Cosecha de 1921
Antonio Castro JiménezPágina 4
4. Ana Mariscal (31/7/1921-28/5/1995)
Ana María Rodríguez-Arroyo fue conocida en el mundo del espectáculo como Ana Mariscal Fig. 8. Con 15 años pudo haber sido el maniquí de la obra Así que pasen cinco años, que García Lorca ensayaba cuando estalló la guerra. La joven había conocido al escritor a través de su hermano, el actor Luis R. Arroyo, que ya tenía un nombre en el cine español. A Lorca le gustó la voz de Ana. Tal vez aquella experiencia truncada cambió el rumbo de una joven que sentía predilección por las ciencias exactas.
Recién terminada la Guerra Civil se incorporó al teatro profesional en la compañía de los Teatros Nacionales, gracias a Luis Escobar. Su primer gran triunfo fue Dulcinea (1941), siendo ya protagonista con solo veinte años Fig. 9. Claro que, para entonces, ya había filmado su primera película, El húsar de la reina (1940), a las órdenes de Luis Marquina. Su hermano la bautizó artísticamente como Ana Mariscal.
Ana fue una mujer avanzada, decidida a mostrar su capacidad en cine y teatro, tanto como actriz como directora. Protagonizar la película Raza (1941) confirmó su clasificación de primera actriz aunque, llegado el tiempo de la Transición, haber rodado aquello no le benefició mucho. Y eso que para entonces ya se había confirmado como directora y productora de cine a través de la empresa Bosco Films, que había fundado con su esposo, Valentín Javier García. Segundo López aventurero urbano (1953) fue su primera película como directora. Dirigió once más a lo largo de toda su vida.
Fue también una de las primeras –si no la primera– mujer que firmó una dirección de escena Fig. 10. Sabido es que las primeras figuras, masculinas o femeninas, dirigían las obras en las que actuaban, pero no aparecían en los carteles como tales. Ana, ya en 1957, había firmado la dirección escénica de un montaje del Pequeño Teatro Dido que solo se vio en Casa Americana de Madrid: Réquiem por una monja, de Faulkner. En 1967 Ana firmó con Julio Diamante un montaje de El enfermo de aprensión, de Molière y otro de La locandiera. El año 1971 dirigió en el Alfil El tótem en la arena, de Juan Gil Albors, y Oscuro y lejano paraíso, de William Inge. Después montó Deja dormir al perro dormido (Dangerous corner, 1973), a la que siguieron Matrimonio inglés aceptaría amante español (1975), de Fernández Antuña, y El caraqueño (1977), de Martín Recuerda. En 1981 dirigió Los muertos, de Max Aub, un autor hasta entonces maldito por su militancia republicana. Sus últimos montajes fueron El chalet de madame Renard (1984), El caso de la señora estupenda (1985), ambas de Mihura, y Los días vacíos (1990), para la compañía de José Caride.
Sorprendentemente, una profesional de estas características está prácticamente olvidada, sin reconocerse su trabajo pionero. En unas declaraciones a la revista Artescénicas, su hijo, David García Rodríguez, comentaba:
Siempre pesó sobre ella haber hecho Raza... Al comenzar la Transición tenía 54 años y había abandonado el cine, dedicándose solo al teatro. En esa época muchos profesionales tuvieron que reinventarse. Mi madre decidió no hacerlo y seguir poniendo en escena, sobre todo, teatro de los Quintero, Mihura o Arniches, cuando estaba emergiendo otro tipo de teatro. Además, como habitualmente se contrataba a sí misma para su compañía, eso provocaría que otros productores no se animaran a contar con ella.
La anécdota más repetida de su carrera es la osadía de encarnar a Don Juan Tenorio en una producción teatral de 1945. Aquel atrevimiento en el Rialto madrileño no gustó a una buena parte de la crítica. Hasta le hicieron pasar por un proceso literario, con simulacro de juicio incluido, que se celebró en Valladolid promovido por Vicente Gómez Ayllón, crítico del diario El Liberal. Otro crítico, Alfredo Marqueríe, fue su defensor y salió absuelta.
Su última aparición como actriz de cine fue en la desafortunada película de Javier Aguirre El polizón del Ulises (1987) Fig. 11, que no llegó a estrenarse comercialmente. En teatro quiso participar en el montaje de Picospardo’s, en el teatro Español, pero la muerte truncó su reaparición.