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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1946

El tiempo y su memoria
Escena y política
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Memorabilia
El teatro y su doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Blanca Baltés
Autora de ‘Estampas del teatro en los cuarenta’, (INAEM) 2015

 

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ESCENA Y POLÍTICA

El modelo instaurado al término de la contienda civil comenzaba a dar pequeños síntomas de agotamiento a la altura de 1946. De hecho el año anterior había desaparecido la Vicesecretaría de Educación Popular, lo que en sí mismo pone de manifiesto los movimientos que se estaban operando en el seno del régimen, sometido a diversas tensiones internas –lenta e inexorable caída de Falange Española y de las JONS- y, sobre todo, exteriores, como consecuencia del final de la segunda guerra mundial y la derrota de los fascismos.

El franquismo se vio en la necesidad de, al menos, transformar su ropaje y un mínimo de su estructura interna para intentar hacerse respetar por parte de las democracias aliadas que resultaron victoriosas en 1945. Cambió el lenguaje. La “España de los camaradas” fue sustituida por una “democracia orgánica”. Se intensificó el anticomunismo del régimen en los albores de la guerra fría. Se apeló a la “participación popular” a través de las dos leyes fundamentales: el Fuero de los Españoles y la Ley de Referéndum.

A lo largo de 1946 se preparó el entramado jurídico básico y determinante que permitirá la perpetuación de la dictadura: la Ley de Sucesión, que finalmente entraría en vigor en 1947. En suma, aquella orgullosa España de los camaradas que se tuteaban mutó en la España nacionalcatólica, donde los rangos quedaban plenamente definidos y jerarquizadas en el nombre del incuestionable derecho divino. Sin embargo, en la realidad nada sustituyó al carácter personalista, con base en el Ejército y en la Iglesia, que era la dictadura del general Franco. Continuaba en vigor la ley de 1940 que atribuía plenos poderes ejecutivos, legislativos y judiciales al Caudillo.

Durante este tiempo la superioridad franquista estuvo sometida a fuertes tensiones internacionales, a la espera de lo que decidiera la O.N.U. Allí se discutía la posible condena radical del régimen o su reconocimiento definitivo. México, portavoz del recién constituido gobierno de la República en el exilio, junto a otros países del Este de Europa, planteaba la condena definitiva del franquismo; esto es, su apartamiento absoluto de la sociedad internacional, lo que redundaría en un bloqueo total que difícilmente permitiría la supervivencia de la dictadura. Pero la confrontación sistémica entre el Occidente capitalista y el bloque comunista dejaba abierto un resquicio de esperanza. A finales de año la O.N.U. se contentó con una condena menor, casi simbólica, al régimen de Franco. En lugar de una ruptura plena de relaciones diplomáticas o de cualquier tipo con España, se aprobó la “recomendación” de una retirada de embajadores indeterminada en el tiempo y sin mayores consecuencias. La dictadura franquista aprovechó la situación para enervar y estimular el nacionalismo de un pueblo aún extremadamente afectado por la última guerra civil, en gran parte hambriento y en su mayoría temeroso del advenimiento de nuevos conflictos.

Lo cierto es que Franco sentía mayor inquietud ante el mundo monárquico en torno a la figura de Don Juan de Borbón, exiliado en Estoril, que ante el naciente gobierno de la República en el exilio y sus valedores. La Falange no pasó a mejor vida, pero sí entró en una decadencia que se prolongaría a lo largo de décadas; de hecho, había entrado en desgracia. El sueño falangista de vertebrar un sistema dictatorial a base del partido único pasó al olvido. El Movimiento Nacional se convirtió en un grupo de interés para obtener prebendas, más que en una propuesta ideológica solvente. Podría decirse que, de facto, apenas sobrevivieron sus símbolos: la camisa azul, el yugo y las flechas, los cantos habituales ya sólo en actos conmemorativos y un limitado uso del saludo a la romana.

Se abría paso la España nacionalcatólica, bien vista dentro del Ejército y, sobre todo, en espacios clave de la Iglesia. Los valores ideológico-religiosos sustituyeron a los propiamente políticos. Al mismo tiempo era necesario practicar algunas concesiones que materializaran la nueva idea de Estado que se pretendía vender en el exterior. Así, por ejemplo, el decreto de indulto de octubre de 1945, que entró plenamente en vigor a lo largo de 1946. Muchos condenados, como Cipriano de Rivas Cherif, pudieron abandonar las terribles prisiones y obtener la condición de libertad vigilada, lo que de hecho suponía la muerte civil. Se aireó convenientemente este indulto, que fue aceptado por las potencias capitalistas. Solamente Francia mantuvo oposición frontal al régimen y durante varios meses cerró sus fronteras con España.

Dentro de esta política de concesiones restringidas, cabe señalar una mínima apertura cultural y un mínimo debate intelectual que dio al régimen cierta apariencia de liberalidad. Incluso se planteó la posibilidad de que los exiliados liberales pudieran solicitar el retorno a la patria. A la hora de la verdad, los que volvieron no recuperaron jamás la capacitación profesional que habían adquirido antes de 1936, en especial los puestos administrativos y docentes obtenidos por oposición. Sin ir más lejos, José Ortega y Gasset regresó, pero no recobró su cátedra.

En definitiva, el año 1946 preludia los mayores o menores cambios que se materializarán poco después. Las pequeñas fisuras entre las familias del régimen nunca llegaron a cuestionar la su esencia ni su jefatura, pero capilarizaron un conjunto de discrepancias o voces disonantes que en breve harían aflorar nuevas sensibilidades y realidades culturales. No por casualidad la cartelera acoge ya no una, ni dos, sino varias representaciones de Arte Nuevo y el Nada de Carmen Laforet había resultado premiado el año anterior. Tampoco por casualidad es el año en que Luis Escobar realiza un viaje profesional a Londres y Cayetano Luca de Tena prepara uno similar de formación también al Reino Unido, que finalmente realizará el año siguiente. Lejano y bien distinto a la “Compañía Dramática de Cámara” que Cuyás de la Vega, Pemán y Tomás Borrás habían presentado al público en 1942 de la mano de Ricardo Calvo, lo que se denominará Teatro Nacional de Cámara y Ensayo en 1947 comienza a fraguarse en este 1946. Un indicio más del visible aumento del interés hacia la realidad internacional occidental, en contraste con la arrogante autarquía cultural anterior, que a lo sumo miraba a la Alemania nazi o la Italia fascista. En octubre de 1946 concluían los juicios de Nuremberg; el cambio de signo de los tiempos se consolidaba definitivamente.

En este contexto se entiende mejor que Cristóbal de Castro alabara la obra Tren de madrugada, de Claudio de la Torre, estrenada en el Teatro Nacional María Guerrero cuyo tema central eran los desplazamientos obligados de población: cinco personas se fugan de un tren y no aceptan el exilio obligatorio. Apuntaba el crítico que la situación podría referirse a cualquier país europeo entre 1940 y 1944, relacionándolo sólo con el contexto bélico mundial, quizá para excluir el caso español, acaso algún espectador así lo hubiera interpretado.

En foros y medios de todo tipo se repetían con excesiva frecuencia los reconocimientos públicos del escaso nivel de la oferta dramática del momento y se incrementaban las exigencias de mejora en múltiples facetas y sentidos. En el teatro Beatriz se estrenó Vuelo nocturno, de Felipe Ximénez de Sandoval, un caracterizado falangista.; según el cronista por fin se superó el “sentimentalismo” de la época por el “realismo de la vida cotidiana”.

A finales de año el diario El Alcázar llevó a cabo una extensa e intensa campaña en favor de la creación de premios nacionales para el teatro. En este sentido publica una serie de entrevistas a distintas figuras del sector –actores, empresarios y autores-, para terminar con el propio Director General de Cinematografía y Teatro, quien se mostró completamente dispuesto a aceptar la propuesta. En efecto, el Premio Nacional de Teatro fue creado en 1946 por el Consejo Superior de Teatro y su primer galardonado fue el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, si bien la convocatoria no alcanzó regularidad ni periodicidad anual hasta 1969.

El año teatral comenzó propiamente con el nombramiento de Gabriel García Espina como Director General de Cinematografía y Teatro, cargo al que accedía desde su condición de redactor de teatros y crítico en el periódico Informaciones y en Radio Madrid. Anteriormente había sido secretario de redacción de la revista Vértice, miembro del Instituto de Cultura Hispánica y jefe de los Servicios de Prensa del Ministerio de Educación Nacional.

En el mes de febrero se creó la sociedad anónima Teatros, concebida como una entidad superior que agrupase “a todos los elementos teatrales de España, a fin de darles la consistencia económica y la dirección técnica precisas para conseguir el renacimiento y esplendor del arte teatral”. A mediados de mes tomó posesión su consejo permanente, formado por Eduardo Marquina, José María Pemán, Luis Escobar, Manuel Sánchez Camargo, Antonio Fernández-Cid y Vicente Escrivá, quien hará las veces de Secretario permanente.

Pocos días después se anunció la formación de una comisión mixta de autores españoles y funcionarios del Ministerio de Educación Nacional, con objeto de estudiar las bases para solicitar subvenciones del Ministerio de Asuntos Exteriores, a través de la dirección de Bellas Artes, para la formación de compañías de teatro líricas y de verso que quisieran desplazarse a las repúblicas iberoamericanas, con la finalidad de fomentar las relaciones culturales entre ambas orillas del Atlántico. Era uno más entre los múltiples esfuerzos que hizo el régimen franquista para estrechar vínculos y configurar una posible comunidad hispánica.

José Juan Cadenas, periodista y empresario en los teatros Reina Victoria y Alcázar, además de autor de comedias, fue elegido presidente de la Sociedad General de Autores en el año en que una sentencia del Tribunal Supremo concedía a los herederos de Zorrilla los derechos de Don Juan Tenorio.

La parafernalia litúrgica del régimen no dejó de ponerse de manifiesto a través de la representación de autos sacramentales en cualquier parte del territorio nacional, como la que llevó a cabo Teatro Estudio en la plaza del Rey de Barcelona.

Todavía abundantes fueron las conmemoraciones y actos oficiales de todo tipo. Para celebrar el 11º aniversario del Glorioso Alzamiento Nacional, fiesta patria, el 18 de julio el T.E.U. ofreció una función extraordinaria en el teatro Español, bajo la dirección escénica de su titular, Modesto Higueras: Un día en la gloria, del joven comediógrafo Víctor Ruiz Iriarte. Acompañó el evento la comedia en un acto Los despachos de Napoleón, de George Bernard Shaw, junto al cuento de Mark Twain El agricultor de Chicago.

Con ocasión del centenario de Goya y el séptimo aniversario de la “liberación de la capital” la compañía del Español representó un sainete de Ramón de la Cruz como parte del programa de la velada organizada por el Ayuntamiento de Madrid; Marquina recitó algunas composiciones y la bailarina Elvira Lucena interpretó algunas danzas de su repertorio, de motivos goyescos. Asistieron, entre otras personalidades, el ministro de Industria, Suances, el Subsecretario de la Presidencia, Carrero Blanco y el presidente de la Real Academia Española, José Mª Pemán.

El 30 de diciembre la Dirección General de Propaganda organizó en el teatro Español un “Retablo de Navidad”, basado en villancicos de los siglos XV, XVI y XVII y dirigido por Modesto Higueras. Colofón fue la charla sobre el tema de Federico García Sanchiz, quien unió “la eternidad” con “la actualidad” española. Se detuvo especialmente en la significación de Santiago de Compostela, el Pilar de Zaragoza y el Monasterio de Montserrat, “monumentos de la fe permanente de los valores ibéricos”. Se subrayaba en la noticia de ABC que el Retablo iba dirigido a los “desalmados sin memoria ni entendimiento ni voluntad que olvidan estos valores”.

Tampoco faltaron convocatorias que llamaban a la cohesión e, indirectamente, a la afiliación a los organizadores. El 29 de mayo el Frente de Juventudes de Madrid, en colaboración con el teatro Español, organizó una representación “para los camaradas” de la misma obra que estaba en cartelera, El sueño de una noche de verano. El T.E.U. estrenó en Burgos La prudencia en la mujer, de Tirso de Molina, en versión y dirección de Modesto Higueras, para celebrar el décimo aniversario de la “exaltación” de la figura de Franco a la Jefatura del Estado. En noviembre llegaría la misma pieza a Madrid, con ocasión de la inauguración del curso dramático en el teatro Beatriz. La presentación corrió a cargo de la Asesoría Nacional del Frente de Juventudes. El programa incluía en esta ocasión El medallón de topacios, de Vital Aza y Estremera.

La Jefatura Nacional de Educación y Descanso organizó durante todo el verano, siempre en las noches de sábado, una serie de espectáculos en el teatro al aire libre instalado al efecto en el madrileño parque de El Retiro, “a fin de que los obreros, al terminar el trabajo de la semana puedan descansar espiritualmente”. Se ofrecieron audiciones de formaciones corales, recitales de canción popular, conciertos sinfónicos, funciones de ópera y zarzuela, ballets y “teatro antiguo y moderno”. El coste de la entrada para público en general ascendía a 6 pesetas, sólo 3 para los “afiliados a Educación y Descanso”, de donde se desprende la necesidad de captar afiliados a través de este tipo de eventos.

Entre el 1 y el 6 de 1947 se programó un festival infantil de teatro que la Sección Femenina preparó desde finales del año anterior; incluía la leyenda toledana Un milagro de Nuestra Señora y un auto de Navidad de Lope de Vega.

También al inicio de 1947 publicaba Pemán en La Vanguardia Española un “Somero balance cultural de 1946” en el que apenas destacaba dos cuestiones escénicas: la labor de los Teatros Nacionales y la representación de su versión de Antígona en las ruinas romanas de Itálica, bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena –producción del Español estrenada el año anterior-.

Las cuestiones de moralidad estaban a la orden del día, incluso después de que la censura ejerciera sus funciones. En abril José Mª Junyent hace la crítica de Pasar por la vida, de Enrique Osete. Afirma que la obra forma parte de un “curso de moral profesada por antiguas pecadoras, las cuales, arrepentidas de su pasado, anhelan la redención”. Señalaba que el tema se repetía demasiado en los escenarios, pero lo cierto es que el público no siempre reaccionaba según lo previsto. La vida inmóvil, de Joaquín Calvo Sotelo, que había merecido el premio Piquer de comedia en 1939, trató el tema de los amores “incorrectos” entre una casada y un refugiado en una embajada indeterminada durante la guerra civil: a juicio del crítico de YA, el público optó por apoyar esta relación extraconyugal por considerar a la esposa como víctima y al galán, que oponía los preceptivos reparos morales, como un cobarde.

Jose María Junyent se despacha también a gusto a través de las páginas de El Correo Catalán contra las comedias que expresan “cánticos de humanidad, amor y redención, pero están engrasadas por un virus materialista”. Sin embargo e crítico reservó algunos de sus más rigurosos ataques para finales de año, cuando castigó severamente Bodas de sangre, drama de Federico García Lorca que en función única y contra todo pronóstico había presentado Juan Germán Schroeder ante un selecto público barcelonés (véase Efemérides, en teatro.es), con autorización de la familia y decorados de García Vilella e interpretación principal de Graciela Crespo. Manuel de Cala, desde las páginas de El Noticiero Universal, ofrecía una valoración bien distinta del acontecimiento:

Su valor humano, su valor racial y su poesía, inspirada en el alma popular que con tanta verdad y tanta pureza, aún en su crudeza, realismo y acritud, captó García Lorca de las entrañas del mismo pueblo, y lo tradujo en líricas estrofas, llenas de vida, de pasión y de sentimiento.

El año teatral de 1946 repartió honores entre numerosos dramaturgos españoles vivos, pero cabe señalar especialmente a cinco entre ellos. Miguel Mihura, gracias al éxito de El caso de la mujer asesinadita en el María Guerrero; José María Pemán, por su triunfo con La casa y su omnipresencia en la vida escénica y cultural; Enrique Jardiel Poncela, merecedor del Premio Nacional, como se ha visto; Eduardo Marquina, por su triunfal reposición de El monje blanco en el Español  y su versión de La conjuración de Fiesco, de Schiller, para la misma formación, éxitos de crítica y público que junto a otras aireadas intervenciones concurrieron en redoblar el duelo por su inesperado fallecimiento, a finales de año. Y, finalmente, Jacinto Benavente, el decano entre los autores y cosechadores de éxitos, incombustible. A comienzos de año el diario Informaciones se había hecho eco de ciertas declaraciones acusatorias contra los vencidos que el premio Nobel de 1922 había realizado desde Argentina, donde había acudido para el estreno de Titania y La infanzona por Lola Membrives:

En nación alguna, en revolución alguna del mundo, se han juntado, para ignominia de un pueblo, hombres más desalmados, más incapaces, intelectual y moralmente; sin un destello de nobleza, de espiritualidad; desleales unos con otros; cobardes hasta temer más el triunfo de los suyos que el de los enemigos, porque sabían que el triunfo de los suyos podía ser un peligroso rendimiento de cuentas, y el del contrario una fuga cómoda al extranjero, bien provistos de fondos saneados para darse buena vida.

Ya entrado el mes de mayo, a su regreso le esperaban, en el mismísimo puerto de Barcelona, Eduardo Marquina y José María Pemán, precisamente. En Madrid fue el ministro de Educación, Ibáñez Martín, quien le dio la bienvenida en nombre del gobierno, mientras una multitud le aclamaba. Benavente terminó saliendo a saludar desde el balcón de su casa, en la popular calle de Atocha. Poco después recibiría la Medalla de Oro de Madrid. A lo largo de todo el año se repitieron los homenajes para él, ya indudables, puesto que ya podía incluso pronunciarse su nombre. Atrás quedaba definitivamente su necesidad de explicar su permanencia en zona republicana durante la guerra; ya no había duda de que le “obligaron” y no necesitó de renovar sus muestras de adhesión.

 

 

 

 

 

 

 

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