Mucho. Os vamos a echar de menos. Acostumbrados a vuestras voces, a vuestros gestos, a vuestra figura, ahora nos toca acostumbrarnos a vuestra ausencia. Todo porque habéis decidido hacer un largo mutis; eso sí, tenéis la suerte de que allá donde vayáis –vuestro oficio imprime carácter- seguiréis interpretando al menos un nuevo papel: el de ‘figuras principales’ en una función muy especial que tiene como escenario y como público la memoria de cuantos van a conservaros por siempre entre sus recuerdos más entrañables: ¿verdad, Amparo?, a ti, que en tu último trabajo sobre las tablas nos regalaste esa interpretación insuperable de malvada en el personaje de Violet Wexton, con la que diste al texto de Tracy Letts las reverberaciones de un clásico del siglo XXI; a ti, Héctor, al que el público español supo reconocer, desde tus comienzos en España,  tu enorme trabajo y calidad que fueron cuajando primero en la CNTC con tus interpretaciones de nuestros mejores clásicos en los 90 (aquel Basilio, en La vida es sueño) hasta alcanzar, ya hace unos poco años, papeles deliciosos como tu Dominico en Filomena Marturano, junto a la gran Concha; sin olvidarte tampoco a ti, Germán, al que las urgencias vitales (las películas alimenticias, como las llamabas),  apartaron un tanto de  su  gran pasión, el teatro, para el que, no obstante, dejaste algunas interpretaciones inolvidables, como el Robespierre en La muerte de Danton, junto a José María Prada  y a Berta Riaza; y, por supuesto, también a ti, Rosa, que desde tus primeros trabajos en el Centre Dramàtic de la Generalitat de Catalunya dejaste ver ese enorme caudal de sensibilidad que llevabas dentro y que luego habríamos de disfrutar en esos trabajos tan personales como lo fue el de la protagonista del monólogo de Joyce, Molly Bloom, al que dotaste de un original sentido del humor, pero en el que sobre todo, como decía un gran crítico barcelonés, conseguiste hacer de la palabra, el sentimiento y el gesto una sola cosa, y qué no decir de usted, señor Saza, al que tanto debe la historia de nuestro teatro cómico, y al que siempre recordaremos, por ejemplo, en aquel desternillante, pero sobrio, Pepe Ojeda, de Los caciques, bajo la dirección de Fernández Montesinos, o de usted, doña María Ángeles, Lina para sus miles de amigos y admiradores, a la que el éxito se le duplicó, o mejor multiplicó, con aquel par de gemelas –Virginia y Susana-, que dieron vida al vodevil de la década; o de don Carlos, actor culto donde los haya, y al que, aunque tardíamente el mundo de la escena reconoció en trabajos tan medidos y de tanta calidad como en Solas, o en aquel Basilio (por competir con Héctor) de La vida es sueño¸ de Bieito, un personaje desgarrado y lleno de humanidad como pocos.

Un aplauso propio de un gran estreno.