6. HOMENAJE
6.1 · RAMÓN PÉREZ DE AYALA, CRÍTICO TEATRAL
Por Jesús Rubio Jiménez
Drama y teatralidad en Pérez de Ayala
Frente a quienes propugnaban que el arte copiaba mecánicamente la realidad exterior imitándola, Pérez de Ayala prefirió indagar en la realidad artística como algo autónomo y superior, sin exigirle el parangón con la realidad que hubiera podido servirle de inspiración. Le interesaba más ahondar que pasearse por la superficie y por ello insistió en que el verdadero artista debe intentar plasmar el alma de su pueblo o lo genéricamente humano sin limitarse a describirlo exteriormente. Si esto no se produce, el arte se aplebeya y se degrada. Su valoración positiva del teatro de los Álvarez Quintero, Arniches o Pérez Galdós se fundaba en este planteamiento. En los primeros, encontraba una capacidad para acercarse y transmitir el alma popular, en Galdós veía un escritor dotado tanto para el arte popular como para el arte más elevado por su profunda humanidad.
Y lo mismo cabe decir si se mira a su visión de la historia del teatro en su conjunto. Buscó las claves de las grandes escuelas dramáticas occidentales –expresión cada una de ellas de la personalidad profunda de su respectivo pueblo–, a la par que extendía su curiosidad a los nuevos horizontes que la modernidad iba poniendo a su alcance. Para que exista una tradición teatral que merezca tal nombre debe ser la expresión de la personalidad de un pueblo, pero también mostrarle a su vez los grandes y esenciales problemas del hombre en general. Es uno de sus axiomas básicos.
Pérez de Ayala, además, no partía de una concepción cerrada y centrípeta del arte escénico, sino de una visión abierta e integradora donde contaban tanto la literatura dramática como la vida escénica, y de aquí la diferenciación que siempre hizo entre drama y teatralidad o, si se prefiere, una acuñación más actual entre texto y representación. El drama plantea y discute las grandes cuestiones humanas generales o las de un tiempo y un pueblo, pero no lo hace en abstracto y solo verbalmente, sino buscando la apoyatura de otras artes, con sus posibilidades y sus convencionalismos, que constituyen la teatralidad. El teatro no es solo discurso dramático escrito, sino que, una vez realizado este, continúa enriqueciéndose con la participación de otros artistas dentro de un determinado sistema de producción en cuyo extremo comparece el espectador, que no recibe pasivamente lo representado, sino que participa en ese ceremonial social en que deviene todo teatro que se precie de ser tal. El teatro representa los conflictos profundos del espectador, que se reconoce y educa viendo representadas sus preocupaciones sobre la escena, con lo cual los conflictos de los dramas, que han sido extraídos de la vida, refluyen hacia esta.
Este aspecto de su reflexión es fundamental, al punto que introdujo entre nosotros un concepto que señalaba los límites de la modernidad escénica en aquellos años: “La reteatralización” (España, 25-XI- 1915). Lo hizo, sin embargo, dando lugar a una situación paradójica: al recopilar sus ensayos para formar Las máscaras, extrañamente este sugestivo ensayo quedó fuera. Coincidía en su defensa de la reteatralización con otros teóricos europeos que pusieron por entonces el término en circulación para resaltar la artificialidad del teatro y la variedad de poéticas que ofrecía (Rubio Jiménez, 1993). Y llamaba don Ramón la atención sobre la necesidad de no confundir el arte dramático y el arte teatral:
La confusión proviene de tomar el arte teatral como mero sucedáneo o auxiliar del arte dramático, y creer, en resolución, que todo ello se reduce a literatura, a arte literario. El arte dramático es sin duda un género del arte literario. Pero el arte teatral, si tiene que ver con el arte literario, es ocasionalmente, mas no en virtud de su propia naturaleza. Y así puede ocurrir, y de hecho ha ocurrido en los últimos años en España, que las mejores obras del género dramático no han sido representadas, o lo han sido pocas veces y malamente. Y por el contrario, los mejores ejemplos de arte dramático que se nos han ofrecido en estos últimos años no pertenecen al arte literario. En otra crónica hemos puesto como ejemplo a Tórtola Valencia y algunos números de variedades. A nadie se le oculta que la danza, la pantomima, la ópera, caen dentro del arte teatral y no son susceptibles de clasificación en el arte literario. Y hay aún algo superior a todas estas artes, que es el arte teatral mismo. (Pérez de Ayala, 2003: 961)
Acogía así en su reflexión sobre el arte escénico toda su enorme variedad y complejidad, sin caer en el error de sobrevalorar la literatura y bien predispuesto a entender las nuevas experimentaciones y propuestas que se iban produciendo para superar la crisis del teatro burgués decimonónico. Y era ahí donde el concepto de reteatralización cobraba todo su sentido para definir esta nueva conciencia abierta a todas las formas de teatralidad con sus respectivas poéticas y posibilidades. En la visión del teatro de Pérez de Ayala se integraba lo mejor de la tradición teatral occidental con las nuevas propuestas que se iban haciendo en aquellos decenios y que el escritor seguía con pasión, consciente de que estaba surgiendo un nuevo modo de entender el arte escénico. Es decir, para comprender bien las nuevas propuestas teatrales, nada mejor que conocer las genuinas tradiciones anteriores y ver cómo conectaban con ellas los nuevos dramas. O dicho de otro modo, cómo la personalidad de un pueblo a través del tiempo se manifestaba en su teatro y la importancia de estas conexiones supratemporales, como iba a recordar en “Ideas de Unamuno sobre el teatro” (1918), comentando su ensayo sobre “La regeneración del teatro español” (1896), con el que se sentía identificado, puesto que en él se sostiene que el teatro debe ser siempre la expresión genuina de la conciencia colectiva de un pueblo. La indagación unamuniana en Lope de Vega o Calderón era una búsqueda de lo popular y de lo nacional español. En cierto modo, lo que Pérez de Ayala reclamaba para que en su tiempo existiera un teatro español digno de tal nombre y no aplebeyado, conectado con la tradición teatral española, con las otras grandes tradiciones teatrales y atento a los verdaderos problemas de los hombres. Todas estas tradiciones correctamente leídas y vistas manifiestan los grandes problemas humanos y la personalidad concreta de los pueblos. En cada tiempo histórico se muestra en su teatro más valioso una visión dinámica entre lo general humano y la particular personalidad de un pueblo.
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