Miguel
Es raro que a un gran director no se le mencione por el apellido, o por su nombre completo. La cercanía y un atractivo luminoso hicieron que cuando muchos profesionales del
teatro en España se refieren a este maestro de la dirección de escena lo hagan de esta forma, desde la complicidad con la persona que, bien durante el trabajo en los escenarios
o bien desde la platea, nos hizo felices en algún momento de nuestras vidas. Miguel. Claro, Miguel Narros.
Fueron sesenta años, desde Música en la noche con el TEU de Veterinaria en 1953 (y ya estaba a su lado la gran Margarita Lozano) hasta La dama duende
en 2013. Un centenar de puestas en escena. Pero también medio centenar de espectáculos en los que trabajó como figurinista.
A lo largo de la entrevista realizada en 2003, Narros comentará los inicios; el aprendizaje de Luis Escobar; la relación con el TEM; sus dos cortas, demasiado cortas etapas como Director del Teatro Español de Madrid
(1966-1970 y 1984-1989) y su modo de ver el arte del Teatro. Quien no lo haya conocido se encontrará con una persona que no se encuentra cómoda hablando de sus méritos y sus muchos éxitos. Quien haya compartido los
mismos años en el paso por la vida, recordará la brillantez y el talento con que abordó obras tan diferentes como Rey Lear (1967),
Los gigantes de la montaña (1977), Ederra (1983),
El castigo sin venganza (1985),
Sueño de una noche de verano (1986),
Largo viaje hacia la noche (1988),
La malquerida (1988),
Así que pasen cinco años
(1989), Combate de negro y de perros (1990), Marat-Sade (1994),
Panorama desde el puente (2000),
Tío Vania (2002),
Doña Rosita (2004),
Seis personajes en busca de autor (1994)…
Brillantez, talento, elegancia – era frecuente encontrar en artículos, en críticas, la comparación con Luchino Visconti – y una intuición que sorprendía siempre a sus colaboradores.
Y colaboradores. Narros fue un artista único que no sabía crear en soledad. Por supuesto, con Andrea D’Odorico
su colaborador imprescindible, como escenógrafo o como productor, como consejero a la hora de pensar un repertorio lleno de desafíos fascinantes, durante décadas; con William Layton y José Carlos Plaza, con la “tribu” del TEM; con
Celestino Arana, su pareja y productor en los últimos ocho años; con los amigos de siempre: Margarita Lozano, Berta Riaza, Ana Belén, Elio Berhanyer; y con los jóvenes, siempre con los jóvenes, dando oportunidades a muchachos que
estaban terminando en la Escuela de Arte Dramático o en el laboratorio Layton: así, Carmelo Gómez, Marcial Álvarez, Carlos Hipólito, José Pedro Carrión…
En las enciclopedias se dará cuenta de las numerosas distinciones (dos Premios Nacionales de Teatro, un Max de honor…) que subrayaron momentos de una carrera que ha marcado la Historia del Teatro en nuestro país. En los fondos
del CDAEM quedan varios miles de documentos vinculados a su trabajo: medio centenar de obras grabadas en video, unas seis mil fotografías, varios miles de recortes de prensa sobre sus espectáculos, sobre su trayectoria y su forma
de entender el Teatro… de entre todos esos textos, recuperamos la palabra de D’Odorico, la otra parte de ese tándem que nos dio décadas de propuestas inolvidables:
“Se ha ido un referente, el último gran director que teníamos. Uno de los últimos que sabían dirigir a un actor, interpretar el mensaje del espectáculo y buscar el espacio. Podía manejar a los intérpretes y sabía cómo provocar
que un espectáculo conectara con el público. Eso se llama talento. Desde 1972 hasta hace cuatro o cinco años, trabajamos juntos. Lo primero que hicimos fue Sabor a miel, con Ana Belén, Eusebio Poncela y Lali Soldevilla. La mejor
obra de Miguel, y la mejor de teatro del Siglo de Oro, ha sido El castigo sin venganza, que dirigió en el Español en 1984, con Ana Marzoa, José Luis Pellicena../. […] Después dirigió muchos otros montajes muy buenos, como El sueño
de una noche de verano. Hizo tantos que es difícil mencionarlos ahora.
Siempre decidíamos conjuntamente los textos y eso incluía elegir cómo se montaba el espectáculo y cómo se llevaba de gira. Quizá con muchas imposiciones por parte mía, porque en lo escenográfico y en lo relativo a la producción,
yo también pedía que me escuchara. Pero había un convencimiento mutuo de que teníamos que ser un equipo para sacar adelante cada espectáculo. Miguel ha sido maestro de muchos, con una personalidad fuerte llevada a la lectura,
el análisis y la puesta en escena del texto: su trabajo, antes de empezar a ensayar, era exhaustivo sobre lo que quería conseguir. Y su forma de trabajar en mesa, al menos la primera semana, era muy exigente con los actores. Yo
no conozco a ningún director como lo ha sido él../. Pero llegarán con el tiempo. […] Miguel nos enseñó que sólo se puede hacer teatro si se ama el teatro. Un amor que tiene que estar en la dirección, en la interpretación, y
contagiar a cada miembro del equipo artístico y técnico. Miguel siempre se implicó. Ha trabajado hasta el último ensayo: estaba agotado, pero le corría por las venas la adrenalina porque le gustaba lo que hacía. Ha vivido como
ha querido: trabajando hasta el último día.” (Andrea D’Odorico, “Un gran director de equipos”, La Razón, 22 de junio de 2013, página 64).
Miguel Narros dejó una huella muy difícil de olvidar en varias generaciones de profesionales. Y un vacío muy grande. Cabe confiar en las palabras de Andrea: “Llegarán con el tiempo…”
Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música