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Efemèrides

Un crítico de teatro en la jaula de los leones

Circo Price de Madrid, 1.2.1943
Un crítico de teatro en la jaula de los leones
Alfredo Marqueríe entrevistó a Dola en el Circo Price en febrero de 1943

En las jornadas sobre las artes circenses en España, organizadas por el CDAEM, AISGE y el Circo Price de Madrid los pasados 27 y 28 de marzo de 2023, se mencionó la información, en muchas ocasiones escasa, que del Circo encontramos en los medios de prensa. Y se recordó, como no podía ser menos, al crítico teatral Alfredo Marqueríe (1907-1974), un verdadero apasionado del Circo. Inevitablemente, se evocó aquella tarde del 1 de febrero de 1943, en que Marqueríe entró en la jaula de los leones para entrevistar, micrófono en mano, al domador Julio Dola.

Se trataba de una función especial en el Circo Price a beneficio de la Asociación de la Prensa. Alfredo Marqueríe era entonces el subdirector del diario Informaciones y escribía además la crítica de teatro, labor que continuó durante las décadas siguientes en el diario ABC. El domador italiano Julio Dola – la dinastía continúa hoy por la quinta generación – había llegado a España con el Circo Totti en 1934. Continuó trabajando en España hasta 1951; luego regresó a Italia, donde falleció en 1988. Su familia gestiona hoy el Circo Coliseo y el Circo Roma.

Como aquella tarde en el Circo Price se convirtió en leyenda, Marqueríe utilizó las primeras veinte páginas de su libro En la jaula de los leones (Memorias y crítica teatral) para contar aquella tarde, con la crónica que de ello hicieron otros compañeros y su propio resumen de la nota aparecida en Informaciones Dejamos aquí algunos párrafos de aquellas páginas, que dan testimonio del sentido del humor del crítico:

“La idea de proporcionar un rato agradable y divertido a ciertos autores de teatro y a algún querido colega metiéndome en la jaula de las leonas del domador Dola, para hacer una interviú a la vista del público y con el micrófono de Radio Madrid en la mano, creo que se me puede perdonar si se piensa en su intención y en su resultado. La función se organizaba a beneficio de la Asociación de la Prensa, para allegar fondos con destino a las viudas y a los huérfanos de los periodistas. “Trabajé” gratis, y los beneficios recaudados, según consta en la Memoria de la Asociación, sobrepasaron nuestras esperanzas. Era esto lo que se buscaba. ¡Qué más se podía pedir!

Hablé con el simpático empresario de Price, Juan Carcellé, gran animador de esta y de todas las piruetas periodístico-circenses. El domador, Dola, dio cuantas garantías exigía, con una estimación inmerecida hacia mi humilde piel, al Director General de Seguridad, D. Francisco Rodríguez.

Vargas, seudónimo que encubre la personalidad de un querido maestro de periodismo, publicó en la “Hoja del lunes” de Madrid, y horas antes del suceso, una interviú, donde empezaba por preguntar cómo se me había ocurrido tal idea.

-¿Cree usted, ni nadie – le respondí – que se puede ser crítico teatral de un diario madrileño sin poseer una gran dosis de eso que llaman presencia de ánimo y desprecio por la vida…? Pues si yo le dijera a usted que algunos días entro en el patio de butacas de los teatros de Madrid con mucho más miedo que el que me figuro que voy a tener esta noche cuando se abra para mí esta puerta, que puede ser la de la eternidad, no le mentiría. ¡Duro oficio es este, camarada Vargas! Amigos a quienes hay que decir cuatro verdades cuando estrenan y que, claro, no nos lo perdonan ya nunca; cómicos a los que hay que censurar, y que luego le ponen a uno en el café o en la calle los más aviesos y torvos ojos, los ojos del traidor en el último acto, justamente; empresarios que dicen de uno todas las pestes imaginables, y entre otras, no olvidan aquello – aun a sabiendas de que es falso – de que “hemos pretendido estrenar en su teatro y por no lograrlo mojamos en veneno nuestra pluma al enjuiciar a sus autores y a sus comediantes”.

-Lo que tiene usted que decir es cómo se le ha ocurrido eso que llaman por ahí una extravagancia…

-Tal vez lo sea; pero no me negará que es una extravagancia inofensiva – para los demás, que para mí… ¡Vaya usted a saber! – y, desde luego, periodística. Creo que la originalidad para nosotros no se agota nunca, que ni el micrófono ni la pantalla nos restan campo de acción sino más bien estos instrumentos modernos de la publicidad amplían nuestro terreno de trabajo y de lucha y nos ofrecen dimensiones nuevas . Por eso he creído que entrar en la jaula de Dola con la compañía distinguida de sus señoras leonas – convendría que se enteraran de que las trato con todos los respetos – para esa experiencia, mitad reportaje, mitad interviú, quizá pueda resultar interesante. Así lo han entendido muchos camaradas de la profesión, porque apenas anunciado el propósito, han llovido las peticiones sobre Dola. Redacción ha habido que quería meterse en bloque en la jaula, y creo que hasta ofrecían no salir en varios días. Después de todo, quizá tengan razón, y allí se pase más gratamente que junto al teléfono, ante la máquina de escribir, en la butaca de crítico en noche de estreno o escudriñando el ceño del administrador del periódico, a ver si… Pero les he ganado por la mano y voy a sr yo el que se enjaule, ¡ay!

- Hombre, parece que suspira usted así, con cierta melancolía… ¿Acaso tiene usted miedo?

- Para qué voy a negarlo. Lo que hago es emplear la autosugestión para curar tal flaqueza de ánimo. Estoy perfectamente convencido de que no soy yo el que va a entrar en la jaula de las leonas. Estos días leo las gacetillas de los periódicos y, sonriendo, me digo: “¡Vaya ocurrencia la de ese Marqueríe! Qué susto va a pasar el pobre…”

-Pero, ¿ha calculado usted si la autogestión tranquilizadora no le abandonará en el momento preciso, cuando se acerque a los barrotes y oiga rugir a las fieras?

-En ese momento cambiaré de procedimiento autosugestivo, hasta que llegue a adquirir el convencimiento de que las leonas no son tales leonas, sino comparsas bien disfrazados de fieras. Y cuando ya esté dentro de la jaula, apelaré al recurso decisivo, al que no puede fallarme en manera alguna: la fe, la confianza ciega en el domador, la seguridad absoluta en su dominio sobre aquellos preciosos animales y la “buena educación” de estos, que no van a ensañarse, precisamente, con quien les hace una visita de pura cortesía, digo yo. Cuando Dola me ha autorizado para entrar en la jaula con él, es que puedo entrar. Para algo llevo once años de cronista circense, durante los cuales he aprendido a tener confianza ciega en los domadores.

(…)

-¿No cree que entre los espectadores habrá alguno que abrigue la sorda esperanza de que, por lo menos, le den a usted un susto mayúsculo?

-Sé – le dije – que hay autores que desde hace días tienen tomadas butacas de primera fila. Algunos malintencionados suponen que llevarán tiragomas para inquietar a las leonas. Pero todo esto es broma. Me consta que las fieras de Dola están alimentadas con todo lujo, y yo, físicamente, valgo tan poca cosa: una pielezuca, unos huesecillos… Total, nada.”

Julio Dola hacía el número de doma de las leonas con su hermana, que en esta ocasión sería quien se ocupase de manejar a las fieras mientras Julio, sonriente, ponía su cuerpo por delante del periodista. Marqueríe contaría que la hermana del domador le decía “salga usted cuanto antes, que las leonas están con fiebre…”

Cerramos con una frase de Marqueríe, en el reportaje publicado en Dígame: “¡Qué gran vocación tengo yo para las cosas del circo!”.

El libro En la jaula de los leones (Memorias y crítica teatral), de Alfredo Marqueríe, publicado en Madrid, en 1944, está disponible para su consulta en la Biblioteca del CDAEM.