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El abuelo de Galdós. Novela y drama

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1. Novela y teatro, un viejo debate a escena

Galdós, en el prólogo a su edición de El abuelo, no duda en defender la fórmula de novela dialogada: “Con la virtud misteriosa del diálogo parece que vemos y oímos, sin mediación extraña, el suceso y sus actores, y nos olvidamos más fácilmente del artista oculto que nos ofrece una ingeniosa imitación de la Naturaleza” (Pérez Galdós, 1961: 11). Publicada en 1897, el autor no vaciló en llamarla ‘novela’ pese a su estructura dramática. Tampoco falta la alusión a La Celestina, como obra máxima de la literatura española que, siendo dialogada, por longitud, personajes y tiempo de duración de la acción principal, pudiera ser novela a pesar de titularse también Tragicomedia de Calisto y Melibea. La generación del 98 se prodigó en textos de ambigüedad genérica. Narradores como Pío Baroja, autores que cultivaron novela, poesía y teatro, como Ramón del Valle-Inclán o Miguel de Unamuno, tienen abundantes ejemplos de obras de difícil taxonomía. Para Galdós: “En toda novela en que los personajes hablan late una obra dramática. El teatro no es más que la condensación y acopladura de todo aquello que en la novela moderna constituye acciones y caracteres” (Pérez Galdós, 1961: 11).

No es casual que tomemos El abuelo como obra por donde acercarnos a la dramaturgia de Benito Pérez Galdós, ya que contiene múltiples motivos para indagar en su manera de componer sus escritos. Autor de novelas y autor de teatro, el autor canario supone una excelente oportunidad para indagar en la redacción de textos fronterizos entre la narración y la escena. Él fue conocido tanto como novelista como dramaturgo, de manera que su ejemplo resulta especialmente indicado para estudiar los lindes de ambos géneros literarios. Con El abuelo estamos ante una de sus obras imaginadas inicialmente como novela, aunque como novela dialogada, para luego, por la afición del autor a las candilejas, pasarla a la escena. Este procedimiento lo llevó a cabo en siete ocasiones, no todas ellas con igual aceptación del público: Realidad (1889-estreno 1892), La loca de la casa (1892-1893), la citada El abuelo (1897-1904), Casandra (1905-1910), Gerona (1874-1893), Zaragoza (19874-1908) y Doña Perfecta (1876-1896); sin olvidar que, a veces, él mismo encargó a otros autores que adaptaran alguna de sus novelas al teatro. Tal es el caso de Marianela (1878), llevada a las tablas por los hermanos Álvarez Quintero en 1916 (Fig. 1, Fig. 2 y Fig. 3). Francisco Acebal versionó El amigo Manso (1882) estrenada en Madrid en 1917, y en Barcelona, en 1918, por la compañía de Margarita Xirgú.