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Foto: Chicho. Sin demonio no hay fortuna

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Las óperas del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea

Por Tomás Marco


Ya para la tercera ópera se había desechado la idea de ligar el tema del estreno con la programación que hubiera en la Zarzuela y se dejaba libres a los autores a la hora de escoger el sujeto. En esta ocasión, y de acuerdo con el propio compositor, el CNNTE encargó el libreto a Luis Martínez de Merlo, un escritor nacido en Madrid en 1955. El músico que colaboraba con él era Alfredo Aracil, también nacido en Madrid en 1954. Si los dos compositores de las óperas iniciales eran bastante distintos, este tercero difería igualmente se sus dos colegas precedentes con un estilo que se consideraba muy personal. Como aquellos, se iniciaban con esta obra en el campo del teatro musical. El título era Francesca o el infierno de los enamorados que trataba un conocido episodio del Canto V del Inferno de Dante, los amores de Francesca da Rímini, un tema que ya había sido tratado en ópera por distintos autores (Zandonai, Rachmaninov etc.) y sobre la que Chaikovski compuso un famoso poema sinfónico. La obra se desarrolla en un prólogo, dos actos y un epílogo y si la de Fernández Guerra era paródica y la de Encinar irónica y movida, Aracil la planteó como una amplia presentación lírica cuyo principal objetivo era mostrar las sensaciones personales de los personajes más que escenificar una peripecia. La dirección de escena se confió a María Ruiz pero no se perdió el enlace con las producciones anteriores ya que en esta ocasión Simón Suárez se hizo cargo de la escenografía, luces y vestuario. La directora abrió la peripecia a la presencia de un ballet que fue coreografiado por Pablo Ventura con la Ventura Dance Company. Resultaba así un espectáculo bien trabado que llamó la atención de bastantes espectadores y que incluso se subrayó sus diferencias con los títulos anteriores. Más tarde Aracil realizaría una suite sinfónica sobre la ópera con el título de Tres imágenes de Francesca que ha circulado orquestalmente.

El estreno tuvo lugar, siempre en la Sala Olimpia, el 28 de marzo de 1989.Cantaban Anna Ricci, Manuel Cid, Iñaki Fresán y Paloma Pérez Íñigo asumiendo la dirección orquestal José Ramón Encinar. Que yo sepa, Luis Martínez de Merlo no ha vuelto a escribir libretos de ópera, pero Aracil si ha repetido en el género con dos excelentes monodramas basados en textos de José Sanchis Sinisterra sobre temas shakesperianos. Son respectivamente Mísero Próspero y Julieta en la cripta.

Para la siguiente ópera se había optado por una apuesta fuerte encargando el libreto a un escritor que era un conocidísimo novelista pero que no había hecho teatro anteriormente, juntándolo con un compositor de su propia tierra con el que nunca había colaborado previamente. El escritor era el jienense de Úbeda Antonio Muñoz Molina, nacido en 1956, ya entonces sobradamente conocido, y el músico el granadino de Las Gabias, José García Román de 1945. El resultado fue El bosque de Diana, una obra muy especial ya que se trataba de una especie de cruce entre un tema policiaco moderno y el mito griego de Diana cazadora. Muñoz Molina lo desarrolló con brillantez hasta el punto de que se ha llegado a decir que este fue el mejor libreto de toda la serie. Sin afirmar ni negar ese hecho, sí puedo decir que era un excelente libreto que se seguía con interés y metía al espectador en escena. Pero a ello no era ajeno la adecuada música de García Román sin la que el libreto, por bueno que fuera, no habría podido brillar.

El bosque de Diana se estrenó el 20 de abril de 1990 y la puesta en escena la asumió personalmente Guillermo Heras con su equipo técnico del Olimpia. La dirección orquestal la volvía asumir José Ramón Encinar y los cantantes fueron Lola Casariego, Enrique Baquerizo, Juan Pedro García Marqués y Paloma Pérez Íñigo. La acogida por parte de público y crítica fue excelente y casi todos coincidieron en la novedad del planteamiento literario y su adecuada traducción musical. Pese a ello, ni libretista ni compositor han vuelto hasta ahora a intentar nuevas óperas.

La elección de escritores y compositores se hacía con el máximo esmero para conseguir propuestas que fueran realmente distintas unas de otras y no apostar por un único estilo literario o musical. De esa manera, si en la ópera que acabamos de tratar se había llamado a un novelista, en la siguiente se optó una poeta también de alta categoría en su menester, la barcelonesa de 1940 Clara Janés que trabajaría con el compositor madrileño de 1953 Eduardo Pérez Maseda. El tema escogido se diferenciaba de nuevo de todos los anteriores ya que su protagonista era nada menos que San Juan de la Cruz. La obra resultante se llamó Luz de oscura llama y vio desvelado su montaje el 5 de mayo de 1991. Para su puesta en escena se recurrió a Juanjo Granda que se planteó un trabajo muy diferente al que habían realizado otros para este ciclo en anteriores ocasiones. La dirección musical la volvió a asumir José Ramón Encinar y los cantantes eran Nancy Fabiola Herrera, Carlos Álvarez, Itxaro Menchaca y Lola Mateo entre otros.

La acogida de esta ópera fue también buena, aunque algunos señalaron que resultaba un tanto estática si bien no se precisaba si ello era resultado de la concepción estática de libretista y director o dimanaba de la propia puesta en escena. En cuanto al futuro de los autores, Clara Janés no ha vuelto, al menos según lo que conozco, a escribir libretos, pero Eduardo Pérez Maseda volvió a estrenar una nueva ópera años más tarde con Bonhomet y el cisne. Y es también autor de importantes libros sobre Wagner.