2. VARIA
2.6 · CARMEN SECO EN EL REAL CONSERVATORIO DE MÚSICA Y DECLAMACIÓN DE MADRID (1904-1908): INFLUENCIAS DE LA ESCUELA ROMÁNTICA Y REALISTA DE LAS MAESTRAS PRECEDENTES
Por Nieves Mateo López
2. Maestras de la escuela romántica y realista: los antecedentes
Ángel Martínez Roger, actual director de la RESAD de Madrid, señala que tras la desaparición durante seis años del Real Conservatorio de Música y Declamación durante la I República, se reanuda su actividad en 1874, y “para dar clases a las alumnas, se nombró a la actriz Matilde Díez, viuda de Julián Romea. Ella fue la primera mujer profesora de declamación” (Soria Tomás, 2010: 4). Las cualidades de Matilde Díez 4 como actriz son destacadas por Juanjo Granda:
Matilde Díez era famosa por su perfecta dicción de las entonaciones; se podía cerrar los ojos y dejarse llevar por una voz que dominaba todos los registros de la emoción con una claridad y armonía inimitables. Orgullosa y consciente de esas facultades, encauzaba sus clases de declamación apoyándose en estos recursos. Encarnó todas las heroínas, las “damitas” de la llamada alta comedia, así como también todas las de nuestro teatro clásico. Se caracterizó no solo por esas cualidades vocales, sino por una gran alegría y dulzura; tenía facultades emotivas portentosas pasando de la risa al llanto con una gran facilidad. Tenía por añadido un gracejo que le permitía obtener resultados excelentes en los papeles cómicos. Una actriz con esas cualidades se comprende que fuera importante y querida profesora del Conservatorio; su cátedra la obtuvo en 1875 y en ella estuvo hasta su muerte en 1883. (VV.AA, 2006: 93).
Matilde entró como maestra en el conservatorio tras una dilatada carrera como primera actriz. En la etapa junto a su marido, Julián Romea, cosechó éxitos del repertorio romántico y del teatro clásico español. Entre sus personajes protagonistas destacan Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch, estrenada junto a Carlos Latorre y un joven Julián Romea en 1937. También protagonizó La dama boba, de Lope de Vega. Ya separada de Julián Romea, con la compañía de Manuel Catalina, interviene en Amor de madre, Borrascas del corazón, La trenza de sus cabellos o La institutriz.
La actriz zaragozana Teodora Lamadrid consolidó su prestigio sobre los escenarios madrileños en 1851. La interpretación de Adriana Lecouvreur le supondría su consagración definitiva. La pieza teatral escrita por Eugène Scribe narra los amores entre la protagonista y Mauricio, en realidad conde de Sajonia, que termina con la trágica muerte de la actriz francesa. El Museo Nacional del Romanticismo alberga el cuadro pintado por Manuel Cabral y Aguado Bejarano con título Teodora Lamadrid en Adriana Lecouvreu. En él observamos a la actriz vestida con un traje romántico en tonos sangre con los hombros descubiertos. El hecho de que el cuadro está inspirado en el retrato que realizó Federico de Madrazo de la actriz (Hispanic Society of America, A279), un año antes, da cuenta de la popularidad y el interés suscitado por la actriz. En años sucesivos, su repertorio se fue engrosando con obras como Locura de amor, de Manuel Tamayo y Baus, El tanto por ciento, La campana de Almudaina, Lo positivo, Virginia, La villana de Vallecas, El desdén con el desdén, y las obras románticas, Don Juan Tenorio, Los amantes de Teruel o El trovador.
También fue cantante lírica. Cantó una de las primeras óperas españolas, El novio y el concierto (1841), compuesta por su esposo Basilio Basili y Los solitarios (1842) con música de Basili y textos de Bretón de los Herreros.
En 1883 Teodora Lamadrid ocupa la cátedra de Declamación junto a Antonio Vico. Fue maestra de las grandes actrices de la escena de fin de siglo, como Nieves Suárez y Matilde Moreno, que trabajaron en las compañías de María Tubau y María Guerrero. La actriz actuó junto a Joaquín Arjona, y “se distinguieron ambos por un detenido estudio de los personajes y huyeron de los amaneramientos efectistas (…)” (Menéndez Honrubia, 2007: 221). Del naturalismo que ya comienza a introducirse en escena, se hace eco el hermano de los actores Rafael y Ricardo Calvo:
Siempre que he visto a Teodora representar una obra de nuestro antiguo teatro, he creído ver reproducirse en ella una de las mejores actrices de aquel tiempo: no podían representar de otro modo las que estudiaban con el original a la vista, como en contacto con las damas de entonces. Teodora Lamadrid era en esos papeles una señora de aquel siglo; [...]. Ese teatro, el más difícil de comprender y de decir, exige gracejo, picardía, sutileza, todo ello bien marcado con la acción, la palabra y el gesto, para subsanar algo de confusión y obscuridad que él en sí tiene, y al mismo tiempo hay que hacerlo con toda la naturalidad posible, si se ha de lograr lo que es preciso que se logre: que lo ampuloso y alambicado que en él hay, resulte diáfano y sencillo. Así lo han hecho todas las que lo han sabido hacer; Teodora Lamadrid a la cabeza. (Calvo Revilla, 1920: 237-238)
Junto a los actores Antonio Vico y Fernando Díaz de Mendoza –profesor de declamación y director del Conservatorio– que dan paso al naturalismo en la escena española, destaca la actriz y maestra María Tubau (1854-1914). Ellos inician el giro hacia el verismo apoyado por una nueva dramaturgia y el auge de la fotografía y el cine:
El verso deja paso libre a la prosa y ésta inicia su ascenso imparable. El estreno de Juan José, de Joaquín Dicenta en 1895 y el anterior de Realidad de Pérez Galdós, en 1892, son el aldabonazo sonoro de los nuevos aires que se han colado por las viejas chácenas y telares del teatro decimonónico. (VV.AA., 2006: 93).
El teatro de principios del siglo XX español se abre con una etapa en la escena madrileña de parejas de actores-actrices que dirigen sus propias compañías: Tubau-Palencia; Vico-Calderón; Cobeña-Morano; Guerrero-Díaz de Mendoza; Rubio-Rodríguez.
La actriz y maestra de Carmen Seco, María Tubau [fig. 5], debutó en la Zarzuela con 13 años5. Fue alumna de Julián Romea, Matilde Díez y Teodora Lamadrid. Destacó por su conocimiento del teatro francés contemporáneo, especialmente, del repertorio de Sarah Bernhardt, lo cual le valió la crítica de los sectores que apostaban por la renovación del teatro español; calificada como “la embajadora extraordinaria de Francia en Madrid” como señaló el crítico Mariano de Cavia. La pareja Tubau-Palencia dirigió varias temporadas desde 1890, el teatro de la Princesa de Madrid.
María Tubau interpretó a los personajes femeninos de las obras francesas del momento: Margarita Gautier, Madame de Sans Gêne, Gilberta o Serafina. Tubau interpreta el gusto por el fausto y la suntuosidad en el vestuario, muy acorde con los gustos de la época, así como el drama francés y la comedia burguesa de Dumas y Sardou, en que “el cuidado de la apariencia física y de la vestimenta no solo es fundamental para forjar una imagen de notoriedad de la compañía, sino que además es una exigencia propia de la profesión del actor: tan importante resulta como las facultades artísticas o el talento” (Cañizares Bundorf, 2000: 69).
La calificación de su repertorio como feminista (Deleito y Piñuela; Cañizares Bundorf) se razona no tanto por el tipo de personajes femeninos que interpreta y su consciencia de género sino en la medida que realza las aptitudes y cualidades artísticas de la actriz. Tal vez, hoy, desde nuestra perspectiva, el caso de María Tubau sea un importante y crucial referente del teatro hecho por mujeres hacia finales del siglo XIX, aunque no estrictamente feminista. La actriz contrastaba su interpretación del conflicto de la virtud femenina en los escenarios, con su personal devoción católica:
Sus personajes favoritos eran cortesanas, mujeres coquetas que embelesaban, con sus encantos, a algún alto mando o esposas infieles quemadas por una pasión adúltera. En contrapartida, exhibía una devota fe cristiana cada vez que se presentaba ocasión para hacerlo y, en particular, fuera de Madrid. (Cañizares Bundorf, 2000: 69).
Calificada como una actriz moderna por Eduardo Zamacois, la Tubau definió su escuela interpretativa en el teatro de la Princesa: “Su decir era de entonaciones precisas y claras, su emoción siempre contenida, todo en ella era contención y elegancia” (VV.AA., 2006: 97). Encarnaba el naturalismo, superada la exageración del gesto romántico.
En 1891 fue agraciada con el título de Doctora en Arte Dramático –nótese ya la transformación de la nomenclatura: de declamación a arte dramático–. Su entrada como profesora en el Conservatorio es tardía, cuando ya ha desarrollado una brillante carrera como primera actriz; será en 1904 y “su programa gira en torno al más puro y novedoso naturalismo” (Granda, 1994: 18).
Nieves Suárez fue alumna de Teodora Lamadrid [fig. 6]. Inicia su carrera en los escenarios del Teatro de la Comedia con el estreno de Juan José, de Joaquín Dicenta, en el papel de Toñuela, en 1895 y en Tierra Baja de Ángel Guimerá, en 1897. Se integra en la Compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Trabaja junto a ellos en Más fuerte que el amor (1906) y La princesa Bebé (1906), de Jacinto Benavente. Añoranzas (1906), de Manuel Linares Rivas, El genio alegre (1906), de los hermanos Álvarez Quintero y Doña María la Brava (1909), de Eduardo Marquina. Luego pasó a la compañía del Teatro Infanta Isabel, de la que llegó a ser primera actriz y con la que estrenó, entre otras obras, La azotea y Las de Caín, de los hermanos Álvarez Quintero, en 1908. En 1913 interpreta a Carita, la protagonista de Los Galeotes, de los mismos autores; la actriz Rosario Pino había protagonizado el estreno de esta obra en 1900. En 1913, en el Teatro Español, estrena Celia en los infiernos, de Benito Pérez Galdós, en el papel protagonista y ese mismo año interpreta a Doña Inés en Don Juan Tenorio de José Zorrilla, junto a Ricardo Calvo. Un año más tarde, en ese mismo escenario, vuelva a estrenar a los Quintero en Los leales. En su última etapa trabajó en la compañía de Emilio Thuillier y Hortensia Gelabert.
En 1915 entra como profesora en el Conservatorio de Madrid, donde es profesora hasta la Guerra Civil y “muere al poco de finalizar la guerra sin poder volver a incorporarse a la enseñanza y prácticamente en la miseria” (Granda, 1994: 20). En el Archivo General de la Administración (A.G.A.) no consta su expediente personal.
4 Para más información sobre Matilde Díez, se pueden consultar los estudios de Sepúlveda, 1888.
5 Cañizares Bundorf (p. 72, nota 1) señala que María Tubau se mantuvo alejada de las tablas durante su precoz matrimonio con un abogado burgalés, hasta su regreso a Madrid, tras quedar viuda a mediado de los 70, fecha en la que retoma su carrera como actriz y maestra en el Conservatorio, junto al actor Antonio Vico como pareja profesional y junto a Ceferino Palencia, su segundo marido, como pareja profesional y sentimental.
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