Es tiempo asimismo de búsqueda incesante de intérpretes para reforzar o constituir viejas y nuevas compañías, a ser posible apoyadas en una sólida cabecera, como recordaba un chiste de la prensa madrileña (“-Todas las cosas en esta vida, para que prosperen han de tener pies y cabeza, -Sí, sí, y las compañías, cabecera”), pero también en elencos vigorosos (así, lo demuestra el que la prensa de modo habitual relacione las listas completas de los intérpretes de las compañías). Tiempo, en efecto, en el que los periódicos no dejan de dar noticias de proyectos novedosos, a veces sin el final esperado: Antonio Vico planea formar compañía junto a Gaspar Campos (con Concha Catalá, Alberto Romea, Carmen Carbonell…), Fifí Morano y Fulgencio Noguera unen su destino artístico, la compañía de Casimiro Ortas capta a Aurora Garcialonso, Luchi Soto, Mariano Azaña, Lepe...; y Gaspar Campos hace lo propio con Juan Espantaleón, Carmen Carbonell, María Gámez., Irene Caba…; o la de Mariano Asquerino e Irene López Heredia, que contratan tanto a figuras consolidadas (Asunción Montijano e Isabel Pallarés) como a una prometedora y futura primera actriz, Porfiria Sanchiz; mientras, la integración de las prestigiosas compañías Soler-Marí y Martí-Pierrá se quiebra apenas constituida.

Todo ello envuelto, además, en un ambiente que fácilmente deriva hacia la rivalidad profesional e incluso personal: difícilmente se entiende de otro modo cómo las compañías cómicas de Valeriano León/Aurora Redondo y la de Rafael López Somoza (con María Bru y un jovencísimo Paco Martínez Soria ) representen Anacleto se divorcia, el mismo día y en la misma plaza, San Sebastián. O el  proverbial antagonismo, espoleado por la prensa, que en el terreno lírico sostuvieron Pedro Terol y Luis Sagi-Vela. No es de extrañar, pues, que los anuncios de cartelera en la prensa se abran muchas veces con los nombres de las compañías encabezados por la primera figura o la pareja de primeros actores; lo que motiva, en algún caso, el comentario despectivo del crítico de turno, que denuncia el carácter cerrado de estas “compañías de pareja”, fenómeno del que apenas salva a María Bassó y Nicolás Navarro que supieron incorporar a su elenco a una gran figura como Concha Catalá (o a jóvenes brillantes como Mary Carrillo o Luis Prendes). Cierto, no obstante, que en la mayoría de estos casos la auténtica  primera figura, sobre todo en la consideración de los críticos (Tina Gascó, Irene López Heredia, Milagros Leal,  Loreto Prado…), parece ser, a juzgar por el foco que aplicaban en las reseñas, la actriz y no tanto el actor masculino. Tiempo también, en efecto, de nombres propios en el que las tan elogiadas compañías del Teatro Español, dirigida por Emilio Thuiller y apoyada en actores muy reconocidos (sobre todo, Guillermo Marín), o la del Calderón, dirigida por Arturo Lledó que reunía lo más florido de nuestro teatro lírico (Selica Pérez Carpio, Pepita Rollán Eulalia Zazo, Luis Sagi-Vela y Pedro Terol) o la ya citada del Infanta Isabel que merece todo tipo de elogios (desde el encanto y dulzura de Isabel Garcés a la naturalidad de Rafael Rivelles, o la sobriedad de Rafael Bardem), conviven en la prensa con otras menos ilustres pero de enorme popularidad como la compañía de operetas de Celia Gámez (todavía en 1939 sin alcanzar Madrid), la de Mariano Ozores (con Luisa Puchol, Olga Peiró, José Luis Ozores y también la muy elogiada actriz catalana, María Vila, …) o la del singularísimo Enrique Rambal “príncipe del género policiaco”, como demostraba, solo es un ejemplo, en su creación de Raffles. A veces, y así lo denota la crítica, la formación de las compañías, sometida a todo tipo de avatares, daba como resultado la integración de intérpretes difícilmente conciliables por su diferente formación y características: tal ocurre en la compañía del Teatro de la Comedia en Madrid donde conviven, con cierto escándalo de algún crítico, la calidad y delicadez de Elvira Noriega con la gruesa salacidad de Mariano Azaña.