Cuando la vida queda alrededor:
El tiempo amarillo, de Fernando Fernán-Gómez
Cristina Ros Berenguer
Página 2
La vejez no es agradable, no es placentera, no produce ningún gozo por sí misma; pero tampoco es dolorosa –si no se convierte en enfermedad o en cúmulo de enfermedades– porque no se la siente. El espíritu, o la memoria, viven en plena juventud, a la espera de algo.
Estoy en el jardín de nuestra casa, a la vista de los rosales, frente a los árboles caducos, esperando la llegada de unos amigos, el regreso de mi compañera, que ha ido a la ciudad a hacer recados, la oferta de un nuevo trabajo…
Madrid, Algete. 1997-1998
Fernando Fernán-Gómez, El tiempo amarillo
Fernando Fernán-Gómez comienza la redacción de El tiempo amarillo en 1986. Sin embargo, parte de la redacción de la obra es anterior, pues en ella se incluyen vivencias y recuerdos que el actor va convirtiendo en prosa desde bien temprano. Aunque es conocido el carácter autobiográfico de muchos de sus trabajos literarios –referencias personales que reaparecerán necesariamente en estas memorias–, su huella personal está presente desde mucho antes; podemos testimoniarla incluso desde sus inicios como escritor. Es concretamente en 1946 cuando Fernando Fernán-Gómez recuerda haber tomado las primeras notas sobre asuntos relacionados con su vida personal y profesional (64)1, presumimos que relacionadas con el hecho de que por entonces colaborara como articulista con la revista Cinema. Para esta publicación escribe unos textos que conforman un anecdotario de su trabajo como actor en el cine de aquella época, y en los que recrea, con ese tono socarrón e ingenioso que tanto admiraba de revistas humorísticas como La Codorniz, las circunstancias en que se desarrollaba la industria cinematográfica española de finales de los años 40 y principios de los 50, y las vicisitudes por las que pasaba la mayoría de los actores que, como él, intentaba sobrevivir en ese mundo miserable y servil de la inmediata posguerra Fig. 1.
En uno de esos artículos, el titulado “Mi popularidad”, publicado en diciembre de 1947, el actor escribe:
Pero, en fin, he podido apreciar en mi último viaje que soy conocido. Tengo una personalidad. Una pizca de popularidad. No popularidad grande y gorda de torero o de político, pero popularidad para ir pasando.
[…] ¿He perdido o he ganado? No sé. A veces me elogia concisamente una persona con aire de inteligencia y me siento halagado. Otras, en una carta, alguien me da a entender que ha comprendido mi trabajo, que piensa de él lo que yo pensé que haría pensar, y me siento lleno de simpatía. Otras, un crítico estima o sobrestima mi trabajo y me hace pensar que de verdad soy importante (Gracias, Barreira). A veces ingreso en mi cuenta corriente (De lo más corriente, ¿sabe?).
Cuando Fernán-Gómez hace esa reflexión tiene veintiséis años Fig. 2, han pasado siete desde que Jardiel Poncela le diera su primera oportunidad en el teatro como meritorio, y cuatro desde que inició su incursión en el cine de la mano de Gonzalo Delgrás, y, a pesar de su juventud, vislumbramos en esas frases no solo la pluma irónica del escritor, sino a él mismo: su posición de cómico en un país que nunca reconocerá la verdadera importancia de la cultura, y su deseo de que su trabajo sea entendido, y su profesionalidad reconocida.
Mientras leemos sus memorias, pasados casi cuarenta años Fig. 3 desde ese artículo en Cinema, entendemos que las expectativas de futuro nunca llegarán a cumplirse del todo, que los caminos que se abrieron pudieron ser más o menos reconocidos, exitosos, pero que su carrera interpretativa y, en fin, artística, continuó ligada a unas circunstancias históricas y culturales que determinarán su vida y su trabajo de actor español. “Nadie como él reflejaba mejor un cierto siglo XX español”, escribe Luis Alegre en el prólogo a las memorias (9), adscribiendo a Fernán-Gómez a esa generación de españoles, única, que fue testigo de una serie enorme de acontecimientos históricos sucedidos desde el final de la Restauración borbónica hasta los primeros años del siglo XXI:
Fernando fue uno de esos españoles que los vivió todos, con la particularidad de hacerlo desde un mundo tan especial como el de la cultura y el espectáculo y desde unas circunstancias personales y profesionales tan fuera de lo común como las suyas (10).
Fernán-Gómez, el cómico, nos cuenta en sus memorias todo lo que vivió y lo hace siempre como testimonio de una época, consiguiendo que su retrato sea igualmente el de todos los que compartieron con él afanes, momentos y circunstancias. Así, bajo el significativo epígrafe de “¿Cuándo terminan los comienzos?”, podemos leer en El tiempo amarillo:
Que los comienzos de nuestra carrera son duros está de sobras divulgado y nadie lo discute. Pero llegado el momento de escribir una autobiografía, conviene saber cuándo terminan esos principios. Según la observación de mi amigo Gavilán, que comparto sin titubeos, para los actores españoles, al establecer comparación con los extranjeros, no terminan nunca (83).
Si los comienzos nunca terminan, si el éxito es efímero e insignificante en este país, si no le cambia la vida a ningún cómico, ¿no podríamos pensar que más que un éxito es un fracaso? La respuesta a esa pregunta es la que vertebra, precisamente, la redacción de estas memorias.
1. El proyecto autobiográfico
Una vez iniciada la escritura de las primeras páginas del texto, las cuales, tal y como indica el autor, en ese momento solo son una serie enhebrada de evocaciones que no obedece a ningún plan preciso más que al de “espabilar la memoria” (76), Fernán-Gómez decide considerar con cierto rigor los motivos y el fin de la escritura de su autobiografía. Son reflexiones que llegarán a ocupar un capítulo completo del libro, el capítulo cuarto, pero que seguirán apareciendo en algún momento a lo largo de toda la obra, y que, en cualquier caso, explícitas o no, se justifican a sí mismas a través del contenido expuesto: lo que el autor cuenta y por qué lo cuenta obedece siempre al objetivo final de ilustrar cómo se desarrolló su vida de actor en la búsqueda de la popularidad; cómo llegó y desapareció el éxito y si este alguna vez existió realmente para él (como para tantos otros actores de su época) en la España que le tocó vivir, de 1921 a 2007.
Si las autobiografías que se publican son casi siempre –recordemos la excepción de Giambattista Vico– biografías de triunfadores, y en España, en el mundo del cine y el teatro, no existe esa clasificación de una manera categórica, los lectores y yo habremos de afrontar la autobiografía de un profesional que no refiere las diversas etapas que le condujeron al éxito ni cómo este hizo posibles sus trabajos posteriores y le situó en una de las capas más altas de la sociedad, sino que indaga qué es el éxito, trata de comprobar si existe en realidad o si no es más que una fantasmagoría y, en última instancia, intenta averiguar si él lo ha obtenido o si en el momento de poner fin a este trabajo está a punto de obtenerlo o debe renunciar a él definitivamente (84).
Con ello, el autor parece haber encontrado cómo trazar el proyecto de su autobiografía: la espera permanente. Es posible que no estemos ante la vida de un triunfador, tal y como él nos dice –“¿Puede interesar a alguien la vida de un hombre que nació hijo de cómicos y que al llegar a la edad de la jubilación sigue siendo eso, un cómico?” (82)–, pero en cualquier caso tendremos que esperar con él para averiguar hasta dónde ha llegado, y, por lo tanto, desde dónde partió, qué circunstancias vivió, a quién conoció, con qué medios trabajó, rodeado de qué personas y, sobre todo, quién era él en cada momento para gestionar todo ese mundo. Hemos de esperar con él hasta ese presente desde el que escribe para considerar en qué consiste el éxito para un actor español.
Pensamos que esa justificación de su relato autobiográfico es doblemente interesante: primero, porque el género mismo, la autobiografía, precisa de una construcción de identidad desde el pasado, de modo que el recuerdo de la vida, la memoria, esté dirigida a crear un relato verosímil, sistematizado y organizado, objetivo al que responde el autor en ese capítulo cuarto ofreciendo una re-construcción de su vida, de sí mismo, a partir de lo que él suponía que iba a lograr. En segundo lugar, porque al reflexionar sobre “qué es el éxito”, al referirse en general al mundo del cine y el teatro español, está contándonos también la vida de un cómico más, está circunscribiendo todo lo vivido a la propia idiosincrasia del actor español, y sometiéndolo a sus mismos logros y decepciones.
Tras ello, tras la justificación del proyecto, la siguiente pregunta es de dónde surgió la necesidad de re-escribir la propia vida. “Desde que tenía más o menos treinta años pensé que podía ser interesante para unos determinados lectores que yo escribiera mi vida. Pensé entonces que terminaría haciéndolo a los cincuenta años”, responde Fernán-Gómez en una entrevista (Alameda) Fig. 4, apostillando que ese sería el momento en que él ya hubiera triunfado y fuera una persona de éxito. No obstante, el actor decidió enfrentar la tarea pasados los sesenta, y no por hallarse “en la cumbre de toda buena fortuna”, sino, sencillamente, por una necesidad imperiosa de recordar que se fue acrecentando con el paso de los años, y a la que el autor daba satisfacción a través de la escritura, de la literatura:
Los recovecos de la memoria y de la desmemoria son inescrutables y todo lo que no recordamos es como si no hubiera sucedido. Quizás deberían todas las personas tener en determinado momento de su vida una necesidad tan acuciante de rememorarla como esta que tengo yo ahora, para que la vida no se fuera pareciendo poco a poco a una muerte (307).
1 Las referencias a informaciones y opiniones del autor aparecidas en El tiempo amarillo solo incluirán el número de página de acuerdo con la edición de Capitán Swing (Fernán-Gómez, 2015).. Volver al texto