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Cuando la vida queda alrededor:
El tiempo amarillo, de Fernando Fernán-Gómez

Cristina Ros Berenguer

Página 3

2. Su literatura y sus memorias: una misma poética

Como sabemos, el género autobiográfico suele situarse, per se, en un momento determinado de la vida de su autor, donde la proximidad de la vejez y de la muerte imponen tanto el deseo como el modo de recordar. El deseo porque solo la memoria nos devuelve la imagen de lo que hemos sido, nos reconstruye en el momento en que el tiempo parece que va borrando los pasos de nuestra existencia, porque, citando las palabras que escribió Luis Buñuel en otras memorias inolvidables, Mi último suspiro, “Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. […] Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento” (11), siendo ella la que responde de nosotros mismos. En cuanto al modo de rememorar, porque en esos momentos el recuerdo debe responder a un objetivo: el objetivo de haber sido, pero también el de ser y el de continuar siendo a través del propio relato de uno mismo.

Pues bien, Fernando Fernán-Gómez responde a ese deseo y a ese modo característicos del género, pero, lo hace, además, desde su propia particularidad como escritor. Con ello nos referimos, en primer lugar, a que en su producción literaria la rememoración se ha erigido siempre en estímulo fundamental de su escritura, a la que ha nutrido con su propia vida, convirtiendo su yo y la conciencia del tiempo, lo vivido, en esencia de su obra literaria2. En El tiempo amarillo reconoce:

En el momento de hablar de las criadas me asalta de nuevo una duda que me creo en la obligación de comunicar a mis presuntos lectores. Algunos de mis trabajos de escritor pueden considerarse autobiográficos. […] Si los utilizo de nuevo en este libro algunos lectores los leerán dos veces, pero si no los incluyo, hurto buena parte de mi autobiografía (117).

En segundo lugar, aludimos con ello a que el autor memorialista –tal y como lo definía su gran amigo Francisco Umbral (1991)–, decide abordar su proyecto desde una perspectiva determinada, la de las “Memorias”, desechando otras opciones tales como “Confesiones”, “Recuerdos” o “Autobiografía”, y con esa elección desvía el punto de atención y amplía la visión del relato, pues en estas, tal y como indica Romera Castillo, “el autor, además de retratarse a sí mismo, pone en acción a los personajes que le rodean, […] con el fin de que su propia historia sea comprendida y explicada mejor por aproximación a la Historia” (43):

He aquí la clave de las memorias: dar cuenta del uno en los demás, del yo y lo que sucede. Todo consiste en cambiar el objetivo de la cámara de filmación, en pasar de un primer plano de introspección subjetivista a una panorámica más amplia en la que tengan cabida tanto los demás hombres que conviven con el que se confiesa como los ámbitos sociales en los que este se articula (Romera Castillo, 1981: 40).

El mismo “autor semiclandestino” que en opinión de Haro Tecglen aparecía constantemente en su literatura para “contarse pudorosamente a sí mismo y a su tiempo” (31), es el escritor de las Memorias y, además, es consciente de ello. Recordemos en este sentido que cuando, ocho años después de la primera entrega de la autobiografía, se publique la ampliación, la que abarca de 1987 a 1997, esta se iniciará con la sección titulada “Memorias, recuerdos, olvidos…”, en la que Fernán-Gómez reflexiona sobre las supuestas decepciones que causó la publicación de su primer volumen Fig. 5. Ahí comenta en efecto que el subtítulo de “Memorias” había inducido a ciertos lectores al error de creer que en ellas se incluía la parte más íntima de su vida, esto es, la de sus relaciones sentimentales, por lo que quizás, apunta, “El libro, más que Memorias, debería adjetivarse Recuerdos” (481), para concluir sagazmente con que “[…] yo soy quien debe redactar esta ampliación de El tiempo amarillo, y parece que hay acuerdo en que, en la materia de que se trata, el autor tiene derecho a subtitular como quiera. También lo hay en que no está bien censurar lo que no existe, lo que el autor no ha escrito” (482).

Lo que Fernán-Gómez no escribió en sus memorias es lo que nunca quiso escribir, no solo por reconocido pudor (273), sino porque su objetivo y su propósito de sinceridad y compromiso con el lector se centraban en él, en su manera de entender la vida, de vivir la historia y de compartir la profesión con sus compañeros de viaje.

3. Las memorias y su compromiso con la verdad

Ligado a ese compromiso de sinceridad surge en el texto el tema de la veracidad de los hechos narrados. Es este un aspecto del que se ocupa la teoría literaria al abordar el tipo de pacto o contrato que el autor autobiográfico establece con el lector y, por ende, con la verdad de lo que cuenta, y, en consecuencia, al reflexionar sobre qué parte de ficción encierra la realidad y de qué modo lo verdadero ha sido construido a través de la selección de acontecimientos e imágenes del yo, teniendo en cuenta que “La autorreferencialidad de la persona real que se presenta como instancia de la verdad se dilata apenas comienza el proceso reflexivo en que se escribe sobre sí mismo” (Musitano). En cuanto a El tiempo amarillo, Fernán-Gómez acomete la escritura de su autobiografía siendo consciente de que no escribe su vida tal como fue, sino como imagina que ocurrió, de ahí que dude en algún momento de lo que vivió, lo que pensó y lo que sintió, y que advierta al lector en reiteradas ocasiones sobre si lo que narra es en verdad un recuerdo fiel –“Al llegar a este punto he de relatar un episodio que he reconstruido posteriormente sobre la base de retazos de un lado y de otro, frases cazadas al vuelo, conversaciones medio secretas, y de cuya veracidad, por tanto, no puedo responder” (102)–, un “recuerdo de recuerdos” (53), un deseo o una invención. En la sección titulada “La batalla de Madrid”, podemos leer:

En aquella época había traidores y leales; lo mismo ocurre ahora con los recuerdos, lo sé. ¿Cuáles son fieles? ¿Cuáles me hacen traición? ¿Es o no es cierto que un tanque de los facciosos perdió el rumbo y llegó hasta la calle de Bravo Murillo, a doscientos metros de nuestra casa? Tendría que haber atravesado la Ciudad Universitaria, el Caño Gordo y el Campo de las Calaveras, donde íbamos a jugar los chicos del barrio meses atrás. ¿Lo soñé? ¿Sucedió realmente? ¿O es también una traición de la memoria? (165).

No obstante, y a pesar de esa incertidumbre que encierra el género en sí mismo, Fernán-Gómez establece un compromiso firme cuando decide escribir sus memorias: “[…] el enfrentarse a unas memorias obliga a una relativa sinceridad. Aunque sean triviales como estas, y no se acerquen a ‘confesiones’” (78), afirma; de hecho, nunca está en su ánimo recurrir a la invención de una manera consciente, premeditada: “Y no sé más. Si me esfuerzo en reproducir la escena, acabaré inventando, y no es mi deseo, en estas páginas, recurrir a la invención” (58). Hay en él, por tanto, desde el inicio de la redacción del texto, un autobiografiador con voluntad de estructurar y organizar, pero que también es consciente de que su trabajo se realiza a un tiempo entre la conciencia y el recuerdo, el cual, instalado en el ámbito de la fabulación, de la evocación, del olvido, hace de su pasado y de sí mismo una reconstrucción imposible.

[…] Tampoco he procurado hacer a lo largo de estas páginas un retrato mío que se pudiera parecer a la imprecisa realidad. Creo que en esta labor el autobiografiador, que supuestamente trabaja desde dentro, está tan abocado al fracaso como el biógrafo, que trabaja objetivamente desde fuera (477).

Así pues, acordado el pacto de que la veracidad de lo recordado es “imprecisa”, también queda claro que lo es a pesar de la buena voluntad del escritor, comprometido y lúcido, que ha hecho acopio de todas las fuentes documentales necesarias para realizar el proyecto (65): construir un relato coherente, fundamentado y organizado de su vida. El resultado es que Fernán-Gómez consigue escribir ese relato, consigue hacer de él un documento verdadero que, como toda buena autobiografía, interesa precisamente por su aporte ficcional, es decir, por la construcción de la realidad bajo su mirada, bajo la mirada del cómico y del escritor, la del excepcional observador que hace de El tiempo amarillo unas memorias inolvidables.

Luis Alegre, codirector junto a David Trueba del documental La silla de Fernando, describe muy bien esa mirada peculiar, inteligente, libre de prejuicios con la que Fernán-Gómez hablaba y escribía sobre la vida: “Fernando adoraba las paradojas: detectarlas, crearlas, subrayarlas, exprimirlas, recrearlas, con su escepticismo socarrón, su perplejidad divertida, su finísima ironía. Estos son algunos de sus rasgos de conversador que brillan también, como escritor, en El tiempo amarillo” (18).

2 Véase: Ros Berenguer, 1996.. Volver al texto