Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1944

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Memorabilia
El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Juan Aguilera Sastre
IES “Inventor Cosme García”. Logroño

 

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MODELOS Y ESPACIOS

Más cantidad y variedad que calidad

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Por más que fuera un género desprestigiado por la mayoría de los críticos, la revista musical continuó siendo, un año más, el espectáculo que más público arrastró a los locales teatrales y que obtuvo éxitos más prolongados. Los resultados se imponen a cualquier otra consideración: ¡Cinco minutos nada menos!, que se estrenó el 21 de enero en el teatro Martín, alcanzó hasta 1948 la increíble cifra de 1.856 representaciones, a las que habría que sumar otras 193 en el Cómico de Barcelona tan solo ese primer año; Doña Mariquita de mi corazón, estrenada en el mismo teatro en enero de 1942, sobrepasó en 1944 las setecientas representaciones hasta llegar a 743; “los vieneses” de Artur Kaps y Franz Joham, que habían acaparado éxitos en temporadas anteriores (Luces de Viena llegó a las 191 funciones en el teatro Calderón de Madrid hasta enero de 1944 y este año sumaría otras 141 en el Español de Barcelona), lograron otro enorme en el Español de Barcelona con Viena es así, que alcanzó 536 representaciones; Luna de miel en el Cairo, también en Martín, que arrastraba su éxito desde el año anterior, superó las 300… Sin embargo, en muchas críticas y artículos, como el ya citado de Santos Alcocer, se advertía que la revista había sido siempre en España, “salvando contadísimas excepciones, un teatro francamente inmoral, pornográfico. Esta es la realidad”; el otro aspecto negativo del género era la invasión de obras extranjeras durante los últimos tiempos, y “lo malo para nosotros es que este teatro importado tiene más altura, más dignidad, más limpieza plástica” que el español, por lo que la Delegación Nacional de Propaganda viene realizando una “campaña de dignificación de este tipo de obras”, para lograr “un poco de asepsia moral, artística e incluso material”. De ahí el celo vigilante de la censura, que lo controlaba todo: libretos, decorados, puesta en escena, vestuario e incluso a “los actores y actrices”.

Otros críticos, sin embargo, se mostraban mucho más benevolentes y utilizaban todo tipo de argucias para edulcorar el producto. Cuando ¡Cinco minutos nada menos! llegó a las 100 representaciones, el crítico de Informaciones, Silvio Aranguren, escribió un largo artículo para justificar que esta revista, que constituía “la mayor atracción barcelonesa” del verano, no podía considerarse en realidad una revista “extranjera”, puesto que, dejando aparte el libreto, “anécdota breve que desaparece bajo la balumba de telones, trajes y demás elementos de ornamentación escénica”, casi todo lo demás era obra de artistas españoles: decorados, atrezzo, director musical y varios intérpretes; y concluía señalando que cuando el público aplaude “el admirable conjunto de la obra”, no aplaude una obra realmente de fuera: “No. Lo extranjero de esa revista austro-hispana (tal debe ser su denominación verdadera) es la mente creadora de su guion y el arte personalísimo de las primeras figuras que la interpretan, acogidos en nuestra Patria con un cariño al que ellos –justo es reconocerlo– corresponden muy singularmente. Y una cosa más: la disciplina y la tenacidad en el montaje, sin desfallecimiento ni cansancio por parte de los dirigidos. ¿Lo demás? ¡Español todo, incluyendo la paz española que permitió imaginar y realizar la revista y el dinero español que dado día a día por el público de la Península, consintió el enorme dispendio realizado!”

Los mayores éxitos en Barcelona correspondieron Paralelo a la vista, estrenada la temporada anterior en el teatro Victoria y que el 11 de marzo celebró un gran festival con motivo de las 300 representaciones. Otro gran éxito del empresario del Victoria fue Barcelona, gran ciudad (teatro Victoria, 223 funciones), de Salvador Bonavía y José Andrés de Prada, música del maestro Dotras Vila, que aunque según el crítico de La Vanguardia incluía entre sus 20 cuadros divididos en tres actos alguno de discutible gusto, incluso chabacano y “a todas luces reprobable”, tenía a su favor el socorrido y seguro recurso de exaltar las costumbres locales, “sus atractivos espectaculares, especialmente cuidados con el desfile de personajes en otros tiempos populares; con su pintura de pasadas épocas y con una música basada también en canciones nacidas del pueblo”. En el Cómico, el triunfo de la temporada correspondió a Fantasía 44 (233 representaciones), “la extraordinaria revista del Scala de Berlín” que según el crítico de Informaciones “bate todas las marcas” y basó su éxito no en números sensacionales, sino en la “ilación perfecta y sobre todo la presentación maravillosa y esa alegre disciplina de los conjuntos femeninos”. En De la Tierra a Venus, de J. Valls Romá y J. M. Germain, que alcanzó 179 funciones en el Teatro Nuevo, se destacaba la riqueza y elegancia de los trajes, el “valor de decorados y cortinas”, el gran número de figuras, en definitiva, “el verdadero derroche que supone la presentación”; aunque se criticaba el diálogo “profuso”, poco ágil y con escasa comicidad, que “abunda en consideraciones políticosociales, fundamentadas en el mejor de los propósitos, pero a todas luces extemporáneas”, se valoraba positivamente la música, no muy novedosa pero “viva, apropiada y se escucha con complacencia”, a los intérpretes de un “interminable reparto” (La Vanguardia). Menos plácemes de la crítica obtuvo ¡Ku-ku!, de Luis Tejedor y Julio Testa, a la que se acusaba de estar construida sobre “patrones gastados”. Según el crítico de La Vanguardia, “en el género teatral arrevistado se ha acostumbrado últimamente al público a tales alardes de fastuosidad y gusto artístico, que todo retroceso, por leve que sea, ha de redundar forzosamente en perjuicio de la impresión que deje el espectáculo”, y por ello ¡Ku-ku!, “aun reuniendo valores que en tiempos pretéritos le hubieran conducido a un éxito estrepitoso, no pasa ahora de ser acogido con complacencia”; pero concluía que, de todos modos “distrae, entretiene, se sigue con interés y agrado, lo que no es poco” y el público no dio señales de la menor decepción; de hecho, alcanzó 99 representaciones. En otras ocasiones, el diagnóstico era mucho más severo y acertado: ¡Se ha perdido una novia!, adaptación de un libreto húngaro de Grunwald y música de Paul Abraham, le pareció a la crítica “convencional y pueril”, con un “tufillo a cosa ya bastante pretérita” y, pese al esfuerzo de los intérpretes y a los “ajustados y vistosos bailables”, no pasó de las 16 funciones en el teatro Victoria.

En ocasiones, los éxitos variaban notablemente de una ciudad a otra. Así, ¡Tabú!, de Antonio y Manuel Paso y música de Daniel Montorio, apenas logró 52 representaciones, a pesar de que venía precedida del éxito obtenido en Madrid (164 representaciones seguidas en el teatro Maravillas, al que regresó en octubre con otras 25) y en otras ciudades. Aun reconociendo que el espectáculo “no rompe moldes”, el crítico de La Vanguardia destacaba algunas cualidades positivas, como el libreto, “siempre alejado de lo chabacano y lo grosero”, la música y la interpretación, a la que atribuía en gran medida el éxito de la obra. Otro éxito de la cartelera madrileña fue la opereta Una mujer imposible, de Antonio Paso, música de los maestros Rosillo y Montorio, que alcanzó en Maravillas 134 funciones y posteriormente en el Principal Palacio de Barcelona otras 47. El crítico de Madrid destacaba el libreto, “chispeante e incoherente”, con la “gracia espontánea y popular” de Antonio Paso, y la música “ligera, pegadiza, bailable”, y entre los intérpretes, a Raquel Rodrigo, que “triunfó en toda línea [...], menuda y picante como la pimienta”. Pero, en general, la revista tuvo mucho menos impacto en el público madrileño, con la excepción de las ya citadas y los espectáculos protagonizados por la siempre aclamada Celia Gámez, que triunfaba tanto en Madrid como en la capital catalana: Rumbo a Pique, revista estrenada en diciembre de 1943 en Barcelona, pero en 1944 en Madrid (53 funciones en Tívoli, 32 en el Reina Victoria madrileño), Si Fausto fuese Faustina (52 representaciones en el Reina Victoria, pero 122 en Tívoli, donde se había estrenado el año anterior), Yola (28 funciones en el Reina Victoria). Más éxito tuvo la opereta musical Dos millones para dos, de Carlos Llopis, música de José María Irueste y Fernando García, que alcanzó en el teatro Alcázar 111 representaciones; la crítica destacó su “música suelta y pegadiza” y la gracia de sus principales intérpretes, Alady, Aurelia Ballesta y José Ojas. El mismo teatro Alcázar, esta vez con Luis Sagi Vela y Conchita Panadés al frente del reparto, sería escenario del triunfo de ¡Qué sabes tú! (123 representaciones), de José Ramos Martín, música del maestro Rosillo; para el crítico de Madrid, esta “amenísima revista cinematográfica” se apartaba de la opereta al uso, “ya que se trata de un desfile de cuadros rápidos, solo conectados por una reminiscencia de la fábula”, con una partitura “pegadiza y fácil, como corresponde a un género que solo aspira a entretener, sin otras complicaciones técnicas”. En la misma línea, el estreno de Fin de semana, de Ramos Castro y Jorge Halpern (124 representaciones en el teatro Reina Victoria), fue considerado por la crítica como ejemplar por el gusto de trajes y decorados, la originalidad de los bailes y la perfecta interpretación, y, subrayaba el crítico de El Alcázar, “porque en ningún momento se roza lo atrevido, ni hace maldita falta, para que el público ría ingenuamente y pase más de dos horas en ambiente de honesta frivolidad”. En otras ocasiones, el favorable trato de la crítica no aseguraba el éxito de público, como le ocurrió a Una noche en Constantinopla, de Loygorri y Jaquotot, música del maestro Rosillo. Informaciones aseguraba que se trataba de una de las obras más esperadas entre los estrenos del Sábado de Gloria y el crítico de Madrid alababa tanto el libro como la música y consideraba el conjunto de “entretenida y alegre, pimpante y animada”, pese a lo cual no pasó de las 59 representaciones.

El género lírico y musical continuó inmerso en la polémica sobre el olvido de la zarzuela y su desprotección por parte de los poderes públicos. Silvio Aranguren, desde las páginas de Informaciones, consideraba que la salud del género lírico era magnífica para el repertorio pero fatal para los estrenos. Se había convertido en “pieza de museo”, por lo que se imponía “abrirle nuevos cauces a la zarzuela” y abandonar viejas rutinas, porque mientras los empresarios “sigan montando las obras con el mismo criterio arcaico, en lo que toca a ropa y decorado, de veinte años atrás; los rectores escénicos consientan que los cantantes dediquen al público sus dúos y romanzas; y los intérpretes continúen con sus pies pesados que no les permiten bailar, sus pelucas torcidas y sus trajes anacrónicos… ¡no hay nada que hacer!”, a pesar de que en España había un núcleo seleccionado de libretistas y músicos capaces de regenerar el género con “inyecciones de modernidad”. Por eso saludaba con indisimulado alborozo el estreno de Leonardo el joven, de Rafael Fernández Shaw y el maestro Carrascosa Guervos, un intento “perfectamente logrado” que habría merecido su aplauso incluso aunque no hubiera triunfado: “Cuando no menos que seis de los doce teatros que permanecen abiertos en Madrid se dedican a cultivar el género ínfimo de las variedades más o menos folklóricas españolas –y alemanas, noruegas, francesas, italianas, etc., etc.–, el consabido arte flamenco, no es cosa de oponer demasiados reparos críticos al noble intento de un empresario, de un libretista, de un músico y de unos cantantes que se conciertan para romper una lanza en pro de nuestro harto olvidado género lírico nacional, nuestra gloriosa y desgraciada zarzuela”; y concluía asegurando que el estreno había evidenciado que “no está agotada la vena de los autores líricos que pueden hacer buenas zarzuelas”, que seguía habiendo magníficos cantantes y que “hay público, mucho público en Madrid para deleitarse y llenar los teatros de zarzuela. Lo que hace falta es ofrecerle obras buenas –nuevas o viejas, pero buenas– y bien montadas y cantadas. Pasará el flamenco y lo javayano, y lo canadiense y lo criollo. Pero ¡no pasará la zarzuela!”. En la misma línea, otros críticos saludaban con alborozo cualquier iniciativa tendente a dignificar o renovar el teatro lírico nacional, como el apoyo de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, “tenacísimos en defensa del género lírico nacional”, a un músico novel como Vila Piqué para estrenar su primera creación en el teatro Madrid, Mimí Pinson, o la revisión de obras maestras del género en teatros como Fuencarral o Madrid; pero a la vez, arremetían contra la escasa dignidad con que se reponía el repertorio de zarzuelas y sainetes líricos. Así, desde las páginas de Informaciones se lamentaba la penosa reposición que ofreció Eladio Cuevas en el Calderón de El motete, paso de comedia de los Quintero con que se dio a conocer el maestro Serrano a principios de siglo y “modelo de entremeses líricos”, pero que “para hacerlo como se hizo, mejor hubiera sido dejarlo dormir el sueño del olvido”; por el contrario, la reposición de El rey que rabió en el teatro Madrid era saludada con entusiasmo por el crítico de Arriba, porque se presentó no como solían hacerse las antiguas obras del género lírico, “traducidas siempre a través de versiones mediocres, descuidadas” por compañías de ínfimo orden o por orquestas deleznables que hacen aborrecer este repertorio, sino “pimpante, fresco, inspirado y optimista” por el maestro Sorozábal.


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