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Homenaje

Alfredo Marqueríe

Juan Ignacio García Garzón

Página 2

Una de las anécdotas más repetidas de las protagonizadas por el compositor finlandés Jean Sibelius es que nunca ocultó su desdén por lo que sobre sus obras pudiera opinar la crítica y le gustaba repetir una frase rotunda al respecto: “No debe prestarse atención a lo que escriben los críticos, nunca se ha erigido una estatua en honor a un crítico”. Ignoro si se ha levantado alguna estatua o monumento para honrar la memoria del gran crítico teatral Alfredo Marqueríe, yo al menos no he podido encontrar referencia alguna. Pero sí es verdad que en Madrid se le ha dedicado una calle, en el barrio del Pilar y concretamente en la zona denominada Ciudad de los Periodistas. Y, que yo haya sido capaz de localizar, tiene otras dos, una en Málaga capital y la otra en la localidad alicantina de Elche1. No sé si el nombre de algún otro crítico rotula una vía urbana en otros lugares de España; en cualquier caso, me parece que se trata de un hecho singular.

Marqueríe, que fue un hombre popular en su tiempo, ejerció como escritor, poeta, periodista, conferenciante y, seguramente su faceta más recordada, crítico teatral (fig. 1). Trabajó fundamentalmente en los diarios Informaciones, ABC y Pueblo, amén de en otras publicaciones como el periódico España de Tánger, La Codorniz, Don José y la Hoja del Lunes de Madrid, además de ser profesor de la Escuela Oficial de Periodismo y, durante veinte años, redactor-jefe de NO-DO. Su opinión como crítico era respetadísima y parece ser que no era infrecuente –¡benditos tiempos!– que quienes aguardaban para comprar sus entradas haciendo cola ante las taquillas de algún teatro comentaran para justificar la espera: “Es que Marqueríe ha puesto la obra muy bien”.

Primeros años

Alfredo Marqueríe Mompín abrió los ojos al mundo el 17 de enero de 1907 en Mahón (Menorca), donde su padre, militar, estaba entonces destinado, y por el mismo motivo pasó su infancia en Segovia, etapa de la que siempre guardó muy buenos recuerdos, como detalla con rendida añoranza en sus memorias:

Vivíamos en Segovia, en una vieja casona frente a la catedral con su enlosado frontal cubierto de hierba, que servía de escenario para toda clase de juegos infantiles: desde el peón a la chirumba y desde el morreo o murreo –que consiste, como es sabido, en un alarde de dejar la navaja clavada en el suelo– hasta el “pídola” o “paso y la uva” –donde hay que demostrar la habilidad saltando sobre la espalda inclinada de compañero. (Marqueríe, 1971).

Hay que ver las raras actividades en las que se entretenían los niños cuando no se habían inventado los móviles.

La huella de los primeros años queda marcada de manera indeleble en el carácter y la evolución de los seres humanos. Alfredo Marqueríe no fue una excepción y en las mencionadas memorias recuerda muy vívidamente la figura de su padre:

Toda mi infancia está transida, sugestionada, obsesionada por la ronca voz de mi padre que fumaba dos cajetillas diarias de tabaco negro y que me llamaba con las dos últimas sílabas del diminutivo de mi nombre.

–¡...Ito! ¡...Ito!

Su gesto afable me inundaba de alegría. Me sentía amparado y protegido por su recia humanidad –pesaba más de cien kilos– y cuando había cometido alguna travesura temblaba de miedo ante su cara seria y severa. (Marqueríe, 1971).

Y es que el comandante don Alfredo Marqueríe Ruiz-Delgado (Manila, Filipinas, 1973 - Monte Arruit, Marruecos, 1921) fue todo un personaje de cierta envergadura social y con no pocas preocupaciones intelectuales Su padre había sido delegado de Hacienda en la capital filipina, ciudad a la que, recién salido de la Academia General Militar, volvió en 1896 y en la que asistió dos años después, como miembro del Sexto Regimiento de Artillería de Montaña, a la capitulación ante las tropas de Estados Unidos, de las que fue prisionero durante algún tiempo. Eso contribuyó sin duda al odio fiero que desde entonces profesó al país norteamericano y que nunca disimuló, lo que alguna vez hizo pasar vergüenza al niño Alfredo. Parece ser que si iban al cine y en la película aparecía alguna bandera estadounidense, el militar abandonaba la proyección dando gritos: “¡Vámonos…! ¡No puedo ver eso!” (Marqueríe, 1971).

El comandante Marqueríe Ruiz-Delgado, maurista empedernido y gran lector, fue profesor de la Academia de Artillería, creó una sección de los Exploradores de España, cuyo modelo eran los “boy-scouts”, dirigió el periódico El Alcázar de Segovia: por algunas investigaciones eruditas y su labor divulgativa fue nombrado correspondiente de la Real Academia de la Historia, fue autor de varios libros; organizó, con fines benéficos, funciones circenses, representaciones teatrales y hasta novilladas. El joven Alfredo tomó así contacto directo con algunas de las actividades que le siguieron fascinando de por vida, singularmente: el periodismo, el teatro y el circo, entre ellas. Y no olvidemos la literatura, pues desde los diez años su padre le dio libre acceso a la biblioteca familiar y allí se sintió atrapado por Crimen y Castigo de Fiódor Dostoyevski, que alimentó pesadillas en las que imaginaba ser Raskolnikov, y más adelante se sumergió con deleite en el nutricio Shakespeare.

El comandante, casado con Adelina Mompín, a la que había conocido durante su etapa de cadete en la capital segoviana, pidió ir como voluntario a la guerra de África donde murió en la tragedia de monte Arruit, pues prefirió quedarse con sus soldados en vez de unirse a la comitiva del general Navarro y su Estado Mayor, que pudo abandonar la zona gracias a un pacto con el enemigo rifeño. Antes de salir en dirección hacia su destino, recuerda el adolescente Alfredo que su padre se asomó a la ventanilla del coche en el que viajaba y acariciándole la cabeza le dijo: “Adiós, hijo. No nos volveremos a ver. Que seas bueno”.

La muerte del padre en lo que se conoce como el desastre de Annual, la gran derrota del ejército español en la guerra del Rif, fue un tremendo golpe para la familia, un doloroso punto y aparte en su vida cotidiana, pero también fue un punto de inflexión en el comienzo de la trayectoria del joven Marqueríe en la literatura y el periodismo, en el que a su vocación iba unido decisivamente el deseo de honrar de esa manera la memoria del fallecido.

La huella de Antonio Machado

Alfredo Marqueríe continuó aplicadamente su formación en Segovia donde conoció a Antonio Machado, que, en noviembre de 1919, había sido destinado como profesor de francés en el Instituto local. Aunque se suele señalar que fue alumno del poeta sevillano, Marqueríe no lo deja así de claro en sus memorias:

Le conocí años después, en 1921 [tenía a la sazón el futuro crítico 14 años]. Era yo entonces un muchacho pálido y tímido que escuchaba en unión de otros jóvenes aficionados a las letras a Don Antonio con respeto y veneración casi religiosa, sin que nos importara, ni poco ni mucho, el arrugado y sucio cuello de pajarita del maestro, ni las manchas de café y ceniza que ponían sus terribles lamparones sobre su “torpe aliño indumentario”. El poeta tenía para nosotros, aprendices de la literatura, la más complaciente e increíble atención.

Es interesantísimo el capítulo que dedica Marqueríe a Machado, al que él y su amigo Mariano Grau acompañaron con cierta frecuencia a su domicilio en el número 19 de la calle de los Desamparados cuando don Antonio, que parece que frecuentaba el vino con generosidad, tenía dificultades para caminar y luego subir las empinadas escaleras de la vivienda. La información sobre el autor de Soledades está llena de anécdotas y circunstancias, con curiosos detalles jocosos a la vez que tristes.

Contaba con horror el exquisito Juan Ramón Jiménez –escribe Marqueríe en las referidas memorias– que en cierta ocasión fue a visitar a Machado en Segovia , y no quiso sentarse en una butaca de mimbre que le ofreció su huésped porque había en el asiento ¡un huevo frito seco…! La anécdota sería probablemente una invención Juanramoniana, pero tiene bastante carácter, porque durante días y días, yo vi a Don Antonio Machado con un macarrón adherido a las comisuras del chaleco.

En su casa hacía tanto frío que en invierno se metía muchas noches en cama sin desnudarse… Los amigos de la tertulia del café pudimos contemplar, varias tardes, el desconcertante macarrón, pero nadie se atrevió a decirle nada.

Marqueríe continuó en contacto con Machado en Madrid, donde estudiaba Derecho y, preso de febril pasión por la literatura, asistía a las tertulias del poeta en diferentes cafés, entre 1927 y 1929. Y en el desaparecido Café del Norte le vieron un sábado, día en que el autor de Campos de Castilla viajaba desde Segovia, en compañía de una “criatura morenucha y delgada, desmedrada, que se parecía enormemente a Leonor, la esposa muerta del poeta”. Era una prostituta que quedaba con él ese día de la semana. Cuando preguntaron a la mujer si sabía quién era ese acompañante sabatino con el que subía a un cuarto alquilado en la calle de Válgame Dios, ella contestó:

Debe ser un sabio. Entiende de todo y me dice cosas muy bonitas. Es amable y cariñoso como nadie. ¡Ay, si la mayoría de los tíos fueron como él! Tiene conmigo unos detalles, unas delicadezas que no merezco… Vamos, como si en lugar de ser lo que soy, fuera una señorita. ¡Qué caballero!

Una pequeña historia, patética y a su manera hermosa, de la que el poeta dejó constancia en unos versos evocadores que aparecen en el libro Consejos, coplas, apuntes, cancionero apócrifo firmado por su heterónimo o complementario Abel Martín2. Y aquí dejo a don Antonio, por muy apasionante que resulte lo que nos cuenta de él Marqueríe, pues el artículo debe centrarse en este.

En busca de la vocación

La vocación literaria del joven se materializó pronto, a partir de 1922 y durante los siguientes años, en forma de colaboraciones en revistas literarias, con frecuencia de carácter vanguardista en el bullente panorama intelectual de los años veinte y primeros treinta del pasado siglo, como la coruñesa Alfar, la segoviana Manantial, la sevillana Mediodía, la vallisoletana Meseta, la burgalesa Parábola y, más significativamente, Papel de vasar, que se publicaba los jueves en El Escorial impulsada por un grupo de jóvenes universitarios en un ambiente de furor creativo (fig. 2). Según el estudioso de asuntos escurialenses Jesús Sainz de los Terreros, en dicha localidad madrileña coincidían muchos cultivadores de diferentes actividades artísticas:

Dada la gran vida cultural que en el verano escurialense se desarrollaba por escritores, poetas, dramaturgos, músicos, pintores y un larguísimo etc., siempre se estaba dispuesto a publicar un semanario que sustituyera al anterior que acababa de desaparecer3.

Al cuidado de la edición de la revista se encontraban Román Escohotado –editor fundador–, poeta cercano al creacionismo, Antoniorrobles y Javier de Echarri, autores también de los textos junto a otros escritores y periodistas como los madrileños Alfredo Marqueríe, Alfredo Allué, Arturo Serrano Plaja y la ilustradora Dolores Espinosa. Todos ellos dotaron a la publicación de un carácter desenfadado, a la vez que rebelde, que se manifestaba desde el propio formato y diseño gráfico hasta su contenido: la cultura popular moderna como contrapunto del academicismo en donde tenían cabida el cine, las tiras cómicas, la publicidad, el folletín o la canción popular (ib.).

Con poco más de 16 años y rebosante de ímpetu versificador publicó su primer libro de poesía, Rosas líricas (1923), que quiso dedicar a su padre, impulsor, como se ha dicho, del amor a la literatura de su hijo. Vendrían después 23 poemas (1927) (fig. 3) y Reloj (1934), que logró un accésit del Premio Nacional de Literatura. Empapada de profundo lirismo, algunas reminiscencias machadianas y marcada también, signo de los tiempos, por vibraciones ultraístas, su poesía se sitúa dentro de las corrientes innovadoras de la época y como ellas tiene bien en cuenta la tradición. Escritos en torno a 1927, Emilio Quintana Pareja –poeta y filólogo, experto en poesía de vanguardia, traductor y profesor en el Instituto Cervantes de Estocolmo, que ha dedicado algunas de sus investigaciones a Alfredo Marqueríe– ha localizado un puñado de poemas al parecer inéditos que ha agavillado bajo el título de Versos de un refusé (Quintana Pareja, 2022). Entre ellos se encuentra uno amoroso titulado Cine, que en sus imágenes anticipa los sables láser de los caballeros jedi de la saga cinematográfica de La guerra de las galaxias, lo comento como un detalle divertido y no me resisto a reproducir el poema en cuestión por su interés y como muestra de las inclinaciones literarias del joven autor:

Noche lunar del cinema:
de las manos impacientes
se nos volaba el poema.
Floretes esgrimidores:
se batían las linternas
de los acomodadores.
Y fue el haz del reflector
puente claro sobre el río
musical de nuestro amor.

Concluidos sus estudios de Derecho en Madrid, alcanzó el grado de doctor en 1928 y, aunque comenzó a ejercer como profesor en la Universidad Popular Segoviana en 1930, su doble vocación literaria y periodística –en la que también había un algo de homenaje al padre muerto– lo llevó a zambullirse de lleno en la escritura. Con apenas 24 y recién proclamada la Segunda República, desempeñó la jefatura de redacción del diario Segovia Republicana, dirigido por Rubén Landa, periodista, pedagogo y abogado vinculado a la Institución Libre de Enseñanza (fig. 4). Se embarcó al tiempo en unas oposiciones a secretario de la administración local y, pese a lograr una calificación excelente, pues quedó segundo, prefirió trasladarse a Madrid en alas de sus verdaderas pasiones; en la capital entró a formar parte de la redacción de Informaciones. Su director, Juan Pujol, le encargó pronto una entrevista a un personaje que el joven admiraba mucho, Ramón del Valle-Inclán, a la sazón dimitido conservador general del Patrimonio Artístico Nacional y muy quejoso con la deriva del Gobierno de entonces.

La retranca de Valle Inclán

El gran don Ramón de las barbas de chivo lo recibió en su piso de la plaza del Progreso, hoy Tirso de Molina, en el que, separado ya de la actriz Josefina Blanco, vivía con tres de sus cinco hijos (la mayor estaba casada y la custodia de la pequeña se concedió a la madre). Convalecía de una operación en la que había recibido una transfusión de sangre de Antoniorrobles, gran autor de literatura infantil, lo que le había llevado a declarar: “¡A ver si ahora salgo escribiendo cuentos para niños!”, como señala Marqueríe en sus citadas memorias, en las que relata pormenorizadamente la entrevista que el autor de Luces de bohemia le contestó desde el lecho donde se reponía de la intervención quirúrgica.

Valle se dolía de que, siendo el máximo responsable en la materia, no se le hubiera consultado sobre un proyecto de ley de protección del Tesoro Artístico Nacional. Reproduce el entrevistador las palabras del gran escritor:

Yo no podía estar conforme con el destino al que se quería asignar los palacios y museos. La orientación del Gobierno en materia de arte es desastrosa. Ahí está, por ejemplo, el lamentable Teatro Lírico Nacional: La Dolores y Jugar con fuego… El repertorio más gastado de los más viejos empresarios que hacían “bolos” en provincias… ¿Se puede llamar con pudor a esto “innovación estética”...? Tengo que disentir a la fuerza de ciertos ministros que ni siquiera han llevado mi dimisión al Consejo. ¡Creo que basta este pequeño detalle!

Como sería apartarnos demasiado de los propósitos de este artículo, reproduzco solo algunas de las perlas de Valle recogidas por Marqueríe:

El Estatuto de Cataluña pondrá la zancadilla al Gobierno. Pero el Gabinete que suceda será gemelo de este. Entramos en el turno de las coaliciones [...]. Se repite la Historia y es vana la amenaza de lo que pudiera suceder tras la crisis.

Valle anuncia su intención de viajar a México o Brasil para intentar ganarse la vida que, según él, no se podía ganar en España:

Las circunstancias me hostigan a esta expatriación. Para el Estado Oficial yo tengo preparada una venganza: mi testamento. Carezco de fortuna. No puedo legar nada a nadie. Pero mis huesos sí son míos… Y esos no aceptarán la injuria de unas exequias “en honor del escritor fallecido”. Al muerto los gobiernos se lo conceden todo, porque ya no les turba. Pero yo dejaré dicho que me entierren en suelo extraño y en silencio, sin los intolerables homenajes póstumos, con los que no vacilarían en “favorecerme oficialmente”.

La entrevista, publicada en Informaciones el viernes 24 de junio de 1932, tuvo gran repercusión y provocó un buen alboroto en medios políticos y culturales. Cipriano Rivas Cherif, figura intelectual de gran peso, amigo de Valle y cuñado de Manuel Azaña, entonces presidente del Consejo de Ministros, le transmitió al escritor el ofrecimiento de que si rectificaba sus declaraciones se le aceptaría la renuncia como comisario del Patrimonio Nacional y sería nombrado director de la Academia de España en Roma. Con algunas reticencias, él estuvo de acuerdo y, en una carta abierta al diario El Sol y entre diversos argumentos para justificar su dimisión, calificó la entrevista de Marqueríe de “fantasía publicada por el diario Informaciones”. Aunque su periódico lo respaldó, el entrevistador se sintió muy afectado por la actitud de su admirado don Ramón, que días después, repuesto de su salud, acudió a su tertulia de la Granja del Henar; el joven periodista estaba sentado dando voluntariamente la espalda al recién llegado, quien de forma afectuosa le tocó un hombro y con aire “expresivo y picaresco” le dijo unas palabras que el interpelado nunca olvidó: “Joven: hay que forjarse en la adversidad”.

Fue también en 1932 cuando contrajo matrimonio con Pilar Calvo Rodero (1910-1974), que desarrollaría posteriormente una carrera de escultora, escenógrafa y figurinista, con la que tuvo una hija, Diana. Las fotografías de esos años nos ofrecen una imagen del inquieto Marqueríe de perfil aguileño, mentón enérgico, pelo moreno, abundante y undoso peinado hacia atrás, y, bien sujetas sobre el puente de la prominente nariz, unas gafas de Harold Lloyd, redondas y de pasta. Mantuvo esta apariencia durante toda su vida, con los lógicos cambios debidos al paso del tiempo.



1 A título anecdótico, comentar que, en esta ciudad, apelando a la Ley de Memoria Histórica, el grupo municipal de Podemos solicitó en 2016 que dicha vía urbana cambiara de denominación junto a otras 121 que, según esa formación política, son “calles con nombre franquista y fascista”. Véanse las webs de: La Crónica Independiente y Onda Cero.

2 “... Y rosas en un balcón, / a la vuelta de una esquina, / Calle de Válgame Dios. / Amores por el atajo, / de los de ‘vente conmigo, / ¡que vuelvas pronto, serrano!”. / Me despertarán / campanas del alba / que sonando están”.

3 https://www.comunidad.madrid/portal-lector/node/1847