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Cuando la vida queda alrededor:
El tiempo amarillo, de Fernando Fernán-Gómez

Cristina Ros Berenguer

Página 4

4. Artículos de memorias

El hecho es que esas dotes de gran conversador Fernán-Gómez las había puesto en práctica desde los inicios de su carrera como escritor a través de su labor como articulista. Esos textos periodísticos, a los que se dedica como vimos desde bien joven y que cultiva con cierta asiduidad durante toda su trayectoria literaria, le permiten dedicarse a comentar todo tipo de temas desde la posición de un observador de la vida cotidiana: “Ya sé que no soy un periodista. […] soy simplemente una persona que se ha apostado en esta esquina a ver pasar la gente” (1984), apunta. Se trata de digresiones “costumbristas” repletas de interrogantes, ironías y contradicciones que cuestionan con gran ingenio muchas de nuestras supuestas verdades, y donde el escritor enlaza con gran maestría lo trágico y lo cómico, lo ligero y lo trascendente, hilvanándolo, además, con una línea más o menos visible que traza el recorrido de su vida, de su pensamiento y, como es habitual en él, también de la vida y de las ideas de sus amigos más queridos.

Precisamente, el tipo de prosa de esos artículos, su retórica sencilla, casi invisible y la manera de desarrollar el tema a través de la anécdota –donde, por cierto, es en ocasiones difícilmente discernible el límite entre la ficción y la realidad– es la misma con la que Fernán-Gómez aborda la redacción de sus memorias. Hablamos así de un tercer aspecto que condiciona la escritura del texto memorialista desde el punto de vista de la poética del autor, y es la forma de estructurarlas y de concebir cada una de las secciones que constituyen los 47 capítulos y las 597 páginas de la edición referida. Todas y cada una de esas breves secciones (con una media de unas 4 páginas) podría aparecer independiente, como un artículo periodístico más, y, en efecto, así ocurre con algunos de ellos, tal y como hemos apuntado con anterioridad. De hecho, en uno de los últimos capítulos del libro, el 45, titulado “Renovadas esperanzas”, el propio autor escribe:

Llamaron de ABC pidiendo un nuevo artículo. Me puse a hacerlo en seguida con unas notas que ya tenía, y siguiendo el propósito de que los artículos de entonces lo mismo pudieran ser artículos para la prensa que hojas de un diario, que páginas de unas memorias (570).

Las secciones del libro, como los artículos, suelen respetar el mismo orden de los acontecimientos (introducción, desarrollo y conclusión) y es común en todos que el autor hable de sí mismo también para hablar de los otros; que use el humor y la ironía como cauce para la crítica; que se acerque a la verdad con una mirada inteligente y limpia de cualquier tipo de constricción; y que le dé su espacio a la desgracia, a la tristeza, a través de un tenue lirismo. Todas ellas forman, así, un conjunto de ensayos brevísimos, muestra de las dotes de nuestro autor para este tipo de género, el del artículo, en el cual se aúnan sin duda muchas de las características que lo definen como escritor: el recuerdo de su vida, entendida esta en toda su amplitud, su experiencia y su conocimiento del mundo, su vasta cultura y, sobre todo, su pasión por una de sus aficiones más queridas: la conversación. El artículo, ya sea, como él mismo dice, para un periódico, para un diario o para unas memorias, consigue hacer arte de su saber hablar.

No olvidemos que sus cualidades como pensador y conversador darán como fruto también la publicación de dos libros, La buena memoria de Fernando Fernán-Gómez y Eduardo Haro Tecglen (1997) y la entrevista con Enrique Brassó titulada Conversaciones con Fernando Fernán-Gómez (2002), además de darnos la oportunidad de escucharlo en el citado documental de La silla de Fernando, cuyo valor testimonial es indudable.

Son aptitudes estas que incluso él lleva más allá, pues a raíz de hablar de su concepción literaria comenta en alguna ocasión su predilección por lo que llama el “libro-tertulia” (1990), un libro acorde con el mismo carácter episódico y fragmentario de la conversación, con ese mismo encanto del relato inesperado, con una estructura narrativa descompuesta, organizada en breves pasajes que, además, pensamos, está relacionado seguramente con uno de los géneros literarios más admirados y practicados por Fernando Fernán-Gómez, ya sea como lector, escritor, director o actor: la literatura picaresca. En la picaresca, como se sabe, la naturaleza itinerante del pícaro se presta a esa narración fragmentaria de historias aisladas, y, de este modo, a ese mismo carácter episódico y diverso que reivindica el autor para su literatura.

Tal vez en el conjunto de su producción literaria, la inspiración del libro-tertulia aparezca no solo tras las secciones de sus memorias, sus artículos periodísticos y sus ensayos, sino que también, de un modo u otro, constituya la base sobre la que crear sus novelas, y que, por lo tanto, estructure de alguna manera la fábula de textos como El viaje a ninguna parte (1985) Fig. 6, El ascensor de los borrachos (1993) Fig. 7, La Puerta del Sol (1995) Fig. 8, ¡Stop! Novela de amor (1997) Fig. 9, La cruz y el lirio dorado (1998) Fig. 10, Oro y hambre (1990), Capa y espada (2001) Fig. 11 y El tiempo de los trenes (2004) Fig. 12.

5. El tiempo amarillo: una obra maestra de la literatura memorialista

Por último, para hacer honor a un libro de memorias inigualable escrito por un cómico español, debemos hacer referencia expresa a algunos de los pasajes de El tiempo amarillo, entre ellos los que Fernando Fernán-Gómez dedica a su infancia, a su madre y al recuerdo de su abuela, sobre la cual escribe:

Luchó como pudo y donde pudo, al lado de los liberales, de los que, según ella creía, deseaban el progreso y el bienestar de los pobres, contra los cavernícolas, que no hacían más que darse golpes de pecho y estaban incapacitados para la comprensión y la caridad (92).

También aquellos en los que rememora a sus amigos y las calles de Madrid en las que creció:

La calle del General Álvarez de Castro, con sus dobles filas de acacias frágiles, que hoy ya son robustas, con suelo de tierra, que nosotros, los chicos de la calle, vimos asfaltar, esa calle con sus solares que se iban poblando, con su verbena del Carmen que se alzaba como un grito de alegría todos los veranos, esa calle que creció al mismo tiempo que yo, con sus golfos, sus hijos de obreros, sus hijos de empleados de clase media, que era tan ancha, tan hermosa, tan tranquila, tan dispuesta para el juego, fue entonces mi paraíso y es hoy mi paraíso perdido (44).

Están los episodios de los colegios a los que asistió y los días transcurridos junto a las criadas que lo acompañaron durante toda esa época:

Esa especie de ramplonería que puede observarse en mucho de lo que escribo y también en mi modo de dirigir las películas y las obras de teatro, y que a mí ha acabado por resultarme un defecto entrañable, sincero, con el que me identifico, y en el que me encuentro, creo yo que puede provenir de haber aprendido la vida en las charlas con las criadas analfabetas –sobre todo con María, la aficionada a la poesía– y con mi abuela, que nunca llegó a saber ninguna de las cuatro reglas, y cuyas únicas pasiones eran, a la edad en que yo la conocí, la lectura y el amor por su nieto (122).

Son memorables asimismo las páginas sobre la Guerra Civil, cuando dice “evocar algunas fugaces, ya muy desvanecidas, imágenes de aquellos años de muerte y disparate” (149) para describir cómo vivió la guerra la gente corriente, su familia, sus vecinos y amigos, y cómo intentaron sobrevivir y adaptarse al absurdo de situaciones desbocadas y trágicas que envolvieron esos tres años de contienda civil.

Mi madre y la criada estaban en Madrid. Inmensa distancia separaba Madrid de Colmenar Viejo, donde estaban la abuela y el hijo. La distancia de un salvoconducto. Hablaba mi madre por teléfono a la posada cuando podía, que no era siempre, porque la guerra desata su ferocidad contra el individuo. Grandes hombres, en esos trances, trabajan para la historia, la ¡Historia!, la ¡HISTORIA! Los otros, sencillamente, tratan de defender su existencia cotidiana. Tratan de vivir. Les es difícil. Los fabricantes de historia se oponen (154).

Aparte están los episodios imborrables sobre sus inicios profesionales, sobre la gente que protagonizó la cultura y el arte de aquella época (“Un vodevil con ladrones” nos recuerda sus inicios en el teatro de los años 40 de la mano de Jardiel Poncela), gente a la que admiraba, con la que trabó grandes amistades y con la que llegó a trabajar en ocasiones, sobre sus amigos y compañeros de trabajo (mencionemos, por ejemplo, “La amistad ausente”, dedicado a Manuel Pilares), sus experiencias en el teatro (destacamos la sección dedicada al “Instituto Italiano de Cultura” por lo que significó para él), en el cine (“Malos augurios para un viaje”, donde comenta lo maravilloso que resultó el rodaje de El viaje a ninguna parte), su vida en las tertulias y los cafés de la noche madrileña, sus compañeras de viaje, sus innumerables éxitos, fracasos y ruinas económicas (“Bodas de plata” rememora el año 1963, cuando Fernán-Gómez cumplía 25 años como actor y que, a pesar de las buenas expectativas laborales, finaliza con su ruina total), sus ideas políticas (“Confesión de principios” es un ejemplo del humanismo de su postura ácrata), cómo compaginó su trabajo de actor y director profesional con esos otros proyectos más personales:

Creo tener una especie de fijación con los temas de la pobre gente, de la gente común. Fijación que me viene quizás de que, en mi infancia, cuando leía a Salgari, a Edgar Wallace, a Julio Verne, a Rafael Sabatini, una de las novelas serias que leí, para mayores, fue Los miserables, de Víctor Hugo. Pero en mi vida profesional he tenido pocas oportunidades de trabajar sobre las pobres gentes, sobre esos ambientes, porque en los años que me ha tocado vivir las autoridades los consideraban delicados y los empresarios poco rentables (389).

Pero, sobre todo, lo que se desvela en las memorias, aparte de la carrera de un cómico extraordinario que desarrolló su vida profesional con absoluta honestidad, es la de un hombre inteligente que intentó vivir sin ningún tipo de prejuicio, lo que lo hacía absolutamente singular y libre en un país que culturalmente nunca supo estar a su misma altura.

Lo mejor que me han deparado estos años de trabajo, aparte los ratos de descanso, de no hacer nada, es la satisfacción del propio trabajo en el momento de estar realizándolo. No lo que llamamos el éxito –que, aunque con la contribución del azar y la suma de una serie de casualidades se alcance de vez en cuando, si indudablemente produce alegría, es una alegría muy corta, pasajera, que se olvida fácilmente– sino el lado misterioso, mágico que tiene nuestro oficio, que cuando se alcanza, al sentirse invadido por otra persona que no existe produce un raro pero indudable placer. También pondría en la parte de lo bueno la estima –que de manera tan clara percibía– de mis compañeros; y las amistades, los conocimientos, los amores. Y muy especialmente quisiera señalar la inmensa fortuna de haber podido vivir cincuenta años de esa manera tan especial de vivir que tenemos los cómicos (418). Fig. 13.

BIBLIOGRAFÍA CITADA
  • Alameda, Soledad (1990). “Fernando Fernán-Gómez. La vida por delante”. El País Semanal, 2 de abril.
  • Buñuel, Luis (2018). Mi último suspiro. Madrid, Taurus.
  • Fernán-Gómez, Fernando (1947). “Mi popularidad”, Cinema (diciembre).
  • ___ (1984). “Periodismo”, Diario 16, 28 de junio.
  • ___ (1990). “Contra el poder y la gloria”, El País, sección “Impresiones y depresiones”, 10 de junio.
  • ___ (2015). El tiempo amarillo: Memorias 1921-1997. Madrid, Capitán Swing.
  • Haro Tecglen, Eduardo (1984). Introducción a Las bicicletas son para el verano, Madrid, Espasa-Calpe, pp. 9-40.
  • Musitano, Julia (2016). “La autoficción: una aproximación teórica. Entre la retórica de la memoria y la escritura de recuerdos”. Acta literaria, 52. Versión en línea (Consulta: 01.02.2021).
  • Romera Castillo, José (1981). “La literatura, signo autobiográfico: el escritor, signo referencial de su escritura”. En: La literatura como signo, Madrid, Playor, pp. 13-56.
  • Ros Berenguer, Cristina (1996), Fernando Fernán-Gómez, autor. Tesis doctoral leída en la Universidad de Alicante, dirigida por Juan Antonio Ríos Carratalá. En línea: http://rua.ua.es/dspace/handle/10045/9981
  • Umbral, Francisco (1991). “El intérprete de sí mismo”. El Mundo, 18 de agosto.