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Efeméride

Tres caballeros y una dama… francesa.

Antonio Castro Jiménez

Página 4

María Casares (Fig. 14)

(21-11-1922/22-11-1996)

La noche del 24 de septiembre de 1976 reinaba la máxima expectación en la madrileña Carrera de San Jerónimo, ante el teatro Reina Victoria. Se iba a estrenar El adefesio, de Rafael Alberti. Al comenzar la representación una figura femenina avanzaba en la escena portando una palmatoria con una vela encendida. Se desató un aplauso atronador: ¡era María Casares! La actriz se mantuvo inmóvil mientras duró la ovación. Ese fue el momento más triunfal de su casi inexistente carrera teatral española. Fue debut y despedida. La Casares nunca volvió a actuar en España, aunque vivió veinte años más.

La velada reunía numerosos elementos para convertirse en un acontecimiento. Volvía al teatro madrileño Rafael Alberti, una de las bestias negras del franquismo, y debutaba en España una leyenda exiliada (Fig. 15). Todavía no había pasado ni un año de la muerte de Franco y la censura en cine y teatro seguía vigente. El autor, residente en Roma, estaba pensando ya en regresar, pero no tuvo opción de hacerlo para la noche del estreno. La Casares afirmó que, siendo niña, había participado en un espectáculo de su instituto sobre textos de Alberti, aunque apenas recordaba nada (Fig. 16).

Alberti había escrito la obra en 1943 y la había estrenado en Buenos Aires al año siguiente con Margarita Xirgu, Amelia de la Torre y Alberto Closas, entre otros intérpretes. Antes del estreno de 1976 tenemos referencia de dos puestas en escena, ambas en Barcelona. La primera, con el grupo experimental Gogo, el año 1968, dirigida por Mario Gas y repuesta al año siguiente para inaugurar el teatro Capsa y la otra, en 1974, dirigida por Luis Ventura.

La productora Corral de Comedias había reunido un equipo artístico de primer orden para arropar este debut de la Casares. José Luis Alonso fue el director y el pintor Manuel Rivera diseñó la escenografía. Alonso, en el programa de mano, escribía:

En una de las reuniones iniciales para hablar del reparto de El adefesio, primer paso del largo viaje en la noche (los ensayos) hasta llegar a la última estación (el estreno), yo lancé sobre el tapete para el papel de Gorgo, un nombre: María Casares. Lo hice por decir. Como un imposible. Desde ahora juzgaré imposible todo lo que no se intente. A los ocho días estábamos todos en París, embutidos en un taxi, camino de su casa.

 

Si el empresario quería que la Casares deslumbrara, nunca debió rodearla con algunas de las mejores actrices españolas: Julia Martínez, Laly Soldevila y Tina Sainz. Victoria Vera, por su juventud –María tenía entonces 54 años– no podía ser competencia. Pero las otras tres, sí (Fig. 17 y Fig. 18). Y lo fueron. Algunos asistentes a aquel estreno recuerdan que la actriz tenía un estilo declamatorio, demasiado pomposo, que, ya en España, resultaba prácticamente inexistente.

La aparición en un escenario español de la diva afrancesada fue objeto de una gran atención por los medios de comunicación. En el programa de lujo editado para el estreno, afirmaba María:

El hecho de que Rafael viniera hasta mí con El adefesio me salvó la vuelta a España. Porque, últimamente, cuando decidí cortar la condición de refugiada y volver a España, pensé hacerlo sin trabajar. Es decir, solo para ver lo que pasaba, porque yo me marché de España a los trece años, tengo un recuerdo muy vivo –porque cuando se produce un corte repentino no existe nada que modifique las cosas que han pasado antes– y quería ver yo misma lo que sucedía, sin dejarme influir por nadie.

 

En el libro de Anne Plantagenet sobre la Casares, escribe sobre esta venida a España:

Existía un riesgo. Ella lo sabe perfectamente, pero no podía dejar de correrlo. Tenía que hacer este viaje para rematar la conquista de sí misma, de su historia, de su identidad, al precio que fuera.

 

Es que, además, por los cargos de su padre, María había vivido varios años de su infancia en la capital española, en la calle Alfonso XII. Desde allí partieron al exilio, vía Barcelona. Parece que en 1957 la compañía del Théâtre National Populaire (TNP), a la que pertenecía, hizo escala de unas horas en Madrid, en tránsito hacia Río de Janeiro. Pero la actriz afirmó que apenas la recordaba.

Las representaciones de El adefesio en Madrid terminaron el 23 de enero de 1977, tres meses después del estreno. En ese momento se anunció que el montaje giraría por España durante ocho meses. A principio de abril, mientras actuaba en Barcelona, se anunció que la Casares había contraído una enfermedad hepática que le obligaba a mantener un descanso absoluto. El empresario, Antonio Redondo, sopesó sustituirla en la gira por Lola Gaos, María Asquerino o Nati Mistral. Optó por la liquidación de la producción. Y Rafael Alberti, que ya se estaba despidiendo de Roma, nunca pudo ver a la diva interpretando a Gorgo. El adefesio no volvería a reponerse en Madrid hasta el año 2003.

María (María Victoria Casares Pérez) había tenido que abandonar España en 1936 acompañada por su madre, Gloria Pérez. Su padre, Santiago Casares Quiroga, ministro y Jefe del Gobierno durante la II República las seguiría en el exilio en 1938. Primero pasó por París, luego fue a Londres y retornó a la capital francesa, donde murió en 1950. Al salir de España María tenía 13 años. Establecieron su domicilio en París, en el 148 de calle Vaugirad, que se convertiría en el refugio de María durante casi treinta años. Primero compartiéndolo con su madre, su amante y, más tarde, con su padre hasta el fallecimiento. La madre murió en 1946. También sería un centro de reunión de españoles exiliados, por una parte, y de artistas e intelectuales franceses por otra.

Solo seis años más tarde de su llegada aparecería en la escena parisina a pesar de que su acento le había causado problemas anteriormente. Y se convirtió en una de las grandes trágicas del país vecino. Las dos primeras veces que intentó entrar en el Conservatorio fue rechazada fulminantemente. A la tercera consiguió el ingreso e inició una formación más académica. María debutó como profesional en 1942 en el Théâtredes Mathurins con Deirdre des Douleurs (‘Deirdre de los pesares’), de J. M. Synge.  Aquel escenario sería decisivo en su vida, según escribió en la autobiografía Residente privilegiada:

El teatro Mathurins fue el lugar o el receptáculo que me permitió caer de pie. A pesar de la desmesura de la que me han hablado con frecuencia y de la que padezco, según dicen –o a causa de ella–, no reconozco más que un camino, el de la justeza, que cambia, naturalmente, de acuerdo con los antecedentes. Ahora bien, en este sentido, si nos atenemos a las circunstancias y a mi caso personal, la suerte me condujo una vez más a aquel lugar privilegiado entre todos para mí: el teatro Mathurins.

 

Sus relaciones con los creadores más destacados de la segunda mitad del siglo XX le permitieron participar en algunas de las obras cumbre de la cinematografía gala y de su teatro. Durante dieciséis años mantuvo una relación sentimental con Albert Camus (Fig. 19). Juntos trabajaron en defensa de la República española y en ayudar a los refugiados. Pero también María fue la protagonista de las obras más conocidas del dramaturgo: El malentendido (1944), El estado de sitio (1948) y Los justos (1949).  No fue fácil esta relación porque el escritor estaba casado con Francine Faure y tenían gemelos. Sus dos primeras décadas en París fueron, sentimentalmente, agitadas, comenzando por ser amante de Enrique López Tolentino, que lo era también de su propia madre. Compartir piso, primero con la madre y, después, con el padre complicó su existencia hasta que, en 1950, quedó libre de familia.

Seguramente por su procedencia española la llamaron para protagonizar versiones teatrales francesas de nuestros clásicos: Divinas palabras (1946/1964), La casa de Bernarda Alba (1948), La devoción de la Cruz (1953), La noche oscura (1968) y La Celestina (1972). Su predisposición para la tragedia le permitió incorporar también grandes personajes de Shakespeare, Strindberg, Brecht, Ibsen, Genet, Pirandello o Molière. Todo un catálogo de épocas y géneros distintos del teatro universal.

En 1990 el Ministro de Cultura francés, Jack Lang, le entregó el Premio Nacional de Teatro de Francia porque, a juicio de quienes fallaban ese galardón, María había sido quien había descollado durante el año en la escena del país vecino. También fue Caballero de la Legión de Honor y Comendador de las Artes y de las Letras. Ningún gobierno español le concedió distinción alguna. Aunque no hubiera trabajado aquí, siempre hizo gala de su origen, aunque, como suelen hacer los franceses, ellos la consideraban como suya.

Su debut en el cine se produjo en 1945 con la película Los niños del paraíso, dirigida por Marcel Carné y en la que compartía cartel con Arletty,  Jean-Louis Barrault y Pierre Brasseur. Ese mismo año rodaría Las damas del bosque de Bolonia, de Robert Bresson. André Cayatte y Jean Cocteau fueron dos de los directores con los que repitió. Su última aparición en cine se produjo un año antes de fallecer en la película La otra América, de Goran Paskaljevid. En los años sesenta y setenta realizó algunas grabaciones para la televisión, entre ellas una adaptación de Yerma (1963), con Alfredo Alcón como coprotagonista.

María nunca volvió definitivamente a su país natal, ni creo que se lo planteara. Sí estuvo de visita el año 1981 para presentar su libro de memorias Residente privilegiada (1981). Entonces concedió una entrevista Blanca Berasategui para el diario ABC (1981) en la que resaltó su fidelidad a la nacionalidad francesa, que había adquirido en 1980 tras casarse:

Francia es la que me ha hecho. Pero yo me siento también muy española. Tengo ahora las dos nacionalidades: la española, que nunca he perdido, y la francesa, que he obtenido al casarme con un francés, hace dos o tres años. Porque, mientras era refugiada, yo quería estar refugiada aunque fuera tan solo por compañerismo, por solidaridad con el resto de los españoles exiliados. Pero siempre pensé que en el momento en que pudiera volver a España, me haría francesa. No iba a decir a Francia: adiós, hasta luego, muchas gracias.

 

El matrimonio al que aludía fue con el actor André Schlesser, quien fallecería en 1985. Era conocido como Dadé y habían sido compañeros en las compañías nacionales. Juntos adquirieron su vivienda y su finca La Vergne, en el municipio de Alloue. María la había comprado gracias a una buena racha económica cuando protagonizó Cher menteur, de Jerome Kilty, traducida al francés por Jean Cocteau. En Madrid se estrenó en 1962 con el título de Mi querido embustero, protagonizada por Fernando Fernán-Gómez y Conchita Montes.

Al morir, y siendo ya viuda sin hijos, donó la propiedad al municipio. Allí se estableció La Maison du comédien - Maria Casarès, en su recuerdo. En 2002 los recintos fueron reconocidos como monumento histórico de Francia. En España se dio su nombre a unos premios del teatro gallego que ya han llegado a la edición número veintiséis.

Además de su autobiografía, en 2021 apareció el libro La única. María Casares, escrito por Anne Plantagenet (Fig. 20).