En 1944 debutaba en París con un pequeño papel en Don Pasquale de Donizetti, pero en seguida se convertiría en la más popular estrella de la opereta de Francia. La bella de Cádiz, El cantor de México, El príncipe de Madrid, La carabela de oro... Luis Mariano era el rey absoluto del Théâtre Chatellet de Paris, temporada tras temporada, al tiempo que recibía el reconocimiento de las grandes capitales europeas y americanas en sus giras. Y algo más triste que frialdad en España, en muchas ocasiones, pese a lo cual llega a rodar aquí cuatro películas – entre ellas la célebre Violetas imperiales - que lo convertirían también en una estrella en su país. Vino, pero no regresó. Sus casas estuvieron en Paris y en un pueblecito del país vasco francés, Arcanges, cerca de la frontera.

Quienes no conocieron sus días de oro tal vez puedan encontrar mucha más información en su web oficial. Por otra parte, en youtube y en INA France se pueden encontrar algunos – muy pocos – fragmentos de sus actuaciones en directo para la televisión, grabados en los últimos momentos de su vida. Gracias a las grabaciones, nos queda su voz y, con ella, su sonrisa. La fotografía que ilustra esta nota pertenece a la donación del legado de Carmen Muñoz, que enriqueció los fondos del Centro de Documentación Teatral en 2013.

Se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Miguel de Unamuno – en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864 - y su inquietud acerca del teatro sigue siendo la de un contemporáneo, como se puede comprobar en los muchos artículos que escribió sobre este asunto a lo largo de su vida; por ejemplo, el que reflexiona sobre La Barraca de García Lorca y las Misiones Pedagógicas, publicado en Ahora un 19 de septiembre de 1934. Para quien quiera acercarse a esas reflexiones, o a las obras teatrales de Unamuno, en la Biblioteca del CDT está disponible su TEATRO COMPLETO, edición de Manuel García Blanco. Madrid: Aguilar, 1973. Casi mil quinientas páginas para acercarnos a una de las grandes pasiones de uno de los intelectuales de mayor altura en la España del siglo XX.

Entre las notas de esta sección, podemos encontrar comentarios acerca de la recuperación de su teatro con Soledad y La difunta en el Teatro María Guerrero en 1962; la mítica Medea del Teatro romano de Mérida en 1933; y el estreno de Fedra en el Teatro Martín en 1924.

Tenemos que mirar atrás, hasta la temporada 2005-2006, para encontrar a Unamuno en un escenario español a lo largo de estos tres primeros lustros del siglo XXI. En esa temporada, la compañía Contrapunto puso en escena El otro. No parece que la celebración de los ciento cincuenta años de su nacimiento vaya a cambiar esta situación.

Entre las noticias que se podrían relacionar con el 450 aniversario del nacimiento de William Shakespeare y su reflejo en nuestro país, podríamos mencionar el premio recibido en el Festival Internacional de Teatro de Almagro por la compañía mexicana Los Colochos, que presentaron en varias ciudades de nuestro país su Mendoza, una versión de Macbeth que parecía escrita por Rulfo; la misma obra le sirvió a Juan Cavestany para su Los Macbez, que recorre con Carmen Machi y Javier Gutiérrez todo el país durante este año; o el regreso, esta vez con un Lope, de la compañía Rakatá al templo shakesperiano, el Globe Theatre de Londres, después de su éxito con Enrique VIII; o la exitosa gira de un Julio César encarnado por Mario Gas que comenzó en el Festival de Mérida, donde este año se estrenó un Coriolano versionado por Fermín Cabal; o las dos importantes producciones catalanas: Somni d’una nit d’estiu en el Nacional y Victoria d’Enric V en el Lliure; o propuestas más sorprendentes como A tempestade en versión de Fernando Epelde por los gallegos Voadora o Sobrejulieta por el grupo madrileño Grumelot; o las dos propuestas del Centro Dramático Nacional: un sorprendente musical sobre Como gustéis y una nueva visita de Check by Jowl con Declan Donellan dirigiendo a actores rusos en Medida por medida.

O la mirada sabia de José Sanchis Sinisterra sobre Ricardo III. Si usted tiene curiosidad sobre la presencia de Shakespeare en los escenarios españoles, se puede acercar a las seiscientas cincuenta producciones registradas en nuestra base de datos: escribiendo Shakespeare en el apartado ‘autoría’.

En la sección Efemérides de nuestra web nos referimos a este aniversario con dos notas consecutivas, una sobre sus cuatrocientos cincuenta años, y la siguiente sobre una notable celebración de los cuatrocientos años en 1964. Nos queda por decir lo mismo que encabezaba aquella nota: Más Shakespeare, por favor.

Estamos hablando de uno de los nombres más importantes de la Literatura Romántica española. Con veintidós años, decide vivir en Sevilla y es allí donde en junio de 1840 estrena su primera obra, Leoncia. En ese año decide instalarse en Madrid y desarrolla una intensa actividad literaria, con novelas, artículos y dramas. En 1844 – el año en que se estrena Don Juan Tenorio – Gertrudis estrena Alfonso Munio y El príncipe de Viana y en 1846, Egilona.

Entre 1849 y 1858 estrena doce obras dramáticas: Saúl (1849), Flavio Recaredo (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852), La Aventurera (1853), Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858).

Ausente su obra dramática de nuestros escenarios durante al menos los últimos setenta y cinco años, este bicentenario ha dado ocasión a que la compañía cubana Máscara Laroye haya traído a España su versión de la comedia El Millonario y la maleta, adaptada por Giraldo Moisés Cárdenas y Paloma Mejía, con dirección escénica del propio Cárdenas.

Podemos acceder a su biografía y a muchas de sus obras en la excelente página web que le dedica la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Podríamos celebrar que, hace veinte años, Narros regresaba a Seis personajes en busca de autor, con Helio Pedregal, Nuria Gallardo, Gabriel Garbisu, Chema Muñoz, Claudia Gravi... o que estrenaba una nueva obra de Antonio Gala, Los bellos durmientes, con Amparo Larrañaga, Eusebio Poncela, María Luisa Merlo y Carlos Lozano. O que estrenaba en el Centro Dramático Nacional su puesta en escena de Marat-Sade de Peter Weiss con José Luis Pellicena, José Pedro Carrión, Enriqueta Carballeira, Joaquín Notario, Blanca Portillo, Carlos Lucena, Paca Ojea, Jesús Castejón...

Podríamos celebrar que, hace treinta años, en 1984, tomaba el relevo de José Luis Gómez como director del Teatro Español; o que en ese año llevó a la escena  Final de partida con Manuel de Blas, Francisco Vidal, Enrique Menéndez y Paca Ojea; o que presentaba Las mujeres sabias con María Kosti, Amparo Baró, Alfonso del Real, Gracita Morales, Analía Gadé, José María Pou, Paco Maestre...

Podríamos celebrar que hace cincuenta años, en 1964, tuvo la idea de unir a Arniches y Lope en un espectáculo compuesto por Los Milagros del jornal, y El  Villano en su rincón, con Susana Canales, Guillermo Marín, José Franco, Amparo Martí...

Podríamos recordar al joven actor que trabajaba junto a Conchita Montes y Rafael Alonso, a las órdenes de Edgar Neville, hace sesenta años, en 1954, al tiempo que se ocupaba de los figurines de La hidalga del valle, de Calderón, obra con la que Gustavo Pérez Puig inauguraba el Corral de Comedias de Almagro...

Lo que hoy recordamos es que hace un año que dejó los escenarios para siempre. Miguel Narros falleció el 21 de junio de 2013 y el Teatro español se hizo, de repente, más pequeño. El Centro de Documentación Teatral cuenta con cuarenta y cinco grabaciones en video y casi cuatro mil fotografías de trabajos de Miguel Narros, más cientos de recortes de prensa, o una entrevista en video de la que esta Revista Digital de la Escena recupera un breve instante.

Tal vez el vacío que deja la ausencia de un talento como el de Miguel Narros sea uno de los mejores modos de explicar para qué sirve un centro de documentación como el que ofrece esta Revista.

Podemos, a través de esa exposición, repasar el interés de los hombres y mujeres de aquella generación mostraron por el teatro. Desde el propio Ortega, con su ensayo Idea del Teatro a los estudios sobre Don Juan – de quien también se ocupa Gregorio Marañón (1887 –1960)-, y La Celestina o las ediciones de Lope, Tirso o Rojas Zorrilla firmadas por Américo Castro (1885 - 1972), al magisterio ejercido desde su ofico de crítico teatral por Enrique Díez Canedo (1879 - 1944).

Podemos también recordar que muchos de ellos se acercaron al teatro como autores. Si los más célebres como dramaturgos fueron Ramón Gómez de la Serna (1888 - 1963) y la pareja formada por Gregorio Martínez Sierra (1881 –1947) y María de la O Lejárraga (1874 - 1974), conviene no olvidar que algunos otros se acercaron a la escritura dramática: que Salvador de Madariaga (1886 – 1978) escribió teatro, que Ramón Pérez de Ayala (1880 – 1962) comenzó su carrera como escritor con una comedia; que Manuel Azaña (1880 - 1940) dejó dos obras teatrales, La velada de Benicarló y La corona, estrenada con puesta en escena de su cuñado Cipriano Rivas Cherif (1891- 1967) el director de escena fundamental del siglo XX en España y colaborador imprescindible de Margarita Xirgu (1888 - 1969).

Eugenio d'Ors (1881 - 1954) autor de obras como Guillermo Tell o El nuevo Prometeo encadenado, acuña el término noucentisme para referirse a una generación en la que destaca un autor como Jacinto Grau (1877 - 1958). En Galicia, paralelamente, frutece la xeración Nós, y en ella a Alfonso Rodríguez Castelao (1886 –1950), no solo autor de Os vellos non deben namorarse, sino el escenógrafo del estreno de Divinas palabras de Valle-Inclán y una figura clave en el diálogo de esta generación con las vanguardias europeas.

Desde el teatro, también vale la pena recordar a esta generación, a aquellos españoles europeos de 1914.