Mariana Pineda volvió a bordar
Puesta en escena de la obra de García Lorca por Joaquín Vida (1998)
María Jesús Bajo Martínez
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Federico García Lorca escribió la obra Mariana Pineda entre 1923 y 1925. Fue la segunda obra dramática que estrenó, tras El maleficio de la mariposa, llevada a la escena siete años antes (22 de marzo de 1920). Desde su estreno en 1927, tras una larga peripecia, mezcla de temor a posibles represalias por el régimen dictatorial de Primo de Rivera y azarosas gestiones e intermediaciones propias del mundillo de la escena, el texto no ha gozado de la misma fortuna que otros del autor, especialmente sus dramas rurales. Se le ha considerado un texto primerizo, una pieza menor, donde el autor tantea un género de éxito en el momento que después no volverá a tratar. Una obra en la que se observan escenas de gran intensidad, junto a otras no logradas, y en la que el ritmo es oscilante y los soliloquios de la protagonista difíciles de encajar en el desarrollo de la acción. El propio autor confesaría, en una entrevista concedida tras su estreno en Madrid, que en esos momentos escribiría la obra de un modo diferente:
Finalmente, le confieso respecto a mi obra que no tengo hoy un juicio claro sobre ella, por lo lejana que está ya en mi producción. Si la volviese a escribir lo haría de otro modo, en uno de los mil modos posibles. Por eso creo sinceramente que todos los críticos pueden tener razón al juzgarla, cada uno desde su punto de vista (González Olmedilla, 2007: 231).
Mariana Pineda pertenece al teatro histórico, una corriente con muchos seguidores en los años veinte, aunque Lorca introduce algunas novedades, como una temática más próxima en el tiempo y alejada de las grandes gestas nacionales (fig. 1). Recordemos al respecto uno de los títulos de más éxito de la época: En Flandes se ha puesto el sol (estrenada en 1910), del también poeta y dramaturgo Eduardo Marquina, autor al que le unía amistad y con el que Lorca coincide o sigue en diferentes aspectos, como escribir este drama histórico en verso –en esos momentos ya en desuso–, relacionarlo con el concepto de romance en su subtítulo (Romance popular en tres estampas) y alejarse del tema político para centrarse en la pasión amorosa (Dougherty, 1999: 17-32).
La más significativa novedad de este texto lorquiano es su lenguaje poético renovador, como indicaba Gonzalo Torrente Ballester en su artículo de Primer Acto del año 1963, donde reflejaba la extrañeza de un espectador ante algunos versos de la primera escena de la representación de Mariana Pineda en el Oviedo de 1927: “Debe de ser una cosa escrita por uno de esos poetas de ahora” (Torrente Ballester, 1963: 27). El escritor gallego consideraba que no haber continuado en esta línea fue una oportunidad desaprovechada para renovar el género:
En aquella capital de provincia donde yo estudiaba en 1927 nadie se dio cuenta de que aquel “romance popular en tres estampas” no sólo revelaba la existencia de un gran poeta lírico, sin que apuntaba una nueva temática para el teatro histórico español. El gran lírico triunfaba un año más tarde; el dramaturgo seguía después otros caminos. El ejemplo inmaturo de Mariana Pineda quedó ahí, sin seguidores. Lo que se ha visto después sobre temas del siglo XIX vuelve al tópico y al conformismo, es decir, ha dado una vez más la espalda a la verdad (Torrente Ballester, 1963: 28).
Esta pieza, dada su temática y la reivindicación de “libertad, igualdad y ley”, palabras que Mariana Pineda borda en la bandera (parece ser que en la realidad la mandó bordar), es una clara crítica al poder despótico, en este caso al absolutismo de Fernando VII, por lo que el riesgo de una interpretación política siempre está presente, a pesar de la intención contraria expresada por su autor en 1924:
… y el éxito de la obra, me he convencido de que no es ni debe, como quisiera don Fernando [de los Ríos], ser político, pues es una obra de arte puro, una tragedia hecha por mí, como sabéis, sin interés político, y yo quiero que su éxito sea un éxito poético, ¡y lo será!, se represente cuando se represente (García Lorca, 1997: 254).
García Lorca, en correspondencia con el periodista y paisano Melchor Fernández Almagro, aclara que su protagonista “se entrega al amor por el amor, mientras los demás están obsesionados por la libertad. Ella resulta mártir de la libertad siendo en realidad (según incluso lo que se desprende de la historia) víctima de su propio corazón enamorado y enloquecido” (García Lorca, 1968). Y así la concibió su creador, enamorada y libre en sus propias decisiones. Envuelta en un drama romántico, directamente tomado del romancero popular y de los recuerdos de infancia en su Granada natal. En multitud de ocasiones se ha visto la obra como una crítica a la dictadura de Primo de Rivera, y aunque esto pueda subyacer en el texto, no constituye su eje principal, hecho que ya advirtieron algunos de sus contemporáneos, como el crítico de El Sol, Enrique Díez-Canedo (1927), quien tras el estreno escribió:
No estarán conformes con el poeta los que aman a una Mariana Pineda de carne y hueso, sacrificada en aras de un sentimiento por el que tantos dieron y habrán de dar aún la vida. De todas las conquistas del hombre, ninguna tan penosa, tan inestable, tan exigente como la de la libertad. Y he aquí que un poeta nos hace de la mujer en quien la incorporábamos más cumplidamente una heroína de amor.
Para calificar tajantemente a la heroína liberal de “fantasma que borda su bandera, no como signo de libertad, sino como presa de amor” (Díez-Canedo, 1927). Ricardo Domenech (1967: 611) afirma sobre la intención política del texto: “No hay –ni mucho menos– tal cosa. Y al no haber tal cosa, estaría completamente fuera de lugar que hoy nos acercáramos a esta obra suponiendo que ha sido lo que en su momento no ha sido. Su combatividad fue, sin duda, otra”. Efectivamente, su aportación consiste en intentar introducir formas populares en el teatro burgués, como hicieran también a su manera Valle-Inclán y Bertolt Brecht (fig. 2).
Todo esto hizo que se cuestionara la vigencia de esta obra. Ya a principios de los años sesenta se revisaba el teatro de García Lorca, tan añorado durante décadas y, en esos momentos, cuestionado por algunas voces que lo consideraban carente del mensaje político necesario en la dictadura de Franco, e incluso se argumentaba la inoportunidad de llevarlo a escena, a pesar de gozar del favor del público (Fernández-Santos, 1963: 17-19).
El estreno de Mariana Pineda tuvo lugar en el Teatro Goya de Barcelona, por la compañía de Margarita Xirgu, el 24 de junio de 1927. Se realizaron seis representaciones. Posteriormente, el 12 de octubre de 1927, la misma compañía la presentó en Madrid, en el Teatro Fontalba. Esta vez las representaciones fueron veintiséis. El elenco estaba compuesto, además de por la primera actriz, Margarita Xirgu, por Carmen Carbonell, Eugenia Illescas, Pascuala Mesa, Julia Pacheco, Luis Peña padre, Alfonso Muñiz y Francisco López Silva. En Granada se pudo ver en el teatro Cervantes, el 29 de abril de 1929. Días más tarde, el 5 de mayo, amigos y conocidos organizaron un homenaje al autor y a la primera actriz en el hotel Palace Alhambra. La obra gozó en su momento del reconocimiento de una minoría intelectual, que valoró sus aspectos renovadores y muy especialmente su lenguaje lírico, pero no sucedió así con el gran público, todavía muy alejado de la joven poesía que estaba emergiendo, como explica Gonzalo Torrente Ballester en el artículo anteriormente citado.
Mariana Pineda se volvió a montar el 14 de junio de 1931 en el Palacio de Carlos V de Granada, por la Masa Coral y la Agrupación Musical Granadina. La representación fue patrocinada por el Ayuntamiento y contó con la dirección de Esteban Lumbreras. En los años treinta, otra puesta en escena digna de reseñar fue la realizada por Manuel Altolaguirre para el II Congreso de Intelectuales y Escritores Antifascistas celebrado en Valencia en plena Guerra Civil (1937), con diseños de Víctor Cortezo. Posteriormente, cayó sobre ella, como sobre toda la obra del autor, un largo silencio, tímidamente roto por compañías de teatro universitario o de cámara, como la lectura de la escena VII de la estampa I por el grupo de Teatro de Cámara de la Universidad de Sevilla Libélula, dirigido por Bernardo Víctor Carande y Mario Barasona, en un programa dedicado a Federico García Lorca (abril de 1955)1, o su puesta en escena completa por el TEU de Barcelona (1963) con dirección de Clemente Martínez Campo, en un ciclo de teatro popular que incluía obras de Valle-Inclán y Casona2. El 10 de marzo de 1967, Mariana Pineda se estrenó en el Teatro Marquina de Madrid, bajo la dirección de Alfredo Mañas y la reconocida actriz María Dolores Pradera como protagonista. Completaban lo principal del reparto Pastora Peña, Estanis González, Fernando Sala y el recordado Ricardo Merino.
En 1982, en un contexto político y social muy distinto, cuando se conmemoraba el 151 aniversario de la ejecución de la heroína, el Grupo Retablo estrenó Mariana Pineda en Granada, y posteriormente la llevó por toda España, hasta llegar al Teatro Martín de Madrid. La dirección corrió a cargo de José Díez, y Carmen de la Maza fue la actriz elegida para encarnar a la protagonista del drama. De este montaje destacan los figurines realizados por José Caballero y la música de Regino Sainz de la Maza. Completaban el elenco otros conocidos actores, como Manuel Torremocha, Manuel de Blas, Maruchi Fresno y Carlos Hipólito.
Entre los montajes de los últimos años destaca el de Sara Baras, estrenado en la Bienal de Flamenco de Sevilla en 2002, un éxito también internacional por el que la bailaora y coreógrafa obtuvo el Premio Nacional de Danza. Destacan asimismo el realizado por Miguel Serrano con Teatro para un Instante, con motivo del segundo centenario del nacimiento de Mariana Pineda, y el de Teatro del Norte en 2013, con dirección de Etelvino Vázquez. Esta obra de Lorca es una pieza habitualmente alejada de la cartelera profesional, pero mucho mejor recibida en el ámbito del teatro aficionado, especialmente por los grupos compuestos mayoritariamente por mujeres.
1 El programa contaba además con escenas de Bodas de sangre y Doña Rosita la soltera, además de la pieza completa Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín y una serie de poesías. Interpretó el papel de Mariana Pineda Mariló Noval y el de Fernando, Sebastián Blanch.2 Las obras que completaban el ciclo en la Facultad de Farmacia eran Cuento de abril, de Valle-Inclán, y La molinera de Arcos, de Alejandro Casona.