2. VARIA
2.4 · Lo absurdo en El desvarío de Jorge Díaz
Por Eman Ahmed Khalifa
2. JORGE DÍAZ Y EL DESVARÍO
Jorge Díaz Gutiérrez (1930-2007) es una de las figuras más importantes del teatro chileno contemporáneo. Aunque era arquitecto, comenzó su carrera dramática en 1958, al integrarse al Teatro ICTUS, donde empezó como escenógrafo y siguió como dramaturgo. Fue dos veces director de la compañía. En Chile se reconoció su trayectoria artística en 1993 con la concesión del Premio Nacional de Bellas Artes, Comunicación y Audiovisuales. A éste se suman otros recibidos en distintos países, entre ellos el Antonio Buero Vallejo (México, 1992), el premio de teatro Centenario de la Caja de Ahorro de Badajoz (España, 1989) y el Palencia de Teatro (España, 1980). En 1964 viajó a España para poder dedicarse a escribir sin preocupaciones de ningún tipo, y permanece allí treinta años. Regresa a Chile en 1994, y reside definitivamente allí hasta su fallecimiento, dejando un legado innegable para el teatro chileno. Es autor de más de noventa obras dramáticas, de las cuales se destacan: El cepillo de dientes (1960), Réquiem por un girasol (19619, El velero en la botella (1962) y El lugar donde mueren los mamíferos (1963), entre otras. Es uno de los autores más destacados del teatro absurdista hispanoamericano.
Díaz, en su propio e inconfundible estilo, expresa su rebeldía contra el caos de la realidad cotidiana; realidad que contradice la lógica interna de las situaciones e incidentes […] El absurdo de la condición humana es el tema que predomina en la dramaturgia de Jorge Díaz (Zalacaín, 1985, 99).
El desvarío, escrita en 1999 y publicada en 2001, es una comedia del absurdo en el sentido literal de la palaba, ya que lo podemos adivinar con tan sólo leer el título [Fig. 1 a 11]. No tiene la estructura clásica tradicional de planteamiento, nudo y desenlace. El nudo se extiende durante toda la obra. No es de extrañar, pues no en vano se habla de teatro del absurdo. Aparecen solo cuatro personajes: Andrés, Soledad, Lucas y Roberta. No sucede nada en especial. Andrés aparece perplejo y frente a él tiene dos maletas cerradas y una que está abierta. Él tiene un chaleco en la mano y mira fijamente la maleta abierta. No recuerda si está abandonando a su mujer, Soledad, o si está regresando a reconciliarse. En este contexto, mantiene con Sole diálogos que fluyen entre ironías, sarcasmos y absurdos.
Luego, aparecen Lucas y Roberta. Las dos parejas se despiertan sin saber con quién han pasado la noche anterior. A lo largo de la obra, estas parejas se desconocen, se conocen, no saben si están en la vida real o son parte de una obra teatral y se doblan a toda una serie de diálogos sin sentido, secuencias inconexas. En El desvarío, coexisten varias ideas centrales: la falta de comunicación humana, el sin sentido de la vida, la soledad, la pérdida de la fe, la insignificancia del tiempo, etc. La obra se termina sin hacernos llegar a entender quién es quién ni qué es lo que está pasando ni en qué tiempo están viviendo los personajes. Ya que, al dramaturgo no le interesa contar una historia, tampoco quiere ofrecer al espectador o al lector una solución al problema planteado. “Si en la convención del teatro tradicional la acción va del punto A al punto B y el público se pregunta con insistencia “¿qué va a pasar?, aquí se tiene una acción que consiste en el gradual desenvolvimiento de un patrón complejo que no tiene puntos de referencia” (Lawrence, 1994, 51).
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