Alfredo Marqueríe
Juan Ignacio García Garzón
Página 4
Las gentes del teatro
En El teatro que yo he visto, dice por ejemplo de Antonio Buero Vallejo, tras señalar que tiene un “rostro adusto como de caballero del Greco”, que
es serio, enormemente serio en todo, y en vísperas del estreno procura guardar su equilibrio entre el optimismo lógico y el pesimismo temperamental. Cuando sale a saludar al público muestra una cara de palidez cadavérica y aparece fantasmal y trémulo, con cierto aire entre solemne y dolorido [...]. Reacciona ante la crítica, en mi caso al menos, de un modo absolutamente correcto y generoso. En cierta ocasión, se enfureció mucho contra un crítico. Y no tenía razón. Pero aquello pasó a la historia.
No he logrado adivinar a qué crítico se refería.
Entre otras cosas, en este libro Marqueríe pasa revista a todos cuantos intervienen, en una u otra medida, en un montaje teatral, desde la primera actriz de verso al espectador, pasando por el autorcete (sic), el maquinista y los acomodadores; pone a punto un “recetario de Talía”, en el que detalla las características de todos los géneros escénicos imaginables y da instrucciones de qué pasos seguir para escribirlos: melodrama, zarzuela, tragedia griega, el drama rural, la obra pirandelliana, el vodevil… todo dando muestras de un conocimiento profundo de lo que habla y, principalmente, con fenomenal ironía. También dice adiós a algunas figuras de la escena que conoció (Manuel y Antonio Machado, Eduardo Marquina, Jacinto Guerrero, Enrique Rambal, Raquel Meller y Consuelo Portella Audet La Chelito, entre otros) y ofrece una impagable compilación de anécdotas. Como ustedes no me perdonarían que no reprodujese alguna, Ahí van tres.
En la titulada “Críticos vapuleados” relata que
para dar una oportunidad a los autores y para que se desahogaran criticándonos, Jorge de la Cueva, Eduardo Haro y yo escribimos y estrenamos en el Teatro Íntimo, que fue donde hizo sus primeras experiencias como director José Luis Alonso, tres piezas en un acto. Entre los autores que hicieron las críticas de esas obras descolló Joaquín Calvo Sotelo que se sacó algunas espinas que tenía clavadas. Eduardo Haro dijo ferocidades y afirmó que tenía “esqueleto de vizconde”. Pero en lugar de enfadarse, Haro se puso tan orgulloso con su esqueleto que ya no hubo manera de tratarle.
Un inciso, en mis pesquisas para escribir este artículo me he enterado de que el primer libro que publicó el citado Eduardo Haro Tecglen fue, con veinticuatro años y en 1948, uno de poesía titulado La callada palabra, con prólogo precisamente de Alfredo Marqueríe.
En la anécdota que bautiza “Por turno” explica que se reunieron seis personas para escuchar la lectura de “un drama larguísimo”.
Y como nos dormíamos los seis, el autor sin perder la calma ni la sonrisa exclamó:
–¡Vaya! Ya veo que todos tienen sueño. Pero eso puede arreglarse fácilmente. Como la obra consta de seis cuadros, que cada uno de ustedes escuche uno y que duerman los restantes.
Y nos fuimos despertando por turno.
En “Definición de la crítica” da la voz a Fernando Fernán-Gómez y reproduce una reflexión del genial intérprete, autor y director:
–¿Qué pensaríamos –decía una vez Fernando Fernán-Gómez, tan gran actor como hombre agudo, sagaz e inteligente– de una persona que le sacara a otra los defectos en su propia cara y después los publicara en un periódico? Diríamos de ella que carecía de finura, de cortesía, de gentileza. Pues esto es lo que hace la crítica teatral con los actores y con los autores. Por lo tanto la crítica teatral no es ni más ni menos que una enorme falta de educación.
Tal vez para defenderse de opiniones semejantes, Marqueríe explicó su idea de la crítica en el libro En la jaula de los leones:
Hacer crítica se reduce, en términos sencillos, a decir lisa y llanamente lo que uno piensa de las obras ajenas. El crítico aspira a decir la verdad, o por lo menos “su” verdad. Pero esta verdad no suele ser plato de gusto para los criticados –especialmente en lo que añade a nuestro teatro contemporáneo–. En los círculos de su intimidad, el autor no encuentra aguafiestas espontáneos. Cuando estrena una obra, conoce generalmente el halago del aplauso y el de los elogios que actrices y actores suelen tributar a quien les da, o les va a dar, ocasión de lucimiento. (En el camerino o entre bastidores, dicen otras cosas, pero no llegan a oídos del interesado.) La familia y los incondicionales se suman al coro de las alabanzas, y, de la misma manera, los servidores y los proveedores. Hasta el peluquero y el limpiabotas contribuyen a la creación de ese clima de confianza y de optimismo donde se carga, ensancha y abulta, la esponja de la vanidad [...]. Quien destila esa gota de acíbar sobre este baño de dulzura es el crítico, que se permite disentir, que tiene el atrevimiento de poner reparos, y hasta la osadía de dogmatizar, tornando negro lo blanco y las lanzas en cañas [...]. Pero si la crítica es realmente atinada y razonada, atraviesa la coraza de la vanidad y llega en ocasiones a desasosegar y desazonar al autor.
Seguramente por eso, Marqueríe escribe también que la misión del crítico sería soportable con un supuesto previo de aislamiento. Si el crítico viviera encerrado como el solitario romántico, en su torre de marfil o, más vulgarmente, como el caracol en su concha, sin relaciones sociales o familiares, sin contacto con amigos y conocidos, se ahorraría la mayor parte de sus sufrimientos. Que nacen, precisamente, de la fricción, del choque inevitable, de la colisión entre el gusto y el deber, del clásico duelo entre el corazón y la cabeza.
Marqueríe publicó sus críticas en ABC hasta 1960; cuatro años después se incorporó al vespertino Pueblo para realizar el mismo cometido. Hubo en los años cincuenta algún paréntesis; él mismo cuenta en Personas y personajes. Memorias informales (fig. 13) que, en un determinado momento, se vio obligado a dejar aparcada la crítica:
Cuando por motivos que no son del caso, cesé voluntariamente en el ejercicio del periodismo y de la crítica teatral, hasta la espera de una sentencia del Tribunal Supremo, y me dediqué, entre otras cosas a asesorar compañías y a dirigir comedias, Juan Ignacio [Luca de Tena] tuvo la gentileza de aguardar mi retorno a la misión juzgadora. Al pronunciarse la sentencia favorable me llamó inmediatamente.
No he logrado averiguar la naturaleza de esos motivos que no venían al caso.
Director del María Guerrero
Uno de esos paréntesis estuvo motivado por el nombramiento del hasta entonces crítico como director del Teatro Nacional María Guerrero. Estuvo en ese puesto entre 1952 y 1954, sucediendo en el cargo a Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa, que llevaban al timón del coliseo desde 1940. Durante su mandato dirigió al menos tres comedias: en 1952, Un día de abril, de la británica Dodie Smith (recordada principalmente por su novela 101 dálmatas), traducida por Conchita Montes, con Mary Carrillo como protagonista y con Enrique Diosdado, Berta Riaza y Adolfo Marsillach, entre otros, en el elenco (fig. 14 y fig. 15); en 1953, El amor de los cuatro coroneles, del estupendo actor y escritor británico Peter Ustinov, que contó con María Jesús Valdés y José Luis Ozores como cabezas del reparto (fig. 16), y en 1954, Otoño del 3006, distopía futurista de Agustín de Foxá (autor que dejó una definición de sí mismo para la historia: “Soy conde. Soy gordo. Soy diplomático. ¡Soy académico! ¿Cómo no voy a ser reaccionario?”) para la que Vitín Cortezo diseñó unos imaginativos figurines (fig. 17) que no pudieron aminorar un fenomenal pateo.
Con motivo de estas aventuras escénicas, Marqueríe experimentó la curiosa sensación de pasar de ser crítico a ser criticado. El 30 de octubre de 1952, Eduardo Haro Tecglen publicó en Informaciones elogiosas referencias dedicadas al nuevo director del María Guerrero, tras señalar sobre la obra de Dodie Smith que “entretiene el diálogo, conmueven los pequeños problemas de los personajes, y al salir del teatro todo está borrado ya y olvidado”:
Lo importante de la representación de anoche no fue la comedia, sino la continuidad del teatro nacional María Guerrero. Todo el prestigio y la categoría que supo darle Luis Escobar –a quien es justo rendir homenaje en esta primera representación del María Guerrero sin él– ha sido recogido por Alfredo Marqueríe, cuya dirección artística –perfectamente completada con la dirección escénica de Enrique A. Diosdado– no ofrece ni un reparo. Ambiente, ritmo, vestuario –realizado por Marbel–, decorado –de Redondela–, luces, muebles, interpretación; todo ello responde a la gran sensibilidad artística de Marqueríe, quien, conocido ya por su gran categoría de teórico del teatro –hasta su retirada voluntaria ha sido el primer crítico de España y hoy lo volvería a ser–, se muestra ahora como realizador práctico de primera categoría. Esperamos y deseamos que los teatros nacionales sean regidos por Marqueríe, no de un modo accidental o provisional, sino definitivamente. Sería difícil encontrar en nuestro país otro director de sus posibilidades.
Casi cuarenta años después, en 1991, Haro Tecglen, en un artículo dedicado a la faceta interpretativa de Luis Escobar, recordaba así el teatro español de la posguerra, mencionando de manera expresa a Marqueríe:
Cabe decir que, en aquél momento, había muy pocos focos de teatro verdadero, y una labor incesante de tres únicas personas: Cayetano Luca de Tena en el Teatro Español –había llegado después de ser ayudante de Felipe Lluch–, Alfredo Marqueríe en la crítica –que muchos años después vino a dilapidar por otras obligaciones de las de la vida– y Luis Escobar que, con la ayuda de Luis Fernando de Igoa y de Huberto Pérez de la Ossa, formaron esta trilogía constante y segura del María Guerrero. (Después vendría Tamayo, con una importancia excepcional).
El caso es que nuestro hombre dejó la dirección del María Guerrero en 1954 para dejar paso a Claudio de la Torre, que ocupó el cargo hasta 1960, y volvió a las labores periodísticas y de crítico, de nuevo en ABC y finalmente en Pueblo a partir de 1964 y hasta 1973.
Por cierto, el director de este último diario, Emilio Romero, tenía veleidades teatrales y parece que no aceptaba de buen grado las críticas adversas. Marqueríe siempre sostuvo que, al igual que le ocurrió con Juan Ignacio Luca de Tena en ABC, Romero nunca cuestionó la independencia de sus juicios ni le hizo indicación alguna. Aunque, relacionado con el estreno de una comedia de este, Verde doncella, en abril de 1967 en el antiguo Teatro Valle Inclán, Gustavo Morales recogió en el diario digital El Debate en 2022 el siguiente sucedido:
[...] se estrenó, no sabemos por qué, la obra teatral Verde doncella de Emilio Romero, quien aceptaba invectivas como periodista, literato y político, pero no como autor de teatro. De hecho, cuando Enrique Llovet, diplomático y crítico teatral del diario ABC, [...] puso de chupa de dómine esta de sus obras, una crítica que tituló “Verde Romero”, Emilio Romero hizo correr la voz de que Llovet tenía una amante y aireó sus trapos sucios, presuntos o verdaderos. El caso es que durante la representación de Verde Doncella muchos opositores a lo que Emilio Romero representaba, era director del poderoso diario Pueblo, sostenido y editado por los sindicatos azules del régimen, se dedicaron a patear y silbar la obra. Tras la misma, acudieron los plumillas de Pueblo y otros a un ágape. Cuando entró Romero enfurruñado por la escandalera de buena parte del público asistente al estreno, se hizo el silencio, pues nadie se atrevía a criticar al director en su faceta de dramaturgo y la decencia literaria les impedía ensalzar la obra. Marqueríe le recibió con un grito: “¡Pirandello!, eres el nuevo Pirandello, el autor de las obras incomprendidas en el presente que triunfarán en el futuro”, arrancando una sonrisa y disipando el mal humor de Romero. Algunos de los presentes se preguntaron quién era el tal Pirandello, un autor que pasaría por anarquista a pesar de haber sido militante fervoroso del Partido Fascista de Mussolini. Romero nunca olvidó el gesto de Marqueríe.
Investigador teatral
En esta última etapa de su vida, el crítico se dedicó también a la investigación teatral y a escribir diversas obras al respecto. Obtuvo en 1964 una beca de investigación de la Fundación March que dio como fruto el ensayo Versiones representables del teatro griego y latino, publicado por la editorial Aguilar dos años después. Y en 1968, la misma entidad le otorgó otra beca, esta vez de creación literaria, con la que realizó España: ¡qué país!, un animado conjunto de ensayos de carácter costumbrista que vio la luz con el sello de la Editora Nacional en 1970 (fig. 18).
Por su interés más allá de lo anecdótico, vale la pena comentar que Carmen Maura, quien por esas fechas comenzaba su carrera como actriz aficionada en el Teatro Español Universitario, decidió dedicarse profesionalmente a la interpretación después de que Marqueríe, que la convenció de su valía, le aconsejara hacerlo.
Ya jubilado, el gran crítico concedió a finales de 1973 una entrevista llena de optimismo a Malén Aznárez, publicada en el diario Arriba, en la que afirmaba sentir algo de nostalgia por el ajetreo de la redacción, elogiaba el buen momento de la crítica de Madrid y Barcelona y daba por finalizada la crisis teatral:
[...] nunca ha habido en Madrid tantas salas de espectáculos como ahora. Apunte, apunte, 28 teatros, 13 cafés-teatro y 19 salas de fiesta con espectáculo; en total, 60 locales con programación. Eso no lo tienen ni en Moscú, París, Londres o Nueva York, por citar las capitales más importantes. Luego, ¿dónde está la crisis? No hay crisis de calidad, porque junto al teatro de diversión hay otro importante, antológico como dicen los pedantes… No soy triunfalista, es un reconocimiento de los hechos. No soy patriotero, simplemente estoy en contacto directo con la crítica, con la escena. Y nunca he visto un mejor teatro, ni mejores intérpretes. Los árboles no nos dejan ver el bosque cuando hablamos de crisis. Lo que pasa es que nuestros autores son pocos, pero aunque sea con cuentagotas van surgiendo nombres nuevos (Aznárez, 1973).
El 31 de julio de 1974, acaba de hacer medio siglo, Alfredo Marqueríe falleció en un accidente de carretera en el Puerto de Contreras, situado en el término del municipio conquense de Minglanilla. Iba camino de Valencia junto a su esposa, Pilar Calvo Rodero, que conducía el vehículo. Su muerte provocó hondo pesar en los círculos teatrales y periodísticos de España.
Ya se han mencionado aquí algunos de las distinciones obtenidas por Marqueríe, pero en la hora de la recapitulación final habría que citar que fue galardonado también con el Premio de Crítica de la Cámara Oficial del Libro de España (1934), el Luca de Tena de Periodismo por su artículo “Oro mediterráneo” (1939), el Crónicas de la Villa del Ayuntamiento de Madrid (1945), la Medalla de Oro de Dirección Escénica del Círculo de Bellas Artes (1950), el Nacional de Crítica Teatral (1953), el dedicado a Libros de Teatro (1959), el Lope de Vega de Sonetos (1963) organizado por el Ayuntamiento de Madrid, y el Extraordinario por su labor en pro de la escena (1971). Como gran cronista circense y por sus iniciativas benéficas en este terreno le fueron también concedidas las Medallas de Oro del Circo Price y del Circo Ambulante, aunque no he conseguido determinar la fecha.
Sus libros
Alfredo Marqueríe publicó muchos libros. Puestos a hacer balance, empezaremos por su obra narrativa, en la que figuran títulos como Blas y su mecanógrafa (1939) (fig. 19), una muestra de costumbrismo humorístico y con indisimulada profundidad social dentro de lo permitido en la época; Cuatro pisos y la portería (1940), impregnada también de humor y un costumbrismo que, en cierta manera, podría anticipar el universo de Historia de una escalera (1949) de Antonio Buero Vallejo, pues se centra en el microcosmos de los vecinos de un edificio (fig. 20); Don Laureano y sus seis aventuras (1940), divertida recopilación de sucesos de corte absurdo en torno a un curioso personaje (fig. 21), cuyo éxito impulsó al escritor a escribir y publicar una segunda parte en 1945; Novelas para leer en un viaje (1941), amena recopilación de relatos cortos de diverso sesgo (fig. 22); El Misterio del circo (1943), incursión en la literatura de misterio que el autor sitúa en uno de sus escenario más queridos; El torero y su sombra (1945), donde se sumerge en el universo taurómaco para centrarse en la figura de un diestro en el doble quicio de lo profesional y lo personal (fig. 23); Cuando cae el telón (1950), novela situada en otro de los ambientes más cercanos a Marqueríe, que se aproxima a la vida de los intérpretes dentro y fuera de los escenarios, nos lleva al mundo del teatro, narrando la vida de los actores y sus cuitas. La antesala del infierno (1975), obra oscura y de tono existencial publicada póstumamente (fig. 24). Y otras dos novelas, Marta, muchacha taquimeca (fig. 25) y Drama en la pista, sin fecha precisa de publicación, pues, aunque suelen datarse en las décadas de los cuarenta o los cincuenta, pueden ser más antiguas, ya que ambas fueron editadas en la colección La novela corta, anterior a la Guerra Civil.
También firmó Marqueríe un pequeño puñado de obras de teatro: el poema escénico El apólogo del mendigo (1925); Fue en una venta (1926), obra costumbrista escrita con José María Alfaro; El agua hierve (1955), drama social que intenta reflejar los conflictos de una España que muy lentamente comenzaba a cambiar; Cuatro en el juego (1955), personajes en conflicto en ambiente claustrofóbico; y El teatro y el mar (escena y travesía) (1961), reflexión sobre la existencia finita y el peso del destino, que mezcla filosofía y vibración poética.
Sin abandonar los territorios escénicos, realizó algunas interesantes adaptaciones de obras clásicas, que, manteniendo la esencia de los textos, los aproximan al público de nuestra época, dando fe de sus profundos conocimientos al respecto. En el citado Versiones representables de teatro Griego y Latino (1966), tras desarrollar las líneas argumentales de tragedias y comedias griegas y latinas, concibió interpretaciones para la escena contemporánea de La Orestiada de Esquilo, Ayax de Sófocles, Medea e Ifigenia de Eurípides, Las nubes de Aristófanes (fig. 26), El díscolo de Menandro, Los gemelos de Plauto, Formión de Terencio y Tiestes de Séneca, unas en verso libre y otras en prosa. Antes había publicado adaptaciones independientes de Medea (1955) de Eurípides y Las nubes (1955) de Aristófanes.
En el ámbito biográfico, escribió dos meticulosas y vívidas aproximaciones a sendas figuras históricas: Francisco Pizarro, largo en vida y en hazañas (1945), narrando con tanto pulso literario como rigor documental la peripecia vital del conquistador del Perú, y Doña María de Padilla, un amor constante (1952), donde inundaba de viveza y humanidad el perfil de la que fuera amante de Pedro I de Castilla, quien, un año después de muerta la dama, legalizó su relación como matrimonial.
Una amplia obra ensayística
Ensayista de amplio aliento y dotado de gran talento analítico y notable perspicacia para la observación, Alfredo Marqueríe demostró sus saberes prolíficos sobre todo en los terrenos teatrales y memorialísticos, aunque se adentró también en otras materias. Por ejemplo, en su libro Inglaterra y los ingleses (1939) vuelca las impresiones y experiencias recogidas en sus viajes como corresponsal para trazar un animado perfil del carácter británico. Madrid, hoy (1945) perfila brillantemente una imagen tomada del natural de la vida en la capital de España y el temperamento de sus gentes; en Toros y toreros (1948), regresa a una de sus grandes aficiones y traza un análisis tan apasionado como bien documentado y clarificador del mundo de la lidia. También de otra de sus pasiones se ocupa Un mes con el circo (1955), del que ya se ha dado noticia. Peyrot (1959) es una aproximación a la obra del pintor italiano Arturo Peyrot que desarrolló buena parte de su obra en tierras españolas; España: ¡Qué país! (1970), escrito como ya se ha comentado con una beca de la Fundación March, ofrece vigorosos y perspicaces cuadros sobre tradiciones, costumbres y singularidades españolas cuyo conjunto completa una imagen certera y plural de todo el país.
Regresemos al teatro. En su influyente Desde la silla eléctrica; crítica teatral (1942), Marqueríe agavilla reseñas, juicios y meditaciones sobre la escena y los autores. Sobre la vida y obra de don Carlos Arniches (1944) aúna con amenidad detalles biográficos del autor alicantino y un profundo estudio sobre su producción escénica y su influencia en el teatro posterior. De En la jaula de los leones: memorias y crítica teatral (1944) ya se han dado en este artículo amplias referencias. Jardiel Poncela y su teatro (1945) analiza la obra de uno de sus más admirados dramaturgos, subraya su capacidad innovadora y valora su legado teatral (fig. 27). Cien anécdotas de teatro (1958) ofrece con amena largura lo que su título promete. Algo semejante, aunque desde una visión analítica, ocurre con Veinte años de teatro en España (1959) (fig. 28), una perspectiva clarificadora, rigurosa e imprescindible para entender el teatro de la época, que se prolongó en XXV años de teatro en España (1964).
En Benavente y su teatro; disertación cordial (1960), Marqueríe analiza el corpus dramático del premio Nobel de Literatura y dibuja su decisivo papel en la escena de su tiempo y en años posteriores. En esa línea aunque con matices mucho más críticos, Alfonso Paso y su teatro (1966) alterna los elogios a las primeras obras del prolífico autor con los reproches a su deriva hacia un estilo más fácil (fig. 29). Sobre El teatro que yo he visto (1968) ya se ha hablado profusamente con anterioridad. Muy interesante y de gran valor como obra de referencia resulta Cincuenta personajes del teatro universal (1972), un repaso a las grandes criaturas que pueblan y han poblado los escenarios, desde Orestes a Calígula, pasando por Pedro Crespo, Hamlet, el tío Vania y la Celestina. En esa línea, La comedia del arte (1972) estudia esta antigua forma escénica que ha influido y vibra en el teatro de diversas épocas. Y Realidad y fantasía en el Teatro de Jaime Salom (1973), en la estela del estudio dedicado a Alfonso Paso, estudia la obra del dramaturgo catalán, con algún reparo a sus concesiones a la comercialidad (fig. 30).
Para concluir, he encontrado noticia de un documental firmado por Alfredo Marqueríe, El circo viene y va, estrenado en 1968 dentro de los actos del Congreso Mundial del Circo celebrado ese año en Barcelona. Una muestra más del versátil talento de este autor que marcó época como crítico.
Bibliografía citada
- Armiñán, Jaime de (2014). Biografía del circo, Logroño, Pepitas de Calabaza. (1ª ed. Madrid, Editorial Escelicer, 1958).
- Aznárez, Malén (1973). “Alfredo Marqueríe, en defensa del teatro”, Arriba, 31 de diciembre.
- Haro Tecglen, Eduardo (1991). “Al fin actor”, El País, 17 de febrero.
- Marqueríe, Alfredo (1943). El misterio del circo, Madrid, La novela actual.
- ___ (1944). En la jaula de los leones, Madrid, Ediciones Españolas.
- ___ (1955). Un mes con el circo. Madrid, Taurus.
- ___ (1969). El teatro que yo he visto, Barcelona, Bruguera.
- ___ (1971). Personas y personajes. Memorias informales, Barcelona, Dopesa.
- Martín Gijón, Mario (2010). “Nazismo y antisemitismo en la literatura falangista. En torno a Poemas de la Alemania eterna (1940)”, Vanderbilt e-journal of Luso-Hispanic Studies, vol. 6.
- Morales, Gustavo (2022). “Del azul al rojo en los Marqueríe”, El Debate, 24 de diciembre.
- Quintana Pareja, Emilio (2022). Calle del aire, revista de literatura, número 4, diciembre. Sevilla, Editorial Renacimiento.
- Tudela, Mariano (1956). “Alfredo Marqueríe y la literatura circense”. Cuadernos Hispanoamericanos, n. 84. Madrid, diciembre.
Las gentes del teatro
En El teatro que yo he visto, dice por ejemplo de Antonio Buero Vallejo, tras señalar que tiene un “rostro adusto como de caballero del Greco”, que
es serio, enormemente serio en todo, y en vísperas del estreno procura guardar su equilibrio entre el optimismo lógico y el pesimismo temperamental. Cuando sale a saludar al público muestra una cara de palidez cadavérica y aparece fantasmal y trémulo, con cierto aire entre solemne y dolorido [...]. Reacciona ante la crítica, en mi caso al menos, de un modo absolutamente correcto y generoso. En cierta ocasión, se enfureció mucho contra un crítico. Y no tenía razón. Pero aquello pasó a la historia.
No he logrado adivinar a qué crítico se refería.
Entre otras cosas, en este libro Marqueríe pasa revista a todos cuantos intervienen, en una u otra medida, en un montaje teatral, desde la primera actriz de verso al espectador, pasando por el autorcete (sic), el maquinista y los acomodadores; pone a punto un “recetario de Talía”, en el que detalla las características de todos los géneros escénicos imaginables y da instrucciones de qué pasos seguir para escribirlos: melodrama, zarzuela, tragedia griega, el drama rural, la obra pirandelliana, el vodevil… todo dando muestras de un conocimiento profundo de lo que habla y, principalmente, con fenomenal ironía. También dice adiós a algunas figuras de la escena que conoció (Manuel y Antonio Machado, Eduardo Marquina, Jacinto Guerrero, Enrique Rambal, Raquel Meller y Consuelo Portella Audet La Chelito, entre otros) y ofrece una impagable compilación de anécdotas. Como ustedes no me perdonarían que no reprodujese alguna, Ahí van tres.
En la titulada “Críticos vapuleados” relata que
para dar una oportunidad a los autores y para que se desahogaran criticándonos, Jorge de la Cueva, Eduardo Haro y yo escribimos y estrenamos en el Teatro Íntimo, que fue donde hizo sus primeras experiencias como director José Luis Alonso, tres piezas en un acto. Entre los autores que hicieron las críticas de esas obras descolló Joaquín Calvo Sotelo que se sacó algunas espinas que tenía clavadas. Eduardo Haro dijo ferocidades y afirmó que tenía “esqueleto de vizconde”. Pero en lugar de enfadarse, Haro se puso tan orgulloso con su esqueleto que ya no hubo manera de tratarle.
Un inciso, en mis pesquisas para escribir este artículo me he enterado de que el primer libro que publicó el citado Eduardo Haro Tecglen fue, con veinticuatro años y en 1948, uno de poesía titulado La callada palabra, con prólogo precisamente de Alfredo Marqueríe.
En la anécdota que bautiza “Por turno” explica que se reunieron seis personas para escuchar la lectura de “un drama larguísimo”.
Y como nos dormíamos los seis, el autor sin perder la calma ni la sonrisa exclamó:
–¡Vaya! Ya veo que todos tienen sueño. Pero eso puede arreglarse fácilmente. Como la obra consta de seis cuadros, que cada uno de ustedes escuche uno y que duerman los restantes.
Y nos fuimos despertando por turno.
En “Definición de la crítica” da la voz a Fernando Fernán-Gómez y reproduce una reflexión del genial intérprete, autor y director:
–¿Qué pensaríamos –decía una vez Fernando Fernán-Gómez, tan gran actor como hombre agudo, sagaz e inteligente– de una persona que le sacara a otra los defectos en su propia cara y después los publicara en un periódico? Diríamos de ella que carecía de finura, de cortesía, de gentileza. Pues esto es lo que hace la crítica teatral con los actores y con los autores. Por lo tanto la crítica teatral no es ni más ni menos que una enorme falta de educación.
Tal vez para defenderse de opiniones semejantes, Marqueríe explicó su idea de la crítica en el libro En la jaula de los leones:
Hacer crítica se reduce, en términos sencillos, a decir lisa y llanamente lo que uno piensa de las obras ajenas. El crítico aspira a decir la verdad, o por lo menos “su” verdad. Pero esta verdad no suele ser plato de gusto para los criticados –especialmente en lo que añade a nuestro teatro contemporáneo–. En los círculos de su intimidad, el autor no encuentra aguafiestas espontáneos. Cuando estrena una obra, conoce generalmente el halago del aplauso y el de los elogios que actrices y actores suelen tributar a quien les da, o les va a dar, ocasión de lucimiento. (En el camerino o entre bastidores, dicen otras cosas, pero no llegan a oídos del interesado.) La familia y los incondicionales se suman al coro de las alabanzas, y, de la misma manera, los servidores y los proveedores. Hasta el peluquero y el limpiabotas contribuyen a la creación de ese clima de confianza y de optimismo donde se carga, ensancha y abulta, la esponja de la vanidad [...]. Quien destila esa gota de acíbar sobre este baño de dulzura es el crítico, que se permite disentir, que tiene el atrevimiento de poner reparos, y hasta la osadía de dogmatizar, tornando negro lo blanco y las lanzas en cañas [...]. Pero si la crítica es realmente atinada y razonada, atraviesa la coraza de la vanidad y llega en ocasiones a desasosegar y desazonar al autor.
Seguramente por eso, Marqueríe escribe también que la misión del crítico sería soportable con un supuesto previo de aislamiento. Si el crítico viviera encerrado como el solitario romántico, en su torre de marfil o, más vulgarmente, como el caracol en su concha, sin relaciones sociales o familiares, sin contacto con amigos y conocidos, se ahorraría la mayor parte de sus sufrimientos. Que nacen, precisamente, de la fricción, del choque inevitable, de la colisión entre el gusto y el deber, del clásico duelo entre el corazón y la cabeza.
Marqueríe publicó sus críticas en ABC hasta 1960; cuatro años después se incorporó al vespertino Pueblo para realizar el mismo cometido. Hubo en los años cincuenta algún paréntesis; él mismo cuenta en Personas y personajes. Memorias informales (fig. 13) que, en un determinado momento, se vio obligado a dejar aparcada la crítica:
Cuando por motivos que no son del caso, cesé voluntariamente en el ejercicio del periodismo y de la crítica teatral, hasta la espera de una sentencia del Tribunal Supremo, y me dediqué, entre otras cosas a asesorar compañías y a dirigir comedias, Juan Ignacio [Luca de Tena] tuvo la gentileza de aguardar mi retorno a la misión juzgadora. Al pronunciarse la sentencia favorable me llamó inmediatamente.
No he logrado averiguar la naturaleza de esos motivos que no venían al caso.
Director del María Guerrero
Uno de esos paréntesis estuvo motivado por el nombramiento del hasta entonces crítico como director del Teatro Nacional María Guerrero. Estuvo en ese puesto entre 1952 y 1954, sucediendo en el cargo a Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa, que llevaban al timón del coliseo desde 1940. Durante su mandato dirigió al menos tres comedias: en 1952, Un día de abril, de la británica Dodie Smith (recordada principalmente por su novela 101 dálmatas), traducida por Conchita Montes, con Mary Carrillo como protagonista y con Enrique Diosdado, Berta Riaza y Adolfo Marsillach, entre otros, en el elenco (fig. 14 y fig. 15); en 1953, El amor de los cuatro coroneles, del estupendo actor y escritor británico Peter Ustinov, que contó con María Jesús Valdés y José Luis Ozores como cabezas del reparto (fig. 16), y en 1954, Otoño del 3006, distopía futurista de Agustín de Foxá (autor que dejó una definición de sí mismo para la historia: “Soy conde. Soy gordo. Soy diplomático. ¡Soy académico! ¿Cómo no voy a ser reaccionario?”) para la que Vitín Cortezo diseñó unos imaginativos figurines (fig. 17) que no pudieron aminorar un fenomenal pateo.
Con motivo de estas aventuras escénicas, Marqueríe experimentó la curiosa sensación de pasar de ser crítico a ser criticado. El 30 de octubre de 1952, Eduardo Haro Tecglen publicó en Informaciones elogiosas referencias dedicadas al nuevo director del María Guerrero, tras señalar sobre la obra de Dodie Smith que “entretiene el diálogo, conmueven los pequeños problemas de los personajes, y al salir del teatro todo está borrado ya y olvidado”:
Lo importante de la representación de anoche no fue la comedia, sino la continuidad del teatro nacional María Guerrero. Todo el prestigio y la categoría que supo darle Luis Escobar –a quien es justo rendir homenaje en esta primera representación del María Guerrero sin él– ha sido recogido por Alfredo Marqueríe, cuya dirección artística –perfectamente completada con la dirección escénica de Enrique A. Diosdado– no ofrece ni un reparo. Ambiente, ritmo, vestuario –realizado por Marbel–, decorado –de Redondela–, luces, muebles, interpretación; todo ello responde a la gran sensibilidad artística de Marqueríe, quien, conocido ya por su gran categoría de teórico del teatro –hasta su retirada voluntaria ha sido el primer crítico de España y hoy lo volvería a ser–, se muestra ahora como realizador práctico de primera categoría. Esperamos y deseamos que los teatros nacionales sean regidos por Marqueríe, no de un modo accidental o provisional, sino definitivamente. Sería difícil encontrar en nuestro país otro director de sus posibilidades.
Casi cuarenta años después, en 1991, Haro Tecglen, en un artículo dedicado a la faceta interpretativa de Luis Escobar, recordaba así el teatro español de la posguerra, mencionando de manera expresa a Marqueríe:
Cabe decir que, en aquél momento, había muy pocos focos de teatro verdadero, y una labor incesante de tres únicas personas: Cayetano Luca de Tena en el Teatro Español –había llegado después de ser ayudante de Felipe Lluch–, Alfredo Marqueríe en la crítica –que muchos años después vino a dilapidar por otras obligaciones de las de la vida– y Luis Escobar que, con la ayuda de Luis Fernando de Igoa y de Huberto Pérez de la Ossa, formaron esta trilogía constante y segura del María Guerrero. (Después vendría Tamayo, con una importancia excepcional).
El caso es que nuestro hombre dejó la dirección del María Guerrero en 1954 para dejar paso a Claudio de la Torre, que ocupó el cargo hasta 1960, y volvió a las labores periodísticas y de crítico, de nuevo en ABC y finalmente en Pueblo a partir de 1964 y hasta 1973.
Por cierto, el director de este último diario, Emilio Romero, tenía veleidades teatrales y parece que no aceptaba de buen grado las críticas adversas. Marqueríe siempre sostuvo que, al igual que le ocurrió con Juan Ignacio Luca de Tena en ABC, Romero nunca cuestionó la independencia de sus juicios ni le hizo indicación alguna. Aunque, relacionado con el estreno de una comedia de este, Verde doncella, en abril de 1967 en el antiguo Teatro Valle Inclán, Gustavo Morales recogió en el diario digital El Debate en 2022 el siguiente sucedido:
[...] se estrenó, no sabemos por qué, la obra teatral Verde doncella de Emilio Romero, quien aceptaba invectivas como periodista, literato y político, pero no como autor de teatro. De hecho, cuando Enrique Llovet, diplomático y crítico teatral del diario ABC, [...] puso de chupa de dómine esta de sus obras, una crítica que tituló “Verde Romero”, Emilio Romero hizo correr la voz de que Llovet tenía una amante y aireó sus trapos sucios, presuntos o verdaderos. El caso es que durante la representación de Verde Doncella muchos opositores a lo que Emilio Romero representaba, era director del poderoso diario Pueblo, sostenido y editado por los sindicatos azules del régimen, se dedicaron a patear y silbar la obra. Tras la misma, acudieron los plumillas de Pueblo y otros a un ágape. Cuando entró Romero enfurruñado por la escandalera de buena parte del público asistente al estreno, se hizo el silencio, pues nadie se atrevía a criticar al director en su faceta de dramaturgo y la decencia literaria les impedía ensalzar la obra. Marqueríe le recibió con un grito: “¡Pirandello!, eres el nuevo Pirandello, el autor de las obras incomprendidas en el presente que triunfarán en el futuro”, arrancando una sonrisa y disipando el mal humor de Romero. Algunos de los presentes se preguntaron quién era el tal Pirandello, un autor que pasaría por anarquista a pesar de haber sido militante fervoroso del Partido Fascista de Mussolini. Romero nunca olvidó el gesto de Marqueríe.
Investigador teatral
En esta última etapa de su vida, el crítico se dedicó también a la investigación teatral y a escribir diversas obras al respecto. Obtuvo en 1964 una beca de investigación de la Fundación March que dio como fruto el ensayo Versiones representables del teatro griego y latino, publicado por la editorial Aguilar dos años después. Y en 1968, la misma entidad le otorgó otra beca, esta vez de creación literaria, con la que realizó España: ¡qué país!, un animado conjunto de ensayos de carácter costumbrista que vio la luz con el sello de la Editora Nacional en 1970 (fig. 18).
Por su interés más allá de lo anecdótico, vale la pena comentar que Carmen Maura, quien por esas fechas comenzaba su carrera como actriz aficionada en el Teatro Español Universitario, decidió dedicarse profesionalmente a la interpretación después de que Marqueríe, que la convenció de su valía, le aconsejara hacerlo.
Ya jubilado, el gran crítico concedió a finales de 1973 una entrevista llena de optimismo a Malén Aznárez, publicada en el diario Arriba, en la que afirmaba sentir algo de nostalgia por el ajetreo de la redacción, elogiaba el buen momento de la crítica de Madrid y Barcelona y daba por finalizada la crisis teatral:
[...] nunca ha habido en Madrid tantas salas de espectáculos como ahora. Apunte, apunte, 28 teatros, 13 cafés-teatro y 19 salas de fiesta con espectáculo; en total, 60 locales con programación. Eso no lo tienen ni en Moscú, París, Londres o Nueva York, por citar las capitales más importantes. Luego, ¿dónde está la crisis? No hay crisis de calidad, porque junto al teatro de diversión hay otro importante, antológico como dicen los pedantes… No soy triunfalista, es un reconocimiento de los hechos. No soy patriotero, simplemente estoy en contacto directo con la crítica, con la escena. Y nunca he visto un mejor teatro, ni mejores intérpretes. Los árboles no nos dejan ver el bosque cuando hablamos de crisis. Lo que pasa es que nuestros autores son pocos, pero aunque sea con cuentagotas van surgiendo nombres nuevos (Aznárez, 1973).
El 31 de julio de 1974, acaba de hacer medio siglo, Alfredo Marqueríe falleció en un accidente de carretera en el Puerto de Contreras, situado en el término del municipio conquense de Minglanilla. Iba camino de Valencia junto a su esposa, Pilar Calvo Rodero, que conducía el vehículo. Su muerte provocó hondo pesar en los círculos teatrales y periodísticos de España.
Ya se han mencionado aquí algunos de las distinciones obtenidas por Marqueríe, pero en la hora de la recapitulación final habría que citar que fue galardonado también con el Premio de Crítica de la Cámara Oficial del Libro de España (1934), el Luca de Tena de Periodismo por su artículo “Oro mediterráneo” (1939), el Crónicas de la Villa del Ayuntamiento de Madrid (1945), la Medalla de Oro de Dirección Escénica del Círculo de Bellas Artes (1950), el Nacional de Crítica Teatral (1953), el dedicado a Libros de Teatro (1959), el Lope de Vega de Sonetos (1963) organizado por el Ayuntamiento de Madrid, y el Extraordinario por su labor en pro de la escena (1971). Como gran cronista circense y por sus iniciativas benéficas en este terreno le fueron también concedidas las Medallas de Oro del Circo Price y del Circo Ambulante, aunque no he conseguido determinar la fecha.
Sus libros
Alfredo Marqueríe publicó muchos libros. Puestos a hacer balance, empezaremos por su obra narrativa, en la que figuran títulos como Blas y su mecanógrafa (1939) (fig. 19), una muestra de costumbrismo humorístico y con indisimulada profundidad social dentro de lo permitido en la época; Cuatro pisos y la portería (1940), impregnada también de humor y un costumbrismo que, en cierta manera, podría anticipar el universo de Historia de una escalera (1949) de Antonio Buero Vallejo, pues se centra en el microcosmos de los vecinos de un edificio (fig. 20); Don Laureano y sus seis aventuras (1940), divertida recopilación de sucesos de corte absurdo en torno a un curioso personaje (fig. 21), cuyo éxito impulsó al escritor a escribir y publicar una segunda parte en 1945; Novelas para leer en un viaje (1941), amena recopilación de relatos cortos de diverso sesgo (fig. 22); El Misterio del circo (1943), incursión en la literatura de misterio que el autor sitúa en uno de sus escenario más queridos; El torero y su sombra (1945), donde se sumerge en el universo taurómaco para centrarse en la figura de un diestro en el doble quicio de lo profesional y lo personal (fig. 23); Cuando cae el telón (1950), novela situada en otro de los ambientes más cercanos a Marqueríe, que se aproxima a la vida de los intérpretes dentro y fuera de los escenarios, nos lleva al mundo del teatro, narrando la vida de los actores y sus cuitas. La antesala del infierno (1975), obra oscura y de tono existencial publicada póstumamente (fig. 24). Y otras dos novelas, Marta, muchacha taquimeca (fig. 25) y Drama en la pista, sin fecha precisa de publicación, pues, aunque suelen datarse en las décadas de los cuarenta o los cincuenta, pueden ser más antiguas, ya que ambas fueron editadas en la colección La novela corta, anterior a la Guerra Civil.
También firmó Marqueríe un pequeño puñado de obras de teatro: el poema escénico El apólogo del mendigo (1925); Fue en una venta (1926), obra costumbrista escrita con José María Alfaro; El agua hierve (1955), drama social que intenta reflejar los conflictos de una España que muy lentamente comenzaba a cambiar; Cuatro en el juego (1955), personajes en conflicto en ambiente claustrofóbico; y El teatro y el mar (escena y travesía) (1961), reflexión sobre la existencia finita y el peso del destino, que mezcla filosofía y vibración poética.
Sin abandonar los territorios escénicos, realizó algunas interesantes adaptaciones de obras clásicas, que, manteniendo la esencia de los textos, los aproximan al público de nuestra época, dando fe de sus profundos conocimientos al respecto. En el citado Versiones representables de teatro Griego y Latino (1966), tras desarrollar las líneas argumentales de tragedias y comedias griegas y latinas, concibió interpretaciones para la escena contemporánea de La Orestiada de Esquilo, Ayax de Sófocles, Medea e Ifigenia de Eurípides, Las nubes de Aristófanes (fig. 26), El díscolo de Menandro, Los gemelos de Plauto, Formión de Terencio y Tiestes de Séneca, unas en verso libre y otras en prosa. Antes había publicado adaptaciones independientes de Medea (1955) de Eurípides y Las nubes (1955) de Aristófanes.
En el ámbito biográfico, escribió dos meticulosas y vívidas aproximaciones a sendas figuras históricas: Francisco Pizarro, largo en vida y en hazañas (1945), narrando con tanto pulso literario como rigor documental la peripecia vital del conquistador del Perú, y Doña María de Padilla, un amor constante (1952), donde inundaba de viveza y humanidad el perfil de la que fuera amante de Pedro I de Castilla, quien, un año después de muerta la dama, legalizó su relación como matrimonial.
Una amplia obra ensayística
Ensayista de amplio aliento y dotado de gran talento analítico y notable perspicacia para la observación, Alfredo Marqueríe demostró sus saberes prolíficos sobre todo en los terrenos teatrales y memorialísticos, aunque se adentró también en otras materias. Por ejemplo, en su libro Inglaterra y los ingleses (1939) vuelca las impresiones y experiencias recogidas en sus viajes como corresponsal para trazar un animado perfil del carácter británico. Madrid, hoy (1945) perfila brillantemente una imagen tomada del natural de la vida en la capital de España y el temperamento de sus gentes; en Toros y toreros (1948), regresa a una de sus grandes aficiones y traza un análisis tan apasionado como bien documentado y clarificador del mundo de la lidia. También de otra de sus pasiones se ocupa Un mes con el circo (1955), del que ya se ha dado noticia. Peyrot (1959) es una aproximación a la obra del pintor italiano Arturo Peyrot que desarrolló buena parte de su obra en tierras españolas; España: ¡Qué país! (1970), escrito como ya se ha comentado con una beca de la Fundación March, ofrece vigorosos y perspicaces cuadros sobre tradiciones, costumbres y singularidades españolas cuyo conjunto completa una imagen certera y plural de todo el país.
Regresemos al teatro. En su influyente Desde la silla eléctrica; crítica teatral (1942), Marqueríe agavilla reseñas, juicios y meditaciones sobre la escena y los autores. Sobre la vida y obra de don Carlos Arniches (1944) aúna con amenidad detalles biográficos del autor alicantino y un profundo estudio sobre su producción escénica y su influencia en el teatro posterior. De En la jaula de los leones: memorias y crítica teatral (1944) ya se han dado en este artículo amplias referencias. Jardiel Poncela y su teatro (1945) analiza la obra de uno de sus más admirados dramaturgos, subraya su capacidad innovadora y valora su legado teatral (fig. 27). Cien anécdotas de teatro (1958) ofrece con amena largura lo que su título promete. Algo semejante, aunque desde una visión analítica, ocurre con Veinte años de teatro en España (1959) (fig. 28), una perspectiva clarificadora, rigurosa e imprescindible para entender el teatro de la época, que se prolongó en XXV años de teatro en España (1964).
En Benavente y su teatro; disertación cordial (1960), Marqueríe analiza el corpus dramático del premio Nobel de Literatura y dibuja su decisivo papel en la escena de su tiempo y en años posteriores. En esa línea aunque con matices mucho más críticos, Alfonso Paso y su teatro (1966) alterna los elogios a las primeras obras del prolífico autor con los reproches a su deriva hacia un estilo más fácil (fig. 29). Sobre El teatro que yo he visto (1968) ya se ha hablado profusamente con anterioridad. Muy interesante y de gran valor como obra de referencia resulta Cincuenta personajes del teatro universal (1972), un repaso a las grandes criaturas que pueblan y han poblado los escenarios, desde Orestes a Calígula, pasando por Pedro Crespo, Hamlet, el tío Vania y la Celestina. En esa línea, La comedia del arte (1972) estudia esta antigua forma escénica que ha influido y vibra en el teatro de diversas épocas. Y Realidad y fantasía en el Teatro de Jaime Salom (1973), en la estela del estudio dedicado a Alfonso Paso, estudia la obra del dramaturgo catalán, con algún reparo a sus concesiones a la comercialidad (fig. 30).
Para concluir, he encontrado noticia de un documental firmado por Alfredo Marqueríe, El circo viene y va, estrenado en 1968 dentro de los actos del Congreso Mundial del Circo celebrado ese año en Barcelona. Una muestra más del versátil talento de este autor que marcó época como crítico.
Bibliografía citada
- Armiñán, Jaime de (2014). Biografía del circo, Logroño, Pepitas de Calabaza. (1ª ed. Madrid, Editorial Escelicer, 1958).
- Aznárez, Malén (1973). “Alfredo Marqueríe, en defensa del teatro”, Arriba, 31 de diciembre.
- Haro Tecglen, Eduardo (1991). “Al fin actor”, El País, 17 de febrero.
- Marqueríe, Alfredo (1943). El misterio del circo, Madrid, La novela actual.
- ___ (1944). En la jaula de los leones, Madrid, Ediciones Españolas.
- ___ (1955). Un mes con el circo. Madrid, Taurus.
- ___ (1969). El teatro que yo he visto, Barcelona, Bruguera.
- ___ (1971). Personas y personajes. Memorias informales, Barcelona, Dopesa.
- Martín Gijón, Mario (2010). “Nazismo y antisemitismo en la literatura falangista. En torno a Poemas de la Alemania eterna (1940)”, Vanderbilt e-journal of Luso-Hispanic Studies, vol. 6.
- Morales, Gustavo (2022). “Del azul al rojo en los Marqueríe”, El Debate, 24 de diciembre.
- Quintana Pareja, Emilio (2022). Calle del aire, revista de literatura, número 4, diciembre. Sevilla, Editorial Renacimiento.
- Tudela, Mariano (1956). “Alfredo Marqueríe y la literatura circense”. Cuadernos Hispanoamericanos, n. 84. Madrid, diciembre.