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Coordenadas pedagógicas
en la dramaturgia de Benito Pérez Galdós

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En su profunda interiorización de la problemática social española, el autor ha sido capaz de darse cuenta de que es necesario que exista un equilibrio entre el aprendizaje vital práctico y la formación reglada, pues sin el conocimiento de la ciencia de la vida nuestras decisiones y acciones tienen muchas posibilidades de ser erradas, en tanto que no se contempla su aplicabilidad al contexto real inmediato. La erudición y la abstracción teórica, si están desvinculadas de la vida real, difícilmente podrán aportar soluciones prácticas a los problemas inmediatos de las personas. De ahí la necesidad de palpar el ritmo vital de las diversas capas sociales antes de delimitar un camino pedagógico (o vital) absoluto basado solamente en la introspección filosófica, como pretendía Máximo Manso ( El amigo Manso, 1882). En Voluntad (1895), Isidora sostiene que es necesario aprender la ciencia de la vida:

SERAF.– ¿El autor de la Filosofía de lo inconsciente?

ISIDORA.– No sé de qué es autor. Tú vas, y le pides el muestrario de percalinas asargadas, y me lo traes.

SERAF.– Bien. Haré todo lo que mandes.

ISIDORA.– (Acariciándolo.) Cabecita llena de viento, no se estudia sólo en los libros. Hay que aprender antes un poco de ciencia de la vida, en la vida misma.

SERAF.– Bueno, hermana. Tú nos subyugas, nos fascinas; tienes sobre todos tal poder sugestivo, que no hay manera de resistirte.

TRIN.– ¡Pero qué dirán sus amigos del Círculo de Historia y Literatura!

ISIDORA.– ¡Valiente caso hago yo de la opinión de los señores discursistas! ¡Que vengan, que vengan aquí con sus retóricas a salvarnos de la miseria, y a enseñarnos cómo se restaura el crédito de una casa, y se da de comer a una familia! (Acto III, escena III, 562).

Por el contrario, Alejandro, pretendiente de Isidora que ha sido educado en la vida regalada de los herederos ociosos, vive en un mundo irreal, ajeno a los apuros de la vida práctica, y cuando cae en desgracia se siente incapaz de reinventarse; rechaza, por tanto, el castigo de la miseria como enseñanza, como lección de vida:

ISIDORA.– ¿Para qué? Ya sabes la triste verdad. Eres pobre. Bruscamente has pasado del bienestar a la miseria.

ALEJ.– (Con exaltación gradual hasta el fin del parlamento.) ¡Oh, miseria, miseria; no me tendrás, no, no! Te rechazo como castigo; te detesto como enseñanza. Pavorosa realidad, me rebelo contra ti. No tratéis de convencerme, no tratéis de conquistarme. Dios me ha hecho incompatible con la miseria; Dios ha puesto en mí la absoluta incapacidad para luchar con ella. No puedo, no puedo, Isidora. Te admiro; pero jamás seré como tú... Honrada familia, y tú, mujer amada, perdonadme todos el mal que os he hecho y que hoy no puedo remediar, hoy menos que nunca. Dejadme, dejadme en poder de mi destino; dejadme en las realidades de mi carácter; no toquéis á mi orgullo, que no admite mano de nadie; que antes quiere la muerte que la humillación. ¡Miseria, infierno de la vida, no me tendrás! Sólo caen en ti los cobardes. Yo sé cómo se libra un hombre de tus horribles tormentos... Yo me salvo, sí; soy libre, libre como el aire, como la idea, (cae en una silla fatigado y sin aliento.) (Acto III, escena VII, 587).

Esta actitud de Alejandro recuerda a la de Federico Viera en Realidad (1892), pero en este caso será salvado gracias a la fuerza de voluntad de Isidora, quien logra abrirle los ojos a la realidad:

ALEJ.– (Restregándose los ojos, como quien despierta do un sueño.) ¡Pobre, miserable!... ¿Estoy soñando, Isidora?

ISIDORA.– No. Quizás es la primera vez en tu vida que estás despierto. Soñabas cuando eras rico. Has abierto los ojos a la realidad. (ALEJANDRO apoya su cabeza en la mesa mostrando un gran abatimiento.) (Voluntad, acto III, escena VII: 587).

Finalmente, Isidora logra ganarse su voluntad y reeducarlo en la vida práctica a través del afecto, otro de los fundamentos de la pedagogía galdosiana, la salvación de Alejandro muestra nuevamente al amor como redentor y como motivación para el aprendizaje:

ISIDORA.– No es delirio... Es la verdad, la verdad. Esto que ves en mí, es la razón soberana, con la cual, valiéndome de la fuerza que me ha dado Dios, hago un lazo y te sujeto y te amarro a la vida.

ALEJ.– ¡Oh! Me subyugas, me fascinas con esa misteriosa energía que arrojas de ti, por tus ojos, por tu voz, por todo tu ser. No muero, no, no quiero morir, porque no veo un medio de adorarte fuera de esta vida… Por tu amor vivo. Es el único fin que veo en mi desdichada existencia. ( Voluntad, acto III, escena VIII: 589).

En esta coordenada pedagógica, la propia experiencia vital es aleccionadora, pues vivir es aprender de las experiencias, como sostiene María: “cualquier suceso inesperado abre a la voluntad humana caminos nuevos” (Mariucha, acto III, escena V: 463). En el teatro galdosiano es habitual encontrar personajes que han aprendido de las lecciones de la vida, a partir del impacto de una experiencia vital, generalmente el de una desgracia, como sostendrá Casandra: “Tomaré consejo de mí misma. Mi dolor me ilumina” (Casandra, acto III, escena VII: 295). Tal es el caso de León, símbolo de la regeneración integral, quien, tras una juventud caracterizada por los desmanes, el escándalo y el oprobio, cae en desgracia y es abandonado por su entorno; el impacto de su nueva realidad le lleva a la regeneración:

LEÓN.– En realidad, no tengo ya por qué ocultarlo. León es mi segundo nombre de pila. Lo adopté como primero en los días más horrendos de mi vida, cuando, abandonado por unos, de otros perseguido, me vi solo, encadenado a mi conciencia, frente al mundo inmenso, que me pareció el conjunto de todas las iras contra mí. Hoy conservo este nombre porque en él veo la forma bautismal de mi regeneración. Usted, con divina perspicacia, acertaba cuando dijo: «No es aquél, Cesáreo; es otro».

MARÍA.– (Reflexiva.) Es usted otro.

LEÓN.– El hombre lleva en sí todos los elementos del bien y del mal. Excelentes personas han caído en la perdición; santos hay que fueron perversos.

[...]

MARÍA.– La desgracia, tal vez la miseria, le han obligado a luchar; la lucha le ha redimido: ¿no es eso? (Mariucha, acto II, escena II: 439-440).

Tras contarle los pormenores de su camino hacia la transformación, León explica orgulloso que es un hombre nuevo, modelo galdosiano de la nueva juventud que necesita España, capaz de caminar libremente, confiando en su propia fuerza; cuyo ejemplo servirá para que María rompa, aunque de forma traumática y dolorosa, con la tiranía de la tradición que refleja su familia y aprenda a vivir de su trabajo:

LEÓN.– Me sentía poseedor de cualidades nuevas, de ideas nuevas, de nuevas aptitudes... Buscaba en mí, por curiosidad, al hombre antiguo, y no lo encontraba. Aquí de la expresión de usted, que me llega al alma: «No es aquél, Cesáreo; es otro».

MARÍA.– Su historia, señor mío, me conmueve, me anonada. La veo no menos maravillosa que las vidas de santos y que las empresas de los conquistadores más atrevidos. Lo demás...

LEÓN.– Lo demás apenas necesita explicaciones: honradez intachable; trabajo continuo noche y día; diligencia, prontitud, buena fe; cumplimiento exacto, infalible, de todo compromiso comercial... conciencia tranquila, robustez, salud...

MARÍA.– (Suspira hondamente.) ¡Cuántos bienes después de tanta adversidad! (Mariucha, acto II, escena II: 443).

En este aprendizaje vital también será recurrente la alusión al otro como modelo de conducta. Tal es el caso de María y León, que se consideran recíprocamente maestros-modelo el uno del otro. Por un lado, León considera a María su maestra-guía, en tanto que le ha regenerado de manera completa al encender de nuevo en él la vida emocional y, por otro, María ha aprendido a partir del ejemplo de vida que le ha supuesto conocer la historia de León:

VICENTA.– (Maliciosa.) Creo haber oído... que María debe á usted sus conocimientos mercantiles.

LEON.– No merezco el honor de llamarme su maestro. Si esto se dice, será porque algún ejemplo de mi azarosa vida le sirvió de lección saludable. De aquellos ejemplos ha sacado su ciencia; de su ciencia, sus triunfos y la reparación de su casa y familia.

VICENTA.– ¿Es cierto, amiga mía?

MARIA.– Cierto será cuando él lo dice, Vicenta.

VICENTA.– Bien. (A León con picardía.) Sabe mucho su alumna.

LEON.– ¡Que si sabe! (Observando á Marra, que sonríe.) Vea usted esos ojos, que penetran en toda la realidad humana. (Mariucha, acto III, escena V: 460).

A través de su obra, Galdós educa al espectador, dándole ejemplos de otras posibilidades para la sociedad española, la prepara ante la caída inminente del modelo social convencional, en tanto que la obra literaria se presenta al lector/espectador como un mundo posible, como una existencia realizable, y constituye, por tanto, una circunstancia vivencial significativa, identificable, imitable o condicionante. El autor era consciente de que la literatura contribuye a desarrollar individuos cuya capacidad de empatía, solidaridad y adaptación a nuevas experiencias harían posible la transformación de la sociedad española, como responde a la pregunta de si es partidario “del arte por el arte”:

No, jamás. Creo que la literatura debe ser enseñanza, ejemplo. Yo escribí siempre, excepto en algunos momentos de lirismo, con el propósito de marcar huella. Doña Perfecta, Electra, La Loca de la casa son buena prueba de ello. Mis episodios nacionales indican un prurito histórico de enseñanza. En pocas obras me he dejado arrastrar por la inspiración frívola 2.

Sus obras pueden ser entendidas como obras educativas, pues ayudan al autor a reflexionar y explicar los problemas derivados de la falta de educación en España, a la par que le permiten experimentar sobre las posibles soluciones, y todo ello, a su vez, tiene un impacto en el lector o espectador, por lo que la lectura de la obra galdosiana constituye en sí misma un ejercicio educativo. Galdós apela a la necesidad de imaginar nuevas realidades y alienta al espectador a que tome un papel activo en el desarrollo de los acontecimientos a través de la introducción de personajes que actúan para cambiar su destino, como modelo de la nueva generación, los nuevos jóvenes, Rosario-Víctor (La de San Quintín), Casandra-Rogelio (Casandra) o María-León (Mariucha), que deben dar el paso definitivo para regenerar España. Hecho que no implica necesariamente la eliminación radical de todo lo anterior. Así, por ejemplo, a pesar de denunciar el fanatismo y la corrupción en el seno de la Iglesia con personajes como Salvador Pantoja (Electra), no pretende el destierro de la religión, sino la regeneración del clero. El propio Galdós se explicaba en una entrevista publicada en el Diario de las Palmas del 7 de febrero de 1901:

En Electra puede decirse que he condensado la obra de toda mi vida, mi amor a la verdad, mi lucha constante contra la superstición y el fanatismo, y la necesidad de que olvidando nuestro desgraciado país las rutinas, convencionalismos y mentiras, que nos deshonran y envilecen ante el mundo civilizado, pueda realizarse la transformación de una España nueva que, apoyada en la ciencia y la justicia, pueda resistir las violencias de la fuerza bruta y las sugestiones insidiosas y malvadas sobre las conciencias.

Esa España nueva supondrá también una nueva implicación de la Iglesia como entidad social mediadora que debe velar por que el amor y la verdad prevalezcan sobre las imposiciones fanáticas, como manifiesta el final de Mariucha (1903), cuando el cura don Rafael supera la presión de las convenciones sociales y familiares en pro de los valores humanitarios y cívicos que representa la nueva generación (Fig. 6). El apoyo del cura a la unión de los jóvenes frente a la oposición de la familia posibilita que la Iglesia se identifique con ese nuevo futuro para la sociedad española basado en una economía viable y no en un pasado caduco.

2 Información extraída de la revista Aguayro, n. 164 (1986: 34), que reproduce la entrevista realizada por Luis Antón de Olmet y Arturo García Carrafa a Benito Pérez Galdós que fue editada como parte de una publicación biográfica especial que realizó la imprenta “Alrededor del mundo”, bajo el título Los grandes españoles. Galdós (Madrid, 1912). Volver al texto