Documentos para la historia del teatro español
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1939-1949
1939-1949

Cartelera
1939

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El Teatro y su Doble

 

 

Índice, recopilación y estudio:

Julio Huélamo Kosma
Centro de Documentación Teatral

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PROTAGONISTAS

UN AMPLIO ELENCO BAJO UN RÍGIDO ESCALAFÓN

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Como sucede en otras actividades, también en el ámbito teatral los empresarios intentan ofrecer muy pronto una imagen de cierta normalidad a la que ayuda la proximidad, el domingo de ramos se celebró el 2 de abril, del sábado de gloria: fecha, por ejemplo, para la que la empresa del Fontalba ya había improvisado un elenco con el que representar El divino impaciente, de Pemán. A partir de ahí, los esfuerzos de los empresarios teatrales, bien recuperando los locales que les habían sido incautados, bien haciéndose con espacios “huérfanos” gracias a la nueva situación, oscila entre las improvisaciones y dificultades derivadas de la penuria generalizada, y algunas señales de un incipiente florecimiento; de lo primero, la crítica deja constancia con esperanzada  comprensión (“no vayamos a creer que los negocios han de ser tan boyantes… como si no hubiera pasado nada”) o cierta acidez (así, al denunciar la falta de formalidad de empresas como las del Lara o del Eslava cuyos cierres inesperados perjudican gravemente a algunos profesionales); de lo segundo, da cuenta alguna gacetilla que apunta a los pingües ingresos de ciertos empresarios madrileños (con taquillas de siete mil pesetas de media a diario, y el doble los domingos) y, sobre todo, la intensa actividad de algunos de ellos, como Arturo Serrano, cuyo éxito en el Teatro Infanta Isabel con Carlo Monte en Montecarlo, de la mano de Rafael Rivelles e Isabel Garcés, le obliga a rescindir compromisos adquiridos en provincias;  Manuel Herrera Oria que, tras obtener la concesión del Español, despliega una variada programación con algunos hitos de significación política y oficialista; Juan Carcellé, auténtico rey de las variedades, en el teatro de la Zarzuela; Tirso Escudero, al que la prensa agradece la vuelta a la normalidad del Teatro de la Comedia con obras especialmente de Antonio Paso y Muñoz Seca; o la empresa Casals, que desde el Calderón ofrece, en Madrid, una cumplida programación de teatro lírico, que, sin embargo, será ampliamente superada, en Barcelona por la empresa López Llauder en el Tívoli o Juan Mestres, desde el Liceo. Al lado o quizá por encima de todos ellos, sin embargo, destaca la actividad frenética de José Juan Cadenas, quien junto a Jacinto Guerrero, y desde su condición de responsable en la Sociedad de Autores, parece atesorar una influencia indiscutida: de ello da idea la escena costumbrista, recogida por la prensa, y que describe el antedespacho de Cadenas repleto de aspirantes que esperaban “colocar” sus obras, o los éxitos que cosechan las producciones del maestro Guerrero a lo largo de todo el año en el Coliseum  o el Eslava de Madrid y en el Cómico de Barcelona. Entre tanto, el Departamento Nacional de Teatro daba forma legal a la obligación de los empresarios de presentar ante el Ministerio de Gobernación los programas, las listas de compañías, los aforos, los precios… Los instrumentos de control del nuevo Estado tomaban cuerpo cada vez más intensamente para todos.

No menor resulta la actividad de un sinnúmero de compañías teatrales, muchas veces en manos de los propios artistas ( ya fueran autores, sobre todo compositores del género lírico, o intérpretes), sobre las que la prensa describe constantemente nuevos proyectos en los que la reorganización de elencos o el itinerario de las giras llegan a convertirse en lugares comunes. Todo parece dotado de una extrema provisionalidad marcada por la urgencia, la supervivencia, o el afán de éxito, siempre, claro está, según el lugar del escalafón al que se pertenezca. También por una constante itinerancia: la toma de Barcelona lleva a muchas compañías, que se hallaban trabajando en los teatros de San Sebastián, a buscar su lugar en las salas de la ciudad condal, prácticamente abiertas ya al completo en el mes de abril; algo similar ocurrirá en dirección a Madrid tras la ocupación de la capital. En muchos casos, ligándose, al menos una buena parte de la temporada,  a una empresa solvente: la compañía de Isabel Garcés y Rafael Rivelles encuentra su acomodo natural en el Infanta Isabel, de Arturo Serrano; como lo obtuvo  la Compañía de Zarzuelas Españolas en el Teatro Chueca de Madrid o la de Gaspar Campos en el Cómico; algo similar cabría decir en Barcelona de la de María Vila y Pío Daví en el Español,  la de Tomás Ros en el Urquinaona o la de Cadenas y Guerrero, con su primerísimo figura Conchita Leonardo, en el Cómico.


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