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Galdós dramaturgo

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1. GALDÓS Y EL TEATRO

Respirando la densa atmósfera revolucionaria de aquellos turbados tiempos, creía yo que mis ensayos dramáticos traerían otra revolución más honda en la esfera literaria; presunción muy natural en cerebros juveniles de esta y aquella generación. Todo muchacho español despabilado, es dramaturgo antes que otra cosa más práctica y verdadera . (Memorias de un desmemoriado, 1916).

Así explicó Galdós su afición temprana al teatro cuando organizaba sus recuerdos para que fueran publicados por entregas en La Esfera, en 1916.

En efecto, fue el teatro para Galdós una afición temprana. En su prehistoria de escritor, con solo dieciocho años, se aventuró a estrenar un drama titulado Quien mal hace bien no espere; en verso, claro, como convenía a aquel posromanticismo que le ponía marco literario. Sin duda, extrañaría poco tal estreno a quienes conocían en la ciudad recoleta de Las Palmas de entonces al hijo menor de los Pérez-Galdós, el estudiante aventajado del Colegio de San Agustín que escribía en la prensa, que opinaba dibujando, que recorría las calles con papeles bajo el brazo, que le gustaba hablar con los vendedores del mercado y con los zapateros, y con los sastres… Por otra parte, y sin desechar cuestiones de inclinación personal del muchacho, el teatro era afición arraigada en la ciudad pequeña que en esos años se había marcado una ruta decidida de progreso y avance cultural, tras haber recibido como jarrón de agua fría el hecho de que la capitalidad de la provincia canaria recayese en Santa Cruz de Tenerife. La élite cultural de la época necesitaba el teatro; gustaba del teatro: a la vez espacio idóneo para el encuentro social como medio artístico para despertar el interés de los jóvenes por la tradición culta. La Junta Progresista que se fundó en 1840 al calor de reivindicaciones políticas urgentes, tuvo entre sus primeros proyectos la creación de una sociedad dramática dispuesta a dar funciones en casas privadas para atender con el producto de sus obras a las mejoras públicas necesarias. De ese mismo año data la primera noticia de una representación temprana de Un viejo de 25 años que, además de texto, llevaba acompañamiento de dúo de violoncello y guitarra. La Junta de la Alameda, que sucedió a la Progresista en 1841 con un local propio “de utilidad pública”, explotaba una gallera y tenía anexos salones de baile y recreo en donde se representaba teatro. Sabemos de la escenificación de seis obras dramáticas entre agosto y noviembre de 1841, y de tres más y un concierto en 1842. La demanda ciudadana de un local propio para el teatro público culmina con la construcción del llamado “Gran Coliseo de Cairasco”, que tuvo inauguración solemne el 1 de enero de 1845, con obras “de la actualidad” nacional: Cada cual con su razón, de Zorrilla, seguida del cuadro de costumbres de Rodríguez Rubí, La feria de Mairena. Ya en 1844, la fundación El Gabinete Literario, con idénticos fines utilitarios y volcado en lo social, asumió aquella Junta de la Alameda y contó con una activa “sesión Declamatoria” que organizará funciones sociales de teatro, parejas a las del teatro Cairasco, con el que colabora directamente. Esa sesión Declamatoria mantenía el compromiso de la organización de eventos y sus miembros, jóvenes de ambos sexos con vocación artística, ejercían de decoradores, de copiadores de las comedias, de actores, de acomodares… Lo recaudado se destinaba a las iniciativas de la Institución: el Colegio de San Agustín, el alumbrado público… etc. El niño Galdós, nacido en 1843, oiría hablar a sus hermanos mayores de esas sesiones artísticas mientras se entretenía construyendo esbozos de monumentos o de espectáculos y se deleitaba en casa con los conciertos de sus hermanos. Pasados los años, el joven Galdós colaboraría en aquella sesión declamatoria, asistiría a las sesiones de teatro más o menos caseras y también a las soirées mensuales del Gabinete a las que estaban invitados los alumnos mayores del San Agustín; allí, sin etiquetas, se hacía música, se cantaba, se bailaba… Más allá de estos espacios públicos, proseguía en nuestra ciudad la tradición de montar representaciones de teatro en salones, huertas o jardines privados, iniciativas que se prolongaron hasta bien adentrado el siglo XX. En uno de esos jardines privados, el de la familia Wangüemert, estrenó el joven estudiante Benito Pérez suQuien mal hace bien no espere, el 25 de julio de 18611 .

Colores de este paisaje llevó Galdós bien arraigados en su personalidad cuando en septiembre de 1862 marchó a Madrid para ingresar en su Universidad. Allí seguirá escribiendo teatro hasta que, viendo con más claridad su destino profesional y personal, emprenda la ruta de la renovación de la expresión literaria de su tiempo, que el realismo que exigían los tiempos, demandaban que debía empezarse con el género que triunfaba en Europa: la novela. Lo explicó en un texto decisivo que publicó en la Revista de España en 1870: un ensayo profético sobre el estado actual de la novela en España proclamando la necesidad de su renovación para responder a las exi­gen­cias sociales constituyéndose en portavoz de las creencias y aspira­cio­nes de la burgue­sía, la representación social de la clase media, ahora determinante. Y poniendo manos a la obra, en 1871 ingresa para siempre en el mundo de la literatura con su primera novela La Fontana de Oro, un asunto histórico en la línea que los nuevos tiempos artísticos y sociales demandaban.

Así las cosas, Galdós llegó al teatro en 1892, muy avanzada su trayectoria literaria y en la plenitud de su madurez artística, cuando su fama era ya extensa, cuando su prestigio como novelista garantizaba el interés del público y le abría las puertas de los escenarios. También, cuando creyó llegado el momento de aplicar a la escena sus inquietudes de renovador literario y su gusto por la dramaturgia, y cuando su personalidad de “educador social” le hizo imprescindible aprovechar las ventajas del teatro como instrumento. El creador literario, el ansioso por renovar los géneros de su tiempo y el comprometido con aquella sociedad, pues, se aunaron para empujar a Galdós hacia las tablas sin abandonar la novela. No habían pasado los años en vano. Las circunstancias políticas y sociales habían logrado que el siempre optimista Galdós, el eterno comprometido con su tiempo, vea muy lejanos sus caros ideales republicanos y viva los años difíciles de la Restauración borbónica: “los tiempos bobos”, la inquieta “cuestión social”, el problema colonial, el papel de las instituciones religiosas en la sociedad… Vive también, con su época, los efectos del movimiento espiritualista europeo que se respira en la España cercana al final del siglo generando crispaciones internas, incertidumbres y reivindicaciones religiosas. En este ambiente, al intelectual comprometido Galdós no podría serle indiferente el teatro. Y la vocación soterrada halla su cauce en la capacidad de herramienta que ofrece la escena: una atalaya directa, atractiva y más que propicia; para Galdós, casi obligada. Tras el éxito teatral de Realidad (1892), los sucesivos estrenos van a demostrarlo: ocho dramas estrenados en el Teatro de la Comedia o en el Español, las dos salas más prestigiosas de Madrid, en la última década del XIX, y trece más en las dos primeras del XX. En total, 21 obras de teatro y dos libretos de ópera nacional o zarzuela; de entre ellas, siete son adaptaciones de obras propias: cinco de novelas y dos de episodios.

1 Fernando Doménech editó la obra en 1974, con un interesante estudio (1974: 253-292). El original pasó de la mano de los Wangüemert a la colección del industrial catalán Arturo Sedó, y de allí al Instituto del Teatro de Barcelona. De ese texto habló por primera vez (publicándolo parcialmente) Arunci en El Globo (Arunci, 1894). Y volvió a él un texto anónimo de 1920 en El Noticiero Universal de Barcelo­na (“El primer drama de Galdós, El Noticiero Universal, Barcelo­na, 4‑I‑1920), que recogía datos del crítico Ismael Sánchez Estevan, conocedor del manuscrito y de su paradero. Volver al texto