La niña que soñó con ser Shirley Temple
Esta es la historia de un sueño que parecía condenado a no hacerse realidad: el de una niña nacida en Barcelona en 1933, en
una familia republicana, que jugaba a vivir mil y unas historias por obra y gracia del baúl con el que sus abuelos, actores retirados,
habían recorrido el mundo. Aquel viejo equipaje, repleto de trajes, pelucas y libretos de zarzuelas, se convertiría en una tabla de salvación
para la pequeña Julieta Serrano cuya timidez rozaba lo enfermizo. Haber perdido la guerra no facilitaba las cosas en casa, así que su
padre –al que le hubiera gustado ser actor– comprendió pronto que el teatro sería la mejor terapia para que su hija encontrara alegría y
libertad. Imposible fantasear con seguir los pasos de su heroína infantil, Shirley Temple, a la que había descubierto en Valencia, junto a
su hermano, sus primos y su madre, que llevaba a la chiquillería al cine cada vez que recibía carta de su marido desde el frente…
Y Julieta creció aprendiendo las cuatro reglas en el colegio clandestino de su tío Marcelino (un maestro represaliado) haciendo caligrafías,
leyendo tebeos y soñando con el teatro. Debutó en la escena en un montaje de Don Juan Tenorio, siendo ella Doña Inés, rodeada por sus
vecinos. Participó en obritas infantiles del Orfeón de Sants y en el Liceo… Un lugar mágico donde, por cierto, conocería a una amiga a la que
adora: Nuria Espert,
con quien mucho después revolucionaría la escena española con el montaje de Las criadas, de Jean Genet.
Pero había que trabajar en algo en apariencia más estable y, como la niña era talentosa con el dibujo, con 15 años entró en la Escuela de Artes y
Oficios para aprender. Menos mal que aquella escena amateur a la que aún le dedicaba su tiempo libre fue cobrando importancia hasta dedicarse plenamente
a eso. El escenario no parecía más que un hobby, pero esta afición sería su fuerza vital. Hasta que apareció Miguel Narros para darle su primera
oportunidad profesional. A él le seguirían otros grandes directores de escena, José Luis Alonso y José Tamayo… E intérpretes como María Jesús Valdés,
Agustín González o María Luisa Ponte quien le dijo aquello de “Y tú, niña, ¿por qué no vives de esto?”
Autodidacta confesa, Julieta ha sabido crecer como actriz rodeándose de los mejores. A sus primeros maestros se han sumado otros directores escénicos
como William Layton, Tomaz Pandur, Calixto Bieito, Bob Wilson, José Carlos Plaza, Víctor García o Carlos Gandolfo. Auténtica corredora de fondo, con
más de 85 obras teatrales a sus espaldas, no han faltado en su carrera estrenos absolutos, como
La casa de Bernarda Alba (1964);
clásicos, como Las mujeres sabias (1967),
Numancia (1968), Medea (2009) y
Electra (2012); textos de referencia, como
La rosa tatuada (1958), Un tranvía
llamado deseo (1961), Veraneantes (1979) o
La gata sobre el tejado de zinc
caliente (1984). Y hasta producciones con su propia compañía, como
Viaje del largo día hacia la noche (1991), Espectros
(1993) y La profesión de la señora Warren (1996).
Su talento también ha formado parte de la historia de la pequeña pantalla, con intervenciones en los míticos
Estudio 1 de Televisión Española o en series como Cervantes, Turno de oficio o, recientemente, Arde Madrid. El cine, según ella, ha sido
un amante esquivo. Con todo, revolucionó a los biempensantes interpretando a una criada enamorada de un transexual en Mi querida señorita (1972), de
Jaime de Armiñán; se convirtió en epítome de la modernidad por sus interpretaciones en Entre tinieblas (1983) o Mujeres al borde de un ataque de
nervios (1988), dirigida por Pedro Almodóvar, a quien conoció cuando él hacía de comparsa en el escenario y soñaba con rodar películas como
Dolor
y gloria (2019), en la que ella también ha participado. A estas se suman otros títulos como Soldados (1978), de Alfonso Ungría, La prima
Angélica (1974), de Carlos Saura, o Vera (1973), de Josefina Molina.
A estas alturas, Julieta –flamante
Premio Nacional de Teatro 2018 – sigue sin creer que tenga méritos para ser considerada un auténtico icono. Y cuando ya creía que era hora de jubilarse, el papel que siempre quiso
hacer le ha obligado a retrasar su retiro: el de la madre de Bernarda Alba, en esta ocasión, en una ópera dirigida por Bárbara Lluch, nieta de su queridísima amiga de infancia Nuria
Espert. De nuevo la niñez, época en la que solo pensaba en disfrazarse y emular a la cantarina Shirley Temple. Con los años, y un Oscar bajo el brazo gracias a Almodóvar, nuestra
protagonista visitó Hollywood. Y cuando posaba ante las cámaras frente a las huellas de su diva infantil, escuchó a sus compañeros de reparto decir: “Julieta, ¿por qué no te
fotografías con las de Bette Davis, que era una gran actriz?”. A lo que ella replicó con una sonrisa: “Ya, ya, pero yo sé por qué lo que hago”. A veces, solo a veces, los deseos
se cumplen.
Rosa Alvares