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Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas:
la utopía que se hizo realidad

Por Rosa Alvares


A pesar de las buenas intenciones del director del Centro y de todas las iniciativas que llevó a cabo en pos de una escena contemporánea, resulta curioso que ni la profesión teatral, ni los intelectuales, ni la prensa se movilizaran ante el cierre del Centro. Algunos críticos, como Enrique Centeno y Javier Villán, reconocieron tibiamente la labor que había realizado en sus diez temporadas de existencia; otros, como Eduardo Haro Tecglen, se declararon detractores de la gestión de Heras. Que no hubiera concitado suficiente apoyo para su proyecto era un fracaso. Además, había convertido la Olimpia en un lugar autocomplaciente donde programar solo aquellos montajes que al director le gustaban. Nos preguntamos si no es ese, precisamente, uno de los cometidos de un gestor cultural: seleccionar aquello que considera más adecuado aun a riesgo de equivocarse... Los medios también manifestaron que el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas se identificó demasiado con la figura de su propio creador. Es probable. Sin embargo, para disipar cualquier duda sobre un posible apego al cargo por parte de Guillermo Heras, basta decir que el director ya había manifestado su deseo de abandonar su puesto antes del cierre. No era su intención perpetuarse en su despacho de la madrileña plaza de Lavapiés, sino dejar que aires renovadores participaran en el proyecto. Por desgracia, ni se produjo el relevo ni continuó la actividad en aquel escenario.

En marzo de 1994, Juan Francisco Marco (director general del INAEM) hizo pública la remodelación de los teatros nacionales en nuestro país, aduciendo la nueva creación del Centro Español del Teatro, que unificaría el Centro Dramático Nacional y el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Pero lo cierto es que estas dos unidades de producción nunca llegaron a fusionarse, siendo el CNNTE el único que vio truncada su actividad por decisión del mismo gobierno que lo puso en marcha. Los rumores en torno a su cierre no se hicieron esperar: no muchos se creían la versión oficial; tampoco que la fórmula escénica de la Olimpia estuviera agotada. Los más audaces llegaron a decir que todo había sido un presunto desencuentro entre José Carlos Plaza, director del CDN, y el director del INAEM, y que el Centro de Nuevas Tendencias había sido, desafortunadamente, un daño colateral (versión, por cierto, que al propio Heras no le resulta tan inverosímil).

Con su cierre, muchos de los que conocieron esta iniciativa, aunque solo fuera como meros espectadores, lo echaron en falta. Es cierto que el teatro más arriesgado encontró nuevos medios de exhibición a través de las llamadas “salas alternativas”. De algún modo, ellas siguieron la línea de investigación emprendida por el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Sin embargo, no pudieron sustituirlo. Porque, en una sociedad en la que todo, incluso la cultura, se rige por las reglas del mercado, el teatro menos acomodaticio necesita iniciativas que lo defiendan, con independencia del éxito que puedan reportar en taquilla. Y, en ese sentido, siempre resulta oportuno que la propia Administración establezca las bases para que una verdadera dramaturgia contemporánea pueda desarrollarse con solidez. Quizá algunos digan que, en aquellos años, ya existía una unidad de producción de carácter público capaz de asumir ese reto, el Centro Dramático Nacional. Sin embargo, este tardaría un tiempo en apostar por una nueva y joven generación de dramaturgos, como ha venido sucediendo en las últimas ocho temporadas, con Ernesto Caballero al frente. Por no hablar de la ópera contemporánea a la que le resulta difícil llegar a escena en favor de espectáculos de precios altos y, en buena medida, reservados a un público minoritario. O la danza que, a pesar de tener una audiencia más amplia y fiel, aún sigue siendo uno de los géneros menos cuidados por las instituciones culturales.

Aunque ha habido iniciativas públicas similares al modelo del CNNTE (pensemos, por ejemplo, en Naves de Matadero Centro Internacional de Artes Vivas, de Madrid), el teatro auspiciado por las administraciones debe ser considerado un bien común al servicio de todos los ciudadanos, incluso el más vanguardista y transgresor. Por eso, iniciativas como esta son necesarias y merecen la pena en sí mismas, sin pretender recuperar la inversión económica que en ellas se ha hecho. Y el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas fue un buen ejemplo de ello. Con su cierre el teatro español perdió una oportunidad excelente de encontrar un espacio en las corrientes estéticas más innovadoras. O al menos, perdió la oportunidad de intentarlo. Guillermo Heras –que después asumió la dirección de la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, en Alicante, donde prolongó algunos aspectos de la dramaturgia que defendía desde la sala Olimpia– no dudó en reflexionar sobre su labor frente al Centro, poniendo de manifiesto lo que él consideraba sus logros (que siempre atribuyó al trabajo en equipo junto a sus colaboradores) y también sus fracasos (responsabilidad únicamente suya, según el director). Su gestión podrá ser discutida; sus planteamientos estéticos también. Pero si algo caracteriza a este profesional de la escena es su honestidad hacia aquello en lo que cree: nunca negó que su figura había creado polémica desde el primer momento; también asumió que ser el único director del Centro pudo ser un obstáculo para su continuación. Con todo, puede sentir el orgullo de haber alumbrado una iniciativa comprometida con la creación teatral más libre y arriesgada; una propuesta que, a pesar de haber concluido hace casi treinta años, todavía es un ejemplo para quienes creen que es posible una escena valiente, innovadora, llena de imaginación, ajena a la tiranía de la taquilla y de quienes piensan que el teatro es solo un entretenimiento.