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2. VARIA

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2.2 · Don Ramón María del Valle-Inclán: una recreación escénica fallida de su vida y su obra por José Antonio Durán Iglesias y Alberto Castilla.


Por Jesús Rubio Jiménez
 

 

Un repaso de sus ideas estéticas con apoyatura de imágenes de pinturas del Greco para ejemplificar la angostura del espacio (35) y sus propias palabras acerca de cómo quiso renovar lo que tiene de galaico la leyenda de don Juan, jugando con la angostura temporal, preparan la escenificación de pasajes de las Comedias bárbaras (36-40).

Se ha avanzado así en el recorrido biográfico hasta 1914 momento en que estalla la Primera Guerra Mundial con la que se abre la Segunda Parte, proyectando varias diapositivas del conflicto y de Madrid en aquellos años (41), de Rubén Darío y Picasso entre quienes se sitúa a don Ramón (43). El Testigo aduce un nuevo poema de Antonio Machado sobre la contienda europea (“En mi rincón moruno, mientras repiquetea”) antes de que La Vida y La Obra definan la primera la militancia política de Valle-Inclán a favor de la causa aliada y la segunda las ideas estéticas expuestas en La lámpara maravillosa. La muerte de su admirado Rubén Darío da pie para que El Testigo incluya algunos de los versos de homenaje escritos por Antonio Machado (43) o que después se proyecten pinturas de Picasso referidas a la contienda mientras La Obra ensaya primera una definición del esperpento, acercándolo al cubismo picassiano. Valle-Inclán alcanza su madurez que se identifica con el esperpento (43-45), aquí adelantado a su nacimiento real que tuvo lugar con la publicación en la revista España de la primera versión de Luces de bohemia en el verano de 1920. En los años sesenta no había todavía precisión crítica a la hora de valorar el surgimiento del famoso modo de escritura grotesca de don Ramón.

En un nuevo momento se presentan su acaecer vital y el del país a partir de 1917 con un rechazo de las formas teatrales establecidas y unas opciones novedosas, las cobijadas bajo la etiqueta del esperpento que van a ser ejemplificadas con las célebres disputas de Don Estrafalario y Don Manolito en el prólogo de Los cuernos de don Friolera, exceptuado su último tramo (47-52).

En la siguiente secuencia –Tiempo segundo– La Vida glosa la madurez independiente que el escritor habría conseguido por entonces y comparece en diapositiva Antonio Machado a la vez que en la voz de El Testigo se oye su poema “Yo era en mis sueños, don Ramón, viajero” (52), para dar paso después a diapositivas sobre Galicia campesina y feudal subrayada con dibujos de Goya y Castelao (54) y a la representación de una escena de Divinas palabras, considerada erróneamente como un esperpento, confusión que era habitual en aquellos años (55-58).

Entonces todavía no había sido diagnosticada la enfermedad infantil de la crítica valleinclaniana del esperpenticentrismo consistente en describir toda su obra anterior como un camino hacia el esperpento y la posterior como una consecuencia de este. Los autores de la función seguían los cauces habituales de la crítica mejor documentada del momento, como queda dicho, y en esta era habitual el uso abusivo del término esperpento para calificar no solo las cinco obras que don Ramón amparó bajo esta hoy célebre etiqueta, sino otras más. Y no se trata de negar la enorme altura estética de Divinas palabras sino de respetar las ajustadas etiquetas con que el escritor presentó a los lectores sus creaciones poniendo un extraordinario cuidado en su selección.

El Tiempo Tercero retoma a Valle-Inclán volviendo a Madrid en los años veinte, homenajeado en la revista La Pluma, evocando el célebre número monográfico que le dedicaron al escritor en 1923. En sentido estricto, los dos momentos temporales anteriores vienen a ser coincidentes con este. Nuevos versos de Machado en boca de El Testigo: “Hacia Madrid, una noche” (59-60); otro viaje a Hispanoamérica (60) mientras España cae en una nueva dictadura que objetiva una diapositiva de Primo de Rivera (61), para pasar después a una escena dramatizada de la novela Tirano Banderas, precedida de un breve diálogo donde se sitúan la novela y la intención de don Ramón al escribirla (62-70). El momento elegido es el de la manifestación de las gentes frente al Casino Español y su represión por los gendarmes. De haberse representado, hubiera sido sin duda un eficaz alegato contra la dictadura que se vivía entonces en España y una crítica oblicua de sus excesos represores. Cabe preguntarse si la acusación de haber elegido pasajes conflictivos de las obras de don Ramón hechos por José María Castroviejo y suscritos por Gregorio Marañón no irían referidos también a pasajes como este.

 

 

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