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1. MONOGRÁFICO

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1.3 · El primer estreno de Los Cuernos De Don Friolera en la España franquista, por el TEU de Madrid, bajo la dirección de Juan José Alonso Millán, en 1958.

Por Eduardo Pérez-Rasilla y Guadalupe Soria Tomás.
 

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El número 28 de la revista Primer acto, aparecido en noviembre de 1961, se presenta como homenaje a Valle-Inclán, a raíz del estreno de Divinas palabras. Un ensayo de Vicente Vega sobre el teatro de Valle-Inclán insistía en algo que ha vuelto a repetirse después: la ausencia de Valle-Inclán de los escenarios españoles. En la página 22, una nota de la redacción puntualizaba la consideración anterior en los términos siguientes:

Hay que observar que, a pesar de no haberse representado comercialmente, como señala en su artículo Vicente Vega, la despedida de Valle-Inclán de nuestros escenarios no ha sido tan radical como pudiera desprenderse del último párrafo de este trabajo. Afortunadamente el contacto con el público se ha producido, bien sea de forma minoritaria y muy espaciada, a lo largo de estos treinta años gracias a los esfuerzos de los teatros de cámara. Recordemos de memoria las representaciones de LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA en un festival del SEU celebrado en Murcia y luego en el Teatro de la Comedia de Madrid.

Siguen referencias a otros estrenos valleinclanianos, pero es significativo que el primero que se menciona sea el trabajo de Alonso Millán, aunque, efectivamente, el redactor escribe de memoria y antepone la representación de Murcia a la del Teatro de la Comedia. No fue así. Como ya sabemos, la representación de la Comedia tuvo lugar el 24.XI.1958. La función de Murcia se celebró el 6 de abril de 1959, como luego constataremos.

Este número 28 de Primer acto incluye además, como ilustraciones a los artículos, dos fotografías del espectáculo en las páginas 13 y 15, respectivamente. Son las dos primeras imágenes publicadas de Don Friolera de las que tenemos noticia. La de la página 13 [fig. 3] recoge, con toda probabilidad, el epílogo, en el que el ciego recita su romance y muestra unas viñetas que lo ilustran. En la fotografía de la página 15 [fig. 4] aparece un grupo de personajes con el cafetín de Doña Calixta al fondo –aquí señalado por un rótulo en el que se lee BAR–, entre los que distinguimos a Don Friolera, Doña Loreta, Pachequín, Doña Tadea y a otros, probablemente los matuteros. No se hace constar si fueron tomadas en la representación de Madrid o en la de Murcia.

Pero dos años antes, Primer acto se había ocupado del espectáculo de Don Friolera, cuando este se presentó en Murcia. En el número 7 de la revista, correspondiente a marzo-abril de 1959, se incluía en su página 13 una “Breve noticia de un festival”, firmada por Alfonso Sastre, quien hacía un balance positivo de su conjunto, a pesar de algunas “inevitables deficiencias en un concurso de esta índole”. Pero resulta particularmente relevante su valoración del espectáculo de Alonso Millán:

El TEU de Madrid nos dio una graciosa versión de Los cuernos de don Friolera, de Valle-Inclán. La acción fue llevada con gracia y ritmo. El montaje de Juan José Alonso fue muy estimable, aunque descuidara el análisis de algunos movimientos. Me refiero concretamente al diálogo comentador del esperpento. Este TEU va progresando, pero sería de desear que sometiesen las obras a un estudio más largo y más profundo.

Y añade una consideración no menos pertinente:

El capítulo negro de este festival –por lo demás prometedor y agradable– corrió a cargo de determinadas facciones locales que trataron, por todos los medios a su alcance, de torpedearlo. Inexplicablemente, la representación de Los cuernos de don Friolera –que, para Murcia, se tituló simplemente Don Friolera– fue suspendida para el público y tuvimos que verla en una representación privada (¿), ante lo cual el diario La verdad (¡) declaró su alegría en un N. de la R. muy desagradable.

Del vergonzoso y lamentable incidente murciano hablará también, unos años más tarde, Ricardo Doménech en las páginas de su libro El teatro hoy, donde relató con algún detalle lo sucedido y completó la información que ofrecía Alfonso Sastre. Ricardo Doménech había formado parte del jurado de aquel certamen junto a Sastre, a Víctor Auz, a Isaac Montero y a Mariano Baquero Goyanes (Doménech, R., 1966, 122):

En abril de 1959, el TEU de Madrid, entonces dirigido por Juan José Alonso Millán, acudió a la ciudad de Murcia para participar en el festival de teatros universitarios de ese año. La obra programada era Los cuernos de don Friolera (por cierto, que, previamente, ya se había suprimido la palabra “cuernos” del título), quedando este así: Don Friolera). Tras muchos esfuerzos que no puedo detallar, se consiguió dar una representación, a puerta cerrada –es decir, sin que se abriera la taquilla– en el Teatro Romea. Esta representación, a la que también tuve la suerte de asistir, se desarrolló en un clima extraño, enrarecido, un clima casi diría, semiclandestino. Al final los aplausos fueron nutridos, enérgicos, calurosos.

Pero no se crea que todo terminó ahí. A los dos días un periódico local publicó un curioso artículo, en primera plana, bajo el título Protestamos. Se tomaba allí pie en la mencionada obra de Valle, y en El momento de tu vida, esa delicada y poética comedia de Saroyan, representada por otra agrupación universitaria el día anterior.

Y citaba a continuación amplios fragmentos del ignominioso artículo aparecido en La verdad, de Murcia, el 8 de abril de 1959. Más adelante lo reproduciremos completo.

Veinte años más tarde, Juan Antonio Hormigón se refiere al espectáculo de Alonso Millán en el catálogo de la exposición Valle-Inclán y su tiempo (Hormigón, 1986, 70-73), que había reunido materiales de todas las escenificaciones sobre textos de Valle-Inclán a las que se había tenido acceso. El espectáculo de Alonso Millán aparece fechado de nuevo en 1959. Hormigón incluye en el catálogo una fotografía del espectáculo [fig. 5] (diferente de las ya mencionadas), la ficha técnica con el reparto y el artículo completo que había aparecido en La verdad, de Murcia, el 8.IV.59. En la fotografía figuran Pachequín, Don Friolera y Doña Loreta, situados en el mismo espacio escénico que el referido en la segunda de las fotografías anteriormente citadas.

El reparto que recoge dicho catálogo es el que sigue:

Reparto (por orden de aparición)
Narrador: Ricardo Merino
Don Estrafalario: Juan Ramón de la Cuadra
Don Manolito: Jesús Tessier
El bululú: Emiliano Redondo
Don Friolera (Fantoche): Alberto Martínez Lacaci
Doña Loreta (La moña): Rosa María Alfonso
Pachequín: Luis Cacho
Doña Tadea, la beata: Adelina González Blanco.
Curro Cadenas: A. Jiménez Marcos
Nele, el Peneque: Carlos Sevilla
Juanita: María Luz López Mallo
El carabinero: Mariano Torralba
Manolita: Mimí M. Gari
Doña Calixta: Rocío Alfonso
Teniente Rovirosa: Emiliano Redondo
Teniente Cardona. José Luis Latorre
Teniente Campero: Esteban S. Barcia
Barallocas: Mariano Torralba
El coronel: José Luis Stefanino
Doña Pepita, la coronela: Loreto Mampaso

Ficha técnica:
Decorados: Juan José García de las Mestas
Vestuario: Peris hermanos
Maquillador: Ricardo Vázquez
Director: Juan José Alonso Millán

El artículo de La verdad no tiene desperdicio y revela hasta qué punto algunos estaban dispuestos a imponer sus convicciones reaccionarias, tan fanáticas como anacrónicas, aunque tuvieran que recurrir a la amenaza, apenas velada por el uso de un lenguaje empalagoso e hipócrita:

Protestamos

Ayer protestábamos enérgicamente en nuestra sección de teatro del bochorno a que se ha sometido a nuestra ciudad, en plenas fiestas tradicionales por unos grupos de Teatro Universitario forasteros, pero españoles, que nos han venido a representar unas obras de todo punto rechazables y que han ofrecido uno de los más lamentables espectáculos que hayamos presenciado en varios años.

Por el mero hecho de haber sido alabadas públicamente estas representaciones, y con plena conciencia de nuestra responsabilidad, queremos insistir enérgicamente en la protesta. Recogemos así el sentir de lo más sano de nuestra ciudad, que sin ñoñerías, sin remilgos –y con máxima autoridad, en muchos de los casos– nos ha manifestado su asentimiento a nuestra protesta de ayer. Ni por las obras elegidas, ni por las personas que han hecho la elección, ni por el fin de las representaciones, ni por el público a que se destinaba y que merecía un mayor respeto, se debieron presentar estos reales y auténticos esperpentos. Que no podemos admitir que sean, ni por lo más remoto, en caricatura o sin ella, “lo más profundo y popular del iberismo”, “las esencias inconmovibles de la raza”, como con una lastimosa ligereza escribió alguien ayer mismo en letras de molde. (¡Qué dolor tan hondo que esto lo digamos todavía veinte años después del cambio radical de España. El cambio que don Ramón del Valle-Inclán y compañía se esforzaron en evitar!).

Pero lo que más nos duele es que sean nuestros universitarios quienes echen en su bagaje artístico y formativo esta clase de obras. No se trata de unas compañías de teatro profesionales, sino de unos muchachos y muchachas en época de formación humana. No se trata de un estudio, de un ejercicio que dentro del aula y bajo la dirección de un profesor preparado y con pleno sentido de su misión y responsabilidad, plantea y resuelve –resuelve– problemas hondamente humanos, auténticos y representativos. No se trata de problemas fundamentales que, como hombres o como profesionales, estos universitarios y universitarias hayan de abordar con la debida guía y que sean imprescindibles. No. Se trata de unas obras planteadas, proseguidas y resueltas, si es que lo están, dentro de una concepción, en un ambiente, con un ropaje externo de vicio, de desorden, de desequilibrio, de morbosidad.

No. Repetimos que gracias a Dios esto no es lo humano, así en absoluto. Y que si algo tiene de humano, su presentación es muy unilateral, y por ello, muy incompleta, muy poco formativa.

Pero, sobre todo, es eso: informativo, antieducador. En el fondo más íntimo, la tragedia está en que estos muchachos y muchachas –nuestras hijas, nuestra hermanas, nuestras novias, las futuras madres de nuestros hijos–, en la época más decisiva de su vida, cuando están ultimando su formación humana, cuando van a elegir o a ser elegidas en este misterio, hermoso y eterno, de la elección de compañera para el viaje y la misión de la vida, se prestan a hacer, tengan que vivir y representar con el mayor verismo posible, el papel de una prostituta.

No queremos tontas ni ignorantes a nuestras hijas o nuestras futuras esposas. Pero mucho menos prostitutas o magníficas intérpretes de este triste papel. No creemos que las grandes mujeres que hemos conocido en nuestra historia y en nuestra vida –nuestras propias madres– hayan necesitado incluir nunca, en su programa formativo, la triste representación del papel de ramera pública ni admirar y aplaudir a quien lo interpreta sobre unas tablas con estupendo verismo –en pasión, en gesto y en vestuario– ante cientos de espectadores.

Nos duele especialmente por ellas, actrices aficionadas y espectadoras. Ellas, ingenuas cuando se creen que se han emancipado de las ligaduras de la mujer antigua; como si por eso hubiesen dejado de ser mujeres con una personalidad y una misión inmutable; precisamente más dignas de lástima cuando por una coquetería y un “snobismo” sin razón, entran a formar parte de un ambiente que sólo las degrada y las desencaja de su auténtico ser. Recordamos aquellas palabras llenas de sabiduría y amor del mucho más vanguardista Pío XII: “A pesar de su desenvoltura, y aun a veces de su mentalidad masculina, la joven llamada “moderna” conserva de buen o mal grado los caracteres innatos, indelebles de su sexo: su imaginación, su sensibilidad, su tendencia a la vanidad pueril, o, por lo menos, con bastante frecuencia, a la coquetería más peligrosa y así, se deja caer en el anzuelo, si es que no se lanza a él ciegamente”.

No creemos nada más triste que estas muchachas –ridículas y cojitrancas discípulas de Sagan y compañía– que al cabo de unos cuantos meses se creen a la vuelta de todo… que es tanto como decir a la vuelta de nada importante fuera de su propia desilusión y quizá su propia perdición.

No creemos que nadie pueda tacharnos de antivanguardistas ni de nada parecido. Pero, ¿desde cuándo el vanguardismo y el progreso y los avances de la humanidad se han hecho apoyándose en el vicio? Y, ¿es que por vanguardismo vamos a resucitar ahora a Valle-Inclán –y a este Valle-Inclán, precisamente–? ¿Es que podemos admitir el volver de nuevo a una época y a una situación política, y a unos hombres salvajemente demoledores y a volver a los insultos a instituciones tan fundamentales, como, por ejemplo, el Ejército? Creemos que estos vanguardistas vienen con demasiado retraso. No es esta política de la España de Valle-Inclán lo que necesita nuestra España de hoy ni nuestra Europa. Por desgracia, son muchos los problemas que en todos los terrenos tiene hoy planteados España, Europa y en el mundo y en los que pueden mostrar su inteligencia, su tesón y su arte nuestros universitarios –futuros políticos, abogados, economistas, técnicos– antes que dedicarse a traer a nuestros escenarios el peor lenguaje y antes de convertirse a la faz de nuestro pueblo –¡bastante deseducado ya el pobre!– en representantes de lo peor de la sociedad.

 

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