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Efeméride

JOSÉ TAMAYO O DE ZIDANES Y PAVONES

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1. Introducción

Cuando se cumplen cien años del nacimiento de José Tamayo (1920-2003), la revista Don Galán me ofrece la oportunidad de glosar en sus páginas la trayectoria de este director, promotor y empresario teatral, cuya actividad marcó la escena española de la segunda mitad del siglo XX. Suele ser un lugar común la idea de que la memoria del teatro es frágil, cuando no ingrata; pero lo cierto es que José Tamayo ha sido una de las pocas figuras del teatro español a quien se le tributaron algunos homenajes a tiempo y, cosa menos frecuente aún, que ha sido objeto de varias monografías relevantes1. Esto no significa que la notable contribución de José Tamayo al teatro español desde los años cuarenta no requiera todavía de un trabajo de investigación riguroso que dé cumplida cuenta de un recorrido profesional de seis décadas en el que debieran reconocerse adecuadamente sus diferentes aportaciones.

En un arte efímero, tan dado al olvido como al recuerdo difuso, no es de extrañar que el nombre de José Tamayo aparezca a menudo asimilado a términos algo despectivos o reductores, que han pasado casi a formar parte del argot profesional en algunas conversaciones, tales como tamayada, tamayismo o la expresión más descriptiva, pero igualmente simplista, “director de escaleras”2. También se acuñó en su momento el término tamayoscope, resultado de las analogías que se establecieron entre el trabajo de Cecil B. de Mille, “artífice de la pantalla superespectacularizada”, y el de José Tamayo, “con ocasión de los formidables despliegues escénicos que el director granadino realizaba con La vida es sueño, La Orestíada, Julio César y ‘obritas’ así, con masas movidas en los suntuosos marcos del circo y teatro romanos de Mérida” (Hoz, 1991: 160). En efecto, si pensamos en un montaje como La destrucción de Sagunto, al que haremos referencia más adelante, basta considerar que se requería la participación de la compañía Lope de Vega, una orquesta, una coral, dos ballets y una masa de más de cuatrocientos figurantes para comprender el sentido de tales comparaciones. Tal vez por esto, y consciente de esa percepción extendida en el medio teatral de los años setenta, Enrique Ruiz reivindicaba su figura de la siguiente manera:

Teóricamente José Tamayo circula por el teatro como un producto desideologizado. Pero su teatro constituye, sin embargo, una experiencia política de primer orden que, quizá por ello, sirve de testimonio de las contradicciones de la época […]. Si La muerte de un viajante da ocasión a un ejemplo de practicidad y reinstalación de los problemas reales en un momento histórico extremadamente difícil –la España de los años 50 también estaba instalada férreamente en el anatema de la Guerra Fría–, Seis personajes en busca de autor introduciría una estructura de comunicación revolucionaria (Ruiz, 1971: 62).

Y por su parte, Juan Antonio Hormigón, otra de las personalidades a las que se les deberá dedicar en su momento una rigurosa monografía, ofrecía en el año 2003 un comentario bastante ponderado sobre la trayectoria de José Tamayo, de quien destacaba su habilidad para el manejo de los dispositivos escénicos, antes que su capacidad o interés para profundizar en lo que pudiera entenderse por la dramaturgia de los textos3.

En todo caso, más allá de los abundantes juicios que fue provocando su trabajo, algunos de carácter anecdótico o circunstanciales; pero otros muchos, producto de una reflexión perspicaz, es preciso recordar que la incorporación de José Tamayo a la dirección de escena y a la promoción de espectáculos teatrales, que se inició en Granada a mediados de los años treinta, tuvo como consecuencia la creación de compañías teatrales, la fundación de nuevos teatros privados, la gestión de teatros públicos, la recuperación de espacios históricos4 y el diseño de algunos de los espectáculos más memorables de la historia reciente del teatro español, con algunos de los cuales recorrió numerosos escenarios de todo el mundo e introdujo a algunos de los autores y de los textos más relevantes de la dramaturgia contemporánea5. Aunque siempre mantuvo un perfil poliédrico, podría decirse que el impacto sobre la escena española de su tiempo fue especialmente determinante hasta mediados los años setenta, momento en el que empieza a prevalecer su faceta de promotor y empresario, a pesar de que siguiera ofreciendo reestrenos, algunos pocos estrenos y propuestas de cierta relevancia y repercusión desigual en la cartelera, como el musical Los miserables.

1 Sobre todo aquellas impulsadas por Andrés Peláez, desde sus iniciativas como director del Centro de Documentación Teatral, primero; y del Museo Nacional del Teatro, algo más tarde. Volver al texto

2 “Dicen que en las obras que diriges hay demasiadas escaleras siempre. Un continuo ir y venir de gentes bien vestidas subiendo y bajando escalones, minuto tras minuto, hora tras hora”. (Medina, 1991: 31). Volver al texto

3 “Tamayo contribuyó notablemente a la ampliación del repertorio en los años cincuenta y sesenta […] Su preocupación radicaba mucho más en el manejo de un dispositivo escénico y la distribución de los actores/personajes para construir un conjunto bien estructurado en el territorio, que en la profundización desveladora en la lectura de los textos o en la depuración del trabajo interpretativo” (Hormigón, 2003: 16). Volver al texto

4 En 1959 recuperó el teatro romano de Mérida. Volver al texto

5 Un somero repaso a los espacios al aire libre en los que José Tamayo ofreció espectáculos arroja el siguiente listado: Teatro y anfiteatro romano de Mérida, Teatro romano de Sagunto, Teatro griego de Montjuich, Fachada del Obradoiro de la catedral de Santiago de Compostela, Pórticos de las catedrales de Granada, Jaén, Málaga, Cádiz, Burgos, Las Palmas, Murcia; Plazas de las Catedrales en Zaragoza, Fachadas de los ayuntamientos de Sevilla, Bilbao y Alicante; Ruinas de Ampurias, Auditorium de Castrelos en Vigo, Palacio de Carlos I y escenario del Generalife, atrio de la catedral de Bogotá, en Colombia, Plaza de Toros de Bilbao. Volver al texto