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Coordenadas pedagógicas
en la dramaturgia de Benito Pérez Galdós

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El autor dedica una escena completa a esta reflexión del monólogo de Victoria sobre el poder del amor, que llevará a la protagonista a convertirse en guía-maestra de Pepet, como santa laica, cuya conducta conseguirá reconducir precisamente a través del amor erótico y filial (paternidad). Un amor que también mueve a las protagonistas de Voluntad (1895) y La de San Quintín (1894), y las dota de la fuerza necesaria para enfrentarse a las convenciones sociales y tomar un papel activo en sus vidas. Ese amor, entendido como espiritualidad, fuerza suprema, como una fuerza omnipresente, lo definirá Galdós como un dios en una carta a Teodosia Gandarias del 21 de julio de 1907, en la que se puede leer: “Yo voy creyendo que dios es el Amor, y que el Amor es la atracción Universal, amor todas las leyes que regulan la vida física como la espiritual” (Correspondencia, 2016: 609). Una afirmación que manifiesta el grado de importancia que tiene lo afectivo en el ideario pedagógico del autor. Y a esa fuerza suprema que todo lo regula debe unirse la ciencia, entendida como la suma del conocimiento compartido y su puesta en práctica, para dar lugar a la convivencia utópica de la comunidad de Guillermo en Amor y Ciencia (1905). Una obra en la que vuelve a estar presente la fuerza motivacional del amor, tanto erótico como filial (Fig. 14). El propio título ya es toda una declaración de intenciones y pone de manifiesto dos de los pilares de la filosofía educativa del autor. Galdós dedica una escena completa a un pequeño parlamento, separando la profundidad de la reflexión que encierra del resto del texto: “¿qué es la humanidad más que una inmensa clínica, con apariencias de escuelas y de presidio? Curar, educar, corregir, todo es lo mismo” ( Amor y Ciencia, acto III, escena XII: 138). Y para llevar a cabo la sanación de los enfermos de ignorancia, primero deben conocer que padecen una grave enfermedad que solo podrán curarse si predisponen la voluntad para ello.

En la producción de Galdós encontramos diversos ejemplos de la necesidad de estar motivados y con la voluntad predispuesta para el aprendizaje, y que incluso este aprendizaje es más rápido y efectivo si la motivación conecta de manera directa con nuestras emociones. Del mismo modo, el autor apela de manera constante a que es posible generar esa motivación a través del amor y, en general, del afecto, y en este sentido entronca con las reivindicaciones de Unamuno sobre el poder pedagógico del amor. Galdós, como Unamuno, cree que el amor y lo afectivo son un faro, un motor para desenvolverse en la vida y, por tanto, las emociones deben estar presentes en todo proceso educativo. En la obra de Galdós encontramos innumerables ejemplos que invitan a reflexionar sobre la educación afectiva frente a la educación basada en la represión y el miedo que imperaba en la época, y la necesidad de considerar la gestión de las emociones como parte necesaria de todo ideario pedagógico que aspire al desarrollo integral de la persona. En este sentido, su perspectiva educativa entronca con las modernas teorías 5 que apuestan por el aprendizaje afectivo; así como con los últimos descubrimientos de la neuro-didáctica que demuestran la vinculación entre la huella emocional y la efectividad del aprendizaje. Investigaciones que vienen a poner en evidencia que la educación debe basarse en el descubrimiento y la experimentación y no en métodos memorísticos, contextualizando el proceso educativo en experiencias de la vida real que permitan dotar de habilidades prácticas o competencias al discente, para que pueda desarrollarse plenamente como ciudadano comprometido y responsable. Unas ideas que también presentes en la concepción pedagógica de Galdós, como muestra, por ejemplo, la crítica que hace Pepet de la educación de la época, demasiado libresca y poco práctica:

CRUZ.– Dígame usted: ¿esa vieja aristócrata (por la Marquesa) tiene dinero?

HUGUET.– ¡Oh!, no... ¡Pobrecilla! Su esposo no dejó más que trampas. ¡Excelente señora! Ha pasado mil amarguras y privaciones para educar a sus hijos...

CRUZ.– (Con desprecio.) ¡Valiente educación!

HUGUET.– Buenos chicos..., aplicados...

CRUZ.– De estos que todo lo esperan de los libros, de los discursos... Se morirán de hambre si no pescan una dote. (La loca de la casa, acto I, escena X: 191).

La educación es en Galdós un acto de justicia social y por ello es importante facilitar el acceso a ella, pues todos los seres humanos tienen alguna potencialidad que con la intervención educativa adecuada puede ser desarrollada, como afirma Máximo: “Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién te dice a ti que no te crio Dios para grandes fines?” ( Electra, acto III, escena I: 227).

Si bien Galdós no habla de igualdad estrictamente desde el punto de vista actual, de la ingente cantidad de casos de injusticia que denuncia en su producción puede extraerse que facilitar el acceso a una buena educación a todos los integrantes de la sociedad dotaría de conciencia propia, a través de la estimulación del pensamiento crítico, a cada persona como ser humano individual y como parte integrante de un grupo social, como primer paso para el auto-reconocimiento de su función social y, por tanto, como medio necesario para exigir sus derechos. En su obra se rastrean los enormes desequilibrios sobre todo cuando distintas esferas sociales se mezclan en un mismo texto, como en Celia en los infiernos. Sumergido en esta dicotomía, el lector/espectador descubre que en todas las esferas sociales existen grandezas y bajezas morales, y que las preocupaciones y anhelos son fundamentalmente los mismos, aquellos que nos definen como seres humanos. Encontramos igualmente personajes que constituyen una evolución dentro de su esfera y de su época, es decir, que son capaces de salir de la norma de conducta habitual de su clase para poner en tela de juicio el sistema establecido. La única posibilidad para la regeneración efectiva del país será superar las estructuras caducas del Antiguo Régimen en un amplio abanico de ámbitos, y Galdós irá mostrando los posibles caminos para ello. El autor apunta a la necesidad de facilitar el acceso a la educación de las clases marginales y apelará a la responsabilidad del gobierno, de las clases dirigentes y de las clases adineradas para que inviertan en instituciones docentes, no como caridad sino interiorizando que se trata de un compromiso ético y de justicia social que les lleve a revertir en la comunidad parte de lo que se han enriquecido a través de los desequilibrios que hay en ella. Así, llevará al escenario obras en las que las clases altas muestren comprensión con la situación de los obreros, bien situando la acción en un tiempo remoto, como es el caso de Alma y vida (1902) (Fig. 15), cuya problemática entre los vasallos y nobles del siglo XVIII y la revuelta y las denuncias de Juan Pablo Cienfuegos clamando por mejoras laborales frente a la tiranía de Monegro reflejan claramente la situación de los movimientos obreros del finales del siglo XIX y principios del XX, y la comprensión de la rica hacendada doña Laura hacia las justas peticiones de los vasallos, tras el reconocimiento de Juan Pablo como su maestro, y su decisión de repartir sus tierras antes de morir, constituyen una llamada a que la oligarquía española de la época abra los ojos y actúe.

Once años después, estrenará Celia en los infiernos (1913) y llevará a Celia, una joven adinerada, al Madrid de los bajos fondos, la miseria física y moral; y el impacto de este contacto llevará a la protagonista a encaminar su fortuna y sus acciones a regenerar ese sórdido ambiente. Aunque el trato que reciben los obreros por parte de Celia, visto desde nuestra perspectiva actual, puede resultar más paternalista que igualitario, en el contexto de la época y atendiendo al devenir vital e ideológico de Galdós, así como al público al que va destinada la obra, debe considerarse una nueva apelación de Galdós a la necesidad de que los de arriba se preocupen por los de abajo como un acto de ética y justicia, como una deuda histórica que deben saldar con las clases más bajas de la sociedad.

En definitiva, su obra será una búsqueda constante de los medios para configurar esa educación integral, con clara incidencia de la dimensión afectivo-moral, que convierta la concepción ideal de lo pedagógico en una realidad tangible para España. Esto es, que permita solucionar el problema social de manera global. El entramado pedagógico que se va desarrollando en las distintas fases de su novelar se traslada a su teatro, donde encontramos la condensación de las ideas educativas que el autor ha ido diseminando por el resto de sus obras, como la necesidad de eliminar la falsa educación, basada en la intransigencia, el fanatismo y las apariencias; la urgencia de tomar conciencia sobre la necesidad de una educación integral para la transformación de la sociedad; la necesidad de motivación intrínseca para que el proceso educativo sea significativo o la revalorización del autoaprendizaje y el aprendizaje por descubrimiento y experimentación, entre otros. Una muestra más de la modernidad del pensamiento galdosiano, en tanto que es capaz de aunar la profundidad filosófica y la cotidianeidad de la vida práctica desde una cosmovisión abarcadora y amplia, poco común en su época. Toda su obra puede interpretarse como un intento de buscar las raíces profundas que permitan crear una estructura, un sistema alternativo, primero desde una perspectiva krausista, después regeneracionista-socialista, pero después le llevará a una postura en la que el autor asume la necesidad de una intervención educativa desde la cuna, para sentar las bases de la autoconciencia individual como paso necesario para la convivencia social pacífica. Conceptos como educación, ética, voluntad, reconciliación, espíritu y lucha se harán clave para entender el ideario galdosiano y, entre ellos, la formación, la educación, la pedagogía, en nuestra opinión, constituyen el elemento que nunca deja de estar implícita o explícitamente presente en toda su obra, enhebrando como hilo conductor todos los demás aspectos y que en su última etapa se revela como tal de manera indudable. En su novela Galdós deposita esta función educadora en la necesidad de formar a buenos maestros y, sobre todo, maestras como guías-mentoras que posibiliten la autoconciencia individual y la motivación intrínseca. Mientras que en su teatro, en una suerte de ejercicio de auto-reconocimiento para el lector/espectador de la época, el papel de guía-maestro-regenerador se traslada a la acción de cada persona individual, como autoconciencia de su papel en la sociedad y revelación a través del amor, la ética, la voluntad y el trabajo, es decir, a través de una educación integral que tenga como objeto el desarrollo multidimensional del ser humano, como medio necesario para crear una nueva sociedad libre, comprometida, autónoma, tolerante y solidaria. Y todo ello permite que su obra siga reactualizándose y siendo portadora de valores ético-pedagógicos en el mundo contemporáneo.

5 Esto no quiere decir que esta perspectiva pedagógica no existiera antes de la formulación del aprendizaje afectivo y la neuro-didáctica tal y como se estudian hoy en día, pues la reivindicación del amor y la afectividad como fuerzas que mueven a los seres humanos a ser mejores puede rastrearse, con mayor o menor incidencia en toda la historia de la humanidad. Así, encontramos ejemplos en la Antigüedad Clásica o en el Siglo de Oro español ( La dama boba, Lope de Vega) y está presente también en educadores coetáneos de Galdós, como Unamuno ( Amor y pedagogía). Volver al texto
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