Coordenadas pedagógicas
en la dramaturgia de Benito Pérez Galdós

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Nuestra premisa de partida para el análisis del tema educativo en la dramaturgia de Galdós difiere de las investigaciones citadas en tanto que está basada en la existencia de un ideario pedagógico galdosiano que emana de su obra, que permite establecer los principios de su filosofía pedagógica y constatar la vigencia de su pensamiento en este ámbito. El autor reflexionará sobre diversas teorías educativas, rescatará de ellas lo que considera válido para conseguir la finalidad social de la educación, es decir, la transformación de la sociedad española, y desechará aquello en lo que no cree, como la actuación violenta. Absorbió lo mejor que podían ofrecerle españoles y extranjeros y lo adaptó a las condiciones de su país, ofrece ejemplos ficcionales de hacia dónde debería derivar la regeneración social y la enseñanza moderna. De hecho, sus principios pedagógicos apuntan hacia una visión muy actual de las ciencias de la educación que entronca con la pedagogía integral u holística. Desde los Episodios Nacionales que nacen con una clara intención didáctica, tal y como manifestó el autor 1, que los escribe, entre otros motivos, para enseñar a los españoles su historia, como paso previo para que tomen conciencia de su responsabilidad para intervenir en los acontecimientos y reconducirlos. A través de sus novelas, donde enseñará a los lectores de su tiempo a conocerse y reconocerse en sus personajes, señalando los problemas de España, entre ellos el educativo. Y, por supuesto, en el teatro, que en el periodo de producción de Galdós constituía un inmejorable altavoz comunicativo que le permite educar a la gran masa poblacional mediante el impacto del reconocimiento individual y la catarsis colectiva.

Todo ideario pedagógico parte como primer principio de considerar la educación como algo necesario, y a partir de aquí debe delimitar las concepciones básicas que definen la perspectiva educativa. Este primer principio está presente en toda la obra de Galdós, pues para el autor la educación es necesaria en todos los sentidos: propiciar la convivencia tolerante y pacífica; alcanzar mejores niveles de bienestar social y de crecimiento económico; equilibrar las desigualdades económicas y sociales; propiciar la movilidad social de las personas; poner en valor el trabajo y las profesiones como medio de vida, elevar las condiciones culturales de la población; ampliar las oportunidades de los jóvenes; vigorizar los valores cívicos y laicos que fortalecen las relaciones de las sociedades; el avance democrático y el fortalecimiento del Estado liberal; el impulso de la ciencia y de la tecnología; y, en definitiva para dotar de libertad real a la sociedad a través de la capacidad crítica y la libertad de pensamiento.

Galdós, con sus obras, ficcionales o no (periodístico, epistolar, novelístico, dramático, etc.), da a conocer no solo la realidad educativa de su época, sino un amplio abanico de problemáticas sociales, y ahonda en sus causas y consecuencias, en un intento de mover las conciencias de los españoles para que asuman que existen los problemas, que aprendan de dónde vienen y encaminarlos hacia posibles vías de solución. Partimos de la idea de que la Pedagogía, como ciencia, trata de modificar el carácter integral del hombre y, por tanto, parte de dos necesidades esenciales: determinar el tipo de ser humano modelo, es decir, el ideal educativo. El educador, por tanto, es responsable del ser humano presente, actual, como podría ser cualquier otro ser humano en ese papel de instructor natural, un padre o una madre, por ejemplo, y también es responsable del porvenir, es decir, de diseñar el modelo del futuro. La otra misión esencial es encontrar los medios intelectuales, morales, emocionales, metodológicos y estéticos a través de los cuales sea posible guiar al individuo hacia ese ideal educativo. Y esto es lo que hace Galdós con la sociedad española en su obra.

En el corpus galdosiano encontramos gran cantidad de ejemplos sobre las diversas problemáticas de su sociedad que suponen una suerte de ejercicio de auto-reconocimiento para el lector/espectador de la época. Galdós encamina a sus contemporáneos a reconocer las problemáticas como paso previo para solucionarlas: a través de sus personajes las neuronas espejo entran en juego y ponen en funcionamiento los mecanismos educativos de la empatía. Además, el autor proporciona ejemplos de posibles vías alternativas o soluciones individualizadas en un personaje, pero que podrían convertirse en sociales. Y esta fase de su filosofía pedagógica es la que encontramos de manera más evidente en su teatro. En algunas ocasiones apunta a la alternativa y dota a la obra de un final acorde con el pensamiento inmovilista de la época, como en Los condenados (1894), donde abre la posibilidad de concordia y regeneración a través del amor, pero finalmente el conflicto se soluciona con un golpe de realidad: a pesar de los esfuerzos de Paternoy por explicar el arrepiento y regeneración de José León, este acabará en la horca, pues la sociedad de Ansó no está preparada para ese cambio, en un claro paralelismo con el inmovilismo de la sociedad. Como contrapartida, encontramos obras en las que llena de esperanza el futuro y nos muestra realidades alternativas con un final positivo, como en La de San Quintín (1894), La fiera (1896) o Mariucha (1903), demostrando que el cambio de paradigma es posible y que la voluntad, el amor o la rebeldía y pasión juveniles son fuerzas poderosas y necesarias para la transformación social.

Para que este aprendizaje sea efectivo es necesario que la conciencia individual sea el faro que ilumine el proceso de transformación. Dado que no es posible un cambio social colectivo, Galdós apela a la transformación individual, en el seno de la familia, como paso previo para un cambio paulatino, pero perdurable, de paradigma. Una concepción educativa basada sobre todo en el aprendizaje por descubrimiento y el modelo dialógico de enseñanza que conecta la filosofía educativa de Galdós, además de con los postulados coetáneos de la ILE y el movimiento de la Escuela Nueva, con las bases de teorías más actuales como la educación liberadora de Freire, que tiene por objetivo constituir un proceso de reflexión que lleve al ser humano a tomar conciencia de su papel de oprimido y optar, como compromiso personal, por la transformación social, que está basada en el principio de libertad del ser humano. Unas ideas que están de forma clara en Galdós, pues este también considera que la sociedad debe darse cuenta de la realidad que le rodea, tomar conciencia de ella como paso previo para que se pueda producir el cambio: la regeneración primero a nivel individual y luego a nivel social. Las reflexiones de Clementina, quien tras el impacto de la desgracia es capaz de ver la realidad tal cual es, resultan reveladoras:

CLEMENTINA.− No, Ismael. Déjame que te cuente... Yo también blasfemé; yo también perdí la razón al conocer esta iniquidad. ¡Horrible noche! Al amanecer, repuesta ya de mi locura, lloré por mi marido y por mis hijos... La voz de Dios resonó en mi alma diciéndome: “Ni tú ni tus hijos me maldigáis. Al daros vida, os entregué a los azares del mundo. Todos habéis nacido desnudos y pobres... La riqueza es manejo vuestro. Los humanos la recogéis y la repartís a vuestro gusto. No por ricos, sino por humildes, entraréis en mi reino”. (Casandra, acto III, escena V: 287).

De hecho, Galdós es consciente de la desigualdad social y apela, entre otras cosas, a que la educación llegue a todos como un medio de paliar ese desequilibrio, con la previa concienciación de que esto es responsabilidad de todos. Este mismo compromiso y corresponsabilidad subyace en su continua alusión a la necesidad de que se ponga en valor el trabajo, en tanto que estar ocupado dignifica y evita la ociosidad que es el germen del desarrollo de los aspectos más sórdidos e inútiles del carácter humano, como el ascetismo, la enfermedad nerviosa o la abulia, así como la falta de escrúpulos y la falsa moralidad. La reivindicación de la emancipación gracias al trabajo, el esfuerzo y el hacerse a uno mismo a través de una educación que contemple la vida práctica y el aprendizaje experiencial, como medio para desautorizar la vida ociosa de la aristocracia a la que aspira la nueva clase burguesa adinerada queda materializada en personajes como María (Mariucha) (Fig. 3) o Rosario ( La de San Quintín) (Fig. 4).

Otro de los principios de la filosofía educativa galdosiana que encontramos con mayor frecuencia en su teatro es la necesidad de fomentar las dimensiones afectivo-moral –para propiciar la motivación intrínseca–, y la predisposición de la voluntad, donde el amor se presenta a su vez como motivación para el cambio que predispone la voluntad y como estrategia educativa, motor de aprendizaje frente a la educación basada en la imposición y la violencia. Como puede verse en Los condenados (1895):

SALOMÉ.− (Festivamente, interrumpiéndole.) Bueno; deja al sol y al cielo que mientan todo lo que quieran, y reneguemos nosotros de la mentira. Por vivir en ella, tú y yo estamos condenados.

JOSÉ LEÓN.− ¡Condenados, sí! El vivir solo es ya condenación. Pero el amor salva, el amor redime, y prevalece contra todos los infiernos de acá y de allá. (Los condenados , acto I, escena X, 460).

El personaje de José León se presenta como una suerte de don Juan que es redimido por el amor que siente hacia Salomé:

JOSÉ LEÓN.− Aún tenía algún dinero. No pensaba más que en satisfacer mis locos apetitos. Donde hubiera pendencias, desorden, aventuras, embriaguez, juego, mujeres, allí estaba yo.

GINÉS.− (Regodeándose.) ¡Ay, qué vida!

JOSÉ LEÓN.– Después... la cruel realidad me ha enseñado mucho; he cambiado radicalmente; y por fin, desde que me deparó mi suerte la incomparable mujer que a mi lado tengo, todo aquel pasado escandaloso me inspira vergüenza, repugnancia. (Acto II, escena V, 478-479).

Salomé, por su parte, cree en el amor como estrategia educativa, pues a través de este podrá traer al buen camino a José León, tal y como le confiesa a Paternoy, su guía espiritual:

PATERNOY.– Yo no te martirizo. Quiero salvarte a ti, y a él también. Y he de conseguirlo: soy muy terco, Salomé. (SALOMÉ llora.) Bueno, hija mía, ya no te pregunto nada. No quiero saber nada. Tú confías sin duda en que, queriendo mucho a tu bandido, y sólo con quererle mucho, le traerás a Dios y a la ley.

SALOMÉ.– ¡Oh, sí, sí! Con el amor puro y acendrado; con la ayuda de Cristo Nuestro Señor y de la Santísima Virgen, a quien fervorosamente se lo pido un día y otro, yo conseguiré traerle al buen camino. (Acto II, escena IX, 485).

Pero la sociedad conservadora e inmovilista no es capaz de darles una oportunidad, a pesar de la protección de Paternoy. Ante las ansias de venganza de la población, José León podría haber decidido huir y salvarse, pero cree en la fuerza del amor para instruir a la sociedad, para hacerla entrar en razón y cambiarla, como lo ha cambiado a él, pues “nos impele hacia lo que creemos fuente y origen de todo bien, que nos señala el camino de nuestra salvación...” (Acto III, escena VI: 506-507). No obstante, el final de la obra le dará la razón a su amigo Ginés, como ya se ha mencionado.

1 Por ejemplo, en el epílogo a la primera edición ilustrada de los Episodios, donde manifiesta que su intención era: “presentar en forma agradable los principales hechos militares y políticos del periodo más dramático del siglo, con objeto de recrear (y enseñar también, aunque no gran cosa)”. (Pérez Galdós, 1999: 180) . Volver al texto