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Fernando Fernán-Gómez, actor de la
comedia española de su tiempo

Los personajes de Jardiel Poncela, Mihura, Llopis y Alonso Millán interpretados por Fernán-Gómez

Eduardo Pérez-Rasilla

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No obstante, el éxito de la comedia fue solo mediano y tanto Fernán-Gómez como Mihura tuvieron la impresión de haberse equivocado. Julián Moreiro recuerda que la comedia “se mantuvo en cartel dos meses gracias, sobre todo, al tirón de Fernán Gómez, uno de los cómicos más admirados del momento, pero […] no obtuvo, ni en Madrid ni en la gira subsiguiente por provincias, el éxito apetecido” (Moreiro, 2004: 314). El actor ha contado la reconvención que recibió del veterano maestro Ricardo Calvo, quien le dijo:

Se ha equivocado usted. Usted no tiene que elegir las obras, saber si son buenas o malas, si el autor escribe de una manera o de la otra. Esta es labor de los críticos y usted no lo es. Usted debe elegir siempre el personaje; que el personaje que usted interprete sea importante, de gran lucimiento, y que usted sea adecuado para interpretarlo. Eso, solo eso le debe preocupar (Fernán-Gómez, 1990, II: 206).

La siguiente incursión del actor en la comedia española contemporánea se demoró durante más de diez años. El 18 de abril de 1965 estrenaba, con la actriz Analía Gadé, Mayores con reparos, de Juan José Alonso Millán, en el Teatro Reina Victoria Fig. 20. El comediógrafo había obtenido alguna resonancia con El cianuro, ¿solo o con leche? (1963), aunque suscitó opiniones encontradas entre la crítica. En cualquier caso, Fernán-Gómez se sentía a gusto “en las graciosas y triviales comedias de Alonso Millán”, de las que le atraían su humor y su frívolo hedonismo (Fernán-Gómez, 1990, II: 178), y quizás también su juventud, pues el comediógrafo no había cumplido aún los treinta años. De Alonso Millán interpretó Fernán-Gómez tres títulos entre 1965 y 1967. En el primero de ellos, Mayores con reparos, encarnaba a tres personajes, uno por acto, Fernando, Manolo y Vicente, cada uno de los cuales vive una tentativa de experiencia erótica nocturna que finalmente resulta fallida, frustrada o decepcionante. El esquema es semejante en las tres historias, que revelan esa mezcla de nostalgia del pasado, represión sexual y tímida aproximación a lo que se entiende por modernidad. La impericia, el fracaso, o hasta el ridículo, del varón en los lances invierte la pretendida superioridad masculina y constituye una fuente de comicidad en virtud del choque entre las expectativas con las que se afronta la noche y el paupérrimo desenlace de la aventura. El final de la última historia, sin embargo, presenta algunas diferencias con las dos anteriores y otorga al varón una miserable victoria a través del engaño, lo que no borra la impresión de falta de gallardía y de solvencia que el personaje masculino ofrece. La comedia tuvo una buena respuesta por parte del público. A la crítica pareció gustarle también, aunque en los comentarios no se advierte un entusiasmo excesivo, sino más bien una cierta indulgencia. Pero los dos actores fueron efusivamente alabados por todos los cronistas. Así, Marqueríe en su crítica para el diario Pueblo, sentencia: “Fernando Fernán Gómez, actor primerísimo, comediante magistral de los pies a la cabeza” (Alonso Millán, 1966: 359). Y resalta la segunda de las historias, “que proporciona a Fernán Gómez la posibilidad de fingir el proceso de una embriaguez con detalles de una originalidad portentosa, nos hizo reír como hace tiempo que no lo conseguíamos en el teatro” (Alonso Millán, 1966: 360). Comparte su elogio a la escena de la borrachera Enrique Sordo, quien, tras mencionar “la extraordinaria interpretación de Analía Gadé y Fernando Fernán Gómez” escribe sobre la labor de este último:

Creo que es una de las más eficaces labores escénicas que hemos visto desde hace varios años en los teatros españoles. Hecha con alegría, vehemencia, impulso y (sí, hasta eso) gran cuidado del matiz y del gesto. La escena de la borrachera del segundo acto es un prodigio de creación por parte de Fernán Gómez (Sordo, 1966: 17).

No menos elogioso que sus colegas se muestra Montero Alonso en su crítica para el diario Madrid:

Fernando Fernán Gómez dio constante lección de humor y de aplomo: gesto, movimiento y matiz, naturalidad difícil, expresión. Es el suyo un estilo sobrio, en el que el efecto popular y la comunicación con el público se logran por caminos espontáneos, naturales y directos sin retorcimiento ni descoyuntamiento. Fernán Gómez fue anoche el gran actor de siempre, dueño en todo momento de la palabra y la situación (Alonso Millán, 1966: 359). Fig. 21

El trabajo del actor agradó también a Francisco Álvaro, quien señaló: “he aquí otra ‘faceta’ de Fernando Fernán Gómez que habíamos olvidado. Su gran talento y capacidad de actor puede hacerlo todo, como los grandes comediantes de todas las épocas”. Y recordaba su interpretación en Mi querido embustero, El pensamiento y La sonata a Kreutzer. (Álvaro, 1966: 70). Arcadio Baquero, en El Alcázar, se muestra contundente: “Estuvo sensacional. ¡Qué tres tipos INTERPRETÓ! Así, con mayúsculas. Un auténtico alarde” (Álvaro, 1966: 70). Los elogios se extendieron también a Analía Gadé y alguno de los críticos dio prioridad a su trabajo sobre el del actor. Por ejemplo, Victoriano Fernández Asís, en El Español, escribía: “Los dos actores se manifestaron a gran altura; muy mejorada Analía Gadé, respecto a anteriores interpretaciones y aun superior a Fernán Gómez en el segundo cuadro” (Alonso Millán, 1966: 36).

El éxito de Mayores con reparos debió de sugerir la posibilidad de aprovechar la fórmula y “seguir el escalafón de las calificaciones morales” (Alonso Millán, 1966b: 108). Así, el 26 de noviembre de 1966, se estrenó en el mismo Teatro Reina Victoria la comedia de Alonso Millán Gravemente peligrosa Fig. 22, interpretada también por Analía Gadé y Fernando Fernán-Gómez, a los que se sumaba el viejo amigo de este último: Manuel Alexandre. La comedia volvía sobre el juego de tres posibilidades, en este caso de una misma noche de bodas, la de Federico y Catalina, pero contada desde tres perspectivas distintas: la de Federico, la de Catalina y desde la perspectiva más neutra de lo que pudo ocurrir en realidad. Los críticos esta vez no fueron tan complacientes. Nicolás González Ruiz, en su crítica del diario Ya se mostraba tajante: “La comedia de Alonso Millán es francamente mala” (Álvaro, 1967: 143). Más pesimista aún se mostraba Montero Alonso en el diario Madrid:

Se ha perdido un autor. O está en trance de perderse. Juan José Alonso Millán trajo a escena un fresco humor nuevo, un enfoque desenfadado y ágil, con resonancias de aquí y de allá, ciertamente, pero con un indudable pulso teatral. Ahora, sin embargo, el joven escritor ofrece una comedia que contradice y niega aquella esperanza de hasta hoy, insiste en su manera de los estrenos últimos: lo que llamaremos “tres en uno”. Mas sabido es que de manera a amaneramiento no hay más que un paso. Y esta última obra de Alonso Millán es eso: amanerada, premiosa y pobre (Álvaro, 1967: 147).

También se mostró muy acre Lorenzo López Sancho desde las páginas de ABC:

La triple farsa, que parece más adecuada para rellenar números de una revista de barrio que para constituir una cosa digna de llamarse comedia, carece de toda ambición literaria y señala el progresivo deslizamiento de un autor joven y capaz hacia un teatro degenerativo, vulgar, solo chistoso y verde, que puede divertir a mucha gente, “tirar” de la taquilla, pero con incentivos que hemos visto manejar muy bien en los cabarés y teatritos del barrio hamburgués de Sant Pauli [sic], punto de reunión de todos los marineros y todos los turistas curiosos del mundo (López Sancho, 1966: 110).

Francisco Álvaro se preguntaba retórica, pero elocuentemente, “Si prescindimos de la maestría de Fernán Gómez y el personal encanto de Analía Gadé, ¿qué queda de esta piececilla llamada con cierta prosopopeya Gravemente peligrosa?” (Álvaro, 1967: 143).

Los actores obtuvieron un trato más generoso, pero en algunas críticas puede advertirse una cierta decepción o alguna reserva. Así, López Sancho habla del “derroche de técnica de Fernán Gómez, verdadero maestro que sostiene a fuerza de tics de actor un personaje triplicado sin ingenio” (López Sancho, 1966: 110). Nicolás González Ruiz, sin embargo, se preguntaba: “Ese gran actor que es Fernando Fernán Gómez, ¿por qué ha descendido casi al nivel de un payaso de circo? Si estuviera justificado por interpretar una gran comedia...” (Álvaro, 1967: 144). Arcadio Baquero, por su parte, no escatimó elogios al actor: “Fernán Gómez estuvo genial. Hizo su tipo con total entrega, magnífico sentido del humor y personalidad indiscutible” (Álvaro, 1967: 144).

Cuando el espectáculo se exhibió en Barcelona, Gonzalo Pérez de Olaguer escribió una crítica que calificaba la comedia de Alonso Millán de “mala, rematadamente mala” y, aunque salvaba la actuación de los intérpretes, terminaba su escrito con la siguiente reflexión: “Es una lástima que un hombre como Fernán Gómez, que ya nos ha demostrado que, cuando quiere, sabe hacer buen teatro, acepte cosas como esta. Hace tiempo que está en esta línea, lo que nos duele e irrita” (Pérez de Olaguer, 1967: 17).

En suma, y pese a la buena voluntad de algunos aristarcos, no parece que Gravemente peligrosa haya aportado mucho a la carrera profesional de Fernán-Gómez. Al actor se le pedía mucho más y así parecen reprochárselo delicadamente Galán y Lara en su entrevista (Galán y Lara, 1973: 19)

El 19 de noviembre de 1967 se estrenó La vil seducción en el Teatro Reina Victoria. La actitud de la crítica respecto al comediógrafo fue muy distinta. Montero Alonso proclamaba: “Alonso Millán se ha reencontrado a sí mismo” (Montero Alonso, 1967: sp) Fig. 23. Téllez Moreno considera que la comedia es “de lo mejor –si no lo mejor– del joven Alonso Millán” y que “La vil seducción es toda una comedia cabal por todo” (Téllez Moreno, 1967: sp). José María Claver -quien escribe para el diario Ya- piensa también que “acaso sea esta la mejor [comedia] de Alonso Millán” (Álvaro, 1968: 171). Lorenzo López Sancho, en ABC, opina también que es “una de las mejores” (López Sancho, 1967: 93) Fig. 24. Parece la tónica general de la crítica, aunque algunos reprochan al comediógrafo la propensión a lo “verde”, a lo sexual o a lo escabroso (Álvaro, 1968: 171). Fernán-Gómez interpretó al personaje de Ismael, un maduro pueblerino que vive bajo la férula de su madre y que compagina una extraña e infantil simpleza y una severa conducta con oscuros deseos sexuales y con una inusitada cultura literaria. La imprevista llegada de una bella actriz escapada de una representación de Don Juan Tenorio y vestida todavía con los hábitos de doña Inés da lugar a una imposible historia de amor que culminará con un desenlace frustrado. No era nueva la situación planteada por el comediógrafo, acaso no muy distinta de la que imaginaba Arniches en La diosa ríe o Mihura en Tres sombreros de copa, aunque Alonso Millán acentúa lo farsesco y abunda en la sátira de los lugares comunes relacionados con el embrutecimiento que se atribuye a la vida provinciana.

La actuación de Fernán-Gómez fue alabada sin reservas. Téllez Moreno lo hace además con entusiasmo: “Fernán Gómez redondea –una vez más– una creación de antología. Con un carácter nada sencillo, se amolda a él y logra todo un tipo. Ni hablando ni escuchando palidece. Es el cómico grande, nuestro cómico grande” (Téllez Moreno, 1967: sp). En un tono semejante, Montero Alonso escribe: “Fue Fernando Fernán Gómez el extraordinario actor de siempre. No interpretó: Creó, matizó, enriqueció magistralmente, en sutileza, en naturalidad, en expresión, en matices, en acentos humanos ese personaje que de pronto siente sobre sí la maravilla del amor” (Montero Alonso, 1967: sp) Fig. 23. Y López Sancho asegura que:

Fernán Gómez hace una insuperable creación genérica. Ismael ya no puede ser de otra manera. Tiene las dosis exactas de petulancia e ingenuidad, de agudeza y tontería, de brutalidad campesina y sentimiento poético. Gesto, ademán, voz, expresión corporal, silencios, se pliegan dócilmente al dominio del actor, que sirve con justeza, sin excesos ni desmayos, a su personaje (López Sancho, 1967: 94). Fig. 24

De este modo parecía restañarse la herida abierta con Gravemente peligrosa. Quedaba, no obstante, en cierta crítica, la sensación de que Fernán-Gómez malgastaba su talento en un teatro en exceso complaciente. Tal vez por ello en los años inmediatamente posteriores el actor abordaría empresas más ambiciosas. Pronto, sin embargo, llegaría el referido cansancio a que parecía abocarlo la disyuntiva entre hacer un teatro exigente y de altura, que le reportaba satisfacciones profesionales, pero, que, sin duda, resultaba arduo, o interpretar un teatro comercial, que le procuraba un éxito de público y de crítica, pero en el que no veía reconocidas por algunos sectores intelectuales sus mejores cualidades como actor. No obstante, el conjunto de su carrera nos muestra a un actor versátil, capaz de moverse en géneros diversos, un “obrero de las palabras”, orgulloso de su “oficio, modesto y libertario” (Fernán Gómez, 2000: 12), lo que equivale a decir alguien consciente de que su tarea es dar vida sobre el escenario a personajes sublimes o a personajes humildes con el mismo compromiso.

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