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1. MONOGRÁFICO

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1.4 · ESCENOGRAFÍA PARA LA COMPAÑÍA NACIONAL DE DANZA (1979-2013)


Por Idoia Murga Castro
 

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4. INICIOS DE UNA NUEVA ETAPA: HORIZONTES DE JOSÉ CARLOS MARTÍNEZ

Cuando Nacho Duato dejó la dirección de la CND, Hervé Palito fue designado director interino, función que desempeñó entre agosto de 2010 y septiembre de 2011. Tras ello llegó el nombramiento de José Carlos Martínez, bailarín estrella de la Ópera de París, premiado con el Nacional de Danza en 1999 y el Benois de la Danza como coreógrafo en 2009. Su formación integral y amplia experiencia internacional son una garantía de versatilidad, capacidad de adaptación y gran calidad para la etapa que la compañía está comenzando. En ella se ha buscado aunar la línea que tan brillantemente había llevado a cabo Duato durante las dos décadas anteriores que había situado a la CND al nivel de las mejores agrupaciones de creación actual internacional, con la conservación y presentación de un repertorio de ballet clásico que faltaba en la compañía estatal. Durante estos tres años largos hemos podido disfrutar de fragmentos de Giselle y Raymonda (2013), de coreografías de principios de los años setenta de Balanchine (Who Cares? 2013) y Ben Stevenson (Tres Preludios, 2012), pero también creaciones más recientes, de Itzik Galili (Sub, 2013), Iván Pérez (Demodé, 2012) y otras propuestas de los coreógrafos noveles de la compañía (For Now in Liquid Days, estrenado en el Museo Guggenheim de Bilbao en 2013).

Desde un punto de vista plástico, en estos años encontramos una gran variedad entre las propuestas de los escenógrafos: Arik Levy (Noodle, 2010), Luisa María Arias (Fractus, 2011), Yoko Seyama (Everything Might Spill, 2011), Ariadna Papiò (figurinista de Órbita y derivas, 2011), Alexander Ekman (Flockwork, 2011), Jantje Geldof (In Transit, 2012), Marc Koehler Architects (Unsound, 2012), etc. Asimismo, en esta última etapa a cargo de Martínez de nuevo hay muchas obras cuyos espacios escénicos han sido concebidos por los propios coreógrafos: Alejandro Cerrudo (Extremely Close, 2012), Angelin Preljocaj (El espectro de la rosa, 2012), Johan Inger (Walking Mad, 2012), Kylián (Sleepless, 2012), Arantxa Sagardoy y Alfredo Bravo (Babylon, 2012)... Destaca quizá en este apartado la propuesta de Goyo Montero para Romeo y Julieta en colaboración con Verena Hemmerlein en la escenografía y el figurinismo y con Olaf Lundt en el diseño de luces [Fig. 14]. La versión del clásico de Prokofiev se estrenó en el Teatro Real en 2013. Inspirado en el texto de Shakespeare, Montero recurrió a los mínimos elementos en la decoración para evitar entorpecer la percepción del movimiento puro, estructuras móviles o telones que pudiesen sugerir un balcón, el salón de un palacio o un cementerio de manera sintética: “No quería ningún elemento decorativo, y la coreografía es muy exigente con el cuerpo de baile, con momentos incluso acrobáticos”, aseguró el coreógrafo en una entrevista (Bravo, 2013, p. 76) [Fig. 15].

La labor coreográfica de Martínez se inauguró en la CND con la propuesta de Sonatas (2012), sobre música de Antonio Soler y Domenico Scarlatti [Fig. 16]. Para esta presentación contó con figurinismo de Agnès Letestu, bailarina estrella de la Ópera de París, partenaire y estrecha colaboradora como diseñadora del coreógrafo español. En esta obra, la creadora francesa concibió un vestuario que recuperaba notas románticas por medio de la superposición de capas con formas geométricas en una gama cromática entre los violetas, azules, granates y verdes [Fig. 17]. El conjunto no terminó de convencer a la crítica, pero se reconoció como meritoria la intención de la compañía de ampliar el abanico de estilos y estéticas en un camino que no ha hecho más que empezar. Esperemos que algún día este minucioso trabajo nos permita contemplar piezas como la premiada Les Enfants du Paradis, que Martínez presentó en la Ópera de París en 2008, con escenografía de Ezio Toffolutti, figurines de Letestu e iluminación de André Diot.

5. APORTACIONES A LA ESCENOGRAFÍA DE LA DANZA

A lo largo de sus treinta y cuatro años de vida, esta primera compañía estatal de danza ha sabido encontrar su hueco, en una historia que nació de la nada con el esfuerzo de ponerse al día en la creación contemporánea, y que ha llegado al nivel de las agrupaciones internacionales más prestigiosas. Una vez revisadas las distintas etapas vividas por la CND se puede comprobar que las cuestiones escenográficas poco a poco han ido ganando peso en la configuración de las obras. Si bien en los primeros años la evidente falta de fondos, tradición y formación obligó a plantear un tipo de espectáculo, en general, poco ambicioso y plásticamente muy pobre, a medida que transcurría el tiempo, en el repertorio de la compañía se han podido contemplar propuestas escenográficas interesantes. Con todo, lógicamente, la dependencia de ciertas convenciones propias del teatro comercial que sobreentendemos como algo ligado a una compañía estatal dependiente de fondos públicos ha condicionado que en su historia los elementos de vanguardia no hayan podido sobrepasar ciertos límites de experimentación, un espacio que la danza independiente de los circuitos alternativos ha sabido ocupar con muy buenos resultados. Por ejemplo, todas las producciones integradas en el repertorio de la CND se han mantenido en el espacio a la italiana, el marco al que los escenógrafos han tenido que someterse en su concepción escénica, exceptuando la citada intervención en el Museo Guggenheim en 2013.

En este tiempo, la elección de la autoría de las escenografías ha variado notablemente en sus tendencias. Hemos observado que la primera etapa del Ballet Clásico Nacional bajo la dirección de Víctor Ullate, a pesar de estar fuertemente condicionada por la escasez de financiación para decorados y trajes, en términos generales se caracterizó por la influencia de la escuela de Béjart. Fueron la excepción algunos casos tardíos con participación de artistas españoles que responden al intento de Ullate de acuñar su propia identidad como agrupación, con estéticas que variaron desde el costumbrismo castizo y la lectura popular contemporánea hasta la figuración posmoderna y la pintura en el espacio, evidente en las colaboraciones de Elisa Ruiz y Vicente Peris. Sin embargo, el cuidado de un repertorio clásico académico fue más acentuado en los años dirigidos por María de Ávila, Ray Barra y Maya Plisétskaya, entre el Ballet Nacional de España/Clásico y el Ballet del Teatro Lírico Nacional. Si por un lado se recuperaron colaboraciones históricas de Hugh Stevenson, Barbara Karinska y Germinal Casado, por otro lado es notable la influencia de los ámbitos soviético y cubano, con el trabajo de Boris Messerer. Desde el punto de vista de la creación contemporánea, se contó con encargos internacionales al cuidado de Parmelee Welles Tolkan y Hugo de Ana, así como de intervenciones de los notables artistas españoles José Ramón Sánchez, Pedro Moreno, Simón Suárez y Luis Caruncho.

Mayor complejidad, sin embargo, presentaron las dos décadas al cargo de Nacho Duato, verdadera internacionalización de las diversas propuestas contemporáneas que confluyeron en la Compañía Nacional de Danza. Si bien ganaron peso las obras de influjo del norte de Europa, donde es muy clara la experiencia del coreógrafo valenciano anterior a su etapa en la dirección, el abanico plástico se amplió con intervenciones provenientes de otros ámbitos multiculturales. Con todo, entre ellos la amplia colaboración de Duato con Walter Nobbe y Jaffar Chalabi ha sido especialmente brillante y enriquecedora. La presencia de escenógrafos diversos de trayectoria internacional ha continuado en la CND durante el breve periodo de Hervé Palito y la prometedora dirección de José Carlos Martínez. En esta última etapa que acaba de arrancar, la recuperación del repertorio clásico en convivencia con el lenguaje contemporáneo será seguramente un buen incentivo para seguir ensanchando los horizontes creativos de la compañía estatal, con los que se continúe fomentando la difusión de la diversidad de la danza actual y a su vez se cuide la conservación de un rico patrimonio escénico que no se debería perder.

 

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