logo ministerio de cultura logo cdaem

Foto: Chicho. Sin demonio no hay fortuna

Página 2

Las óperas del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea

Por Tomás Marco


El Centro Nacional de Nueva Tendencias Escénicas se creó en 1984 y fue una auténtica fuente de información y experimentación teatral en un lugar y un momento en que el teatro había languidecido en fórmulas muy repetidas. No es mi propósito relatar lo que hizo, pero sí insistir que el viejo teatro Olimpia, reconvertido desde un cine de barrio, se convirtió en un foco de oportunidades y un soplo de vida actual en nuestro entramado teatrero. Diez años duró la experiencia y la labor extraordinaria que realizaron Guillermo Heras, como director, y su equipo es ya historia. Pero en 1994 el CNNTE fue suprimido y el teatro pasó a ser una segunda sala del Centro Dramático Nacional. Hoy, muchos años después de la supresión del Centro, ni siquiera la sala es la misma ya que en su espacio se reedificó una nueva que no conservó el nombre histórico.

Poco antes que el CNNTE, se había creado una primera versión del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, el CDMC, que se constituyó como una pequeña serie de conciertos dirigida por Luis de Pablo. Pero la enfermedad de este y la falta de cobertura legal y económica de la institución hizo que, en 1985, José Manuel Garrido, el Director General de Música y Teatro, que estaba detrás de todo esto y que poco después creó el INAEM, me nombrara director del CDMC con la misión de establecer su estatuto jurídico y un presupuesto propio, así como crear el Festival Internacional de Música Contemporánea cuya sede se llevó a Alicante. Todo ello estaba listo en septiembre de 1985 y el CDMC empezó a funcionar a pleno rendimiento.

Desde un primer momento, Guillermo Heras y yo nos planteamos que ambos centros debían colaborar y así lo hicimos. Ya antes del fin de 1985 presentamos unas sesiones de ballet experimental con el coreógrafo Jim Hughes en el que se encargaron músicas originales a varios compositores españoles. Pero el proyecto más ambicioso, y también el más constante a lo largo del tiempo fue el de presentar al público nuevas óperas en las que músicos y escritores coincidieran para hacer que los compositores se interesaran por el teatro musical y los escritores se entrenaran en un oficio como era el de libretista que había prácticamente desparecido en aquellos años.

Como la ópera no es un género barato, lo ideal es que fueran de cámara, pero con capacidad para llenar sesiones completas y sin limitar demasiado ni la orquesta, ni las voces ni la puesta en escena. Por entonces faltaban aun unos años para la reapertura del Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela hacía una pequeña temporada de ópera junto a las obras de su propio género. Era evidente que había que contar con él para un proyecto operístico y aprovechar su experiencia, así como además presentar en el Olimpia una extensión más moderna de su propia programación. Afortunadamente en aquel momento dirigía el Teatro de la Zarzuela José Antonio Campos, que fue muy receptivo a la idea que Guillermo Heras y yo le presentábamos. De esa forma quedó establecido que decidiríamos las cosas conjuntamente y que el CDMC elegiría en cada caso al compositor que debería componer una ópera nueva, el CNNTE haría los mismo con el libretista pagando cada centro el encargo correspondiente. La Zarzuela pondría la orquesta con los miembros de la Sinfónica de Madrid, que era la titular del teatro, y los cantantes solistas. Del resto de los costes, el CDMC se encargaba de los musicales, incluido el director de orquesta y el CNNTE los teatrales, incluido el director de escena. Para engarzar la temporada de ópera con las propuestas nuevas, la Zarzuela propuso que se hablara con los autores elegidos para que su trabajo tuviera que ver con los títulos que aquel teatro presentaba en cada temporada. Y eso se hizo así para los dos primeros, que se encargaron conjuntamente para que hubiera tiempo de componer ya que escribir una ópera lleva su tiempo. Después, se pensó que quizá eso coartaba un poco a los autores y se les dio plena libertad. Eso sí, nos íbamos arriesgando a encargar las obras con dos temporadas de antelación, algo que, conociendo el funcionamiento administrativo del país, no dejaba de tener sus riesgos, pero había que evitar ante todo que un año no tuviéramos la ópera a tiempo, cosa que afortunadamente nunca ocurrió, aunque eso sí, estuvimos a punto de tener que comernos una cuando la cosa se cercenó. Pero lo importante es que durante ocho temporadas se pudieron presentar con toda dignidad ocho óperas nuevas, muy diferentes, que todas tuvieron un real interés y llegaron al público.