandra promete al dios sus favores a cambio de la profecía. Una vez que el dios ha cumplido su parte, ella lo rechaza. Desde el momento de su engaño al dios Apolo, la profetisa será castigada con la falta de credibilidad ante sus conciudadanos (Esquilo, Ag. 1210-1212).

En la Casandra galdosiana, sin ningún género de dudas, el autor pretende poner al lector sobre la pista de la profetisa mítica. Ya muy al comienzo de la obra, se liga la figura de la protagonista con la idea de clarividencia en las siguientes palabras:

ISMAEL.− Y la misma Casandra, que ve claro y lejos en los horizontes de la vida, no desea otra cosa (...) (sc. casarse por la Iglesia). (Jornada I, escena XI).

Y, de manera definitiva, como avanzábamos, se menciona a la Casandra clásica para identificarla con la figura de la protagonista:

ISMAEL.− No es diablesa, sino la propia Casandra, hija de Príamo, princesa de Troya y profetisa (...) (Jornada I, Escena XIII) 26.

ZENÓN.− Casandra, por algo tiene usted nombre de profetisa. ¿Quiere usted adivinarnos el porvenir, descifrarnos el tremendo enigma que a Ismael y a mí nos trae locos? (Jornada I, Escena XI).

Pero parece claro que nuestra Casandra se aleja de esta idea en su contundente respuesta:

CASANDRA.− Yo no adivino más que lo que ignoran los tontos y lo que olvidan los desmemoriados. (Jornada I, escena XIV) 27.

Y, efectivamente, el personaje galdosiano es, en este sentido, completamente opuesto al de la mitología griega. Con una clara subversión del mito, nuestra Casandra es un personaje envuelto en incertidumbres, que, cuando el resto de los personajes ya conoce cuál es el perverso plan que Doña Juana prepara para ella 28, se aferra a sus dudas, antes que querer ver la verdad (Fig. 12):

CASANDRA.− Iré, veré a la maldita vieja... No, no; bendita será si me saca de esta mortal incertidumbre (Jornada II, escena III).

(A DOÑA JUANA.)

CASANDRA.− (...) Deseaba ver a usted para que me sacase de una incertidumbre dolorosa.

CASANDRA.− ¿Pero no sabré de una vez qué quieren hacer de Rogelio, de mis hijos y de mí?

CASANDRA.− ¿Penas dicen? ¿Me aguarda mayores penas? (Jornada II, escena V).

CASANDRA.− (...) He pedido a usted que me saque de mis horribles dudas; le he pedido claridad y me envuelve con mayores tinieblas.

CASANDRA.− (...) La duda, el no saber... sea usted sincera... Dígame... No extrañe que me subleve contra el misterio que...

CASANDRA.− Dios, amor, fe... ¿Dónde estáis?...Y me voy sin saber qué será de mí. Cielo, Dios, Amor, decídmelo. (Jornada II, escena V).

CASANDRA.− ¿Sabes? Mi mayor tormento es ignorar la verdad de mi desgracia. Ayer vi a Doña Juana... Me lastimó en lo más vivo, sin decirme nada con claridad. (Jornada III, escena VI).

CASANDRA.− Rosaura... dime... háblame... Tu cara... no miente. Tú sabes lo que yo no sé.

ROSAURA.− Sí..., te diré... Pero has de prometerme tener juicio. No me pongas esos ojos espantados, que me dan miedo.

CASANDRA.− Los tengo así de tanto mirar a esta tragedia oscura y a esta catástrofe invisible. (Jornada III, escena VII).

En este sentido hemos de afirmar que el nombre de la protagonista funcionaría en esta obra de manera inversa a lo esperable, para designar a un personaje que durante buena parte de la novela resulta muy poco clarividente. Sólo a partir de la escena VII de la jornada III, Casandra empieza a vislumbrar su situación (Fig. 13).

CASANDRA.− (...) Ya entendí que Doña Juana quiere separarme de Rogelio. Me tiene por una mujer mala. Las buenas formas que Dios quiso poner en mí, soy para ella hechura de Satanás... (Jornada III, escena VII).

CASANDRA.− Lo que yo no entendía cuando me hablaba esa mujer, ahora lo veo muy claro. (Jornada III, Escena VIII).

Solamente al final de la obra nuestra Casandra adquiere ciertos tintes de clarividencia, producto de su propia reflexión sobre los hechos, lo que, finalmente, la acercaría, de alguna manera, al rasgo más relevante del personaje de la tragedia griega.

2.2. Desgracia y conocimiento

En la Casandra de Esquilo ambos conceptos −desgracia y conocimiento− aparecen unidos, haciendo explícita en el personaje una de las ideas matrices del teatro esquileo: la del aprendizaje por el sufrimiento. En el largo camino desde princesa troyana a prisionera y concubina que va a morir lejos de su patria, desde joven impía que traiciona a Apolo a profetisa consciente de su propia destrucción, hay todo un proceso de adquisición del conocimiento. Por tanto, el tema destacado por Esquilo en el mito son los sufrimientos de Casandra desde su engaño al dios Apolo: la falta de credibilidad ante sus conciudadanos (Ag. 1210-1212), los nuevos vaticinios sobre la casa de Atreo y el crimen inminente que se suceden a lo largo de la escena y que tampoco van a ser creídos, en este caso, por el coro. Finalmente, Casandra llega al conocimiento de que jamás sus palabras serán creídas, por lo que afirma “Y no importa si no convenzo a nadie” (Ag. 1239), y llega, asimismo, a la aceptación de su propio destino, por lo que, tras romper los atributos divinos, se dirige serena hacia la muerte. En un momento anterior a la entrada de Casandra en el palacio, el coro la califica como “mujer muy desgraciada y muy sabia” (A. Ag. 1295-1296), ambos conceptos, sufrimiento y sabiduría, unidos en la persona de la profetisa como ejemplificación de esta idea básica de Esquilo que es el mencionado aprendizaje por el sufrimiento.

Esta misma situación es posible apreciarla en la Casandra galdosiana. Una vez que el personaje, en la versión novelada, ha cometido el crimen y ha matado a la madrastra de su marido, se va a resaltar su figura sufriente:

CEBRIÁN.− Llore usted, llore. No haré yo la tontería de consolarla. ¡Dichosa el alma que en ese raudal de penas se ahoga y se limpia!... Casandra, desdichada Casandra... (Jornada IV, escena IX).

ROSAURA.− Desgraciada eres y criminal fuiste. Por criminal y por desgraciada he venido a ti; que si fueras poderosa y feliz, a tu lado no me verías. (Jornada V, escena XII).

Casandra se encuentra en situación de gran dolor y abatimiento. Recordemos que ha sido privada de sus hijos, que su marido la ha abandonado, seducido por el dinero que le ofrecía Doña Juana, que ella misma se ha convertido en asesina y, además (como la Casandra de Esquilo y, sobre todo, de Eurípides), la destrucción de su enemiga puede acarrear su propia muerte, si el tribunal así lo sentencia. En estas circunstancias llega a ella Rosaura, la mujer de Ismael, uno de los sobrinos de la anciana muerta. Esta Rosaura es el personaje mejor valorado por Galdós en su Casandra (Fig. 14). Si, como está admitido, con esta novela y el drama homónimo Galdós pretende hacer un alegato contra la intransigencia religiosa y denunciar los abusos de la Iglesia durante estos años en nuestro país, es preciso hacer la salvedad de que nos encontramos ante una obra que puede llamarse anticlerical, pero, de ninguna manera antirreligiosa. Por el contrario, Galdós nos expone, en buena medida, lo que podemos llamar su “teología” (recuérdese la división del Dios de los ricos, igual al Dios de la Administración o Dios oficial, y el Dios de los pobres, aquel que desciende a donde nadie quiere). La figura de Rosaura, mujer dedicada a su casa y a la crianza de sus hijos, que va a la iglesia sólo cuando puede y que no rechaza la amistad de Casandra, aunque esta viva en concubinato, sería la representante de esa religión auténtica del corazón y de las obras, que no de los ritos. Es su bondad, que la lleva a cuidar como si fueran suyos a los hijos de la protagonista presa, y es su buen hacer para reconciliar a los amantes y para vencer la resistencia de Rogelio a contraer matrimonio eclesiástico los que hacen que Casandra recapacite sobre su vida, y que, como la Casandra esquilea, de su sufrimiento profundo llegue al mayor punto de altura moral que la lleve al verdadero conocimiento. En este sentido, es revelador el diálogo de las dos mujeres en el final de la obra:

CASANDRA.− (...) Demasiado ruido hace en el mundo la devoción para que sea de ley.

ROSAURA.− La piedad verdadera florece en el silencio.

CASANDRA.− Y no debemos buscarla en el bullicio que nos aturde, que nos ensordece...

ROSAURA.− Ruido de gente inquieta y gritona. Son los altareros que, ciegos, desalojan las almas, arrojando de ellas la fe de Cristo... ¿No ves tú en nuestra sociedad ese túmulo irreverente y triste?

CASANDRA.− Sí... (Con visión lejana.) Y más allá veo la sombra sagrada de Cristo..., que huye.

En estas palabras se refleja que Casandra, una vez purgado su delito, ha adquirido la clarividencia en los términos del mensaje que Galdós quiere trasmitir: nuestro personaje llega a percibir cómo Cristo abandona la sociedad que ha falseado su doctrina.

25 Mason (1959: 85) deja abierta la posibilidad de que la historia del amor de Apolo por Casandra sea invención del propio Esquilo, aunque también admite que podría ser, por su esquema asociado al primitivo concepto de inspiración, una versión mítica popular, como la recogida por Eustacio (a Hom. 663.40) en la que se narra que Casandra y su hermano Héleno fueron dejados de niños en el templo de Apolo, donde una serpiente les lamió los oídos y recibieron el don de profecía. En cualquier caso, no es un “relato homérico” como afirma O’Byrne Curtis (1996-1997: 80). Volver al texto

26 Esta presentación que liga la figura galdosiana con la helénica no aparece en el drama, sólo en la novela dialogada. Volver al texto

27 Igual en el drama Acto I, escena XI. Volver al texto

28 Para la versión dramática O’Byrne Curtis (1996-1997: 80) destaca que la capacidad de predecir desgracias se traslada del personaje principal a las figuras periféricas. Volver al texto