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Efemèrides

Un sabor a miel

Teatro María Guerrero de Madrid, 24.1.1961
Un sabor a miel
En enero de 1961, Miguel Narros estrenaba en el Teatro María Guerrero la obra de Shelagh Delaney

En esta sección de Efemérides nos hemos referido en varias ocasiones a la importantísima labor que hizo “Dido pequeño teatro”, la iniciativa de Josefina Sánchez Pedreño, en el teatro de los años cincuenta y sesenta de nuestro país: Ionesco, Beckett, Pinter, Adamov, Genet, Vian Osborne... más de medio centenar de estrenos que trajeron a España en muchos casos la primera noticia de la nueva dramaturgia europea. Esta compañía encontró la complicidad del joven director del Teatro María Guerrero, José Luis Alonso, en su primera temporada al mando de aquella institución. Así, el 24 de enero de 1961, Dido estrenaba Un sabor a miel, una obra que había dado a conocer en Londres, apenas tres años antes, a la jovencísima escritora Shelagh Delaney, diecinueve años cuando esta obra se estrenó. El estreno de Dido tuvo lugar el 23 de enero de 1961 en el Teatro María Guerrero de Madrid. Contaba con una muy elogiada traducción de Antonio Gobernado y una también muy valorada adaptación de José María de Quinto. La dirección corría a cargo de un joven director llamado Miguel Narros, que se ocupaba también del vestuario y hacía uno de los cinco personajes de la obra. Los otros actores fueron Mari Carmen Prendes, María Luisa Romero, Emilio Laguna y Paul Dickens. Narros ya había dirigido varias obras con Dido y conocía bien el teatro María Guerrero, pues había debutado como actor en 1946 y había trabajado en más de veinte obras a las órdenes de Luis Escobar.

La obra ya era conocida en España porque había sido publicada en la revista Primer Acto, en su número 17, en noviembre de 1960. Como prólogo, la obra contaba con unas notas de José María de Quinto y con un breve apunte de José Luis Alonso, que contaba cómo, años atrás, en una tarde lluviosa de Londres, se había acercado al Workshop a ver la función, y cómo le había impresionado.

“Las mujeres, cuando se ponen a ser realistas, van más allá, mucho más allá que los varones”. En este caso, el realismo está compensado por escenas deliciosamente tiernas, por escenas poéticas, de la mejor calidad teatral y humana. Toda la comedia da la impresión de facilidad, de haber sido escrita diríamos a corazonadas o a golpes de inspiración. No quiero decir que sabor a miel sea una comedia genial, ni siquiera excepcional. Pero es una buena comedia, fuerte, donde la lucha planteada entre una madre y una hija, en un ambiente sórdido, en un terreno escabroso, encuentra al final la solución lógica y apetecida. Los cinco personajes de la comedia están admirablemente trazados, y el diálogo es de gran calidad y propiedad”. Así juzgaba Gonzalo Torrente Ballester en Arriba, el 25 de enero de 1961 la función. Hay que recordar que no era Torrente un crítico fácil de complacer ni muy entusiasmado por un realismo como el de esta comedia. Recordemos las críticas feroces que recibió nada menos que Muerte de un viajante, con polémica con Alfonso Sastre incluida. En esta ocasión, Torrente elogia la obra y  el trabajo de todos los actores y apunta que fue informado del aplauso del público que llenaba el teatro María Guerrero en el estreno, ya que él asistió a un ensayo general.

También comenta el lleno de la sala el crítico de Informaciones, que en esos años firmaba como Pick. Añadiendo que predominaba un público joven. “Toda la obra es de una crudeza hiriente, dice el crítico, no solo de diálogo y léxico, sino también de situaciones, pues a la vista del espectador, y no por referencias dialogales, se desarrollan las sucesivas fases de la caída en el abismo” nos explica el crítico, que no está muy convencido y afirma que “como experimento está bien”, añadiendo que entre los muchos aplausos y bravos también hubo alguna protesta.

Sabor a miel era algo diferente: aparecían personajes de “aquellos que llaman clases subalternas”, como cantaba Raimon. Había una protagonista de 17 años. Se hablaba de racismo, de sexo. Se abrían ventanas. Los tiempos – lo cantaría otro joven un par de años más tarde – estaban cambiando. Así lo entendió también un joven Mario Gas, que estrenó una nueva versión de esta obra en Barcelona, con su grupo Gogo, en 1967.

Y en 1971, en el Teatro Beatriz de Madrid, Miguel Narros, volvía a enfrentarse a esta obra, esta vez con versión de Adolfo Lozano Borroy. La protagonista de 17 años era una jovencísima Ana Belén, acompañada por Laly Soldevilla, Eusebio Poncela, Nicolás Dueñas y Agustín Ndjambo. Narros encontró en aquel montaje a un colaborador que formaría con él un magnífico tándem durante más de treinta años: Andrea D'Odorico.