Figuras. Entrevistas de la escena

Paco Azorín Yecla, 1974. Escenógrafo y director de escena

(40'22")

Además del nombre, Paco Azorín heredó de su abuelo la melomanía que marcaría su camino artístico. Inició su carrera en la efervescente escena catalana de los noventa de la mano de Carme Portaceli y Antonio Simón, entre otros. Directores de la talla de Lluís Pasqual o Carles Alfaro no tardaron en detectar su talento proporcionándole el escaparate incomparable de los teatros públicos. Una conquista paralela a la que consigue en templos como el Teatro de la Zarzuela y el Liceu colocándose a la batuta de innovadoras producciones de la talla de María Moliner o Maruxa, que proponen una sencillez poética a la vez que rotunda.

  • Fecha: 7 de mayo de 2019.
  • Lugar: Museo Reina Sofía.
  • Duración: 40’22’’ (extracto de una entrevista de una duración total de 1h 22’08”).
  • Operador de cámara: Antonio González.
  • Realización y edición: Ana Lillo.
  • Entrevista realizada por: Natalia Erice.
  • Créditos de Fotografías
    Daniel Alonso, Pilar Cembrero, Paco Largo, David Ruano, Fernando Suárez, Ros Ribas José V. Rodríguez y archivo personal de Paco Azorín.
  • Créditos de los vídeos
    Equipo de grabaciones del CTE y Gran Teatre del Liceu
  • Créditos música
    Vintage Old School Hip Hop by FrozenjaZz
    Documentary-2 by LuLuProduction
  • Agradecimientos
    Gran Teatre del Liceu, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Teatro de la Zarzuela, Víctor Ullate Ballet.

Tres momentos de la entrevista

Su poética del espacio impregna de contemporaneidad la ópera y el teatro

La precoz y prolífica carrera de Paco Azorín comienza a los ocho años, con las tempranas prácticas de un niño que fabrica maquetas de escenografías con cajas de galletas de la tienda de sus padres. Con apenas veinte y el apoyo de su familia, sale del Institut del Teatre de Barcelona con la licenciatura en escenografía y dirección de escena bajo el brazo, y varias giras a sus espaldas con grupos aficionados como la compañía Concha Segura o el grupo Parrax, con los que se inicia en obras de su admirado Shakespeare y en diferentes piezas de danza. Tras su debut profesional como escenógrafo en 1996 de la mano de Guillermo Heras en Calderilla versión de La ópera de tres peniques, montada por la cía. Jácara Teatro, Azorín incursiona en 1998 en el mundo del musical al amparo de los maestros Coco Comín y Marc Montserrat con Chicago (1997) y no tarda en dar el salto a los emblemáticos Festival Grec y Teatre Lliure impulsado por Carme Portaceli, a la que considera “una guía artística y espiritual”. Recuerda cómo la cautivó ya en su primer montaje juntos, Contra el olvido (1999), cuando le propuso “levantar una reja inmensa entre el público y el espacio de actuación”. Aquella contundente idea generó una simbiosis creativa que se ha traducido en una cincuentena de montajes, entre los que destacan Sallinger (2002), Ante la jubilación (2008), Ricard II (2009), Prometeo (2010) o La nostra clase y en galardones como el Premio Butaca 2004 por Lear (2003) o el de la Crítica Serra d’Or 2004 a la aportación teatral más interesante. Aunque tal reconocimiento cogiera por sorpresa al joven Azorín, no hay que perder de vista que para entonces sus escenografías habían acogido ya obras de artistas de la talla de Sol Picó como Paella mixta (2004) en el Teatre Nacional de Cataluña, o de Antonio Simón, con quien llevó el clásico de Sinisterra, ¡Ay, Carmela! (2001), al Festival Quijote de París y Electra (2003) a los Festivales de Mérida y al Grec.

El ambicioso montaje Romance de lobos (2005) de Ángel Facio, le sitúa ya en el epicentro de la escena madrileña, en el Teatro Español, cumpliendo con nota la hazaña de abordar el clásico de Valle-Inclán con una majestuosa y versátil puerta de hierro giratoria, que viene a demostrar su tendencia a la sencillez; se trata, en palabras del escenógrafo, “de resolver un espectáculo con un solo elemento”.

Si hay un punto de inflexión en su carrera, es el escalón que sube con Lluís Pasqual en el doble montaje Hamlet - La tempestad coproducido en 2006 por el Español, el Lliure y el Arriaga. El prestigioso director catalán atraería a su carrera nuevos éxitos teatrales como el que protagonizó Núria Espert en La casa de Bernarda Alba (2009) donde logró una poderosa estética que le mereció un nuevo premio Butaca y el galardón de la ADE 2009. Pasqual, con quien repetiría en Celebració (2010), Quitt (2012) o Blackbird (2013) propició además el bautizo operístico de Azorín en el Liceu con Las bodas de Fígaro (2007) y colocó su trabajo en primera fila. La fructífera alianza con Víctor Ullate como escenógrafo e iluminador de sus sobresalientes coreografías Samsara (2006), La ópera de tres peniques, Wonderland (2010) o El amor brujo (revisión del estreno de 1994) comenzó a trenzarse fluidamente con títulos dirigidos por ases del teatro como Sergi Belbel (El mètode Grönholm, 2003), Mario Gas (El veneno del teatro, 2012), Carles Alfaro (El lindo Don Diego, 2013), Daniel Veronese (La bona gent, 2013), Ernesto Caballero (Vida de Galileo, 2016), Miguel del Arco (Refugio, 2017), entre otros muchos.

Mientras tanto, aquel flechazo por la ópera que sintió de niño, y que alimentó durante unas prácticas como estudiante en el Liceu, en un Rigoletto protagonizado por Joan Pons –al que daba emocionado la máscara antes de salir a escena-, le condujo a la Opéra National de París con apenas 30 años para trabajar en la escenografía de un lujoso doble progama: Il prigionero y Ode à Napoleón. A partir de ese momento, el artista murciano vio cómo se abrían las puertas de los grandes templos líricos -el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Real, el Arriaga, La Maestranza y, por supuesto, el Liceu-, con su nombre figurando al lado de los legendarios Puccini, Mozart, Verdi, Strauss o Chapí. Su firma como escenógrafo no tardó en acompañarse de la de director en una lista soñada por cualquier entusiasta de la lírica: La Gran Vía (2006), Cien puñaos de rosas (2009), Tosca (2014), Salomé (2014), La voix humaine (2014), Otello (2015) o Don Giovanni (2019). La manera de envolver el género en atractiva contemporaneidad, alcanza sus cotas más altas en Maruxa (2018), de Amadeo Vives, y en las óperas de nueva creación compuestas por Antoni Parera Fons Con los pies en la luna (2011), con guion de Manuel Maestro y del propio Azorín, y María Moliner (2016), escrita por Lucía Vilanova y merecedora del Premio Amics de l’Òpera, 2017.

Su mirada total de la escena le ha llevado también a dirigir y producir teatro: Hamlet, el dia dels assassinats (2007) -estrenado en el marco del Festival Shakespeare que él mismo fundó y dirigió en Santa Susana-, Julio César (2013) presentado en el Festival de Mérida, o Escuadra hacia la muerte (2016) en el Centro Dramático Nacional. Si a esta frenética actividad, se suma su faceta de docente y el puesto de responsabilidad en la Academia de las Artes Escénicas, el resultado es una portentosa carrera que aún dará mucho que aplaudir.

Natalia Erice

En nuestra Teatroteca