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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1944

El tiempo y su memoria
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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Juan Aguilera Sastre
IES “Inventor Cosme García”. Logroño

 

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EL TIEMPO Y SU MEMORIA

Parece que fue ayer, todo sigue igual

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Al despuntar el nuevo año 1944, la atonía del precedente ya hacía presagiar, reconocían los críticos más solventes como Alfredo Marqueríe, que pocas novedades podían esperarse del pobre y anquilosado panorama teatral español. Las razones que aducían eran de diversa índole, pero todas parecían converger en el mismo diagnóstico pesimista que les hacía temer una repetición del año anterior “con ligeras variantes”, puesto que “no se ha introducido en nuestro panorama escénico ningún elemento nuevo que altere la fisonomía del neblinoso paisaje”. Entre las razones para el pesimismo, Marqueríe aducía en Arriba, en primer lugar, la ausencia de autores nuevos de fuste capaces de revitalizar la escena con textos nuevos y la inercia de un sistema empresarial acomodado que obstruía el acceso a los más arriesgados: “No hay autores nuevos, y si los hay, no pueden salvar el obstáculo que a su paso oponen la pereza y la rutina de las empresas”. Pero también el escaso interés por renovarse de los ya consagrados, que “no realizan ningún esfuerzo por corregirse y mejorarse, y repiten hasta la saciedad y el infinito sus desgastados clisés”, por lo que los hábitos del público no cambiaban: “todo sigue igual y parece que fue ayer”. Numerosos ejemplos servían para justificar su juicio: la edad de Benavente, que “ya no intenta renovarse”, la preferencia de Torrado por el cine, la acomodación de autores con verdaderas condiciones, como Leandro Navarro, a “comedias recortaditas”, la escasa dedicación al teatro en los últimos tiempos de Marquina, la ausencia de Jardiel Poncela de los escenarios españoles, durante todo el año de gira por América, la machacona reiteración de obras cómicas sin calidad alguna (“se repetirá el sainete y la astracanada y el disparate telarañoso”)… Los motivos de optimismo, por el contrario, eran mínimos: alguna esperanza en Pemán, la consolidación, entre los jóvenes, de algún autor que ya despuntaba, como Joaquín Calvo Sotelo, y el “oasis en el desierto” de los dos Teatros Nacionales, el Español y el María Guerrero, en su triple labor de reponer a los clásicos, ofrecer buenas versiones del teatro extranjero y dar a conocer a autores nuevos de calidad. Solo en ellos atisbaba Marqueríe “signos considerables de renacimiento y resurgimiento escénico”, el “soplo de arte” que podría guiar a los demás, pero lamentaba que su ejemplo no cundiera y por eso su eficacia, pese a los esfuerzos del Estado en subvencionarlos y protegerlos, era “de ritmo lento y largo plazo”.

Los pronósticos acabaron cumpliéndose y al finalizar el período las crónicas sobre el “año teatral”, a pesar de la enorme oferta de los escenarios y de los 112 estrenos que se ofrecieron solo en Madrid, destilaban profundo desencanto. Lo valoraban como “poco menos que mediano”, “vulgar”, “anodino y de poca fuerza” (Jorge de la Cueva) y lamentaban “el auge de lo mediocre” (Manuel Díez Crespo), la total ausencia, salvo mínimas excepciones, de “orientaciones ni directrices” (Marqueríe); en definitiva: “Terminó el año 1944, y poco podemos añadir a la historia de estos años pasados: ¡parece que fue ayer!... Parece que fue ayer cuando decíamos hace cuatro años que la temporada que había terminado no tenía importancia ninguna” (Díez Crespo). Cierto que había habido algún destello de calidad, y que, como señalaba Jorge de la Cueva, hasta en los años malos “se encuentra algo que sea razón y apoyo de optimismo y esperanza”. En este sentido, Marqueríe (La Vanguardia), por una parte, disculpaba la “leve” aportación de Benavente con dos comedias de escaso valor (Los niños perdidos en la selva y Don Magín, el de las magias) por “lo mucho que allegó durante su fecunda vida creadora”, y lamentaba que la “otra gran figura de nuestra escena”, Pemán, tampoco hubiera dado su medida en sus dos estrenos, Todo a medio hacer, “una sátira intrascendente pero divertida”, y La hidalga limosnera, con “aliento trágico de mejor intención que logro”; pero, por otra, saludaba los éxitos de autores como Juan Ignacio Luca de Tena (De lo pintado a lo vivo), M. B. Cossío (Adriana), Agustín de Foxá (Baile en capitanía), Julia Maura (La mentira del silencio), Tono (Rebeco), Julio Angulo (Ático izquierda, representada por el TEU) y, muy especialmente, Víctor Ruiz Iriarte cuyos estrenos (El puente de los suicidas y Un día en la gloria, “obras llenas de originalidad literaria y de fino y poético sentido de la ironía y del humor”) habían constituido, en su opinión, “las dos auténticas revelaciones teatrales del año”. Jorge de la Cueva añadía, por su parte, Lucrecia Borgia, de Mariano Tomás, Polonesa, de Adolfo Torrado y Jesús María de Arozamena, La llave, de Leandro Navarro, Un chico para todo, de los noveles Vicente Solano y Santos Macrino, y otra obra fundamental del año, Hotel Terminus, de Claudio de la Torre, que también recogía Marqueríe en su resumen de ABC. Y, por encima de todos, los críticos ensalzaban la labor de los Teatros Nacionales, que consideraban unánimemente “a la cabeza de los demás teatros”, siempre “a la digna altura de su misión”. Para Marqueríe, buena parte de los montajes del Español y del María Guerrero (Fuenteovejuna, Otelo, la nueva versión del Tenorio, la adaptación de Los endemoniados, de Dosteievsky, Traidor inconfeso y mártir, Nuestra ciudad, de Thorton Wilder…) constituyeron “verdaderos acontecimientos espectaculares por la calidad de las obras y por la estupenda presentación escénica”, y dirigía a sus directores, Cayetano Luca de Tena, Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa “el máximo y sincero elogio”.


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