Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1947

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Escena y política
Modelos y espacios
Protagonistas
Memorabilia
El teatro y su doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Cristina Santolaria
Experta teatral
Ha sido Subdirectora General de Teatro del INAEM,
Directora del Centro de Documentación Teatral
y Directora del Teatro Albéniz de Madrid

 

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Protagonistas

Desde la perspectiva actual, en que los medios dedican escasa atención a la actividad escénica, no deja de sorprendernos los numerosos artículos (con muy diversos formatos y contenidos) que, en 1947, genera la misma, la cual, por otra parte, habla del interés que despierta en el público.  En general, toda la prensa revisada en este apartado dedicado a los protagonistas del hecho escénico tiene una finalidad no sólo informativa, sino también propagandística, vinculada, generalmente, a un estreno.

Si dejamos al margen las críticas de los espectáculos, género de opinión, lo que se edita sobre los autores reviste formas muy simples y limitadas. Todos los periódicos de Madrid y Barcelona, sin excepción, publican la “autocrítica” en la que el dramaturgo explica, bien el contenido de su obra, bien las circunstancias en que se escribió, sin que falten los agradecimientos a los intérpretes y a los empresarios de paredes y de compañía (cuando no lo es él mismo). No faltan tampoco las apelaciones a la comprensión del público y la crítica. En el periodo que nos ocupa, aparecieron las autocríticas, entre otras, de El pulso era normal, de J.I. Luca de Tena; Historia de una boda y Dos horas en mi despacho, de L. Navarro; Mamá nos pisa los novios, de A. Torrado; Cita en el más allá, de Araceli Silva; La santa llar, de Juan Cumellas; o de autores menos cotizados, como Jesús Peña, Jesús Morante Borrás o Gonzalo Azcárraga. Una variedad de la autocrítica era la entrevista que el diario realizaba al autor en torno al estreno y en la que hablaba de los mismos temas arriba enunciados. También a raíz de este acontecimiento, El Noticiero Universal publicaba una sección titulada “3 preguntas y 1 anécdota”, en la que se preguntaba al autor los motivos por los que empezó a escribir teatro, su mayor ambición como dramaturgo, así como cuál sería la ocupación alternativa a la escritura de no dedicarse a ésta. A estas cuestiones respondieron, entre otros, Serrano Anguita, Pemán, Ramos de Castro, Mª Luz Regás o Rafael León. El gacetillero aprovechaba para realizar una somera semblanza del dramaturgo, pero también para contar otros proyectos en los que estaba inmerso. De todos estos artículos, al margen de los temas mencionados, se reiteran los lamentos por los gravámenes que sufre el teatro y por la competencia cada vez más pujante del cine, a la par que descubrimos que los dramaturgos más consolidados, escribían sus obras “por encargo” para que se ajustaran a las primeras figuras que las iban a interpretar e, incluso, pensando en el teatro donde se exhibirían. Finalmente, también es posible rastrear las simples noticias informativas, tales como la vuelta a España de Catalina Barcena y Gregorio Martínez Sierra, quien fallecería pocos días después, y la defunción del autor, periodista y presidente de la SGAE José Juan Cadenas, así como su sustitución por el maestro Alonso, quien respondió al pésame del Jefe del Estado mostrando “su reiterada adhesión y sumisión respetuosa”.

Menor interés despertaron en los medios los empresarios, las personas que ponían en marcha la producción de un espectáculo, rol éste que podía ser desempeñado por el primer actor, el autor o bien por quien asumía la financiación. En algunos casos, coincidían en una misma persona el productor de la compañía y el empresario de paredes. En 1947, aparecieron en prensa, entre otras, entrevistas a Juan Carcellé, gestor y productor de los circos Price y Olimpia, además llevar la producción de algún musical; a Arturo Serrano, empresario y director artístico del teatro Infanta Isabel y de la compañía titular del mismo, encabezada por Isabelita Garcés y que estrenó Lo que piensan los hombres; a Conrado Blanco, quien, en el año que tratamos, además de dirigir el teatro Lara y su compañía titular, había programado un ciclo lírico en el teatro de la Zarzuela (en el que destacó su producción Las viejas ricas) y se había presentado al concurso convocado para regir el Liceo de Barcelona; a Enrique Jardiel, quien, con su compañía, se iba instalar en el teatro Cómico de la capital, asumiendo los riesgos de ambas empresas; a Joaquín Gasa, que, a sus muchos logros en la revista y el circo, se sumó el de Taxi … al Cómico; a Demetrio Alonso, quien, a su larga trayectoria como empresario, este año sumó su gestiones para lograr la presencia de la compañía de Enrique Borrás en Madrid. Muy escasamente, también aparecieron noticias relativas a la enfermedad de los empresarios catalanes Juan Pons Sastre, del Cómico, y Luis Calvo, del Calderón; o a homenajes que se les brindaban por su dedicación, tal es el caso de Juan Mestres al abandonar el Liceo tras 32 años como director artístico y empresario.

Quizás despierte mayor interés la noticia aparecida, en enero, en El Alcázar, que informaba de las reuniones celebradas por empresarios del espectáculo (cines, teatros, frontones, toros, etc.) con la finalidad de llegar a acuerdos que permitieran regular sus actividades y evitar el intrusismo, para lo que pretendían la creación de un censo y de un carnet que acreditara su profesionalidad. Sin firma, en el mismo medio y similares fechas, se publicó un artículo que enunciaba los males, achacables a los empresarios, que aquejaban a la escena: teatros antiguos y subarrendados continuamente, decorados desfasados, imposición de una obra para lucimiento de un intérprete; saturación del mercado con la imitación de un tipo de producto que había triunfado, o el caso contrario, programar el teatro de espaldas a los gustos del público, etc.

La abundante información sobre el devenir de las compañías, sus giras, composición, nuevos proyectos, etc. es una muestra más del interés que el arte escénico despertaba entre la población. En el periodo que nos  ocupa se informó de la disolución de las compañías de Mª Fernanda Ladrón de Guevara y de Irene López Heredia, por problemas de salud de sus protagonistas, así como de la separación de la compuesta por Marcos Davó y Pepe Alfayate, de quienes más adelante se contó que formaron compañía propia, quiénes eran sus componentes, repertorio y futuras giras. Junto a estas incorporaciones, se nos habló de las de las compañías de Társila Criado y Alfonso Cándel, este último primer actor y director; similar son los casos de las compañías de  María Palóu, dirigida por Felipe Sassone; de García León, primer actor y director; de la Muñoz Seca, dirigida por Fernando Vallejo; de Mª Victoria Durá, quien pretendía girar por Cataluña para luego intentar encontrar teatro en la ciudad condal.

Especialmente frecuente en el campo de la lírica es el caso de la formación de compañías para realizar campañas estivales en el espacio escénico que pone en marcha la exhibición: la Compañía Lírica del Apolo, la Lírica del Nuevo o la Lírica del Tívoli, serían ejemplos de lo dicho. Otra modalidad semejante: la creación de la compañía B del Teatro Martín, cuya finalidad es realizar gira con Historia de dos mujeres, que estaba triunfando en la ciudad condal. Sin afán de pervivencia, se crearon, así mismo, compañías que únicamente representaron un espectáculo y luego desaparecieron: Romances y Tonadillas es muestra de lo dicho. No faltan otros modelos: un solo empresario, en nuestro caso Francisco Molina, está detrás de las compañías de Pepe Isbert, Ana Adamuz o Maruja Tomás; Ricardo Velasco es el productor de la compañía de Alejandro Ulloa, y la empresa Colsada está tras la compañía de Emilia Aliaga en su espectáculo La señora … sueña. Junto a estas agrupaciones que sufren vaivenes en su trayectoria, perviven las sólidamente consolidadas, como la titular del Lara, a cuyo frente están Conrado Blanco y Concha Catalá; La Olimpia, Ases Líricos, Circuitos Carcellé, Lina Santamaría, Martínez Soria, Jardiel Poncela o el valenciano Juanito López, por no mencionar la titular del Infanta Isabel, a cuyo frente estaban Arturo Serrano e Isabelita Garcés. No nos extendemos en aquellas de financiación pública: las compañías del Mª Guerrero y del Español, así como la del Teatro Español Universitario.

Del repaso de todas estas reseñas de prensa hemos conocido una serie de datos sociológicos sobre la vida teatral del momento, tales como el elevadísimo número de funciones que, entre giras y las grandes capitales, realizaban las compañías: así, la de Ismael Merlo superó las 500 representaciones de Con la vida de otro, de Carlos Llopis; así mismo, hemos sido conscientes de la amplitud de los elencos, que, en el caso de teatro de texto, raramente descendían de 15 intérpretes, por no hablar de las compañías líricas o de las de las revistas. Veamos un ejemplo: Luces de Madrid llevaba en su reparto 28 cantantes, 30 vicetiples, 27 profesores de orquesta, además de personal técnico. Sobre el tema de las giras, podríamos decir más: las grandes compañías podían contar con subvenciones para mostrar su arte por Hispanoamérica, especialmente Argentina, aunque no faltó algún caso de gira por las zonas españolas de Marruecos  (Compañía B del Martín). Por supuesto, el repertorio que cada una de estas compañías llevaba era amplísimo, con preferencia por la comedia española y escasa presencia de dramaturgia extranjera, rasgo éste común a las carteleras de las grandes capitales. Por fin, un apunte de un aspecto que llama poderosamente nuestra atención en la actualidad: la figura del director de escena, desaparecida generalmente de los repartos, pero que, con frecuencia, era asumida por el empresario (Conrado Martín, Manolo Hidalgo, productor de Volando sobre España), el autor (Jardiel Poncela) o por el primer actor (Pepe Alfayate, Alfonso Candel, Mariano Ozores, Manolo Carreras, Eladio Cuevas, etc.).

Mayor interés que autores y empresarios, sean de paredes o de compañía, despertaban las vicisitudes de los intérpretes del teatro de verso, como se decía en aquel momento. Muy activo fue El Noticiero Universal en su sección “tres preguntas y 1 anécdota”, donde preguntaba a los actores y actrices las mismas cuestiones que hemos enunciado al hablar de los autores, pero adaptadas a su idiosincrasia. A ellas respondieron, entre otros, Valeriano León, Casimiro Ordás, Esperanza Ortiz, Aurora Bautista, Guadalupe Muñoz, Marta Santaolalla, Antonio Vico, Iris Marga, Eugenia Zuffoli, Rafael Rivelles, Lina Santamaría, Rafaela Rodríguez y Emilia Aliaga, es decir, todas las grandes figuras que protagonizaron la escena barcelonesa en ese año 1947. De características similares es el artículo, publicado en el mismo medio, “También los actores escriben a los Reyes Magos”, en el que los consultados (Aurora Redondo, Martínez Soria, Rafael Rivelles, Carmen Olmedo, etc.) explicaban su deseos para el año entrante. En Madrid, El Alcázar contaba con una sección similar “La pregunta de hoy”, en la que los entrevistados como Mari Carrillo, Mariano Azaña o Gustavo Re, eran preguntados por cuestiones relativas más a su vida que a su trabajo. Tras estas breves preguntas, todos esgrimieron su vocación como causa de estar en esta profesión, y como mayores deseos, alcanzar el éxito y el cariño del público.

En la prensa de este año encontramos, igualmente, relación de los homenajes que se rindieron a los intérpretes en reconocimiento a su trayectoria. Es el caso de Guillermo Marín, Rambal, Chicote, Alejandro Ulloa, José Bruguera o Paco Melgares. Como no podía ser de otra forma, se informó a través de los medios de la muerte de Casimiro Ortas del accidente en un escenario de Santander de Ángel Pizazo, de la gira que Lola Membrives iba a emprender próximamente a Argentina con obras de Pemán, o la presentación de la compañía de Enrique Borrás en Madrid.

Similares eran las informaciones que ofrecían los medios sobre los intérpretes de lo que, con frecuencia, hemos dado en llamar (con excepción de la lírica) géneros menores o frívolos: se  comunicaba el gran éxito cosechado en los homenajes a Juanita Reina, a los cómicos Cervera y Lepe, o a la gran Raquel Meyer. También supimos de las giras que iban a emprender la bailaora Marienma por varios países europeos, la soprano Marimí del Pozo por los más importantes coliseos líricos de nuestro continente o el proyecto emprendido por Conchita Leonardo para montar exitosas revistas con el maestro Guerrero en Argentina. Como no podía ser de otro modo, los medios contaron los proyectos en los que estaban inmersas, cada una en su género, las reconocidas Celia Gámez, Carmen Amaya, Matilde Vázquez, Estrellita Castro, Mercedes Capsir o el polifacético Juanito Valderrama. Si bien la prensa no pasó por alto otras trayectorias que se iban consolidando: la figura de la canción andaluza Antoñita Moreno, la caricata y actriz Luisita Esteso, el cantante lírico Juan Gual, la bailarina y actriz Mercedes Borrull, y la actriz, cantante y vedette Maruja Tomás, muchos de ellos  ya con compañía propia. En ese acercamiento a las figuras que poblaban los escenarios no faltaron tampoco los artistas extranjeros en gira por nuestro país: Vera Rol y Navarrini, protagonistas de Italia Express; los payasos Pompoff y Thedy, contratados para el espectáculo Charivari 86; Trudi, artista y acróbata, que participa en Luces de Madrid; o el pianista Semprini, que colaboraba en Soñando con música de exitoso Kaps. Mención aparte merecen el elevado número de magos, ilusionistas, mentalistas, etc., que poblaron nuestra escena: el mentalista Profesor Fassman; el mago Cantarelli, que informaba de que su espectáculo Abrakadabra requería 15 personas y 32 toneladas de material; los ilusionistas Carleodopol y profesor Alba, y, especialmente, el exitoso Li Chang que, con su Viaje a los infiernos, realizó 172 funciones en el teatro de la Zarzuela.

En Barcelona, El Noticiero Universal, y, en Madrid, Informaciones, especialmente, prestaron atención a las trayectorias emergentes, tanto en el terreno de la revista y el musical (Isabel Bertrán, en La Boheme, programada en la Zarzuela, Raquel Daina y Paquito Cano, en Historia de 2 mujeres; Conchita Gallar, en Escalera de color; Gema del Río, Merceditas Mózart y Alady, en Taxi … al Cómico) y del género lírico (Emilia Serrano, con Los Ases Líricos) como en la danza (Pepita Marco, en la compañía de Dª Concha Piquer, o Manolo Lombardero , en la de Carmen Amaya) o en espectáculos folclóricos (El Príncipe Gitano, Carmen Estrella, en Pasodoble 1947).

Tampoco pasaron desapercibidas para los medios las trayectorias de aquellos que trabajaban para que todo estuviera listo cuando se levantara el telón, cuando las estrellas por todos reconocidas, valoradas, premiadas y homenajeadas hicieran su aparición. Es el caso de los escenógrafos Sigfrido Burmann, vinculado al teatro Español, y José Redondela, que trabajó con innumerables compañías privadas, entre ellas, con frecuencia, con las del Lara y del Infanta Isabel; del director técnico Conrado Tomé, que formaba parte de la compañía de Lina Santamaría, o del asesor literario Huberto Pérez de la Ossa, estrecho colaborador de Luis Escobar como director del Mª Guerrero.

Más exiguas fueron las noticias sobre los compositores, pese a ser muchos los espectáculos en los que la música ocupaba un lugar medular. Por supuesto, no faltaban las informaciones sobre la vuelta del maestro Jacinto Guerrero de Argentina para hacerse cargo de los numerosos compromisos que tenía en nuestro país; sobre la exitosa gira de la compañía del maestro Pablo Sorozábal en Buenos Aires, o sobre las cuatro revistas que del maestro Francisco Alonso giraban por España, por no mencionar su aceptación como presidente de la SGAE, desde donde abogaba para que se crease un teatro lírico oficial. Otro tipo de reseñas encontramos sobre los músicos, aquellas que aludían a los homenajes que se les brindaron con motivo de un éxito, como son los casos de los maestros Moraleda, por ¿Quién dijo miedo?, Álvarez, por el estreno de Aurora la Faraona,  y Fernández Caballlero en su colaboración con Los Ases Líricos. La prensa no quiso olvidar tampoco la memoria de Falla o los aniversarios de los maestros José Serrano y Cristóbal Oudrid.

Llegamos al eslabón de la recepción, el de los críticos, los cuales, junto con el público, toman el pulso del espectáculo, si bien es este último quien tiene la última palabra y determina el éxito o fracaso del mismo. Revisando la prensa hemos encontrado una serie de entrevistas en las que los protagonistas del hecho escénico, generalmente los autores, cuestionaban la labor de los críticos. En el diario Pueblo, en la sección  “La crítica, criticada”, J.A. Bayona preguntaba a sus entrevistados qué les habían parecido las críticas publicadas como consecuencia de su reciente estreno. Mientras la gran mayoría las consideraban “justas y atinadas” (Ruiz Iriarte, por El cielo está cerca;  J. Dicenta, por Cuento de cuentos; Pemán, por Las viejas ricas;  o Felipe Sassone, por Preludio de invierno), otros, como J.I. Luca de Tena cuestionaba que el crítico J. de la Cueva hubiera sabido interpretar su obra. Los hay también, como Adolfo Torrado y Julia Maura, que, respetando la opinión de los críticos, que para ellos sólo eran eso, opiniones, lo que les importaba era el criterio y beneplácito de los espectadores.

Un caso curioso recoge la prensa del momento: ante la dureza de una crítica en El Alcázar de Sánchez Camargo sobre La señora… sueña, la dirección del diario publicó una nota en la que afirmaba que “en El Alcázar la crítica teatral se hiciera sin mengua de sinceridad, en un tono generoso, de ayuda al teatro”. Al día siguiente, el 19 de diciembre, otra nota informaba de que el crítico había presentado su dimisión, que no había sido aceptada, aunque la dirección del medio  no se identificaba con la opinión del crítico. Llama nuestra atención igualmente, la amenaza velada que Jardiel Poncela lanzó hacia los que “protestaron” su estreno (un crítico, una actriz y un empresario), amparándose en una disposición de la Junta Técnica del Estado de 1937.

Lo que todas estas páginas indicaban, en definitiva, es que las artes escénicas eran una actividad sumamente viva, que atraía al público  y  ocupaba un sitio en la sociedad pese a la creciente competencia del cine, por lo que los medios reservaban espacios para narrar la cotidianeidad que unos artistas que lograban elevarse por encima de las preocupaciones habituales de sus lectores.

 

 

 

 

 

 

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