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Coordenadas pedagógicas
en la dramaturgia de Benito Pérez Galdós

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No obstante, en la época de Galdós era difícil encontrar lectores activos, por lo que su mensaje, su pedagogía quedó en muchos casos diluida o reducida a un sector intelectual-burgués. Y esta será otra de las denuncias que haga y que se convertirá en principio de su filosofía educativa: la necesidad de que la educación llegue a todas las personas y permita el ascenso social a través del esfuerzo y no del apellido, y esto incluye la revalorización del papel de la mujer en la sociedad. De ahí que ponga en manos de mujeres fuertes y voluntariosas cualidades tanto del buen docente como del buen discente. Galdós confía en la mujer como portadora de la educación en el seno familiar para que, movida por el amor en un amplio sentido, consiga de forma paulatina la transformación de la sociedad. Serán habituales los personajes femeninos que se rebelan contra las imposiciones sociales y, aunque con grandes sacrificios, saldrán victoriosas; así, María (Mariucha, 1903) decidirá vivir de su propio trabajo, reafirmando sus principios morales, aunque le cueste separarse de su familia (Fig. 7); y Celia (Celia en los infiernos, 1913) tomará decisiones propias sobre en qué invertir su dinero, a pesar de la oposición e incomprensión de su entorno.

Dentro de su ideario pedagógico encontramos la necesidad de incorporar una educación moral que tenga como objetivo hacer de cada persona individual el autor de su propia historia, de tomar decisiones personales en situaciones de conflicto de valores. Esta transmisión de valores morales solo será efectiva a través de la actuación ejemplar del entorno directo (familia, maestros, etc.) y de la participación práctica, que capacite para obrar de manera libre. Esta dimensión educativa debe, por tanto, incidir en el proceso de adquisición de las capacidades para pensar, sentir y actuar, y el seno de la familia, con la mujer-madre como principal actora, debe velar por la transmisión de, en palabras de Atenaida: “unas costumbres encaminadas a que la voluntad produzca el bien” (La razón de la sinrazón). En última instancia, la educación moral pretende enseñar a vivir colectivamente de modo justo y solidario, mediante la conciencia personal de cada individuo como paso previo para la nueva convivencia. La educación es necesaria para conseguir el bien común y debe jugar un papel armonizante entre las clases sociales, y contribuir a eliminar tensiones y a que no aumenten los desequilibrios. De esta forma, la dimensión moral de la educación funde en Galdós la perspectiva espiritual con la función cívica y política, pues a través de ella el hombre comprenderá la racionalidad de las leyes, las instituciones y los principios básicos sobre los que descansa el orden social y político, para que pueda ponerlo en tela de juicio y, por ende, proponer su reforma en caso de que fuera necesario para una convivencia pacífica y tolerante.

Para que la familia constituya el verdadero pilar de la estructura social, es necesario que los matrimonios por amor se normalicen y que pese más la felicidad que las convenciones sociales o religiosas, o, dicho de otro modo, debe eliminarse el matrimonio por conveniencia; pues si no, se corre el riesgo de sentirse tan perdido como Abelardo, sobrino de Pedro Minio, que ya no puede aferrarse ni a la naturaleza ni a la familia:

ABELARDO.– ¡Oh... la familia! Esa es la última trinchera. ¡La familia! Mi mujer ha venido a ser una bola de plomo que pesa sobre mi corazón... baja luego á mi estómago...

[...]

SOR BONIFACIA.– No tiene usted fe en la Naturaleza ni en la familia. Enorme desdicha es no creer, que es lo mismo que no amar. (Pedro Minio, acto II, escena VI: 214).

Otro ejemplo de matrimonios fallidos que terminan por convertir a la familia en una cárcel oscura e infeliz de la que se busca cualquier excusa para huir, en lugar de constituir el refugio que debiera, lo hallamos en Electra (1901), en la familia formada por el marqués de Ronda (Fig. 8), Virginia y el hijo de ambos, tal y como se desprende de las palabras del marqués:

MARQUÉS.– La sociedad que frecuento, el círculo de mi propia familia y los hábitos de mi casa, producen en mí un efecto asfixiante. Casi sin darme cuenta de ello, por puro instinto de conservación me lanzo a veces en busca del aire respirable. Mis ojos se van tras de la ciencia, tras de la Naturaleza... y Máximo es eso. (Acto I, escena X: 197).

A través de estos ejemplos Galdós apunta otra de las coordenadas de su pedagogía: la importancia del contexto en el proceso educativo, y reafirma la necesidad de que el ambiente familiar sea adecuado, en tanto que la familia, el Estado, el centro educativo y la sociedad en general tienen que guiar al futuro ciudadano por el mismo camino. En este marco la familia pasa a ser el primer núcleo comunitario de acción educativa, y dentro de él Galdós destacará, sobre todo, el papel de la mujer como educadora natural primaria y portadora de los valores morales y sociales básicos.

Galdós también llevará al escenario una nueva vía de convivencia y coeducación, modelo de tolerancia y regeneración a través del afecto, la ocupación y la educación en la comunidad establecida por Guillermo en Amor y Ciencia (1905), en la que hombres y mujeres se han organizado para vivir en armonía pacífica. Una comunidad que resulta utópica para la sociedad, pero que muestra un camino alternativo a la caduca estructura social española basada en la apariencia, la ambición y la envidia; frente al Canto a la alegría que se escucha de fondo en la comunidad científico-afectiva. Esta comunidad ideal deviene en símbolo de los anhelos del autor para la sociedad española, pues si es posible regenerar a las mujeres desclasadas que forman parte de la comunidad de Guillermo, mediante unas recetas básicas que incluyen: educación, afecto, respeto, tolerancia y confianza, junto con la necesidad de darle una ocupación a todos los miembros de la comunidad para que se sientan útiles y copartícipes responsables de la buena marcha de ésta, ¿por qué no iba a ser posible regenerar a la sociedad española a través de estas mismas recetas?

Sea cual sea el contexto, para un proceso educativo significativo, positivo y perdurable, el amor será siempre motor de aprendizaje. Se muestra de forma constante como una fuerza poderosa capaz de mover la voluntad, y ambos, amor y voluntad, se tornan ejes fundamentales para la regeneración del país para conseguir que los españoles se sacudan la desidia y salgan del marasmo y el pesimismo, como simbólicamente hará Laura en Alma y Vida (1902) (Fig. 9), aunque para ella será tarde, será capaz de despertar de su abulia justo a tiempo para reconocer, gracias al arrojo y la pasión de Juan Pablo, que los cambios son necesarios:

ZAFRANA.– El amor todo lo cura.

PERIGILA.– Él mueve la voluntad.

ZAFRANA.– Y la voluntad mueve al mundo. (Con tono y aires de exorcismo.) Soberana emperatriz, agarraivos a la voluntad, y salid de aquese yacimiento perezoso. Erguidos pidiendo que os valga y socorra la Trinidad Santísima; soltad el peso de la jerruinbre, de tanta espina y clavazón de achacoso maleficio, y andad sin miedo. (Suenan truenos lejanos.)

LAURA.– (Se ha levantado lentamente. Da algunos pasos con seguridad.) Ando.

LA MARQUESA.– ¡Oh, qué bien! Es prodigioso...

LAURA.– Ya veis... puedo andar... y aun correr. (Recorre la escena con paso ágil y seguro. Toribia va tras ella para sostenerla si cae.)

PEROGILA.– El querer es todo. (Acto III, escena IX: 381).

Esa fuerza motivacional del amor se vincula tanto al amor erótico como al filial. Encontramos numerosos ejemplos de mujeres que se regeneran a través de la maternidad, que se constituye como una fuerza motivacional que te hace capaz de todo, como sostiene Elisea en Amor y Ciencia (1905) (Fig. 10): “No sé cómo Paulina resiste... Más habituada a los goces fáciles que al rigor de las penas, parecía incapaz de este trabajo heroico. Pero es madre, y con eso se dice todo” (Acto I, escena II: 91). Como caso más simbólico en que la maternidad o el amor por los hijos es el detonante del cambio, de la regeneración de las madres o de la familia debe citarse el acto de Casandra, quien no tiembla al decirle a doña Juana: “He venido con la resolución de matarte si no me devolvías mis hijos” (Casandra, acto cuarto, escena IV: 304) (Fig. 11), y finalmente dará muerte a doña Juana como acto simbólico del triunfo de la mujer nueva, heroína de la regeneración social3 que libera a la sociedad de las asfixiantes garras del inmovilismo que simboliza doña Juana, para que las nuevas generaciones puedan tener un mejor futuro, como muestra el magistral final de la obra: “Desmayada, no: muerta... (Con bárbara entereza.) ¡He matado a la hidra que asolaba la tierra!... ¡Respira Humanidad!” (Casandra, 1910, acto cuarto, escena VI: 314) (Fig. 12).

En esta misma obra encontramos la crítica a los valores del Antiguo Régimen y las nefastas consecuencias que tiene el peso de este en la educación de las personas, a través de la labor docente de la iglesia. El autor muestra la necesidad de que cada individuo tome conciencia de la falacia que supone la continuidad del sistema y en esta obra no será solo la protagonista la que abra los ojos, como muestra el contraste entre la defensa de la educación católica que realiza Clementina, sobrina de doña Juana al inicio de Casandra (1910):

CLEMENTINA.– Pásmate... Ahora resulta que no están bautizados... Por lo menos, hay dudas... Lo primero será incluirlos solemnemente en la grey de Cristo. Luego, para darles la educación sana, religiosa, de que carecen, doña Juana piensa ponerlos bajo la custodia de su prima Cayetana Yagüe, que es muy para el caso... (Casandra, acto II, escena I: 262).

Y sus afirmaciones finales, en las que considera que esta educación impide a las niñas ser ellas mismas, pues crecen sumisas y atemorizadas, con la cabeza llena de dudas y miedos hacia las cosas naturales de la vida; metáfora del despertar de la sociedad española, que como Clementina tendrá que esperar un impacto violento para que caiga la venda de los ojos y que Galdós sitúa magistralmente al inicio y final del mismo acto 4:

CLEMENTINA.– (Con mayor trastorno.) Hijos, más os valiera no haber nacido, que crecer en el regazo de una madre idiota...; porque lo he sido: idiota he sido hasta hoy...Vea usted, señor de Insúa: mis pobres niñas María Juana y Beatriz, tan buenas, tan inocentes, tan puras, serán las primeras en llamarme imbécil... Para tener a doña Juana contenta, les hemos puesto un director espiritual, que no las deja respirar, que llena sus pobres almas de terror y las priva de los esparcimientos más inocentes... ¡Horrible, horrible! Cuando mis hijas despierten de esa embriaguez y comprendan toda la hipocresía que encierra, no maldecirán a doña Juana, sino a mí, a su madre... Y lo merezco... lo merezco. (Presa de un violento furor, se abofetea. Alfonso trata de calmarla.) (Casandra, 1910, acto II, escena IV: 275-276).

No solo el amor maternal será motor de aprendizaje, también encontramos ejemplos de la fuerza del amor filial que lleva a los hijos a asumir sacrificios por amor a los padres, a la familia. Tal es el caso de Victoria (La loca de la casa) (Fig. 13), quien reflexiona sobre el sacrificio por amor en contraposición al sacrificio por dinero:

VICTORIA.– (Sola, meditabunda.) ¿Y por qué había de consumar yo sacrificio tan espantoso? ¿Por devolver a mi padre la tranquilidad, la estimación, el crédito?... ¿Pero yo qué tengo que ver con el crédito, ni qué significa eso para mí, para quien lleva estas tocas, este rosario, esta cruz? (Reflexionando.) En ningún catecismo se habla del crédito..., en ningún libro místico he tropezado jamás con esa palabreja. Por amor se apuran los cálices más amargos; por amor se acometen difíciles empresas, desafiando con semblante risueño la vergüenza, el dolor, la muerte misma; por amor se truecan las espinas en rosas, el miedo en confianza, las tribulaciones en alegrías inefables... Pero por el crédito... (Rehaciéndose.) Jesús mío, no permitas que mi razón se turbe. (La loca de la casa, acto II, escena VII: 219-220).

3 Recordemos que antes Casandra, quien cree en la fuerza de la razón por encima del poder del dinero, ha intentado entrar en razón con doña Juana, pero en sus conversaciones esta muestra un continuo afán de ofender a Casandra, quien es capaz de mantener las formas e intentar razonar con doña Juana para que no la separe de sus hijos, pero la realidad se impone y sabe que doña Juana tiene poder para arrebatarle a sus hijos. En un último intento desesperado Casandra incluso va a pedir ayuda a la familia de Rogelio, pero no encontrará el apoyo que necesita y finalmente se verá avocada a luchar por sus derechos como madre, mujer sola y desamparada que encuentra en su tesón, en su amor propio y fuerza de voluntad y, sobre todo, en el amor hacia sus hijos, la energía y motivación necesarias para tomarse la justicia por su mano, preludio de la invitación que a partir de ahora será constante en Galdós: que cada uno destierre, mate, el lastre de la tiranía que impide el progreso y la regeneración del país. Volver al texto

4 El autor incluye aún una escena más después del despertar de Clementina, en que esta sostiene que si fuera un hombre impediría que sucedieran cosas como las que lleva a cabo doña Juana y apela a la necesidad de que existan ese tipo de hombres: “Si yo fuera hombre no pasarían estas infamias... o, tendrían el debido escarmiento. ¿Verdad, Alfonso, que ya no hay hombres?” (Acto II, escena V: 279). De nuevo, de forma magistral, Galdós traerá a Casandra a escena a través de la voz de Clementina, justo al final del acto, hecho que, a nuestro entender, responde a las peticiones de la propia Clementina; el mensaje es claro: no es necesario que existan ese tipo de hombres, las mujeres son capaces de cambiar las cosas y llevar a cabo actos de justicia social ante el inmovilismo de las instituciones. Volver al texto