Efemérides
José Luis Alonso Mañes
“La importancia de José Luis Alonso en el teatro español es clave para explicar el desarrollo de la cultura española en general durante la época que le albergó. Su huella permanece en los pasos que dan hoy directores tan dispares como Calixto Bieito, Ernesto Caballero, Manuel Canseco, Mario Gas, Juanjo Granda, Francisco Nieva, Lluís Pasqual, o Gerardo Vera. Porque en el caso de José Luis Alonso se cumple perfectamente la idea que expresa Juan Mayorga cuando dice que el pasado no está detrás, sino dentro del tiempo presente. La labor de José Luis al frente de un Teatro Nacional, durante la etapa más dura de la dictadura franquista, fue fundamental para establecer las bases de lo que tenía que ser un teatro público. En aquellas circunstancias, con una férrea censura que amordazaba pensamientos y atenazaba libertades, solo el valor y la afilada inteligencia de unas pocas personas como José Luis, podían hacer llegar al público español los elementos más básicos de la dramaturgia mundial. Por desgracia, un grueso sedimento de silencio y olvido parece haber enterrado hoy a José Luis.” Disculpe el lector la extensión de la cita, que hemos creído oportuna por su precisión. Pertenece al prólogo que escribió Josep Maria Pou para el libro de Gabriel Quirós José Luis Alonso: Historia de la dirección escénica en España (Madrid, Fundamentos, 2013)
Se cumplen cien años del nacimiento de José Luis Alonso y es nuestra obligación pelear contra ese “grueso sedimento de silencio y olvido”. Vale la pena recordar la impresionante trayectoria de aquel hombre que dedicó su vida al arte de la dirección de escena, desde aquellos últimos años cuarenta, en una casa acomodada del barrio de Salamanca de Madrid. Aquel muchacho menudo, nervioso, había convertido dos salones de su casa en un pequeño “teatro íntimo”, donde alumnos de la Real Escuela de Arte Dramático (Miguel Narros, Berta Riaza, Enrique Cerro…) ponían en escena obras extranjeras, que él había traducido del inglés o del francés. Aquel piso del número 3 de la calle Serrano se convirtió en un lugar de encuentro para personas inquietas, que no encontraban en la cartelera títulos y autores aclamados en Europa.
José Luis Alonso Mañes había nacido en Madrid el 9 de julio de 1924, en una familia acomodada que, sin ser favorable a la dictadura instaurada en 1939, había mantenido su estatus económico. El joven, que había comenzado a estudiar ingeniería para satisfacer a su padre, estaba ya envenenado por el teatro, de modo que aprovechaba su excelente conocimiento de idiomas para realizar versiones de obras de Jean-Paul Sartre, Cocteau, O’Neill, Emlyn Williams, Anouilh… Ya había decidido que ese iba a ser su oficio y su destino: por ser su familia muy amiga de la familia de Sánchez Romarate, el iluminador del Teatro María Guerrero, acude a menudo a ese teatro. A los 20 años, en 1944, asiste a la representación de Nuestra ciudad, de Thorton Wilder, dirigida por Luis Escobar. En ese momento decide que el oficio de director de escena será su vida.
Su tío Luis Mañes se hace cargo del Teatro Calderón de Madrid y José Luis empieza a conocer a toda la profesión. Se hace muy amigo del ya anciano Jacinto Benavente, con quien comparte la pasión por la lectura de textos ingleses. Entre las obras que traduce, Pago diferido, versión de una novela policiaca de Forrester – el autor de La reina de África - que José Franco hace llegar a las manos de Cipriano Rivas Cherif - quien acaba de salir de la cárcel, en 1946 y no en 1943 como menciona el propio Alonso en sus memorias - y la montan en el teatro Cómico titulándola El asesino de Mister Medlan (finalmente, firman la adaptación Manuel Soriano y Álvaro Alcaide.) Esos son los primeros ensayos profesionales a los que asiste.
En 1948, con 24 años, comienza la aventura de su Teatro Íntimo, el “Teatro de la Independencia”, por estar pegada su casa a la plaza de ese nombre. Representaciones para amigos, para gente de la profesión. Alonso presenta El águila de dos cabezas de Cocteau y otro joven director, José Tamayo - apenas cuatro años mayor que él pero ya lanzado al proyecto de su compañía Lope de Vega – decide montar en el circuito profesional la versión de Alonso.
Fuera de su teatro de cámara particular, estrena, con otra compañía de teatro de cámara, El Duende, su versión de Ardele o la margarita, de Anouilh, en marzo de 1950, en el Teatro Gran Vía. “El éxito apoteósico de aquella noche había de marcarme definitivamente”. Y así fue: en ese mismo año, Luis Escobar lo llama para que se haga cargo de la puesta en escena de El landó de seis caballos, de Víctor Ruiz Iriarte, en el Teatro María Guerrero. En los diez años siguientes combina trabajos en distintos proyectos de teatros de cámara como director de escena o dramaturgo, algunos éxitos como La feria de Cuernicabra o La gata sobre el tejado de cinc; y colabora también con la compañía de María Jesús Valdés – que en 1955 se despide del teatro para casarse, cuando estaba haciendo Lady Macbeth -.
Y llega 1960 y una llamada de José Tamayo: le quieren ofrecer la dirección del Teatro Nacional María Guerrero. Tamayo vence sus reticencias y Alonso comienza una etapa histórica en el Teatro de nuestro país con el estreno en España de El jardín de los cerezos de Chejov. Los doce años de Alonso en el María Guerrero van a suponer una cadena de éxitos y estrenos históricos en la que, acompañado por un elenco estable de grandes actores, va a ofrecer títulos inolvidables como El Rinoceronte, El anzuelo de Fenisa, Cerca de las estrellas, Los verdes campos del Edén – López Aranda y Antonio Gala se cuentan entre sus descubrimientos – La loca de Chaillot, Los caciques, El zapato de raso, A Electra le sienta bien el luto, La cabeza del Bautista, Así es si así os parece, Los bajos fondos, Tres sombreros de copa, Romance de lobos, El círculo de tiza caucasiano o Misericordia. La sola mención de estos títulos – una selección entre otros muchos – evocará recuerdos de excelencia entre los espectadores más veteranos y, esperamos, curiosidad entre los más jóvenes. Cada uno de esos títulos significó un éxito y un hito en la Historia de nuestro teatro. Como criterio, la excelencia en los textos y en las producciones, la novedad, el redescubrimiento… Hace además algún paréntesis en su labor en el María Guerrero, por ejemplo para dirigir un éxito clamoroso, El milagro de Ana Sullivan, o Un mes en el campo, para Conchita Montes.
Deja el teatro María Guerrero. En su decisión, posiblemente influye la prohibición de El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht, tras la asistencia a la obra del presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco; o tal vez el cansancio. Aún llega a despedir esa gran etapa del María Guerrero con el autor que la comenzó, Chejov, con una memorable puesta de Tres hermanas. El caso es que pasa un par de años dirigiendo obras en el Teatro privado, con éxitos tan célebres como Anillos para una dama. En 1975 es nombrado director del Teatro Español pero tardará años en ejercer ese cargo, ya que el teatro es destruido por un incendio. Mientras tanto, en esos años finales de los setenta, trata de recuperar a Alberti, trayendo a María Casares para protagonizar El adefesio, y estrena a su amigo Francisco Nieva, con Combate de Ópalos y Tasia, explorando el mundo de Tenessee Williams, o acercándose a la lírica en el Teatro de la Zarzuela, con, entre otras, una memorable El trovador. En esos años, se había convertido en profesor de la Escuela Superior de Canto.
Al reabrirse el Español, apenas le da tiempo de dirigir: tras El galán fantasma, regresa a su Teatro María Guerrero como director del Centro Dramático Nacional, para una estancia muy breve, en la que deja una puesta de El pato silvestre y otra de Tres sombreros de copa. José Manuel Garrido, el nuevo director de Música y Teatro – que había sido ayudante de Alonso en los sesenta - , busca un cambio, un perfil diferente, nombrando a Lluís Pasqual, y ofrece a Alonso que acompañe a José Antonio Campos en el Teatro de la Zarzuela. Esta última etapa nos va a dar puestas de Alonso muy exitosas, de óperas y zarzuelas como L’elisir d’amore, Gloria y peluca, Fidelio, Julio César, El dúo de la africana, Chorizos y polacos, La verbenade la Paloma, Armide, Doña Francisquita, La sonámbula, La Revoltosa… al tiempo que volvía a colaborar con el CDN, en Cinco Lorcas cinco, y que dejaba dos joyas en el repertorio de la recién creada Compañía Nacional de Teatro Clásico: La dama duende y El alcalde de Zalamea. Además, dos producciones para Juanjo Seoane que iban a ser – nadie lo imaginaba – su despedida: La loca de Chaillot y Rosas de Otoño. Estrena la comedia de su viejo amigo Benavente un 19 de septiembre. Una rara locura nubla su mente: está convencido de que se está muriendo, cosa que contradicen los análisis médicos. Una depresión insuperable lo empuja a un final trágico: se mata el 8 de octubre de 1990. Tenía 66 años. Podemos imaginar lo que hubiera llevado a los escenarios durante diez, veinte años más, de no ser aniquilado por la desesperación.
Alonso deja el legado de su inmenso trabajo en el testimonio de los que trabajaron con él, en los apuntes de sus cuadernos, en las fotografías, en vídeos de sus últimos diez años en activo. Hoy, una sala del Teatro de la Abadía de Madrid lleva su nombre.
En el CDAEM se pueden encontrar cientos de documentos sobre el trabajo de Alonso. Además, se puede consultar la tesis de Gabriel Quirós de 2010 para conocer más a fondo su figura.