Alfredo Marqueríe
Juan Ignacio García Garzón
Página 3
Falangismo y guerra
Por esas fechas, comienzos y mediados de los años treinta del pasado siglo, Alfredo Marqueríe frecuentaba la tertulia literaria denominada La Ballena Alegre, que se reunía en el sótano del café Lion, centro de confluencia de personajes culturales y políticos muchas veces antagónicos. Curiosamente, en la primera planta de este local, sito en el número 59 de la madrileña calle de Alcalá, tenían su tertulia las gentes de la generación del 27, mientras que en el mencionado sótano, decorado con frescos del pintor Hipólito Hidalgo de Caviedes, se reunían jóvenes literatos de orientación falangista, incluido el mismo fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera; entre otros, solían conversar al amparo del jovial cetáceo: Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes y José María Alfaro.
Cuando estalló la guerra civil, Marqueríe, que estaba en Madrid, tuvo que permanecer escondido hasta que pudo refugiarse en una legación diplomática para escapar de la orden de aniquilación dictada contra él; en mayo de 1937 fue evacuado a Valencia bajo la protección de pabellón extranjero y desde allí, no sin penalidades, viajó en el destructor argentino Tucumán a Marsella desde donde pudo trasladarse a San Sebastián. En esta ciudad pasó el resto de la contienda colaborando, como militante falangista, en revistas como Vértice, Fotos, Domingo y Unidad, y aportando poemas al volumen Lira bélica. Antología de los poetas y la guerra (1939), coordinado por Jesús Sanz y Díaz y publicado por editorial Santarén, donde aparecían otras firmas de escritores cercanos al bando rebelde (Foxá, José María Pemán, Manuel Machado, Eduardo Marquina…).
En 1937, Gregorio Corrochano lo contrató, junto a Tomás Borrás, para que se incorporara como redactor al diario España, publicado en Tánger bajo el auspicio de Juan Beigbeder, alto comisario en Tetuán y más tarde ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno de Francisco Franco. En 1938 también figuraba como colaborador de la agencia informativa Sagitario.
Concluida la guerra, Víctor de la Serna, gran amigo y contertulio de Marqueríe, lo nombró subdirector de Informaciones, donde ejerció también la crítica teatral desde 1940. En ese mismo año, colaboró con un poema en el volumen pronazi Poemas de la Alemania Eterna4 (fig. 5). Entre otras actividades de este periodo agitado y marcado significativamente por su adscripción al bando vencedor, dirigió el semanario Tajo, publicado por Editorial Cisneros entre 1940 y 1944 con un subtítulo que anunciada la variedad de sus contenidos: “Política, Letras, Arte, Economía, Deporte, Humor”, y colaboró en múltiples publicaciones, como la revista anual Festa d’Elig, creada por la Junta Nacional Restauradora del Misterio de Elche (fig. 6), y Legiones y falanges, un mensual propagandístico publicado en Roma entre 1940 y 1943.
Alfredo Marqueríe, que había ingresado en la Asociación de la Prensa de Madrid en 1934 y en ella continuó hasta el final de sus días, ocupando durante muchos años, y al parecer con gran dedicación, el puesto de bibliotecario de esa entidad, fue galardonado en 1942, con el premio Rodríguez Santamaría, instituido en memoria del que fuera presidente de la institución. Compartió la distinción, que hoy se denomina premio APM de Honor, con los también críticos teatrales Cristóbal de Castro y Jorge de la Cueva, de los diarios Madrid y Ya, respectivamente. Como nota significativa, merece la pena subrayar que Marqueríe siguió colaborando con la APM durante toda su vida en cometidos relacionados con la vida cultural y en la organización de actos festivos, y que un año antes de fallecer, pidió firmar la crítica teatral de la Hoja del Lunes de Madrid, editada por la APM igual que hacían en otras provincias las respectivas asociaciones de la Prensa5.
El fanatismo de Goebbels
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue corresponsal de Informaciones en Berlín y en ese puesto vivió momentos de riesgo, tanto a causa de los bombardeos británicos sobre la capital alemana como por sus desplazamientos para escribir sobre los frentes de Polonia y Rusia. De esta etapa cuenta con humor que el vocabulario fundamental de los periodistas españoles se reducía a nueve palabras: “aktung (‘cuidado’), bitte (‘por favor’), sondermeldung (‘noticia extraordinaria’), verboten (‘prohibido’), verdunkelung (‘oscurecimiento’), gemütlich (‘confortable’ o ‘agradable y acogedor’), kartofel (‘patata’, ingrediente obligado de todas nuestras comidas) y Wilhelmstrasse, que era la calle donde estaba la Cancillería, los Ministerios y el Ausland Club”.
A poco de llegar a Berlín consiguió una de sus más destacadas entrevistas, nada menos que con Joseph Goebbels, el poderoso e inquietante ministro de Propaganda del Reich. Una cita que obtuvo contra todo pronóstico y dejando con un palmo de narices al resto de los veteranos enviados internacionales que estaban allí destacados. Y aún más: según cuenta, el responsable de un poderoso grupo periodístico estadounidense le ofreció una cantidad equivalente al sueldo de diez años por la exclusiva y Marqueríe se negó. “Veo que lo del Quijote era verdad”, asegura que le dijo el norteamericano.
El caso es que envió un cuestionario –no muy extenso pero incisivo sobre el desarrollo de la contienda, su futuro y los países que en ella participaban– al Ministerio de Propaganda y Goebbels se sorprendió tanto por el atrevimiento que quiso saber quién era aquel que pretendía interrogarlo; al enterarse de que era el enviado especial de un periódico español sumamente germanófilo, quiso recibirlo enseguida. Eran las siete de la mañana y el intérprete alemán se mostraba muy temeroso, tanto que necesitó una copa de coñac para templar el ánimo y armarse de valor antes de acudir ante el mandatario, pues temía que si decía algo que no gustara al preboste nazi le enviarían a un campo de concentración.
Así relata Marqueríe en sus memorias el encuentro:
Iba Goebbels vestido de paisano, con un traje gris, un cuello duro y una corbata rayada. La hilera de los jefes nazis que le esperaban se puso rígida. Él se adelantó a saludarme. Estreché su mano, que me apretó con fuerza una y otra vez. Yo no soltaba, ni el ministro tampoco. El saludo se prolongaba demasiado. Recuerdo que pensé: ¿Hasta cuándo va a durar esto…? Al fin noté que el lazo se aflojaba y que Goebbels me invitaba a sentarme frente a él, ante una mesa baja y redonda. [...] Pequeño, enjuto, con el rostro atezado donde resaltaban unos ojos enormes, redondos, claros y de acerado magnetismo, tenía una voz contundente y enérgica. La frase rápida, incisiva y precisa, sin una vacilación ni una pausa, el ademán gráfico y contundente… Contestó, sin una sola vacilación a todas las preguntas que le había formulado por escrito y que, claramente se advertía, había estudiado a fondo. Sus respuestas se sucedían con tal prodigalidad, vertidas al castellano rápidamente por el traductor, que agoté el depósito de tinta de la estilográfica y tuve que pedir un lápiz para continuar.
En un momento de la entrevista, Goebbels le señaló un tablero y exclamó que así de lisa y aplastada iban a dejar Londres para que no quedara una casa en pie.
Cuando pronunciaba tales palabras el tono de su voz enronquecía, los ojos se le salían materialmente de las órbitas, y, a través del hieratismo y de la rigidez de los jefes del Ministerio que nos rodeaban, se podía percibir un temblor estremecido, porque aquel hombrecito de los ojos grises que se rascaba el pie por el borde de la bota era verdaderamente un fanático implacable que no se detenía ante nadie ni ante nada.
En honor a la verdad debo declarar que sus respuestas a mis comprometedoras preguntas fueron todo lo inteligentes que cabía esperar en aquellos momentos de 1941, donde imperaba la triunfal euforia germánica.
Claro que estas palabras las escribió Marqueríe treinta años después y, lógicamente, ninguna de esas apreciaciones sobre el todopoderoso mandatario alemán figuran en la entrevista, publicada por Informaciones el 20 de agosto de 1941, con gran repercusión internacional. Un éxito periodístico que al cabo de los años –confiesa en sus memorias– “no me da ni frío ni calor, vamos, que me deja indiferente, porque uno ya está muy por encima de esas vanidades”.
Su firma también figuró en La Codorniz, la legendaria revista de humor “más audaz para el lector más inteligente”, desde su fundación en 1941 y hasta 1950, y, sin salir del ámbito de la prensa de contenido cómico, colaboró desde 1955 en el semanario satírico Don José, suplemento del diario tangerino España. Una muestra más de las múltiples facetas del infatigable escribidor fue cómo su gran afición taurina, heredada sin duda de su padre, lo llevó a escribir sobre la fiesta de los toros, singularmente en la revista El Ruedo –nacida como suplemento del diario deportivo Marca en 1944 y muy pronto semanario independiente, que se publicó hasta 1977– donde tuvo muy buena acogida por parte de los aficionados su sección “Banderillas de fuego” en la que narraba con tan notable acento humorístico como profundos conocimientos taurinos lo acaecido en el coso durante las corridas.
El maravilloso mundo del circo
La vida profesional de Marqueríe siguió desarrollándose en múltiples direcciones; fue, por ejemplo, redactor-jefe de No-Do y colaboró en diferentes etapas en el Diario de Barcelona y el Diario de Córdoba, aunque dio un paso decisivo en su carrera al ser contratado por el diario madrileño ABC como crítico de teatro en 1944, actividad en cuyo desempeño logró a la vez fama y respeto. Cierto es que un año antes ya había alcanzado bastante popularidad después de realizar una entrevista radiofónica en directo, para Radio Madrid, al domador de fieras Dola dentro de la jaula de los leones, leonas al parecer en este caso (fig. 7 y fig. 8). Fue durante una gala benéfica celebrada en el Circo Price –que estaba donde hoy se alza el Ministerio de Cultura– a beneficio de las viudas y huérfanos de periodistas; en dicha función, también tuvo que aguantar, inmóvil y pegado a una tabla, que un denominado sobrino de Búfalo Bill lanzara y clavara a su alrededor ocho puntiagudísimos cuchillos. Después de los bombardeos en Berlín, sus crónicas en los frentes europeos como corresponsal de guerra y su entrevista a Goebbels eso le debió de parecer pan comido.
La experiencia, émula de alguna de las originales conferencias pronunciadas por Ramón Gómez de la Serna desde lugares inverosímiles, como a lomos de un elefante o desde un trapecio, le sirvió para titular un libro, En la jaula de los leones, publicado en 1944, que abría con la intrahistoria de esa entrevista y en el que daba amplia noticia y anécdotas de los autores y las obras que había visto en 1942 y 1943 (fig. 9).
Poco antes de entrar en la temible jaula, en declaraciones a la Hoja del Lunes de Madrid recogidas en el mencionado volumen, confesaba al entrevistador:
...si yo le dijera a usted que algunos días entro en el patio de butacas de los teatros de Madrid con mucho más miedo que el que me figuro que voy a tener esta noche cuando se abra para mí esa puerta, que puede ser la de la eternidad, no le mentiría.
Y subrayaba entre los terribles peligros del oficio del crítico:
Amigos a quienes hay que decir cuatro verdades cuando estrenan y que, claro, no nos perdonan ya nunca; cómicos a los que hay que censurar, y que luego le ponen a uno en el café o en la calle los más aviesos y torvos ojos [...]; empresarios que dicen de uno todas las pestes imaginables, y entre otras, no olvidan aquello –aún a sabiendas de que es falso– de que “hemos pretendido estrenar en su teatro y por no lograrlo mojamos en veneno nuestra pluma al enjuiciar a sus autores y a sus comediantes”.
A la pregunta de si creía que algunos espectadores abrigarían la sorda esperanza de que las leonas lo devoraran o, al menos, le dieran un susto mayúsculo, el crítico respondió con ironía:
Sé que hay autores que desde hace días tienen tomadas butacas de primera fila. Algunos malintencionados suponen que llevarán tirachinas para inquietar a las leonas. Pero todo esto es broma. Me consta que las fieras de Dola están alimentadas con todo lujo, y yo, físicamente, valgo tan poca cosa: una pielezuca, unos huesecillos… Total, nada.
Me permitirán que les recuerde que hay referencias sobre actividades circenses de hace unos cinco mil años, pues algunas de ese conjunto de artes diversas se cultivaron en Mesopotamia, Mongolia, China, el antiguo Egipto, la India y la América precolombina; ya en la segunda mitad del siglo XVIII, el jinete Philip Ashley empezó a perfilar unas facciones más parecidas a las contemporáneas. Por este universo maravilloso Marqueríe sintió durante todo su vida una pasión nacida en aquellas funciones de circo benéficas organizadas por su padre y que cristalizaron en una fascinación continuada que compartió con escritores como el ya mencionado Gómez de la Serna y el cineasta y dramaturgo Jaime de Armiñán, autor del precioso volumen Biografía del Circo.
Además de publicar en 1943 una novela sobre ese mundo itinerante, El misterio del circo (fig. 10), dedicó en 1955 un libro, Un mes con el circo, a narrar su experiencia junto a una compañía circense en verano (fig. 11). Del 16 de julio al 15 de agosto de ese año se unió a la troupe del modesto Circo Estambul en su gira por pueblos de La Mancha y, entre la crónica, el documento, el relato literario y el apunte poético, dejó emocionada constancia de lo que vivió, llegando a actuar bajo el seudónimo de “Profesor Ignotus”, vestido de blanco y con un antifaz negro, en un número de prestidigitación y magia que presentaba como “Cinco minutos de ilusión”. En el prólogo del volumen, cuenta cómo llevó a cabo ese viaje tras renunciar a seguir a algunos circos más opulentos, como le habían ofrecido los empresarios Juan Carcellé, y Manuel Feijóo y Arturo Castilla, y describe las especialidades circenses más habituales, desde los payasos y excéntricos a los denominados fenómenos. Cierra el libro con unos jugosos Apuntes para la Historia del Circo en Madrid, pero antes incluye un puñado de deliciosos Poemas de la pista, dedicados a los diversos artistas del circo.
Me van a permitir que les escancie unos pocos versos de esas composiciones, encabezadas por la actividad en cuestión que da título al poema: el payaso de rostro blanco (“De una ceja sarcástica la negra pincelada / sobre la blanca tez / que tiene de Pierrot la palidez…”), el augusto (“En el rostro grotesco / la nariz vegetal estrafalaria. Es simiesco y faunesco…”), los trapecistas (“... De trapecio en trapecio, / de muñeca a muñeca, / van trazando parábolas, escribiendo sin letras…), la écuyère (“Bailarina sobre grupas / de galopantes corceles, / Pavlowa de cisnes vivos, / brazos desnudos y alegres / y un ajustado corpiño, / donde los senos son leves…”), la tropa oriental (“Dragones bordados / quimonos de seda, / tácitas pisadas, largas reverencias…”), los acróbatas (“Luz de antorchas olímpicas / ilumina sus cuerpos, / el músculo en tensión, / el abombado pecho…”), el ciclista cómico (“Ya está aquí el vagabundo / con su traje de harapos, / con su jersey de rayas / y su rostro tiznado. / Monta en un velocípedo / de tipo extraordinario…”), el ilusionista (“Unas manos burlonas y engañosas, / un fraque, una sonrisa y una flor. / Nace sin saber cómo, un ruiseñor, / de donde menos se piensa brotan rosas… “), malabares (“Mazas en el aire, / pelotas que giran , juegos malabares. / Prodigio difícil, / flor de lo inestable…”), el número de fieras (“En la jaula de fieras, / panteras, osos, tigres y leones, / y un olor acre y denso / al que no vencen los fumigadores…”), saltadores árabes (“Mientras suena el pandero / con redoble constante y la música finge un son de chirimías, / han llegado los árabes / –los bombacho de seda / y morena la carne–...”), los perros amaestrados (... Fulguran los ojillos, / y la esperanza del terrón de azúcar / humedece los ávidos hocicos…”), los barristas (“¡Qué gozo el de dar vueltas / sobre la barra horizontal!, sintiendo que las palmas de las manos / pueden hacer girar / el cuerpo como un aspa, y todavía más: / lanzarle como un pájaro / con ansias de volar…”), el funámbulo (... Alambrista, funámbulo, / soñando que caminas, con andares y cara de sonámbulo…” y el ventrílocuo (“¿De dónde sale tu voz, / de qué pozo de misterio / subes agua de palabras / al brocal helado y pétreo / que son tus dientes cerrados, tus labios sin movimiento?...”).
El escritor, guionista y periodista Mariano Tudela, que reseñó este trabajo en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, señalaba que la idea del autor
era escribir algo así como un diario, un reportaje vívido y caliente de las cosas que le suceden a esa inefable y deliciosa grey de la pista bajo el cielo circular de la carpa. [...] Alfredo Marqueríe ha sido siempre, de una manera constante y uniforme, un enamorado del circo, un fiel amante del “¡Hop!” final de todos los ejercicios, en donde se conjugan, de una manera gradual, belleza, pintoresquismo y arrogancia. Era previsible, por tanto, el que un día u otro Alfredo Marqueríe nos obsequiara con un libro de este jaez, en donde, a más de relatarnos la siempre sugerente atmósfera circense, nos llevase de la mano por los recovecos de sus poéticos puntos de vista personales sobre la materia con el garbo y la maestría propios de la firma.
Y agregaba que en el libro
se pulsa el latido humano, profesional, pintoresco y variopinto de un modesto circo de pueblo, con sus dificultades, con sus ilusiones, con su abigarrado mundo de artistas multicolores y dispares. El puro reportaje, la simple anécdota, el abierto perfil periodístico se crece con la dimensión literaria del autor, con la honda humanidad que logra impregnar en cada capítulo. En Un mes con el circo, los personajes son absolutamente reales, están arrancados de la crisálida de un pequeño circo ecuestre, que mueve sus engranajes por los polvorientos caminos de los pueblos de España. Marqueríe, al darle viveza y colorido a su interesante reportaje, al insuflarle frescura, lozanía y, sobre todo, la emotiva humanidad de lo vivo, consigue un libro interesante, cordial, necesario.
Para cerrar este apartado circense, merece la pena subrayar que, en las memorias que tanto he mencionado ya, consagra un buen puñado de páginas al circo, haciendo muestra de una erudición notable en la materia mientras dedica capítulos a algunos de los artistas que dejaron huella indeleble en sus recuerdos: el gran Charlie Rivel (al que coloca en el “Olimpo inmortal de los grandes que se llamaron, por ejemplo, Grimaldi, Auriol, Little Walter, Antonet, Beby, Fratellini, Rhum, Rico y Álex, Zavatta, Bagensen, Little Tich, Joe Jackson, Tony Grice, Frank Pichel, Ramper, Grock”), los ventrílocuos Balder y Felipe Moreno (primo del fantástico señor Wences), los payasos Eduardini con su troupe de enanos y Popey (“particular y fuera de serie”, en opinión del autor), el estupendo artista de variedades Alady, llamado “el ganso del hongo, el telépata e hipnotista X (capaz de adivinar el pensamiento, pero no de elegir la mujer que le convenía) y el incomparable fakir Daja-Tarto (natural de Cuenca y de apellido real Tortajada, que engullía tan campante, y sin contratiempos para su organismo, vasos, bombillas y hojas de afeitar, aunque luego se le indigestaran las alubias del menú de la pensión donde se alojaba). Y una nota más: en la estela de su admirado Gómez de la Serna, pronunció en el Ateneo de Madrid, en 1963, una conferencia sobre el circo acompañado por un elegante leopardo. Indudablemente, el crítico tenía menos miedo a las fieras salvajes que a cierta fauna teatral.
Crítico teatral de ABC
Recuperando el hilo cronológico, regresemos a 1944, cuando Marqueríe ingresó como crítico teatral en ABC. En seguida hubo quien le advirtió de que, cuando estrenase alguna obra Juan Ignacio Luca de Tena, presidente del consejo de administración de la editora del diario y dramaturgo vocacional, no podría escribir libremente y si no le gustaba la obra en cuestión no podría decirlo de manera abierta. En sus memorias y también en su libro El teatro que yo he visto (fig. 12) cuenta lo que ocurrió cuando, tras un pateado estreno de Luca de Tena en el Teatro Lara, tuvo que redactar la pertinente crítica. Así lo relató en este último volumen:
Asistí a la primera representación de la obra, que por cierto no nos había gustado ni al público ni a la crítica –cosa rara porque suele ser un autor de gran éxito– y me fui al periódico a escribir la reseña.
Eran las dos de la madrugada cuando sonó el teléfono de la redacción. Sesé, el encargado de la centralita anunció: “De parte del señor marqués de Luca de Tena que se ponga usted al aparato…” –Atiza, pensé, ya está aquí la coacción–. La voz rotunda y vibrante, alta y enérgica del presidente del consejo de administración del periódico me advertía: “Yo respeto su sinceridad crítica y la respetaré siempre mientras usted siga en ABC, pero, ¡por favor!, no deje de consignar que ha habido pateo”.
Y desde entonces, y siempre que algún autor se quejaba a Juan Ignacio de que yo era duro en mis juicios, abría la cartera y les mostraba los recortes de algunas de las críticas que hice de sus obras.
–He aquí la prueba de mi imparcialidad –decía–. No me hace gracia que Marqueríe se meta conmigo. Pero para eso está la crítica: para decir sinceramente lo que piensa.
Así era nuestro hombre, una persona políticamente bastante conservadora en lo político –es cierto que logró una posición preeminente por su afinidad al régimen, pero también lo es que la mantuvo por su valía– pero independiente y abierta en sus criterios escénicos. En España fue uno de los primeros que aplaudieron el teatro de Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura subrayando su carácter de adelantados al denominado teatro del absurdo, corriente en la que no soportaba especialmente las creaciones de Eugène Ionesco; asimismo, además de recibir por lo general positivamente las piezas de nuevos creadores teatrales españoles, fue muy receptivo a las novedades de los teatros alemán y británico, y sentía debilidad por los clásicos franceses.
4 El poema, titulado Paracaidistas del Reich y que puede encontrarse en Wikipedia, juega con paralelismos simbólicos entre el avión y la cruz, y los paracaidistas y los apóstoles, entreverando desahogadamente vanguardia, épica y religiosidad. Dice así: “La Cruz voladora siembra / doce semillas gigantes / que en el azul luminoso / súbitamente se abren: / flores de tallo cortado, / balancines inestables, / lluvia armada que desciende / sobre la tierra de nadie [... / Son doce bengalas vivas, / doce aerolitos de carne, / doce arcángeles de guerra, / doce bélicos arcángeles. / Los toldos de blanca seda / parecen palios triunfales. / Del cielo bajan las cúpulas / de las nuevas catedrales / del templo del heroísmo, / que empieza por el remate”. Mario Martín Gijón ha investigado sobre el libro en que está incluido el poema en el ensayo “Nazismo y antisemitismo en la literatura falangista. En torno a Poemas de la Alemania eterna” (1940), publicado en Vanderbilt e-journal of Luso-Hispanic Studies, vol. 6 (2010), revista académica digital editada por el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, EE.UU.).
5 Por si alguien no lo sabe o no lo recuerda, las llamadas Hojas del Lunes fueron, entre 1925 y 1982 (con fechas de inicio y final diferentes según las zonas), los únicos periódicos autorizados a publicarse ese día de la semana como resultado del acuerdo alcanzado para que los periodistas pudieran descansar los domingos. El objetivo de dichas publicaciones era que las asociaciones de la Prensa provinciales tuvieran una fuente de ingresos económicos que les permitiera realizar sus actividades.
Falangismo y guerra
Por esas fechas, comienzos y mediados de los años treinta del pasado siglo, Alfredo Marqueríe frecuentaba la tertulia literaria denominada La Ballena Alegre, que se reunía en el sótano del café Lion, centro de confluencia de personajes culturales y políticos muchas veces antagónicos. Curiosamente, en la primera planta de este local, sito en el número 59 de la madrileña calle de Alcalá, tenían su tertulia las gentes de la generación del 27, mientras que en el mencionado sótano, decorado con frescos del pintor Hipólito Hidalgo de Caviedes, se reunían jóvenes literatos de orientación falangista, incluido el mismo fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera; entre otros, solían conversar al amparo del jovial cetáceo: Víctor de la Serna, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio Montes y José María Alfaro.
Cuando estalló la guerra civil, Marqueríe, que estaba en Madrid, tuvo que permanecer escondido hasta que pudo refugiarse en una legación diplomática para escapar de la orden de aniquilación dictada contra él; en mayo de 1937 fue evacuado a Valencia bajo la protección de pabellón extranjero y desde allí, no sin penalidades, viajó en el destructor argentino Tucumán a Marsella desde donde pudo trasladarse a San Sebastián. En esta ciudad pasó el resto de la contienda colaborando, como militante falangista, en revistas como Vértice, Fotos, Domingo y Unidad, y aportando poemas al volumen Lira bélica. Antología de los poetas y la guerra (1939), coordinado por Jesús Sanz y Díaz y publicado por editorial Santarén, donde aparecían otras firmas de escritores cercanos al bando rebelde (Foxá, José María Pemán, Manuel Machado, Eduardo Marquina…).
En 1937, Gregorio Corrochano lo contrató, junto a Tomás Borrás, para que se incorporara como redactor al diario España, publicado en Tánger bajo el auspicio de Juan Beigbeder, alto comisario en Tetuán y más tarde ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno de Francisco Franco. En 1938 también figuraba como colaborador de la agencia informativa Sagitario.
Concluida la guerra, Víctor de la Serna, gran amigo y contertulio de Marqueríe, lo nombró subdirector de Informaciones, donde ejerció también la crítica teatral desde 1940. En ese mismo año, colaboró con un poema en el volumen pronazi Poemas de la Alemania Eterna4 (fig. 5). Entre otras actividades de este periodo agitado y marcado significativamente por su adscripción al bando vencedor, dirigió el semanario Tajo, publicado por Editorial Cisneros entre 1940 y 1944 con un subtítulo que anunciada la variedad de sus contenidos: “Política, Letras, Arte, Economía, Deporte, Humor”, y colaboró en múltiples publicaciones, como la revista anual Festa d’Elig, creada por la Junta Nacional Restauradora del Misterio de Elche (fig. 6), y Legiones y falanges, un mensual propagandístico publicado en Roma entre 1940 y 1943.
Alfredo Marqueríe, que había ingresado en la Asociación de la Prensa de Madrid en 1934 y en ella continuó hasta el final de sus días, ocupando durante muchos años, y al parecer con gran dedicación, el puesto de bibliotecario de esa entidad, fue galardonado en 1942, con el premio Rodríguez Santamaría, instituido en memoria del que fuera presidente de la institución. Compartió la distinción, que hoy se denomina premio APM de Honor, con los también críticos teatrales Cristóbal de Castro y Jorge de la Cueva, de los diarios Madrid y Ya, respectivamente. Como nota significativa, merece la pena subrayar que Marqueríe siguió colaborando con la APM durante toda su vida en cometidos relacionados con la vida cultural y en la organización de actos festivos, y que un año antes de fallecer, pidió firmar la crítica teatral de la Hoja del Lunes de Madrid, editada por la APM igual que hacían en otras provincias las respectivas asociaciones de la Prensa5.
El fanatismo de Goebbels
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue corresponsal de Informaciones en Berlín y en ese puesto vivió momentos de riesgo, tanto a causa de los bombardeos británicos sobre la capital alemana como por sus desplazamientos para escribir sobre los frentes de Polonia y Rusia. De esta etapa cuenta con humor que el vocabulario fundamental de los periodistas españoles se reducía a nueve palabras: “aktung (‘cuidado’), bitte (‘por favor’), sondermeldung (‘noticia extraordinaria’), verboten (‘prohibido’), verdunkelung (‘oscurecimiento’), gemütlich (‘confortable’ o ‘agradable y acogedor’), kartofel (‘patata’, ingrediente obligado de todas nuestras comidas) y Wilhelmstrasse, que era la calle donde estaba la Cancillería, los Ministerios y el Ausland Club”.
A poco de llegar a Berlín consiguió una de sus más destacadas entrevistas, nada menos que con Joseph Goebbels, el poderoso e inquietante ministro de Propaganda del Reich. Una cita que obtuvo contra todo pronóstico y dejando con un palmo de narices al resto de los veteranos enviados internacionales que estaban allí destacados. Y aún más: según cuenta, el responsable de un poderoso grupo periodístico estadounidense le ofreció una cantidad equivalente al sueldo de diez años por la exclusiva y Marqueríe se negó. “Veo que lo del Quijote era verdad”, asegura que le dijo el norteamericano.
El caso es que envió un cuestionario –no muy extenso pero incisivo sobre el desarrollo de la contienda, su futuro y los países que en ella participaban– al Ministerio de Propaganda y Goebbels se sorprendió tanto por el atrevimiento que quiso saber quién era aquel que pretendía interrogarlo; al enterarse de que era el enviado especial de un periódico español sumamente germanófilo, quiso recibirlo enseguida. Eran las siete de la mañana y el intérprete alemán se mostraba muy temeroso, tanto que necesitó una copa de coñac para templar el ánimo y armarse de valor antes de acudir ante el mandatario, pues temía que si decía algo que no gustara al preboste nazi le enviarían a un campo de concentración.
Así relata Marqueríe en sus memorias el encuentro:
Iba Goebbels vestido de paisano, con un traje gris, un cuello duro y una corbata rayada. La hilera de los jefes nazis que le esperaban se puso rígida. Él se adelantó a saludarme. Estreché su mano, que me apretó con fuerza una y otra vez. Yo no soltaba, ni el ministro tampoco. El saludo se prolongaba demasiado. Recuerdo que pensé: ¿Hasta cuándo va a durar esto…? Al fin noté que el lazo se aflojaba y que Goebbels me invitaba a sentarme frente a él, ante una mesa baja y redonda. [...] Pequeño, enjuto, con el rostro atezado donde resaltaban unos ojos enormes, redondos, claros y de acerado magnetismo, tenía una voz contundente y enérgica. La frase rápida, incisiva y precisa, sin una vacilación ni una pausa, el ademán gráfico y contundente… Contestó, sin una sola vacilación a todas las preguntas que le había formulado por escrito y que, claramente se advertía, había estudiado a fondo. Sus respuestas se sucedían con tal prodigalidad, vertidas al castellano rápidamente por el traductor, que agoté el depósito de tinta de la estilográfica y tuve que pedir un lápiz para continuar.
En un momento de la entrevista, Goebbels le señaló un tablero y exclamó que así de lisa y aplastada iban a dejar Londres para que no quedara una casa en pie.
Cuando pronunciaba tales palabras el tono de su voz enronquecía, los ojos se le salían materialmente de las órbitas, y, a través del hieratismo y de la rigidez de los jefes del Ministerio que nos rodeaban, se podía percibir un temblor estremecido, porque aquel hombrecito de los ojos grises que se rascaba el pie por el borde de la bota era verdaderamente un fanático implacable que no se detenía ante nadie ni ante nada.
En honor a la verdad debo declarar que sus respuestas a mis comprometedoras preguntas fueron todo lo inteligentes que cabía esperar en aquellos momentos de 1941, donde imperaba la triunfal euforia germánica.
Claro que estas palabras las escribió Marqueríe treinta años después y, lógicamente, ninguna de esas apreciaciones sobre el todopoderoso mandatario alemán figuran en la entrevista, publicada por Informaciones el 20 de agosto de 1941, con gran repercusión internacional. Un éxito periodístico que al cabo de los años –confiesa en sus memorias– “no me da ni frío ni calor, vamos, que me deja indiferente, porque uno ya está muy por encima de esas vanidades”.
Su firma también figuró en La Codorniz, la legendaria revista de humor “más audaz para el lector más inteligente”, desde su fundación en 1941 y hasta 1950, y, sin salir del ámbito de la prensa de contenido cómico, colaboró desde 1955 en el semanario satírico Don José, suplemento del diario tangerino España. Una muestra más de las múltiples facetas del infatigable escribidor fue cómo su gran afición taurina, heredada sin duda de su padre, lo llevó a escribir sobre la fiesta de los toros, singularmente en la revista El Ruedo –nacida como suplemento del diario deportivo Marca en 1944 y muy pronto semanario independiente, que se publicó hasta 1977– donde tuvo muy buena acogida por parte de los aficionados su sección “Banderillas de fuego” en la que narraba con tan notable acento humorístico como profundos conocimientos taurinos lo acaecido en el coso durante las corridas.
El maravilloso mundo del circo
La vida profesional de Marqueríe siguió desarrollándose en múltiples direcciones; fue, por ejemplo, redactor-jefe de No-Do y colaboró en diferentes etapas en el Diario de Barcelona y el Diario de Córdoba, aunque dio un paso decisivo en su carrera al ser contratado por el diario madrileño ABC como crítico de teatro en 1944, actividad en cuyo desempeño logró a la vez fama y respeto. Cierto es que un año antes ya había alcanzado bastante popularidad después de realizar una entrevista radiofónica en directo, para Radio Madrid, al domador de fieras Dola dentro de la jaula de los leones, leonas al parecer en este caso (fig. 7 y fig. 8). Fue durante una gala benéfica celebrada en el Circo Price –que estaba donde hoy se alza el Ministerio de Cultura– a beneficio de las viudas y huérfanos de periodistas; en dicha función, también tuvo que aguantar, inmóvil y pegado a una tabla, que un denominado sobrino de Búfalo Bill lanzara y clavara a su alrededor ocho puntiagudísimos cuchillos. Después de los bombardeos en Berlín, sus crónicas en los frentes europeos como corresponsal de guerra y su entrevista a Goebbels eso le debió de parecer pan comido.
La experiencia, émula de alguna de las originales conferencias pronunciadas por Ramón Gómez de la Serna desde lugares inverosímiles, como a lomos de un elefante o desde un trapecio, le sirvió para titular un libro, En la jaula de los leones, publicado en 1944, que abría con la intrahistoria de esa entrevista y en el que daba amplia noticia y anécdotas de los autores y las obras que había visto en 1942 y 1943 (fig. 9).
Poco antes de entrar en la temible jaula, en declaraciones a la Hoja del Lunes de Madrid recogidas en el mencionado volumen, confesaba al entrevistador:
...si yo le dijera a usted que algunos días entro en el patio de butacas de los teatros de Madrid con mucho más miedo que el que me figuro que voy a tener esta noche cuando se abra para mí esa puerta, que puede ser la de la eternidad, no le mentiría.
Y subrayaba entre los terribles peligros del oficio del crítico:
Amigos a quienes hay que decir cuatro verdades cuando estrenan y que, claro, no nos perdonan ya nunca; cómicos a los que hay que censurar, y que luego le ponen a uno en el café o en la calle los más aviesos y torvos ojos [...]; empresarios que dicen de uno todas las pestes imaginables, y entre otras, no olvidan aquello –aún a sabiendas de que es falso– de que “hemos pretendido estrenar en su teatro y por no lograrlo mojamos en veneno nuestra pluma al enjuiciar a sus autores y a sus comediantes”.
A la pregunta de si creía que algunos espectadores abrigarían la sorda esperanza de que las leonas lo devoraran o, al menos, le dieran un susto mayúsculo, el crítico respondió con ironía:
Sé que hay autores que desde hace días tienen tomadas butacas de primera fila. Algunos malintencionados suponen que llevarán tirachinas para inquietar a las leonas. Pero todo esto es broma. Me consta que las fieras de Dola están alimentadas con todo lujo, y yo, físicamente, valgo tan poca cosa: una pielezuca, unos huesecillos… Total, nada.
Me permitirán que les recuerde que hay referencias sobre actividades circenses de hace unos cinco mil años, pues algunas de ese conjunto de artes diversas se cultivaron en Mesopotamia, Mongolia, China, el antiguo Egipto, la India y la América precolombina; ya en la segunda mitad del siglo XVIII, el jinete Philip Ashley empezó a perfilar unas facciones más parecidas a las contemporáneas. Por este universo maravilloso Marqueríe sintió durante todo su vida una pasión nacida en aquellas funciones de circo benéficas organizadas por su padre y que cristalizaron en una fascinación continuada que compartió con escritores como el ya mencionado Gómez de la Serna y el cineasta y dramaturgo Jaime de Armiñán, autor del precioso volumen Biografía del Circo.
Además de publicar en 1943 una novela sobre ese mundo itinerante, El misterio del circo (fig. 10), dedicó en 1955 un libro, Un mes con el circo, a narrar su experiencia junto a una compañía circense en verano (fig. 11). Del 16 de julio al 15 de agosto de ese año se unió a la troupe del modesto Circo Estambul en su gira por pueblos de La Mancha y, entre la crónica, el documento, el relato literario y el apunte poético, dejó emocionada constancia de lo que vivió, llegando a actuar bajo el seudónimo de “Profesor Ignotus”, vestido de blanco y con un antifaz negro, en un número de prestidigitación y magia que presentaba como “Cinco minutos de ilusión”. En el prólogo del volumen, cuenta cómo llevó a cabo ese viaje tras renunciar a seguir a algunos circos más opulentos, como le habían ofrecido los empresarios Juan Carcellé, y Manuel Feijóo y Arturo Castilla, y describe las especialidades circenses más habituales, desde los payasos y excéntricos a los denominados fenómenos. Cierra el libro con unos jugosos Apuntes para la Historia del Circo en Madrid, pero antes incluye un puñado de deliciosos Poemas de la pista, dedicados a los diversos artistas del circo.
Me van a permitir que les escancie unos pocos versos de esas composiciones, encabezadas por la actividad en cuestión que da título al poema: el payaso de rostro blanco (“De una ceja sarcástica la negra pincelada / sobre la blanca tez / que tiene de Pierrot la palidez…”), el augusto (“En el rostro grotesco / la nariz vegetal estrafalaria. Es simiesco y faunesco…”), los trapecistas (“... De trapecio en trapecio, / de muñeca a muñeca, / van trazando parábolas, escribiendo sin letras…), la écuyère (“Bailarina sobre grupas / de galopantes corceles, / Pavlowa de cisnes vivos, / brazos desnudos y alegres / y un ajustado corpiño, / donde los senos son leves…”), la tropa oriental (“Dragones bordados / quimonos de seda, / tácitas pisadas, largas reverencias…”), los acróbatas (“Luz de antorchas olímpicas / ilumina sus cuerpos, / el músculo en tensión, / el abombado pecho…”), el ciclista cómico (“Ya está aquí el vagabundo / con su traje de harapos, / con su jersey de rayas / y su rostro tiznado. / Monta en un velocípedo / de tipo extraordinario…”), el ilusionista (“Unas manos burlonas y engañosas, / un fraque, una sonrisa y una flor. / Nace sin saber cómo, un ruiseñor, / de donde menos se piensa brotan rosas… “), malabares (“Mazas en el aire, / pelotas que giran , juegos malabares. / Prodigio difícil, / flor de lo inestable…”), el número de fieras (“En la jaula de fieras, / panteras, osos, tigres y leones, / y un olor acre y denso / al que no vencen los fumigadores…”), saltadores árabes (“Mientras suena el pandero / con redoble constante y la música finge un son de chirimías, / han llegado los árabes / –los bombacho de seda / y morena la carne–...”), los perros amaestrados (... Fulguran los ojillos, / y la esperanza del terrón de azúcar / humedece los ávidos hocicos…”), los barristas (“¡Qué gozo el de dar vueltas / sobre la barra horizontal!, sintiendo que las palmas de las manos / pueden hacer girar / el cuerpo como un aspa, y todavía más: / lanzarle como un pájaro / con ansias de volar…”), el funámbulo (... Alambrista, funámbulo, / soñando que caminas, con andares y cara de sonámbulo…” y el ventrílocuo (“¿De dónde sale tu voz, / de qué pozo de misterio / subes agua de palabras / al brocal helado y pétreo / que son tus dientes cerrados, tus labios sin movimiento?...”).
El escritor, guionista y periodista Mariano Tudela, que reseñó este trabajo en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, señalaba que la idea del autor
era escribir algo así como un diario, un reportaje vívido y caliente de las cosas que le suceden a esa inefable y deliciosa grey de la pista bajo el cielo circular de la carpa. [...] Alfredo Marqueríe ha sido siempre, de una manera constante y uniforme, un enamorado del circo, un fiel amante del “¡Hop!” final de todos los ejercicios, en donde se conjugan, de una manera gradual, belleza, pintoresquismo y arrogancia. Era previsible, por tanto, el que un día u otro Alfredo Marqueríe nos obsequiara con un libro de este jaez, en donde, a más de relatarnos la siempre sugerente atmósfera circense, nos llevase de la mano por los recovecos de sus poéticos puntos de vista personales sobre la materia con el garbo y la maestría propios de la firma.
Y agregaba que en el libro
se pulsa el latido humano, profesional, pintoresco y variopinto de un modesto circo de pueblo, con sus dificultades, con sus ilusiones, con su abigarrado mundo de artistas multicolores y dispares. El puro reportaje, la simple anécdota, el abierto perfil periodístico se crece con la dimensión literaria del autor, con la honda humanidad que logra impregnar en cada capítulo. En Un mes con el circo, los personajes son absolutamente reales, están arrancados de la crisálida de un pequeño circo ecuestre, que mueve sus engranajes por los polvorientos caminos de los pueblos de España. Marqueríe, al darle viveza y colorido a su interesante reportaje, al insuflarle frescura, lozanía y, sobre todo, la emotiva humanidad de lo vivo, consigue un libro interesante, cordial, necesario.
Para cerrar este apartado circense, merece la pena subrayar que, en las memorias que tanto he mencionado ya, consagra un buen puñado de páginas al circo, haciendo muestra de una erudición notable en la materia mientras dedica capítulos a algunos de los artistas que dejaron huella indeleble en sus recuerdos: el gran Charlie Rivel (al que coloca en el “Olimpo inmortal de los grandes que se llamaron, por ejemplo, Grimaldi, Auriol, Little Walter, Antonet, Beby, Fratellini, Rhum, Rico y Álex, Zavatta, Bagensen, Little Tich, Joe Jackson, Tony Grice, Frank Pichel, Ramper, Grock”), los ventrílocuos Balder y Felipe Moreno (primo del fantástico señor Wences), los payasos Eduardini con su troupe de enanos y Popey (“particular y fuera de serie”, en opinión del autor), el estupendo artista de variedades Alady, llamado “el ganso del hongo, el telépata e hipnotista X (capaz de adivinar el pensamiento, pero no de elegir la mujer que le convenía) y el incomparable fakir Daja-Tarto (natural de Cuenca y de apellido real Tortajada, que engullía tan campante, y sin contratiempos para su organismo, vasos, bombillas y hojas de afeitar, aunque luego se le indigestaran las alubias del menú de la pensión donde se alojaba). Y una nota más: en la estela de su admirado Gómez de la Serna, pronunció en el Ateneo de Madrid, en 1963, una conferencia sobre el circo acompañado por un elegante leopardo. Indudablemente, el crítico tenía menos miedo a las fieras salvajes que a cierta fauna teatral.
Crítico teatral de ABC
Recuperando el hilo cronológico, regresemos a 1944, cuando Marqueríe ingresó como crítico teatral en ABC. En seguida hubo quien le advirtió de que, cuando estrenase alguna obra Juan Ignacio Luca de Tena, presidente del consejo de administración de la editora del diario y dramaturgo vocacional, no podría escribir libremente y si no le gustaba la obra en cuestión no podría decirlo de manera abierta. En sus memorias y también en su libro El teatro que yo he visto (fig. 12) cuenta lo que ocurrió cuando, tras un pateado estreno de Luca de Tena en el Teatro Lara, tuvo que redactar la pertinente crítica. Así lo relató en este último volumen:
Asistí a la primera representación de la obra, que por cierto no nos había gustado ni al público ni a la crítica –cosa rara porque suele ser un autor de gran éxito– y me fui al periódico a escribir la reseña.
Eran las dos de la madrugada cuando sonó el teléfono de la redacción. Sesé, el encargado de la centralita anunció: “De parte del señor marqués de Luca de Tena que se ponga usted al aparato…” –Atiza, pensé, ya está aquí la coacción–. La voz rotunda y vibrante, alta y enérgica del presidente del consejo de administración del periódico me advertía: “Yo respeto su sinceridad crítica y la respetaré siempre mientras usted siga en ABC, pero, ¡por favor!, no deje de consignar que ha habido pateo”.
Y desde entonces, y siempre que algún autor se quejaba a Juan Ignacio de que yo era duro en mis juicios, abría la cartera y les mostraba los recortes de algunas de las críticas que hice de sus obras.
–He aquí la prueba de mi imparcialidad –decía–. No me hace gracia que Marqueríe se meta conmigo. Pero para eso está la crítica: para decir sinceramente lo que piensa.
Así era nuestro hombre, una persona políticamente bastante conservadora en lo político –es cierto que logró una posición preeminente por su afinidad al régimen, pero también lo es que la mantuvo por su valía– pero independiente y abierta en sus criterios escénicos. En España fue uno de los primeros que aplaudieron el teatro de Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura subrayando su carácter de adelantados al denominado teatro del absurdo, corriente en la que no soportaba especialmente las creaciones de Eugène Ionesco; asimismo, además de recibir por lo general positivamente las piezas de nuevos creadores teatrales españoles, fue muy receptivo a las novedades de los teatros alemán y británico, y sentía debilidad por los clásicos franceses.
4 El poema, titulado Paracaidistas del Reich y que puede encontrarse en Wikipedia, juega con paralelismos simbólicos entre el avión y la cruz, y los paracaidistas y los apóstoles, entreverando desahogadamente vanguardia, épica y religiosidad. Dice así: “La Cruz voladora siembra / doce semillas gigantes / que en el azul luminoso / súbitamente se abren: / flores de tallo cortado, / balancines inestables, / lluvia armada que desciende / sobre la tierra de nadie [... / Son doce bengalas vivas, / doce aerolitos de carne, / doce arcángeles de guerra, / doce bélicos arcángeles. / Los toldos de blanca seda / parecen palios triunfales. / Del cielo bajan las cúpulas / de las nuevas catedrales / del templo del heroísmo, / que empieza por el remate”. Mario Martín Gijón ha investigado sobre el libro en que está incluido el poema en el ensayo “Nazismo y antisemitismo en la literatura falangista. En torno a Poemas de la Alemania eterna” (1940), publicado en Vanderbilt e-journal of Luso-Hispanic Studies, vol. 6 (2010), revista académica digital editada por el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, EE.UU.).
5 Por si alguien no lo sabe o no lo recuerda, las llamadas Hojas del Lunes fueron, entre 1925 y 1982 (con fechas de inicio y final diferentes según las zonas), los únicos periódicos autorizados a publicarse ese día de la semana como resultado del acuerdo alcanzado para que los periodistas pudieran descansar los domingos. El objetivo de dichas publicaciones era que las asociaciones de la Prensa provinciales tuvieran una fuente de ingresos económicos que les permitiera realizar sus actividades.