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El Espectáculo y la crítica

Grabación

Shock. El cóndor y el puma

Página 7

3.4 Muerte y Resurrección

En esta parte, los protagonistas de los hechos anteriores mueren, pero sus planteamientos teóricos resurgen a través de nuevos personajes que los activan, por lo que terminan por estar hoy más vigentes que nunca.

La primera escena, titulada Londres 1999 Augusto y Margaret, fue escrita por Juan Mayorga. En ella se va a tratar el encuentro producido en Londres el 26 de marzo de 1999 entre Pinochet y Margaret Thatcher. Aquel momento expresaba con claridad aspectos de nuestro mundo actual, según el dramaturgo:

(…) ante las cámaras del canal SKY, la entonces ex primera ministra británica, Margaret Thatcher, de setenta y cuatro años, visitó al exdictador Pinochet, de ochenta y tres, y le agradeció la ayuda que había prestado al Reino Unido en la guerra de las Malvinas y lo alabó por haber llevado la democracia a Chile. Ello sucedió en la casa donde Pinochet permanecía bajo vigilancia policial después de haber sido arrestado en Londres a causa de la petición de un juez español que pretendía juzgarlo por violación de derechos humanos durante su gobierno en Chile entre 1973 y 1990. En el encuentro, en que también participaron la esposa de Pinochet y dos traductores, no se habló de los más de tres mil chilenos asesinados o desaparecidos durante sus diecisiete años de gobierno.
(J. Mayorga, Cuaderno pedagógico 119, 21).

El encuentro demuestra cómo algunos gobiernos de occidente, aparte de Nixon, patrocinaron y respaldaron a Pinochet. La puesta en escena convierte el episodio en el más hilarante de la propuesta, tanto por su construcción como por el trabajo actoral. Los protagonistas están en el tramo final de sus días. Margaret Thatcher presenta los primeros signos de alzhéimer (Fig. 21) y Pinochet está claramente senil, siendo su esposa, Tita, quien maneja al personaje (Fig. 22).

La narradora, antes de terminar de caracterizarse como M. Thatcher, presenta la situación: “…y un buen día Pinochet fue acusado de torturas y genocidio, y otro día, recibió la visita de Margaret Thatcher”. En la plataforma se ha situado el matrimonio Pinochet con su intérprete y la Dama de Hierro con el suyo (Fig. 23). En pantallas, la bandera del Reino Unido y el Big-Bag. Conscientes de que están representando para un canal de TV, la conversación transcurre conforme a las formas sociales protocolarias, aunque poco a poco se va yendo de las manos cuando los intérpretes se enzarzan en una lucha de egos por traducir primero, pisándose continuamente. La conversación, a instancias de la mujer de Pinochet, se graba hasta tres veces porque según “Tita” tenía que quedar suficientemente claro que su marido llevó la democracia a Chile (Fig. 24, Fig. 25). Margaret Thatcher en todo momento se muestra colaboradora y paciente y no escatima en elogios al dictador:

M. THATCHER.− Usted (a Pinochet) peleó por nosotros, usted, que es un hombre moral, con sentido del honor y de la responsabilidad, hizo lo que pensó que tenía que hacer para defender a su país. Y ahora que el peligro ha pasado, ha sido elegido como enemigo universal por los hipócritas del mundo, por los mismos fariseos que volverán implorantes a mirar hacia usted, hacia hombres como usted, cuando el mundo vuelva a estar en peligro. Si hoy el mundo es un lugar de libertad y prosperidad y democracia es gracias a hombres como usted, que hicieron lo que tenían que hacer sin temor a ser incomprendidos.

La última toma para la televisión se realiza a “cámara rápida”, provocando una situación hilarante. Tita, ya desesperada, y ante una salida apresurada de Thatcher, decide quedarse con la primera toma; enfadada e insatisfecha después de todo, echa a su intérprete y culpa a Pinochet del resultado: “Cagón, maricón, despeluchado”, a lo que él replica: “Mala boca, asquerosa, sos una dama de mierda”.

Otro sonido eléctrico da paso a la escena de la muerte de Pinochet sucedida en 2006. Sobre pantalla se lee: “La nada 2006”, título que conecta con La nada es bella de la primera parte. El dictador, que se había quedado solo en escena, desorientado y balbuceante, proclama: “Yo fui César”. Ha caído fulminado de lo que parece un infarto. Dos hombres se lo llevan para volver de nuevo tumbado en una camilla; son sus últimos momentos. Tita, a su lado, envuelta en ostentosas pieles, intenta alejar a fotógrafos que no paran con sus flashes de recoger el momento (Fig. 26). Pinochet se incorpora en la camilla y, con el brazo alzado, balbucea a duras penas: “La nada… es bella”. Ríe y después de un estertor, muere. A continuación, una carta póstuma de Pinochet es leída por su esposa. Lo que destaca de este discurso es su voz estridente, desprovista de toda verdad o emoción (Fig. 27).

El final de Muerte y Resurrección se presenta con un giro sorprendente. El neoliberalismo más agresivo no se ha extinguido, sino que está a punto de resucitar. A modo de sátira con toques surrealistas, vamos a ver a Pinochet que, desde la camilla donde había muerto, reaparece para parir un muñeco idéntico al fantoche de Milton Friedman. Con una iluminación en rojo, que aporta un ambiente irreal, asistimos a una simultaneidad de signos, imágenes y actuaciones que provocan una montaña rusa de sensaciones inquietantes. El coro vuelve a coreografiar Freedom; en las pantallas, junto a imágenes de incendios, destrucciones, lanzamientos de misiles, se leen sucesivamente estas leyendas:

Las teorías de Milton Friedman le dieron el Nobel y a Chile le dieron al general Pinochet. (Eduardo G.).

Podría plantarme en la mitad de la Quinta Avenida, pegarle un tiro a alguien y no perdería ni un solo voto. (Donald Trump).

Durante los últimos años ha estado librándose una guerra y ha ganado mi clase, la clase adinerada. (Warren Batet).

Una pareja de los Chicago boys que participa en el coro se ha tumbado en la camilla y se hace arrumacos. Pinochet, resucitado, se pasea mostrando como un trofeo a su engendro, acompañado por un Chicago boy que lleva puesta la peluca de Thatcher (Fig. 28). Se proyectan imágenes del bombardeo sobre el Palacio de la Moneda a la vez que los actores van saliendo del espacio iluminado en escena.

3.5 Epílogo

El espectáculo cierra como empezó. Sentada en la camilla de la muerte y resurrección de Pinochet, una mujer, representando a muchas otras de diversos países (Siria, Argentina, Canadá, España), evoca, mirando a un escenario plagado de puntos brillantes como luceros, a sus seres amados desaparecidos. Después, a modo de respuesta, se oyen voces confusas de todos ellos, hasta escucharse más nítida la voz original de Salvador Allende: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse…”.

4. El equipo actoral

Casi cuarenta personajes son recreados por los cuatro actores y dos actrices del elenco, que convierten sus interpretaciones en uno de los puntos fuertes del espectáculo. Su trabajo coherente y ampliamente entrenado desde la improvisación, ha estado inspirado, a tenor de los resultados, en los principios del teatro épico para el intérprete. Según Piscator, el actor épico es un tipo de narrador que trabaja junto a sus compañeros y todos ellos realizan prácticas intercambiables: son comentaristas y actores que utilizan los accesorios como meros soportes para ir cambiando sucesivamente de personaje. Esto lo hemos visto en Ramón Barea, que interpreta los registros tan diferentes de Salvador Allende, Richard Nixon y Augusto Pinochet. Lo mismo ocurre con Ernesto Alterio, que pasa de seguido de recrear a Jorge Videla a narrar el relato de la cruel tortura sobre el Dr. W. Fernández y a continuar como pianista en la siguiente escena.

El actor épico también es aquel que trabaja desde los principios de distanciamiento e historicidad brechtianos. Esto conlleva la no identificación del actor con el personaje, donde prevalece la noción de mostrar sobre encarnar, la transformación parcial sobre la trasformación total, la distancia sobre la empatía. Así ha sido la recreación de Margaret Thatcher que ejecuta María Morales tras interpretar la canción de Violeta Parra, sin terminar la caracterización de la dama inglesa, o la de Paco Ochoa, que pasa de la comicidad de algunos personajes al cinismo del torturador Manuel Contreras. Y es que en el teatro épico el actor no se convierte en el personaje, sino que funciona como un intermediario que expone el personaje al espectador; es un historiador social que no se representa a un solo individuo sino a un grupo social. Natalia Hernández lo ha demostrado, siempre presente en escena, dando continuidad a la trama desde el Prólogo al Epílogo. En la misma línea han estado las intensas intervenciones de Juan Vinuesa como Friedman o Cameron, porque un actor épico es también un actor combativo, consciente de que independientemente del disfraz que lleve, está presentando imágenes de lucha social. Su misión artística es educativa, porque el teatro es un arte y un arma.

BIBLIOGRAFÍA CITADA
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  • Centro Dramático Nacional (2019). “El shock. El cóndor y el puma”, Cuadernos pedagógicos nº 119. En línea: enlace (Consulta: 08/08/2020).
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  • VILLEGAS, Juan (2000). Para la interpretación del teatro como construcción visual, Irvine (California - USA), Ediciones de Gestos.
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